Mónica Zepeda, Mención de Honor en el Premio Ana María Iza

Mónica Zepeda (1987), con el poemario Tiricia recibió la Tercera Mención del Premio Internacional de Poesía escrita por mujeres “Ana María Iza 2024”. Leemos aquí algunos de sus poemas.

 

 

 

 

 

 

Mónica Zepeda​​ (San​​ Cristóbal​​ de Las Casas, Chiapas, México, 1987). Licenciada en Literatura y​​ Creación​​ Literaria por Casa Lamm.​​ Meta-NLP Master Practitioner por The International Society of Neuro-Semantics.​​ Es autora de​​ Si miento sobre el abismo - If I lie About the Abyss​​ (2014; Nueva York Poetry Press, Estados Unidos,​​ 2024) y​​ Las arrugas de mi infancia​​ (Coneculta Chiapas, México, 2020; Ediciones El Pez Soluble, El Salvador, 2023). Ha participado en festivales de​​ poesía​​ nacionales e internacionales como​​ Jornadas Pellicerianas 2022, The Americas Poetry Festival of New York 2022, Encuentro Internacional de​​ Poesía​​ en Paralelo Cero 2023 y el 34º Festival Internacional de Poesía en Medellín 2024.​​ Parte de su obra​​ poética​​ ha sido traducida al polaco,​​ inglés,​​ italiano y portugués e incluida en diversas​​ antologías. Poemas suyos también han sido publicados en reconocidos medios impresos y​​ electrónicos​​ de​​ México,​​ España, Honduras, Guatemala,​​ Perú,​​ Bolivia, Colombia, Chile, Estados Unidos, Italia, Puerto Rico, El Salvador, Ecuador, Brasil, Argentina y Venezuela. Con el poemario​​ Tiricia​​ recibió la Tercera Mención del Premio Internacional de Poesía escrita por mujeres “Ana María Iza 2024”.

 

 

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El náufrago que a su horizonte rema

 

Quiero navegar no a la playa ni a los muelles.

Navegar, por así decirlo, al origen manso, póstumo del pretérito,

desde el alba hasta la hora en que la sed agota el día.

El faro del ocaso se atenúa en lontananza y llora.

Quiero navegar no a la playa ni a los muelles.

Del rostro hacia el espejo hay un periplo.

Ese único horizonte es el náufrago a quien busco.

Es el náufrago que a la intemperie de su amparo soy.

Su musgo cobijó los astros y las rocas.

Cómo no hundir mis remos en su ausencia.

Quiero navegar no a la playa ni a los muelles.

Soñar que no me ahogo. Clamar que estoy a salvo.

Engañarme. Morder, uno a uno, sus anzuelos sonrosados.

Y mi brazada se aferra a la ola como la saeta al tiempo.

Que mis labios ya no beban de sus senos, qué importa.

Mi hambre en altamar pide auxilio al menguante de la luna.

No hay más. Aquí dentro la nostalgia sigue viva. Aquí dentro.

Nuestras manos izaban las promesas y las sábanas

a veces en penumbra, pero siempre en el amor.

El golfo donde el suicida abre la boca se estremece.

Loable, incluso animoso, contiene la ráfaga, la respiración.

Ninguno de nosotros atracó el destino ante las previsiones del temporal.

El mismo origen quite el corcho, rescate el mensaje de la botella.

El invierno nos brinde paz, ilusorio alivio, resignación.

Fluyamos con su copla de nodriza blanca cantando la vida.

O marchitémonos, primavera, de una vez y mejor.

Es momento de creer que es momento de crear un momento nuevo.

Los siglos, ah, los siglos no perduran lo que una lágrima en soledad.

Fluyamos con su adagio de sonata primitiva aunque sea en silencio.

Sé que antes del fin de mi semblante alegre su inmensidad me sonrió.

Porque ese único horizonte es el náufrago a quien busco,

nuestras manos izaban las promesas y las sábanas

a veces en penumbra, pero siempre en el amor.

Si mañana este oleaje aún no retorna ni se espuma entre sus pies,

recuérdenle al oído que el faro del ocaso extinto en su memoria era yo.

 

 

 

 

 

 

 

Sin llamarle exilio al porvenir

 

Cómo escribo llave sin que tiemble el pulso en la vocal abierta,

sin que sea un sepulcro la mudanza, sin llamarle exilio al porvenir.

Cómo se pronuncia vida sin que suene a plazo o hipoteca​​ 

ni el salero entre las manos suene a trueque y trueque

aún el mercader un horizonte de palomas por alpiste.

Cómo es que una llave me despierta la sazón y el apetito,

y cuando parece que la voz se nubla nunca llueve

y se empecina el llanto en sutilezas, en resbalar por las mejillas,

en barrer tras sacudirse el hombro, en torcer los labios

al fruncir el ceño. Por eso me pregunto cómo escribo llave.

Porque el polvo en mí entra y entra. Con qué sigilo.

Con su navaja de amago y puño promete calma, breve estertor.

Y en vez de abrirle las venas a este sofoco, preferiría no sé.

Qué sé yo si uno no sabe. Cuando la esperanza cierra el féretro,

uno sólo imagina dulcísimos mares tibios y contiene la respiración.

 

 

 

 

 

 

 

Marea en llamas

 

[1]

 

Mientras un barquito de papel navega por tus venas, te tiendes bajo el sol de aquel dibujo de tu infancia. Y, sí, hay un sosiego. Hay una rabia. A lo lejos, se mece el rocío sobre la hierba; el viento, acostumbrado a leer, pasa una a una las hojas del bosque, subraya las tardes de una marea adulta, otras veces en llamas, adolescente. De pronto, al observarte, recuerdo que también estuve ahí, dándole a mi​​ yo​​ la espalda.​​ 

 

 

 

 

 

 

 

[2]

 

Intento averiguar para qué, pero de eso no recuerdo mucho. Lo que sí tengo presente es que el fuego se parece a la humedad, se infiltra y se expande poquito a poco en las grietas de la tierra, en el sofoco del aire, en las burbujas del agua. De otra forma, ninguna marea ardiendo habría desembocado en mis ojos, ninguna habría sido leño para inundar ni mi muelle ni mis remos ni mi oleaje. Pero a ti, en total quietud, no te quema el sol hecho de crayola y acuarela. Lo que te consume, sin prisa, es la rabia.

 

 

 

 

 

 

 

[3]

 

Antes, además de mí, alguien atesoraba el sosiego de su rabia. “Por aquí debe estar”, se repetía, “por aquí debe estar”. Y yo pienso que sí, que tenía razón, porque lo que aún no se ha dado por perdido siempre está en algún lugar. Comienza dando vueltas en la memoria, esa imaginación de antaño que intuye con certeza lo que​​ hubiera sido​​ y esconde en un ropero viejo la humedad.

 

 

 

 

 

 

 

[4]

 

Comienza simplemente por buscar, qué sé yo, tumbas dentro de los párpados, amapolas y retornos en las carreteras para volver, sin desviarse del olvido, a un territorio que no existe más en este mundo. Así comienza. Me lo dijo mi abuela, quiero pensar que me lo dijo ella: “Dondequiera que uno llore, brota el alivio. Cuando ya no tengas ganas ni siquiera de morirte, ponte a buscar. Busca, aunque no te falte nada. Una vez que busques, te va a faltar. En cada recoveco de ti, te va a faltar. Y al ver que no lo encuentras, recuperarás un cachito de lo inmenso y vas a ver también que, por lo menos, te darán ganas de chillar”.

 

 

 

 

 

 

 

[5]

 

Ahora estoy aquí, en ti, sintiendo que las lágrimas se deben orear antes de sumergirlas de nuevo en un baúl donde el tesoro son piedras de un sendero de diamantina y caracolitos de cristal. Estoy, pues, rescatando de un ropero,​​ el sol bajo el cual te tumbas, antes de que pueda corroer todos los barquitos de papel esta humedad.

 

 

 

 

 

 

 

[6]

 

Unos pasos. Dando unos pasos sobre la arena, voy a desaparecer junto con el ocaso. No me preguntaré entonces y de nuevo para qué. ¿Para qué se le da vida a lo extraviado? Por ahora, entro, entro al mar, sigo entrando al hambre de su fuego. Intento averiguar, Tiricia. Y, sí, hay tiempo. Hay demasiada sal. Aún no me devora. Quizás dé con lo profundo de su esencia unos pasos más adelante, más allá.

 

 

 

 

 

Librería

También puedes leer