El cielo de abajo. La escritura del cuerpo en trece poetas hispanoamericanas

Publiocada por Vandalia, ha preparado María Alcantarilla la antología El cielo de abajo. La escritura del cuerpo en trece poetas hispanoamericanas. Aquí leemos una brevísima muestra del libro. Leemos textos de Alina Galliano (Cuba, 1950), Ana María García Silva (Prudencia, 1948), Diana Morán (Panamá, 1932) y Hanni Ossott (Venezuela, 1946).

 

 

 

 

 

ALINA GALLIANO | Cuba
(Ciudad de Manzanillo, 1950 – Nueva York, 7 de diciembre de 2017)
 

 

II

 
No se
hallarán
mujeres
para
el parto,
se nos está
muriendo
la memoria
bajo el seco
temblor
de los
pezones,
ni vejez
que ofrecer
si no hay
infancia:
los continentes
quedarán
vacíos,
si acaso
una
tranquila
voz
como
de piedra
desplazará
lo fijo
del camino.

 

 

 

 

 

ANA MARÍA GARCÍA SILVA | Perú

(1948)

 

 

 

Expresa la elección de partes y distancias

 
(No confundir con la seducción del abismo. Se trata más bien de una
quiebra de lo absoluto aunque parezca su versión opuesta).

 
Lo que tú haces. Tus movimientos. Las palabras que salen
de ti antes de decirlas. A todo lo que te aproximas. Lo que
nombras. Lo que tocas. Lo que infieres. Todo me incumbe. A
todo le he puesto el nombre de mi mundo. Su sombra implica
mi germen. El rumbo de lo que llamo distancia viene de ti.

 
Acción no pacífica ni mística.
Dictamen.
Acto de consagración.
Atención de lupa. De incandescencia.

 
Más allá de ti ni siquiera tú. Sólo de ti lo que tú generas. La
más ligera savia. La más trasparente. La más blanca.
Pero toda simiente… con ella siembro.
No en el hundimiento mortal de una semilla fémina aterrada
en su mimetismo. No el grano que ha aceptado y se conforma.
Con ella siembro en el gesto de tu mano desganada en el que
yo no ocupo lugar. De ese gesto invisible proviene mi siembra.

 
Venero cuanto tientan los ojos que aproximas. Tus pupilas
islas. La extensión vacía de tus índices. No me alcanza el celo
de lo que ves y posees. Las cosas que cada día te desfiguran.
Las apetencias a las que respondes. Dejo que ocurra…

 
Dejo que ocurra alguna vez.

 

 

 

 

DIANA MORÁN | Panamá
(Cabuya, 17 de noviembre de 1932 – México, 10 de febrero de 1987)

 

 

Naufragio

 

I

 

Hoy
puede ser lunes
o martes veintinueve de febrero.
El sol tira sus haces en la puerta.
Mi sobrina tiene la boca
llena de pastillas de menta.
Una melena loca
corre por la acera
con un jazz prendido en la garganta.
He perdido los labios,
en los poros sólo velas.
Huelo a ruiseñor embalsamado.
En mi vaso burbujea la niebla
y me la bebo lentamente.

 

 

II

 
¿Sabes
cómo camina el hombre
cuando la cara se le cae
frente al espejo?

 

 

III

 
Es inútil
arrancarme los cabellos
y colgar los ojos en los alfileres

 

 

 

 

 

HANNI OSSOTT | Venezuela

(Caracas, 14 de febrero de 1946 – 31 de diciembre de 2002)

 

 

Ellos hablaron de una mano reconocible que podía traspasar
los límites de unos ojos. Ellos dictaron su sentencia de
ferocidad y al final ella pudo alcanzarlos. Su mano era la
mano de los nombres y de las asignaciones. Unos ojos que
eligen y que sitúan. Ojos forjados de la elección que limitan
los bordes y que señalan diferencias, ojos prohibidos para
el sueño y las fusiones de unas zonas en otras zonas, de un
país en países. Forjadora de la elección instauró el número y
la medida, las especies y las cualidades. Su parto fueron las
diferencias, el tiempo y la constatación.
Y sobre ellos se instauró el terror.

 
Para salvarse crearon la Eternidad y las formas trashumantes,
recordaron su primera relación con las montañas y las aguas y
supieron de un Sueño fragmentado: el instante de nombrarlas
y el instante de percibirlas que borraba todo nombre o que
suponía todos los nombres a la vez…

 

 

 

 

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