Poesía mexicana: Manuel Parra Aguilar

Leemos poesía mexicana. Leemos algunos poemas de Manuel Parra Aguilar (Hermosillo, 1982). Ha merecido el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

 

 

 

 

 

 

 

Manuel Parra Aguilar​​ (Hermosillo,​​ 1982).​​ Es​​ Licenciado en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Sonora y Maestro en Estudios de Arte y Literatura por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Como creador literario ha ganado, entre otros, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines; los Juegos Florales Iberoamericanos Ciudad del Carmen;​​ el XV Premio Nacional de Poesía Amado Nervo; el XII Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal;​​ y el Premio Internacional de Poesía Oliverio Girondo, organizado por la Sociedad Argentina de Escritores, SADE. Libros:​​ Los muchachos del​​ Guinness Book,​​ Permanencias, Breves, Portuaria, Pertenencias, Manual del mecánico,​​ entre otros.​​ Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

La soledad de los gigantes

 

 

 

Había gigantes en la tierra en aquellos días…

Génesis 6:4

 

y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra.

Bernal Díaz del Castillo

 

 

 

 

2.

 

Oh cálida mosca detrás de los vitrales,​​ 

con toda tu sabiduría,​​ 

aún ignoras el aroma de la mostaza del Barnum & Bailey Circus,​​ 

y el verdadero espectáculo es ese aroma.​​ 

 

Yo estuve esa tarde en la feria de Parc Sohme;​​ 

yo vi las gruesas manos de Louis Cyr​​ 

ganarle fácilmente a Edouard Beaupré en un mano a mano.​​ 

 

Hombre, con esas mismas manos Cyr sacaba a pasear a su mascota.​​ 

Hombre, con esas mismas manos Cyr espantaba las moscas del retrete.​​ 

 

Y todo fue en esa misma tarde.​​ 

 

En esa tarde bajo el cielo de Montreal las carpas del circo se marchitaban​​ 

y en la asamblea de hombres​​ 

y mujeres del Barnum & Bailey Circus,​​ 

yo fui uno más entre la muchedumbre​​ 

donde se reflejó el buen vino y el tabaco.

 

Hombre, con esas mismas manos con las cual Cyr espantaba las moscas del retrete.​​ 

Hombre, con esas mismas manos que lanzaban golpes hacia arriba.

 

 

 

 

 

 

 

 

4.

 

Yo le conozco a usted,​​ 

le dije cuando se inclinó un poco​​ 

para entrar con su carreta tirada por cabras amarillas a la estación del tren.​​ 

Puede ser que me confunda con otra persona,​​ 

porque yo soy Bud Rogan,​​ 

me contestó algo sorprendido.​​ 

Después bebió esa clase de bebida hecha a base de col y mostaza verde que se acostumbra en la​​ soul food.​​ 

Tal vez nos hayamos visto en otro momento,​​ 

le insistí acercándome un poco cuando mojaba su duro pan con​​ potlikker.​​ 

Mire usted, trabajé todo el día en mi gran carreta,​​ 

e hice un poco de aquello y esto otro.​​ 

Ya no recuerdo si estamos en primavera y si aún es 1905,​​ 

dijo alzando la voz entre el ruido predecible del tren.​​ 

Seguimos en Tennessee.​​ 

Ya pasan de las seis de la tarde​​ 

y estamos en el siglo XXI,​​ 

le dije a su sombra dispersada en la gris oscuridad.

 

 

 

 

 

 

 

 

5.

 

Todo tiene su precio, me dijo,​​ 

todo, insistió.​​ 

¿Usted recuerda aquellos ataques de risa del 4 de julio,​​ 

las noches del Barnum & Bailey Circus,​​ 

las calles anónimas? Yo​​ 

las recuerdo perfectamente,​​ 

me dijo cerca del lago que lleva su nombre.​​ 

Yo oigo la voz inédita del viento,​​ 

oigo ese sonido que hace al estrellarse con mi cuerpo,​​ 

le dije tratando de recordar las viejas lecciones:​​ 

Deuteronomio 3:11. ​​ 

 

¿Sabía que este monumento fue posible gracias a las personas que la conocieron?,​​ 

le pregunté, con la intención de que mis palabras llegaran al altísimo oído de Ella Ewing.​​ 

 

Tenían mis labios el aroma del tabaco de Missouri.

 

Mi tamaño me impidió casarme,​​ 

y la vida que yo siempre quise estuvo fuera de mi alcance, insistió.

 

Y recordé su ataúd.​​ 

Recordé la felpa blanca, el acabado elegante, octagonal.​​ 

Recordé el cortejo en Harmony Grove Church,​​ 

las dos estufas en el patio para calentar a quienes no pudieron entrar a la iglesia.​​ 

La nieve amontonada en el camino rural.​​ 

 

Deuteronomio 3:11.​​ 

 

Miré la fotografía en The Missouri State Museum,​​ 

en Jefferson City, el zapato talla 24.

Ahora puede decírmelo, Darling, ahora que para siempre tendré cuarenta años cumplidos.

Pero yo, como galán que soy, callé.​​ 

 

Yo miraba los grises límites del cielo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

maniobras

 

[…] jorobado, enano, que tenga defecto en un ojo, que tenga llagas o costras en la piel, o que tenga los testículos dañados.

Levítico 21:20

 

Miradlos, llenos de amor, ebrios de felicidad y alegría.

¡Alegría, gentiles amigos! Que ella y una fresca Primavera de amor

Acompañen vuestros corazones.

William Shakespeare​​ 

 

 

 

3.

 

“Mas primero es lo primero”,​​ 

decía Pauline Musters desde los bordes de la infancia.​​ 

“Primero es el trabajo y luego el reposar”, insistía,​​ 

y parábase a ensayar una vez más;

una y otra y otra vez más.

 

Yo tuve mi propio carillón;​​ 

lo tocaba mientras The Princess Pauline bailaba sobre un pie.​​ 

No hace mucho tiempo atrás viví bajo los puentes de Nueva York​​ 

y hoy soy feliz cuando recuerdo ver bailar a The Princess Pauline,​​ 

tal como esos abetos movidos por el viento.

 

“Mas primero es lo primero”, decía,​​ 

y parábase a ensayar su baile sin hacer la digestión del​​ Bitterballen.

 

Lo sé, lo sé.​​ 

 

Nuestra ambición era muy grande y Nueva York entonces era demasiado pequeña.

 

Lo sé, lo sé.

 

Yo toqué para The Princess Pauline esa noche de 1895,​​ 

esa terrible noche cuando The Princess Pauline creyó ver el rostro de Dios bajo un puente,​​ 

pero resultó ser un afiche publicitario de su propio espectáculo.

 

“Primero es lo primero”, decía bajo esa muda sonrisa que aún guardo en mi pupila;​​ 

“primero es lo primero”, repetía, antes de comenzar su actuación.

 

Desde aquellos años a la fecha,​​ 

el suelo que ella pisó se halla gastado de tanta acrobacia​​ 

y por más que lo intento a mi sombra de amor no la he podido encontrar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

7.

 

Recuerdo que la pequeña Lavinia Warren​​ 

pensaba que su nombre era el nombre de las alas de la luna.

–Pero no soy como tú –decía la pequeña Lavi–, me gustan mis hobbies–

y decía que nada podía hacer por el nombre Lavinia.

 

“Pero no soy como tú”, oíamos ese zumbido detrás del set de filmación…​​ 

era la voz de la pequeña Lavi, atada a la tierra;​​ 

la pequeña Lavi que pensó que su nombre​​ 

debió ser el origen de esas pecas que se forman en la piel con el paso del tiempo.​​ 

 

Encerrada en este tema,​​ 

la pequeña Lavi pensó una vez más que los gigantes vivirían felices en la tierra.​​ 

Y una vez más la pequeña Lavi pensó​​ 

que encontraría ese lugar a donde los gigantes pudieran oír su voz sin necesidad de inclinarse.​​ 

–Eso significa poco, Miss. Warren.

“Pero no soy como tú.”

 

 

 

 

 

 

 

 

12.

 

Vámonos por las calles oblicuas del pueblo,​​ 

vayámonos entre las casas laterales del set.​​ 

A decir verdad, a nadie le importa. ​​ 

Atrás dejamos los paisajes que se disuelven en cortinas verdes,​​ 

atrás dejamos reptiles imaginarios que nos dejaron absortos, las oscuras aves que se hunden en el cielo

y cabezas sujetadas por el pelo en soledades de ocasión.​​ 

 

Tyrion Lannister, espero algún día no ser ese que ahora eres. ​​ 

 

¿Qué puede decirnos un​​ Emmy​​ Award​​ que no nos haya impresionado?​​ 

 

La misma trama interminable de este juego de tronos nos indica que sigamos,​​ 

que avancemos por el camino que no ha sido cruzado en años.​​ 

Las ramas artificiales ceden a nuestro pie,​​ 

se repliegan al sonido de la orquesta de Ramin Djawadi​​ 

y en ello hay una sensación de vacío que ninguna ley humana podrá cambiar.

Ven, acompáñanos a escuchar el límpido sonido del viento.​​ 

Ven, acompáñanos a mirar sin saber qué observar.

 

*Los poemas aquí presentados pertenecen al libro​​ Los muchachos del​​ Guinness Book

 

 

 

 

 

 

También puedes leer