Pedro Derrant (CDMX, 1994). Poeta, editor, investigador. Medalla Gabino Barreda (2016). Miembro fundador del Seminario de Estudios Lopezvelardeanos. Catábasis (Summa, 2023) es su primer libro de poesía. Ha publicado en Nexos, Paraíso. Revista de poesía, Ærea, Distrópika, entre otros.
***
Aristófanes recapacita en la sobremesa
«Tal vez sea cierto que estamos partidos
por la mitad,
que antes
que amaneciera el mundo fuimos otros. Tal vez
sea cierto que algo vino luego, un rayo,
una espada afiladísima, algo,
la discordia, tal vez.
Amasijo de tierra empapada en sangre: nosotros.
Uno y otro, huérfanos ventrículos
que buscan. Tal vez,
si esto es cierto,
te he encontrado.
Estamos al final de los banquetes,
pero, entonces, ¿por qué la sed?
Tal vez, sí, tal vez
el encuentro no sea
como entre el agua y la boca en avidez abierta,
entre el reposo y los miembros abatidos del cansancio.
Tal vez sea más
como el hueco que se forma en el dedo herido por la espina,
el tajo del relámpago en el tronco en dos partido,
quizás,
como el cerebro atravesado por la duda.
Tal vez no somos el corte,
sino la sangre que brota;
tal vez no los fragmentos del hueso fracturado,
sino el grito;
tal vez no la carne exiliada por el parto,
sino la muerte que han depositado en nuestras manos.»
Inédito
Primer discurso contra la memoria
Sebastián, las hojas
que encontraste en los cajones de tu cuarto,
las personas
que se agazapan al fondo de tus ojos
—aunque son inventos tuyos
o rescoldos
del tiempo,
que toda la verdad consume y a su paso
no deja sino un rastro de mentiras—,
regresan a perseguirte,
ahora, que por fin descansabas.
Sebastián, quisiera
que la memoria fuera diferente, que el pasado
no volviera con un látigo en la mano
y que, conforme andamos,
el camino
se borrara.
De esa forma, Sebastián, no tendrías
esas ganas de sólo ver cómo la lluvia
se holocausta en el cristal de tu ventana,
ni llevarías una palabra atorada en el pecho,
ni la cara a cuestas,
como si te pesara.
De esa forma,
Sebastián,
el mundo
sería a cada instante un nuevo mundo;
y todas las aves perderían sus nombres;
y el cielo en tu azotea no sería
más que un indescifrable azul milagro;
y el Ajusco,
a lo lejos,
parecería
un dios desconocido y bueno
al que adoras en silencio con los ojos;
y las palabras, Sebastián, resultarían
extranjeras y del todo innecesarias.
De esa forma,
Sebastián, en la mañana
una mirada tuya
sería
el origen luminoso de todo lo que veo.
Catábasis (Summa, 2023)
Catábasis
Descender, descender, descender
como es costumbre:
descender
de la fruta a la raíz, de
la cabeza a los genitales,
descender hasta el fondo de la tierra.
Y dentro de la tierra hallar
una habitación hinchada en rojo;
y dentro del rojo, una bañera;
y dentro de la bañera, un agua
en la que late un palpitar de orígenes
(es decir,
en la que lucha inquieto un par de amantes:
gemelos en el vientre de la muerte).
Fue el Demonio quien me trajo aquí, declaro,
el Demonio encubierto en nombre de ángel
—para que no se traicione la costumbre—.
Y fue el Demonio quien me dijo “el limo
que te espera en el fondo de los ríos
es la tierra más fértil de la tierra”.
Y fue el Demonio quien me dijo “el lema
de la alquimia
recomienda
visitar
el interior de la tierra:
ahí,
si rectificas,
podrás hallar la piedra oculta”.
Y yo, que tengo un nombre
de piedra puesta en la corriente helada
de un río, piedra
descendida
hasta el fondo del limo
y con la piel labrada en siglos,
(yo: Pedro: un hombre: piedra)
yo quise descender por si encontraba
mi reflejo en el reverso de las aguas.
Mas sólo hallé cristal de roca,
espejo en que me miro desde entonces.
Al fin, el que desciende siempre vuelve
su rostro con nostalgia para arriba,
a la superficie que ha dejado.
Y, luego, cuando vuelve a ella,
cuando asciende
—porque la vida es eso:
un ir de arribabajo—
no puede evitar que su mirada vuelva.
Tanto el poder mirar en mí pudiera,
que sólo por mirarte te perdiera;
pues si perdiera la ocasión de verte,
perderte fuera así, por no perderte.
Eurídice,
Orfeo,
amantes descendidos:
somos
una raza que le da la espalda a todo
—menos, aunque suene a paradoja,
a aquello que tenemos tras nosotros:
el pasado. Ya lo saben:
el pasado siempre puebla nuestros ojos—.
Y de ese apenas ver y siempre atrás hacemos
jirones negro sobre blanco, trazos
que ni siquiera alcanzan a llenar el margen,
y nunca alcanzan a decir lo que queremos.
Si pudiéramos
decir en realidad lo que queremos
el lenguaje entero no sería más que una sílaba
sin inflexiones,
suspendida en la punta de la lengua:
un gemido,
a veces amatorio, a veces fúnebre
que dijera, según la conveniencia,
“te odio”, “quédate”
o “te veré, mi amor, por la mañana”.
Y no habría palabra piedra,
ni la piedra sería metáfora de lo que sin remedio no tenemos,
porque no importaría la pérdida.
Toda carencia es lingüística, ¿sabes?
Hubiéramos sido sólo
dos cuerpos
abrazados por el agua
y en un silencio de orígenes:
un par de amantes sin palabras,
sin muerte, descendidos, para siempre
quietos.
De Catábasis (Summa, 2023)
En lo que pienso mientras cuelgo un cuadro
Para Rolando Kattán, que lleva un mapa alrededor del cuello
Te habría regalado un mapa enmarcado que colgaras en la sala,
si hubiéramos tenido tiempo
te habría regalado un mapa
de la Ciudad de México, intervenido en dos colores:
en amarillo hubiera recorrido
de Bellas Artes a Ámsterdam
—donde cayeron
los muros que llevaban nuestros nombres—;
y en rojo el resto del camino, hasta tu apartamento,
como para mostrar que la fatalidad nos recorría enteros:
de la boca a la planta
de los pies. Yo cojeaba
aque-
lla no-
che,
¿recuerdas?
Te habría regalado un mapa enmarcado que colgaras en la sala,
para que la gente preguntara en qué camino se obstinaban los colores,
y hubiéramos podido contar una historia o,
mejor aún,
quedarnos callados y decir con eso:
a) que a fin de cuentas una noche no hay quién la cuente, aunque una y otra vez, hasta el cansancio, la contemos;
b) que quien no atraviesa a un solo pie los kilómetros que van de Bellas Artes a tu apartamento, en medio del invierno, olvidado del dolor y de la muerte, no puede recobrar lo que un mapa así señala;
c) que tal vez el amor sea recorrer la noche lastimado,
pero no solo.
in girum imus nocte
et consumimur igni
giramos en el medio de la noche
y somos consumidos por el fuego
Ojalá hubiera pensado antes en esto.
Te habría regalado un mapa enmarcado que colgaras en la sala;
ahora, esas líneas serían una herida enorme y sin sentido
(tac: un clavo en la pared)
sobre la piel de un mapa.
Inédito
Leyendo Guerra y paz
(24 de febrero de 2022)
Termina la batalla, suena
el último descargo de la pólvora,
¿lo escucha
alguien,
alguien
lo registra?
¿Termina la batalla si nadie sabe que ha sonado
el último disparo? ¿Empieza
la batalla si nadie sabe
poner el dedo en el instante exacto
que las armas desgarran el silencio?
¿Y los ecos que atraviesan nuestros años?
¿Y los hijos
de esta batalla,
que, aunque alguien diga que hace tiempo ha terminado,
late viva en el pecho de los muertos?
¿Ha empezado en serio la batalla
o es la misma que una y otra vez renace,
dormida solamente entre uno y otro asalto?
¿Alguna vez terminará esta guerra?
Inédito