Si el río abriese los ojos: Antología de la continuidad. Es una selección que reúne voces de poetas venezolanos nacidos a partir de 1990. La muestra nos invita a reflexionar acerca de las diversas identidades que se presentan en la poesía actual venezolana. La escogencia del título rinde homenaje a dos voces que dejaron una huella fundamental en el panorama más reciente de la vida literaria del país: César Panza, con su verso Si el río abriese los ojos qué viera, y Caneo Arguinzones cuando dice que Haber retrocedido al abismo ha convertido la continuidad / en una festiva alabanza. César nos devuelve la pregunta de la identidad sin pretender abrirnos los ojos, sino buscando que habitemos con él la pregunta; defiende lo auténtico mientras nos habla de la impermanencia. Caneo plantea una vivencia corporal que enfrenta a la muerte, pero que, en un detenerse, busca la continuidad de la vida como una “festiva alabanza”. Estos autores y referentes, por siempre jóvenes, son voces desenfadadas, discontinuas, navegantes de lo incierto en el río identitario, vitales, como las que presentamos a continuación.
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Yéiber Román (Caracas, Venezuela, 1996) es Técnico Superior Universitario en Tecnología Electrónica de la Universidad Simón Bolívar (USB). Autor de Los futuros náufragos (Fundación La Poeteca, 2018). Ganador del Concurso de Poesía Iraset Páez Urdaneta (2016) y del Concurso de Cuentos José Santos Urriola (2017), ambos de la USB. Mención honorífica y finalista en la V y VI edición, respectivamente, del Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas (2020 y 2021), además de finalista y segundo lugar, respectivamente, del Premio de Cuento Julio Garmendia para Jóvenes Autores de la Policlínica Metropolitana (2022 y 2023). Textos suyos se pueden encontrar en Revista Casapaís, Latin American Literature Today, Prodavinci, Letralia, Revista POESÍA (Universidad de Carabobo), La Vida de Nos y diversas antologías.
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Aquí descansamos todos.
Nos amputaron el espíritu
mientras parecíamos estar dormidos.
Veíamos lo que acontecía.
Nadie alzó la voz.
De repente nos vimos boca arriba
en el asfalto,
y la maldad personificada,
llevando en brazos su arma,
se retiraba.
Supimos que ya era muy tarde.
Desgaste
No, madre.
Hay miedos que no se curan
después de los veinte
ni después de los treinta,
como ver las suelas estropeadas;
como el temor a escuchar
bajo pisadas lentas
cómo crujen los cuerpos
de lo que alguna vez fueron abejas.
Aún desconozco lo que haré
con tantas alas escondidas
en las grietas de lona.
Lo que está en aquellas fotos viejas
ahora no es más que cenizas
bañando mis pies.
He cambiado de callejones
pero nunca de zapatos.
Fueron tantos remiendos,
madre, tantos, para nada.
Tanta tela de otras vidas
puesta bajo mis tobillos
para terminar en un rincón.
Tanto vals siendo muchacho
y sentirme inválido.
Zapatos que huelen
a tierra de campus
a punto de ser escombros,
a latas de Coca-Cola pateadas
después de clases.
Hay un libro de recuerdos
escondido en unas trenzas sucias
y en velcros que ya no aprietan.
No hallo la raíz
de esta nostalgia que punza,
de esta pena hecha ampollas.
Perdóname por volver
a esta casa así,
con estos zapatos desgastados.
Te imploro ayuda.
Mis pies no paran de sangrar.
No sé cómo hacer las suturas.
Ayúdame a encontrar el camino.
Enséñame de nuevo
cómo subir las escaleras.
Ayúdame, madre, una vez más,
a ponerme los zapatos.
Pregunta Mami (o Bendición)
Pregunta Mami cuánto pesa la verdad. / Pregunta si ya guardaste algo de dinero / en las medias. Si ya guardaste / un pedacito de mi lengua / para que gritemos los dos. / Si justo aquel vecino lo habrá visto salir.
Pregunta cuánto tiempo se demora la verdad.
Pregunta por qué él no llega / otra vez.
Pregunta dónde puede buscarlo / como pasó diez años atrás.
Pregunta si esta vez la verdad valdrá la pena.
Pregunta en la cárcel; / no, en aquella otra cárcel; quizás está en el hospital (¡amén!); mejor vaya donde… ya sabes.
Pregunta / si el pago por la verdad / es un cordón umbilical.
Pregunta si la bendición que dio en la mañana / servirá de amparo.
Pregunta Mami si ver su rostro tiene un precio, / si la esperanza ahora es un recuadro en una lista, / si la verdad pesa sesenta y ocho kilos sobre el pavimento.
El desierto en las entrañas
Escribir en segunda persona es la forma más acabada de soledad.
Adalber Salas Hernández
Bastó una foto tuya para sentir mi cuerpo deshabitado.
Vi rasgos extranjeros en tu rostro.
Raros surcos nacieron de forma repentina.
Creí escuchar tu voz con un léxico ajeno.
Supe que no te reflejarías más en mis pupilas.
Esta casa quería tenerte aprisionada.
Esta casa no concuerda con tu ser.
Tal vez no respires vigor y sólo aparentes hacerlo
–ruego a Dios estar equivocado.
Te volviste fantasma especial:
en vez de miedo das regocijo.
Siempre deambulas en esta casa
donde ya nadie ríe
y tal vez nadie ría más.
Quedan unas cuantas memorias
mudándose a un cuarto de antigüedades
en un edificio abandonado.
Ver tu cuerpo estático en digital,
único remedio contra tu ausencia,
es una flagelación.
Rememoro las golpizas que la cobardía me dio;
cómo, ante ti, mi lengua perdió todas las palabras.
Nunca luché por defenderme.
Ahora vivo los resultados:
mi cuerpo es muy grande para este desierto llamado «alma».
Se encoge al verte más feliz
en un sitio tan remoto.
Palabras escondidas por mi timidez no llegarán a tus oídos.
Sólo queda una solución:
golpear mi pecho todo un siglo
(eso no bastará como redención).
Temo
A Armando Rojas Guardia
Tengo miedo de quedarme solo en bares solos.
Jesús Montoya
Temo reducirme a una palabra mustia.
Deseo huellas en mis dedos; no sollozos de letras.
Me invade el miedo al derramarse el río del volcán.
Impide a mis ojos contemplar la luz.
Ahora todo es humo espeso;
todo es blanco y negro.
No sé cómo apagar ese volcán dentro de mí.
No sé evitar la conversión de mi sangre en lava.
Rehúyo a las radiografías,
pues temo no ver el esqueleto de un ser en cautiverio
sino las cenizas de un caligrama.
A veces temo a la poesía,
pues ella persiste en fijar mi futuro:
transformarme en ánima,
y a los versos, en ruegos por la salvación;
por el fin de la rebelión de las heridas.
Temo al pesar;
a la escopeta en sus manos;
a su eterna época de cacería.
Hay un temor en la cúspide:
que el amor en mis poemas sea una ficción
(peor aún,
que el espacio de la dedicatoria esté vacío).
La cruz
Otra vez cargar la cruz
Mañana, condolencias
Clientes al sepulturero
sin saber hasta cuándo
Suena el canto de gloria cual preámbulo de réquiem
Presunto canto de gloria insistente en dar lección
A diario emerge el vía crucis en el mismo lugar
¿Habrá fin al calvario que tantos adeptos tiene?
Sigue la ilusión pese a conocer el final de todo
Mañana y tarde: elegía
No hay paz ni al dormir
Sólo hay toque de queda
Y todo seguirá idéntico
La pesadilla recurrente
Pareciera que sólo resta
reemprender la rutina:
otra vez cargar la cruz
Mañana, condolencias
Encargos al sepulturero
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Pamela Rahn / Luis José Glod / Milagro Meleán / Carlos Katán / Jesús García / Érika Manoche Barreto