Poesía ecuatoriana: Margarita Laso

Leemos tres textos de la poeta ecuatoriana Margarita Laso (Quito, 1963) incluidos en El camal de los leones, publicado en 2018 por El ángel editor. Laso es cantante de música popular. En 2004 recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade.

 

 

 

 

 

 

 

 

Puna

 

me detengo en el arenal

 

ha sido un viaje largo

y el camino un témpano

 

para qué el regreso

 

el viento notable no será capturado

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ ni la extensión de la montaña

solo el pedruzco y la aspereza

 

es inhóspito el escarpado del volcán

tan cerca del glaciar  ​​ ​​ ​​ ​​​​ amor mío

cómo he podido soportar esta escarcha en el oído

el tímpano

con sus tambores bramándome en el páramo

cómo he podido

ocultar con mi mano este desierto

y aún este lobo

 

el arenal es colosal y permanente

 

nuestras huellas

desaparecen a la primera ventisca

igual que las pisadas del hielero

 

vivo aquí este frío traslúcido

donde no cabe una pelusa

que cobije la memporia

en la puna hirsuta

un hilván de viculas rojizas y doradas

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ un hilo de hervíboros nerviosos

recuerda nuestros últimos relámpagos

 

grietas inaudibles se encubren en la altura

y así minúsculos tulipanes andinos

 

la puna es un cementerio

y también el fin de un viaje

 

cruje el glaciar

 

la tumba de mi amor

en tus ojos helados

 

 

 

 

 

 

Herida de verte

 

tú pereces

son finos los linos que te envuelven

 

hojas y pellejos de las biblias

lenguas disecadas por los mares

mares que rezan y regresan

relieves de ángeles adultos

 

tú pereces

pero esas tallas bullen

unos años más

 

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ en el tiempo del tiempo

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ unos años más

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ apenas son un paso silente de tus párpados

 

pero estas tallas cantan

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ y aún ascienden en silencio

 

pereces

eres solo tus heridas

y en tus labios entreabiertos

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ un espejo tallado en un cristal del saladar

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ una hoja de sal

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ la escama de la muerte

 

la talla contiene de la talla el dolor

la luz del taller sobre el discípulo

la huella ceniza y grasa de su mano

las gubias y las yemas astilladas

otra boca entreabierta

 

tú pereces encarnado

pero aquí te tengo

vívido vivido

vivito

herida de verte

hecho de palo

 

 

 

 

 

 

Convento

 

naranja suave ilumina

las mejillas de la virgen del carmen

ella no ve el sol desde el convento

pero

copian la huída de la tarde sus mejillas

–naranja o rosa de castilla– que cabe en el cielo

 

delante del pichincha y aquí en san francisco

la plaza te recuerda

 

como la mano de la virgen leve

 

la voz que te llama

te despide

 

 

 

 

 

 

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