Madre Saturno de Audomaro Hidalgo
Ángel Morales1
Hace algunos meses apareció en París el libro más reciente de Audomaro Hidalgo, Mère Saturne, traducido por Gaëtane Muller Vasseur. Se trata del tercer libro de Hidalgo traducido al francés. En efecto, el segundo fue el poemario Les Desseins de l'intemperie, finalista del Prix Mallarmé étranger 2024, y el primero, Incision, un libro de poemas en prosa, que tuvo una amplia recepción entre los lectores franceses, se publicó en 2022. Audomaro Hidalgo se suma así al reducido grupo de poetas mexicanos contemporáneos traducidos al francés.
Un autor más visual que auditivo, escogió una fotografía de Jorge Luis Borges y Octavio Paz para discutir la concepción del tiempo en la obra de ambos autores. Qué mejor manera de discutir el tiempo sino desde una fotografía que logró capturar un eterno presente. Además, Audomaro desarrolló un trabajo de écfrasis, no sobre la imagen, sino sobre lo que evocan los dos personajes.
El libro se construye alrededor de la fotografía y uno se pregunta ¿de cuál de todas está hablando? Paz y Borges conversaron, por última vez, en la Antigua Capilla del Palacio de Minería, en 1981, las fotos fueron tomadas por Paulina Lavista, pareja de Salvador Elizondo, quien también participó en el programa televisivo. Pero la foto a la que se refiere Hidalgo no es ninguna de las conocidas y se ignora el nombre del fotógrafo. Sin embargo, el poeta se aventuró a titularla con una frase que logra cristalizar el momento: “El adiós de los patriarcas o la desolación de la poesía.”
La preocupación constante de Paz y Borges en su poesía es el tiempo. Audomaro habla de la triple concepción temporal de los griegos: Cronos, Aión y Kairos, de la vivacidad de Nietzsche y del tiempo vertical Bachelard. Para Octavio Paz, el tiempo en el arte no es lineal. Al hablar de la pintura, Paz declaró: “Un cuadro es un espacio en el que vemos otro espacio; un poema es un tiempo que transparenta otro tiempo, fluido e inmóvil justamente.”
El autor considera las distintas concepciones del tiempo que Paz abordó y que han tenido distintas civilizaciones: el cíclico de la antigüedad pagana y de las culturas prehispánicas; el lineal y finito del cristianismo; el lineal y progresivo de la modernidad. Yo agregaría el tiempo de la India, “el maya”, que significa una ilusión, tiempo que no existe.
Octavio Paz ofreció una definición del tiempo que está muy cerca de describir una fotografía: “¿el tiempo pasa o el tiempo es una transparencia inmóvil y lo que vemos pasar son las imágenes del tiempo? Quizá el tiempo es un presente inacabable, quieto y que nosotros no vemos; lo que vemos son las presencias en las que el tiempo se manifiesta.” Audomaro Hidalgo agrega: “El presente es el nudo de los tiempos”.
Escrito por lo regular en primera persona, el libro mezcla la prosa poética y el ensayo. La obra se construye con frases sólidas, imágenes claras e ideas precisas. Además, las citas de autores y pinturas que menciona fortalecen el texto. Audomaro lleva a cabo una comparación entre las ciudades de Buenos Aires y México, repasa los nombres de Lugones, Macedonio Fernández, Vasconcelos y los Contemporáneos. Hidalgo sabe de lo que habla: ha vivido en México y Argentina y ha caminado sus capitales, además, realizó sus estudios de letras en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, Argentina. Octavio Paz, después de una visita a aquel país, le contó a Fuentes en una carta: “pero Buenos aires no se mueve, no se hunde y el mar no la arrastra.” Borges, cuando llegó por primera vez a México, por unos versos de López Velarde donde se menciona el agua de chía, le preguntó a Juan Rulfo a qué sabía dicho brebaje, el autor de El Llano en llamas le respondió: “sabe a tierra”.
En los buenos ensayos siempre debe haber algunas frases tan polémicas como debatibles, que obliguen al lector a reflexionar al respecto, ya sea para disentir o para aceptarla. En el libro, por su puesto, existen: “Borges y Octavio Paz son inconcebibles sin la extensa y dilatada obra de Reyes, pero ambos superan al modelo. Reyes es un estilista; Borges y Paz son dos poetas, quiero decir dos escritores cuyo pensamiento es una profunda y compleja visión de la realidad.” No hay que olvidar que Borges y Bioy Casares, cuando tenían dudas acerca de alguna palabra o frase se preguntaban: “¿cómo la habría escrito Alfonso Reyes?” Además, Borges declaró que Alfonso Reyes logró escribir muchas páginas perfectas. En los diarios de Bioy Casares encontramos comentarios sesgados de Borges hacia Paz, en ocasiones resultan difíciles de creer, sospecho que quizá la relación y los sentimientos que tuvo Bioy Casares hacia Garro influyeron para que se expresara de esa manera.
De los escritores latinoamericanos, Borges y Paz fueron los dos primeros en aparecer en la prestigiosa colección de La Pléaide (después se les unió Vargas Llosa). Cuando recibió la noticia, el autor de El Aleph respondió: “C’est mieux que le Prix Nobel, non?” Por su parte, el escritor mexicano, ganador de dicho premio, contestó: “Bon! La Pléiade, c’est mieux après la mort. Vous ne croyez pas? C’est par superstition que je dis cela”.
En Mère saturne cambiamos de tiempo y espacio: Buenos Aires, México, Francia, sobre todo Normandía: historia, geografía y arquitectura. Audomaro Hidalgo dibuja la ciudad que está en su mente, la memoria como fotografía. La descripción que hace de la iglesia Saint Joseph, en el puerto normando de Le Havre, recuerda algunas páginas del Sebald de Austerlitz y Los anillos de Saturno. No es de extrañar, Hidalgo apunta sobre Sebald: “El tema implícito de las novelas de Sebald es el tiempo, más bien el paso del tiempo que todo lo corrompe y todo lo destruye, el tiempo que sin cesar transcurre y está recomenzando”. Debo confesar que el escritor alemán nunca me ha parecido un autor fácil, uno puede leer varias páginas y después de pensar un momento se da cuenta que en realidad no ha pasado nada. Quizá porque Sebald suele insertar fotografías en sus novelas y la narrativa se mantiene en un constante presente.
En el libro leemos una serie de anécdotas, como el incendio en el departamento de Paz, donde se perdieron libros y varias obras. Al enterarse, el pintor chileno, Roberto Mata, le envió tres cuadros nuevos de gran formato para reponerle los que había perdido. En otra parte, Audomaro cita a Pascal Quignard, quien recomienda leer únicamente autores mayores de 50 años. Coincido con esto y me hace recordar la siguiente frase: “es más difícil vender mil libros en 100 años que en diez”. El autor también comparte cómo está conformada su biblioteca, se refugia en la Biblia y los clásicos: la Odisea, la Eneida, la Commedia, Don Quijote, Quevedo y Shakespeare, etc.), además de contar con la obra completa de Reyes, Paz y Borges, que están a la misma altura que las narraciones orales de su abuelo. Entre las figuras de Paz y Borges, también se erige la del abuelo, “idolatra y campesino”.
En el libro se habla de la muerte del padre de Paz, arrollado por un tranvía; del padre de Reyes, el general Bernardo Reyes, acribillado durante el caos revolucionario, y del padre de Borges, profesor de psicología y que también perdió gradualmente la vista. En el fondo pareciera que es la melancolía por los muertos quien dirige los temas de Mère saturne. Citando a Darían Leader, en el dolor uno está dejando ir a sus muertos, en la melancolía uno muere con ellos. Tal vez por eso en algún momento se tiene la impresión de que en realidad son los recuerdos y la melancolía los que unen todos los tiempos en el presente, donde desfilan los rostros de Paz, Borges, Reyes y del abuelo materno de Audomaro Hidalgo. Y como leemos en Piedra de Sol: “todos los rostros son un solo rostro, todos los siglos son un solo instante”.
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Figurilla mexicana
Te ofrezco las mazorcas solares de mi mano izquierda. Siembra los granos o muélelos como sesos de gorrión o dientes. Bajo la luna, mis mazorcas son una almohada de brasas donde puedes reclinar tu sueño. Pero no esperes de mí días de guardar, porque yo pertenezco a la intemperie. Mis collares y ajorcas no brillan, son talismanes para convocar las corrientes nocturnas, o apaciguarlas. Como las sonajas y cascabeles del viento en el follaje, como la cascada que desde el fondo de la selva rompe sus huesos de espuma contra las rocas, como los chillidos del ave que estrían la noche, así se escuchan, así suenan mis alhajas sin resplandor. Mi linaje es una genealogía de raíces. Estoy desnuda de nombres. Nací hace mil años pero soy más joven que tú. Mi mano derecha conoce la humedad anterior al tiempo. Con ella podría cubrir mi sexo, arrasado y limpio como un pastizal después del incendio. Mi sexo fue abierto por la más fina hoja de obsidiana hallada en las montañas. Introduce tus dedos en mi riachuelo de sangre, moja tu ser con la substancia de mi ser. Los cristales rotos que flotan en mi sangre también son tuyos. Ven a mi patria de sombra, ven a mis aguas boreales, húndete, sin remos piérdete. Vuelve a caer a la tierra de mis entrañas vacías, de donde naciste y adonde todos habrán de volver. Mira tu vértigo multiplicado en mis espejos más profundos. Yo te ofrezco las imágenes más remotas de ti, el don de vislumbrarlas un instante y acaso poder nombrarlas, para que recobres tus cuerpos que arden como mazorcas en mi patria sin límites. Como una ostra aislada y expuesta, en mi centro palpita tu núcleo salvaje.
Ángel Morales nació en Juchitán, Oaxaca, en 1986. Es escritor, psicólogo y periodista. Ha publicado la novela El ultimo que muera apague la tele (Cantera Verde, 2007). Actualmente es doctorante en la Université de Lille, donde hace una tesis sobre la crítica de arte en la obra de Octavio Paz.