Poesía española: Hasier Larretxea

Leemos poesía española. Leemos algunos textos del nuevo libro del poeta vasco Hasier Larretxea, Hijos del peligro, publicado por Candaya. Larretxea nació en Arraioz, pueblo del valle de Baztan, Navarra, en 1982. Hace años que vive en Madrid. Ha publicado los libros de poemas Hezurrezko kaiolak. Amaiurtik konstelazioak (2022; con las ilustraciones de Juan Angel Perotxena), Otro Cielo (2022), Ihes batean lausoa (2021), Quién diría, qué… (2019), Batzuen ametsak bertzeen zelai zulatuak dira (2018), Meridianos de tierra (2017), De un nuevo paisaje (2016), Niebla fronteriza (2015, reeditado en 2018), Atakak (2011) y su traducción al castellano Barreras (2013) y Azken bala/La última bala (2008). Es asimismo autor de dos libros de narrativa El lenguaje de los bosques (2018) y Larremotzetik (2014). Durante los últimos años viene realizando lecturas en diversos festivales de literatura en los que sus textos dialogan con los sonidos del deporte rural vasco (hacha, piedra, sierra), la vida rural (nueces, cencerro) y la música electrónica, simbolizando un reencuentro familiar junto a su padre Patxi (deportista rural de gran recorrido), su madre Rosario y su marido Zuri Negrín, que también lee poemas de Pop (2019) su primer libro.

www.hasierlarretxea.com

 

 

 

 

EL miedo
hizo de ti
un lugar.

Ese jardín de la infancia,
el remedio contra la ortiga,
la pugna por los territorios
delimitados con palos y plásticos
entre bosques
que no supiste atravesar
sin la luz de la luna llena
ni de las velas,
las botas de montaña
que retumbaban a tu paso
y el perfil de los souvenirs
a los que les faltaba
un brazo, una nariz o una pierna.

El rezo,
la rectitud,
la cruz resplandeciente,
el silencio como condena,
la redondez como parachoques,
la castración,
la mirada esquiva,
el sentimiento oculto,
el tacto inexistente,
el cuerpo como una masa,
un deshecho de la vergüenza,
de la desidia y la lujuria.

El habla calmada,
no querer señalar
ni sentenciar,
establecimos puentes
sin hogueras,
trazos serpenteantes,
la sonrisa como trinchera,
la luz como ofrenda,
el abrazo tendido,
el perdón,
la generosidad
que se nutre de la abundancia.

El miedo te hizo
a la semejanza
de la intensidad
de la proyección
que permitiste.

 

 

 

 

 

En memoria de Samuel Luiz
y de todas esas personas asesinadas por crímenes de odio.

 

Qué fue lo que hicimos mal.

Por qué nosotros,
la desviación,
la diferencia,
cuando qué cil es formar parte
del rebaño,
de la masa,
del silencio que otorga.

Nos tocó ser la oveja negra,
el animal descarriado,
la fiera marcada,
la algarabía que destellaba.

 

Fuimos parte del corrillo,
de las habladurías,
de las comisuras de los labios
que se torcían cuando enunciaban
un nuevo desliz,
cuando nunca han pronunciado bien
homosecsual,
y les producía urticaria nuestra sombra,
nuestros contornos,
nuestras formas.

 

Seguiremos
preguntando por qué
nos atravesó aquella estaca el corazón,
hemos palpado la soledad y el frío,
por qué la inquina,
el señalamiento,
por qué reniegan de nosotros,
o les damos miedo,
por qué el desprecio,
y la burla.

Qué hemos hecho tan mal,
luna,
que sigues iluminándonos
cuando la luz del sol no amplifica
nuestros desperfectos
bajo tu abrigo,
encontramos pechos
que nos reciben a horas intempestivas,
el abrazo infinito que calma
el dolor y el llanto
de los cuerpos arañados
por las caricias que nos desangran.

La oscuridad
nunca nos ha abandonado
al baile de las máscaras y el disfraz,
nos ha resguardado en sus noches
cuando no fuimos capaces de encontrar un rumbo
y partíamos en la búsqueda de algo a lo que amarrarnos
para apaciguar el desgarro animal,
los cuerpos convertidos en despojos,
las vidas que no brillaban
en el reflejo de los escaparates.

Rasgamos las preguntas
por todos los pasos que no llegaron a tiempo,
esas sombras difuminadas
que se desvanecieron en la bruma,
las almas infinitas
que se encontraron con caminos y precipicios
donde volaron libres y aún suena
su carcajada
liberada de cualquier nudo.

ESCRIBIMOS
como si caváramos zanjas
como si abriéramos
en surco
las entrañas,
las entonaciones,
el temblor generacional.

Como si enterráramos
jaros sin corazón,
como si sujetáramos
velas apagadas,
como si todo fuera eterno,
como si el tiempo
fuera orilla,
la realidad
redención,
como si renegar
del olvido
nos condenara a su inanición.

Escribimos
como si supiéramos
ondear las manos
cuando zarandea el viento
como si no hubiera
genealogías, altares
o parcelas que desenterrar.

Como si supiéramos
mirar de frente a la luna llena,
al devenir de signos
como si el dolor fuera único
e irremediable,
como si nosotros,
como si la medición
de la escala interna del temblor
ayudara a sanar
el dolor y el sufrimiento
sobre la tierra.

Escribimos
como si enterráramos
a los vivos,
como si enjauláramos
la dicción, sus pétalos
ávidos del agua cristalina,
como si los patios
solo fueran corrillos,
como si la expulsión
de los mausoleos de la grandeza
enriqueciera la capacidad
de nombrar, esa otra forma
de alzar este vuelo
sin alas.

Escribimos
porque no sabemos
otra forma
en la que descubrir
otro lugar
que no sea este,
el nuestro.

 

 

 

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