Poesía peruana: Santos Morales Aroní

Cascahuesos Editores e Ícata han publicado recientemente Urankancha, nuevo libro del poeta peruano  Santos Morales Aroní (Ayacucho, 1990). Es Abogado por la U.N San Luis Gonzaga de Ica, con maestría en la U.N. Mayor de San Marcos. Ha publicado el poemario Flor de Lluvia en 2015 y el cuentario Bajo la Lluvia en 2019. Urankancha, 2022, es su segundo libro de poemas. Es miembro del Círculo de Poesía Arawiy y Coeditor de la Editorial ícata.

 

 

 

 

Tunankancha

A mi hermano Miguel

 

El abuelo ha cosechado las mejores piedras hechas con la saliva del sol y ha musitado; “wasiyta ruwasaq”.

En su boca, amalgama de coca y toqra, irriga fortaleza. Se quita el sombrero, hace reverencia al tayta inti y besa la Pachamama, para que la casa perdure.

Al atardecer, la casa está lista a la orilla del arroyo.

El abuelo ha edificado el nido matriz en honor al sol. La lluvia le habla desde el techo con su gorjeo matutino.

La abuela, por su parte, domestica al pukupuku para tener certeza de la hora. La abuela ha domesticado el tiempo.

Ambos se asoman al río y miran sus reflejos.

Han decidido multiplicarse. Veo a mi padre ligero como chubasco, gatear y zambullirse en el pecho de la abuela buscando la vía láctea.

El abuelo ha sembrado ayrampu a un lado de la puerta. Será su cancerbero.

El pájaro árbol ha crecido, sus pequeñas hojas se alimentan de destellos. A echado como fruto granos púrpuras; papá los derrite en su boca como pequeños soles sangrantes.

Tunankancha solariega, sudor casa, sangre casa, árbol casa, wasihause.

En tu puerta, los abuelos Santos y Virginia como dos Monarcas Inkas, esperan a sus wawas mientras en tu techo fulgura la garra solitaria del relámpago.

 

 

 

 

Urankancha

 

A mi abuelo Santos Morales in memoriam.

 

Hervían ccocha yuyus en tus ríos y a las piedras de tus arroyos le crecieron alas.

 
El ayrampu orillaba tus párpados y los venados dormitaban en el bramido del wayra.

 
El rojo polvo de tu cuerpo fue sacudido por nómadas, cuyos pies gregarios arribaron a tus caderas, en busca de puka kachi.

 
El color ocre de tus mejillas, sedimentaron sus miradas. Los wamanchas y lagartijas lo nombraron “tribu de los pukas”.

 
Las primeras mujeres se alimentaron del lácteo de las estrellas. Podaron el relámpago y lo plantaron, regaban con leche de sus senos, hasta que brotaron hojas, le crecieron ramas y echaron flores y frutos. He ahí el germen de la agricultura.

 
El clan de los pukas recolectores de granos de garúa y cazadores de destellos fueron colonizadas por los bravos Chankas.

 
Los mozalbetes aprendieron afilar sus salivas y fueron reclutados al ejército. Las niñas se alimentaban del polen de las lluvias y capullos de sol, para cuando grandes engendraran guerreros capaces de tumbar al propio rayo.

 
La etnia bravía cierto día después del arco iris, fue deslumbrada por el propio Pachacutec; las orlas doradas de su manto acariciaron el color bermejo de sus entrañas.

 
El Inka con su lengua de emperador, oteando la bella planicie la nombró; Urankancha y las brevas de su corazón fueron cosechadas por el jerarca.

 

 

 

 

Diomedes Linares

 

Es un jilguero cantando en el follaje de las venas, en los peciolos del miocardio. Su arpa no es de madera, es de pedacitos de corazón, parchadas con salivas de luna nutricia. Sus cuerdas de cabuyas y relámpagos enciendes arpegios; fogata devoradora del silencio.

La lluvia esmeralda, la espera con la epidermis a flor de cosecha, escondida bajo los párpados estelares del escarabajo, anhelando que esos dedos de jilguero lo fulminen con trinos a mansalva.

Diomedes no es de este tiempo, tampoco es el héroe griego. Es de todas las granizadas, de todas las estaciones. Los pájaros anidan en las cuerdas de su arpa, los alpistes de sus dedos las nutren como quien amamanta a cometas filarmónicas.

Diomedes no es arpista,
                                    es el río Pampas,
                                                             Vilcanchos bifurcándose,
                                                                                                   es polen haciéndose pájaro.

 

 

 

 

Aroma solar.

 

A Alejandro Licas Morales.

 

Existe en la familia cierto magnetismo; esa gota de sangre que te llama como un aroma solar.

Mientras endulzamos la garganta, mi primo Alejandro ríe a carcajadas y las hebras de su risa hacen florecer violetas.

Su rostro grafica las bofetadas del tiempo.

Sus barbas castañas me recuerdan al tío Patrocinio, lo veo; aderezando las presas para la Pachamanca y condimentando sus años, aún con hierba buena creciéndole en los falanges y abejas zumbando como sangre en la tibia. Mientras la tía Victoria la mira desde una esquina, con el aliento bramando en el olivar de su caja torácica, recordando el día que zurció su corazón al tallo nacarado; justo a la hora del canto del puku puku, justo a la hora de la miel, en la puerta de Tunankancha, cuando el abuelo aún guardaba rebaños siderales en la saliva.

El tío Patrocinio se unió a la tierra para abonarla y germinar como habas bermejas, como capulí cuyos frutos rojos estallaran en los labios de su descendencia.

Con el cañazo colonizando la sangre, grita; ¡carajo, te parece al abuelo Santos! Muge, con esa energía de toro que se ha pasado la vida arando barloventos.

En Alejandro se resumen los hijos de la granizada; árboles creciendo en el iris del sol, cactus irguiéndose en el meandro de las venas.

 

 

 

 

 

 

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