Sobre la desproporción. Texto de Tony Hoagland

Carmen Anabel Aparicio Casarrubias y Ariadna Eloisa García Vigil traducen un texto del poeta y ensayista norteamericano Tony Hoagland (1953-2018) en el que reflexiona sobre la tensión mesura-desproporción en la escritura de un poema. Hoagland es autor de libros de reflexión poética como Real Sofistikashun: Essays on Poetry and Craft, Twenty Poems That Could Save America and Other Essays o The Art of Voice: Poetic Principles and Practice.

 

 

 

 

Sobre la desproporción

 

A efectos de generalización, el mundo de los poemas podría dividirse en dos grandes bandos: el poema de factura clásica, bien educado y bien​​ hecho, y el poema deforme, desigual, alocado y subversivo. Por supuesto, la mayoría de los poemas no pertenecen exclusivamente a ninguna de las dos categorías: no son demócratas ni republicanos; no llevan camisetas con la A de apolíneo ni la D de dionisíaco. Todo buen poema es un acto de domesticación de lo salvaje o de salvajismo de lo domesticado. Incluso el poema más​​ artificioso​​ mantiene ciertas energías opuestas en equilibrio dinámico y bulle por el esfuerzo. Del mismo modo, los poemas admirables por​​ heterodoxos​​ poseen obviamente cualidades de integridad y unidad, de proporción, que los hacen reconocibles como poemas.

Sin embargo, la proporción es una de esas varas de medir estéticas que definen al poeta: el apetito por la perfección formal está reñido con el apetito por perder el control. Este ensayo quiere defender la indulgencia consciente en los efectos estilísticos y la indulgencia de los impulsos inconscientes que se producen en nuestra escritura, incluso cuando tales indulgencias distorsionan el "envoltorio" del poema.

Cuando exploramos la literatura de la innovación y la distorsión, la relación entre la forma y la deformación, descubrimos que la forma y el valor están perennemente asociados. Tales tendencias proscriptivas son visibles en el consejo de Horacio en​​ El arte de la poesía:

 

Si un pintor decidiera colocar una cabeza humana sobre el cuello y las espaldas de un caballo, reunir miembros de todos los animales y vestirlos con plumas de toda clase de pájaros, y hacer que lo que en la parte superior era una hermosa mujer tuviera un feo final en la cola de un pez negro, cuando os admitieran para ver su cuadro, ¿os abstendríais de reír, mis buenos amigos? …, un cuadro en el que, como en los sueños de un enfermo, las imágenes sean imposibles, en el sentido de que no haya dos partes​​ que se correspondan con un todo..., esta libertad [imaginativa] (no significa) que el salvaje deba aparearse con el manso, que las serpientes deban emparejarse con los pájaros, o los corderos con los tigres.

 

Cuando Horacio publica su manifiesto​​ respecto a​​ lo que se debe y no se debe hacer, observamos que su lealtad pertenece a un poema más bien naturalista, un poema algo realista, mimético. También observamos que su técnica persuasiva es social: nos amenaza con el ridículo. Al arte fantástico que critica, le asigna perversidad e insalubridad; es​​ como los sueños de un enfermo. Y qué decir de la abundante y grotesca imaginería mitológica que proporciona sus ejemplos negativos: sirenas, grifos, serpientes voladoras.​​ Pero a Horacio, al propio Horacio,​​ le gusta el arte que armoniza y subordina las partes a un todo; el arte que​​ se​​ mantiene​​ en​​ las cosas o​​ que​​ las​​ pone​​ en perspectiva. Horacio era un poeta excepcionalmente cuerdo.​​ Si queremos ver plasmados sus ideales artísticos, podríamos estudiar uno de sus propios poemas,​​ Rectius Vives​​ (“Vive con rectitud”):

 

 

Más rectamente vivirás, Licinio,

si no navegas siempre por alta mar,

ni, mientras cauto temes las tormentas,

costeas el abrupto litoral.

Todo el que ama una áurea medianía

carece, libre de temor, de la miseria

de un techo vulgar; carece también,

sobrio, de un palacio envidiable.

Con más violencia azota el viento

los pinos de mayor tamaño,

y las torres más altas caen

con mayor caída, y los rayos

hieren las cumbres de los montes.

Espera en la adversidad, y en la

felicidad otra suerte teme,

el pecho bien dispuesto.

Es Júpiter quien trae

los helados inviernos,

y es él quien los aleja.

No porque hoy vayan mal las cosas

sucederá así siempre:

Apolo a veces hace despertar

con su cítara a la callada Musa;

no está siempre tensando el arco.

Muéstrate fuerte y animoso

en los aprietos y estrecheces;

y, de igual modo, cuando un viento

demasiado propicio hincha tus velas,

recógelas prudentemente. 

 

(Traducción de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar)

 

 

Realmente, es notable, leyendo este poema-ensayo escrito hace veinte siglos, observar lo persistentes que han sido ciertas expectativas sobre la poesía. El nivel poético de muchos poetas contemporáneos es muy congruente con el modelo de Horacio. Tanto en medios como en tema,​​ Rectius Vives​​ es de proporciones clásicas. Al tratarse de un poema sobre el mantenimiento del ingenio en medio de circunstancias cambiantes, los materiales concretos del poema están constantemente guiados y supervisados por su propia tesis, reiterada con regularidad:​​ el camino del medio es el mejor, prepárate. Como buen ensayo, el poema construye su caso, como un sándwich, con varias capas de afirmaciones e ilustraciones. El poema alcanza su​​ profundidad, su tercera dimensión, a medida que el ojo del lector se dirige hacia delante y hacia atrás entre los niveles de lo​​ universal y lo particular. Las imágenes, extraídas principalmente de la meteorología y la navegación, son coherentes en naturaleza y grado, tipo y escala. Estas figuras hacen una breve digresión, pero siempre relevante. El poema nunca​​ se ciñe a sus detalles ni se detiene en ellos, sino que avanza a un ritmo constante. Formal, pero fluido, retórico, pero conversacional, el estilo en sí es un modelo de templanza.

He aquí otro ejemplo, más contemporáneo, de poema bien proporcionado, la “Pastoral” de William Carlos Williams:

 

 

The little sparrows​​ 

hop ingenuously​​ 

about the pavement​​ 

quarreling​​ 

with sharp voices​​ 

over those things​​ 

that interest them.​​ 

But we who are wiser​​ 

shut ourselves in​​ 

on either hand​​ 

and no one knows​​ 

whether we think good​​ 

or evil.

Meanwhile,​​ 

the old man who goes about​​ 

gathering dog-lime​​ 

walks in the gutter​​ 

without looking up​​ 

and his tread​​ 

is more majestic than​​ 

that of the Episcopal minister​​ 

approaching the pulpit​​ 

of a Sunday.

These things​​ 

astonish me beyond words.

 

 

Las convenciones de este poema parecen todas de Williams, de numerosas maneras: en su método descriptivo, en su celebración (y canonización) de los ordinarios poco poéticos del cal de perro y el gorrión. El estilo tiene una llaneza y una franqueza atractivas que parecen abiertas y americanas, un estilo que es en sí mismo ejemplar​​ respecto a​​ su mensaje. A pesar de su aparente espontaneidad y franqueza, el poema de Williams, como el de Horacio, es didáctico en su intención y argumentativo en su estructura. Y, a pesar de su espíritu de subversión democrática, sus proporciones poéticas podrían calificarse de arquitectónicas y conservadoras. Es una preocupación formal, no mimética, por la proporción la que concede a cada personaje del poema un número de versos aproximadamente igual: se describen comparativamente dos pares de ejemplos para ilustrar la tesis de que los pájaros son superiores a las personas y los recolectores de cal de perro más nobles que los ministros episcopales. El poema tiene economía y equilibrio; numéricamente, el número de versos y palabras asignados a cada​​ marco​​ del poema concuerda con la jerarquía conceptual avalada por el poema: siete versos para los gorriones; seis para los humanos; recolectores de cal de perro seis; ministros, tres.

Las tres secciones del poema son básicamente iguales en peso conceptual y lingüístico; el poema mantiene una distancia coherente con su escenario y su tema. Es simétrico, claro. Aunque el paisaje suburbano, yuxtapuesto al título del poema, declara que se trata de una revisión de la pastoral tradicional, el título del poema declara, no obstante, su conciencia de su herencia literaria y formal. Su paternidad, al igual que su equilibrio formal, es clara.

Creo que este tipo de poema -el poema-ensayo- refleja muchas de las expectativas que solemos tener de los poemas, tanto si los leemos como si los escribimos. Estamos entrenados para esperar proporción en el arte verbal, y hay razones por las que respondemos a ella.

Oscar Wilde, en su ensayo​​ “La decadencia de la mentira”, tiene cosas interesantes que decir sobre la proporción y sobre el origen de nuestra profunda hambre de orden y escala:

 

¡Disfrutar de la naturaleza! Me alegra decir que he perdido por completo esa facultad... Lo que el arte nos revela en realidad es la falta de diseño de la naturaleza, su curiosa crudeza, su extraordinaria monotonía, su condición absolutamente inacabada... Si la naturaleza hubiera sido cómoda, la humanidad nunca habría inventado la arquitectura, y yo prefiero las casas al aire libre. En una casa todos sentimos las proporciones adecuadas. Todo está subordinado a nosotros... El propio egoísmo, tan necesario para un sentido adecuado de la dignidad humana, es totalmente el resultado de la vida en interiores.

 

El elogio que Wilde hace de la vivienda, que es también su elogio del arte, implica que hacer arte es una cuestión de edición y orden. Aunque admite que ese orden puede ser ilusorio, no le importa. Es más franco que la mayoría de los artistas sobre el impulso del ego que se esconde tras la creación y la necesidad de hacer que el ego se sienta seguro. El objetivo, tal y como él lo presenta, es la seguridad; el método para alcanzarla es la subordinación: subordinación, por ejemplo, de la ilustración al concepto. Del mismo modo, en un poema limpio y bien iluminado, podríamos suponer que el uso del lenguaje figurado se racionaría cuidadosamente; del mismo modo, se eliminarían los detalles superfluos. Control, control. Desde el punto de vista psicológico, la palabra​​ represión​​ podría ser adecuada en este caso.

 

Puede sonar como un duro resumen de la agenda de la proporción, pero la mayoría de nosotros la hemos interiorizado de todos modos. Revelamos la presencia de tales prejuicios cuando decimos que un poema debe ser​​ económico​​ y​​ eficiente, o cuando aplicamos la terminología comercial al arte: vamos al taller, no a la ludoteca, donde decidimos si un poema merece o no nuestra atención. Un poema de verdad hace su​​ trabajo​​ sin cotidianidades ni distracciones. Pero, por supuesto, el control también tiene un​​ precio: a menudo se consigue a expensas del descubrimiento y la espontaneidad.

 

¿Qué es el arte que no subordina las partes al todo, o al yo,​​ y​​ ofrece​​ aún​​ perspectiva? Ese arte podría denominarse​​ insubordinado, y es una variedad de insubordinaciones a la que deseo dirigirme y admirar.

 

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