Alturas y descensos (un acercamiento a la poesía de Enriqueta Ochoa)

Enriqueta Ochoa

En esta nueva entrega de “En línea recta”, Mijail Lamas realiza un recorrido por la obra de la poeta mexicana Enriqueta Ochoa (1928-2008) a propósito de la publicación de su poesía reunida en el Fondo de Cultura Económica.

 

 

Alturas y descensos (un acercamiento a la poesía de Enriqueta Ochoa)

 

Al penetrar en el vasto continente de la poesía de Enriqueta Ochoa, es posible afirmar lo que ya sabemos: que desde la aparición de su primer libro, Las urgencias de un Dios (1950), Enriqueta Ochoa (Torreón, 1928-ciudad de México, 2008) dio muestras vehementes de madurez y originalidad. Habría que insistir, incluso, en que el poema que da título a ese volumen inicial es uno de los textos perdurables de la poesía mexicana. Por un lado despliega imágenes poderosas, apoyado en una estructura melódica definida mayormente por libres combinaciones de endecasílabos y heptasílabos. Por otro lado plantea un acercamiento muy directo y, por momentos, desafiante a Dios, lo que habría de colocarlo junto a los grandes poemas mexicanos del siglo XX que buscan dar cuenta de esa huidiza y multiforme presencia (Canto a un dios mineral, Muerte sin fin). En esta vena, el sujeto lírico dialoga con el decir poético de San Juan de la Cruz en sus constantes incursiones místicas:

 

Recordad que Dios es el espejo

más contradictorio y bifurcado,

acomodado a todas las pupilas.

Yo lo esculpo a mi modo y le doy forma.

 

     También elabora a lo largo de este primer volumen, cercana a Saint-John Perse, una mitología adánica de la infancia:

 

Con tres doncellas me heredó mi madre:

la que vive en los altos,

toda hecha de luz; de ese viento dorado

con que el sol nos habita.

 

    Es cierto que a estas alturas de los enunciados filosóficos Dios ha muerto, y para nombrarlo hay que parirlo nuevamente. Así, Dios se vuelve una presencia familiar que habita el vientre como un amargo regalo y, en su indecisa postura, no termina de emerger. De este primer libro destacan también la nostalgia de “Triple habitación” y el misticismo un tanto panteísta de “Mentido paraíso”.

     En su búsqueda de la visión divina, el cristianismo de Ochoa tiene elementos paganos, pues esa mirada atenta de las cosas y el entorno en que se desarrolla admite al cuerpo como medio para experimentar la divinidad. Por eso también es interesante que esta poesía que clama por Dios, a veces optimista, a veces desencantada, no pregone el hábito y la celda monacal, sino que se define como la de una “virgen terrestre” que busca a Dios pero que ha procreado, y por lo tanto ha sentido al varón “dilatarse con toda su soledad”. La de Ochoa es una poesía no ascética sino vitalista.

     Posteriormente, encontramos Los himnos del ciego (1968), en que destacan poemas que reflexionan sobre el ejercicio de poeta: “el que canta es un ciego/ con los ojos de faro/ y los labios de raíz oscura”. Como resultado surge, a su vez, la preocupación sobre la imposibilidad del decir: “he terminado como siempre/ astillándome, al querer penetrar, escalando tinieblas,/ el corazón de las cosas”. Y a pesar de esa imposibilidad de cantar la maravilla, esta voz no se detiene, pues en sus cuatro primeros libros (Las urgencias de un Dios, Los himnos del ciego, La vírgenes terrestres y Retorno de Electra) Ochoa transita con solidez sus temas recurrentes, entre ellos el desolado paisaje de la derrota amorosa y el abandono, que surge en poemas como “Dido” y en los posteriores “Para evadir el cierzo de la muerte que llega” y “El testimonio”.

     Si bien la intensidad de las metáforas y las imágenes es una constante en la poesía de Enriqueta Ochoa, al leer la totalidad de su obra experimentamos la sensación de repetición y recurrencia temática; es decir, comprobamos que su obra se sustenta en la variación de temas que difícilmente abandona. En ese sentido, Canción de Moisés (1984) y Bajo el oro pequeño de los trigos (tanto el editado en 1984 y el de 1997) incluyen poemas que son, algunas veces, reelaboraciones de los presentes en libros anteriores, y acaso estos nuevos gocen de un medio tono mucho más marcado. Con todo, sería injusto afirmar que la voz de Enriqueta Ochoa se haya agotado:

 

Yo fui la piedra de escándalo:

contra mí se levantaron las lágrimas

de todos mis hermanos…

La piedra con la que los otros tropezaban

encendidos de vergüenza.

 

     Así, la evolución de esta voz a lo largo de los años fue gradual, no radical; si acaso se observa una incorporación del léxico astronómico (cosmos, galaxia, planeta, órbita) mucho más acusada en poemas de factura más recientes (“Se estampa contra mí la mano del universo” o “Gira la luz en el oleaje de las galaxias”), que se funden con el ya conocido universo de la naturaleza terrestre, que tanto la distingue. A lo largo de su obra yo observo sólo un cambio radical de registro, que va del melódico verso de factura eficaz al poema en prosa. Asaltos a la memoria (2004) incluido en su Poesía reunida (FCE, 2008, Letras Mexicanas) se compone de apuntes autobiográficos (infancia, familia), mediante un prosaísmo afectado por giros poéticos que no trasciende más allá de la anécdota bien contada.

     Hacia el final de su vida, y también incluido en su Poesía reunida, Enriqueta Ochoa escribe el hasta entonces inédito Los días delirantes que revela poemas de una sencillez y contundencia que reafirman la veta inagotable de la autora. Destacan poemas como “Alguien debe llevarte al centro de todas la galaxias”, dedicado a Marilyn Monroe, con una soltura de versos poco común, ya que no atiende al eje rítmico acostumbrado por la autora, y que recuerda el poema famoso de Ernesto Cardenal. Hay también homenajes a Octavio Paz, Rilke, Pessoa, entre otros. Los días delirantes concluye con una sección titulada premonitoriamente como “Final”, que tiene ese impulso conmovedor que esperamos de toda verdadera poesía: “La noche avanza/ en el centro del agua desnuda de los astros,/ tiembla.”

     Leer la obra poética de Enriqueta Ochoa significa explorar un extenso continente en que los paisajes se multiplican en una determinada cantidad de variaciones, en una rica variedad de imágenes sustentadas en una arquitectura de pulidas cadencias. Pero esta, muchas veces, alucinante topografía no está exenta de algunos escarpados y descensos.

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