El poeta Juan Martínez. Voz de lo oculto, intérprete de los misterios

Juan Martínez

A continuación ofrecemos el prólogo que José Vicente Anaya escribiera para adentrarnos en la poesía de Juan Martínez, que compiló en un trabajo de gran valor para la literatura mexicana. La de Juan Martínez es una obra heterodoxa que germinó a partir de un ejercicio muy personal de la mística.

 

El poeta Juan Martínez

Voz de lo oculto, intérprete de los misterios

 

El gran poeta persa Shams-ud-din Mahoma (Mahoma Sol-de-Fe), más conocido como Hafiz (1320-1390), recibió en vida los títulos de Voz de lo Oculto e Intérprete de los Misterios por la belleza y profundidad lumínicamente mística de sus poesías; e iguales títulos merece nuestro poeta Juan Martínez. El estudioso de la cultura persa y musulmana, Paul Smith, escribió: “Si Dios tomara forma de poeta. Creo que estaría muy contento de escribir como Hafiz”.

            También los poemas de Juan Martínez (1933-2007) serían dignos de ser tomados como modelo por el Ser Supremo. La prueba contundente la podemos encontrar en fragmentos de su poesía como éste:

 

Masticar la soledad en diminutas porciones de muerte

es solamente un viejo oficio

pero poseer pájaros medio muertos por la lejanía

y hacerlos cantar en el cráneo,

esa es una labor que sólo se encuentra

en las otras vertientes del cielo

donde los arbollones de la noche dejan escapar

todo el esplendoroso lujo de las estrellas nuevas

y el arancel para viajar

por el recuerdo de un sabor a metal acabado

es menos corrosivo, a pesar de los crueles manómetros

que miden el silencio de las palabras caídas en el aljibe de los sueños…

 

Pero en la poesía de Juan Martínez hay mucho más, en términos de sensaciones e imágenes que nos conducen hacia estados mentales que, fehacientemente, exploran los ámbitos del espíritu; y esto sucede por la profunda convicción que sobre el hecho poético expresó Juan al declarar:

 

Hay un gérmen generador en todo gran poema

que al ejercer contacto con el espíritu del hombre,

singulariza a través de una chispa transmisora

una potencia consubstancial; a partir de este momento

el que revive lo intuido por el poeta,

clarifica y extiende el paisaje diseminado en las líneas

mas cada espectador adapta el reino

a la posibilidad de su genio.

El mío trasciende cada oración

a universos heterogéneos…

la exactitud del Verbo ilumina la poesía

como un milagro donde Dios

glorifica por el hombre su  principio…

 

A principios  de la década  de 1950 el joven Juan Martínez se trasladó de la ciudad de Guadalajara a la ciudad  de México, donde hizo amistad con otros jóvenes poetas inquietos como Sergio Mondragón y Homero Aridjis (ellos tres serían amigos de los poetas beats y del grupos de Nueva York que por ese tiempo vivían en México: Philip Lamantia, Margaret Randall, Allen Ginsberg, Jerome Rothenberg, Diane di Prima, Marge Piercy, Lawrence Ferlinghetti, Jack Kerouac, Ray Bremser y otros). En aquel ambiente nació la revista que editaron Sergio Mondragón y Margaret Randall, El Corno Emplumado, en la que Juan publicó sus primeros poemas. Tiempo después, en 1959, aparecerían sus poemas en la plaquette titulada En las palabras del viento, en las ediciones Cuadernos del Unicornio que publicaba Juan José Arreola. Unos años más tarde Juan estaba en la ciudad de Tijuana, donde en mi adolescencia lo conocí como un yogui cabal, disciplinado, y descubrí su entrega mística antes de tener noticias de sus poemas.

            Por 1986 Juan regresó a vivir en la ciudad de México y tres años después volvió a Guadalajara, donde falleció el pasado 18 de enero del 2007, habiendo estado como interno en un hospital psiquiátrico, donde se intuye que recibió los tratamientos típicos de esas instituciones como son las drogas inhibidoras del ánimo y los electrochoques, paralelismos de Juan Martínez con Antonin Artaud.

 

 

Vate de vates

Mientras vivió, este poeta estaba y no estaba entre nosotros porque había decidido retirarse del mundo, a la manera (aunque también en versión muy propia) del Príncipe de los Poetas, el alemán Friedrich Hölderlin. Sobre todo, Juan Martínez se retiró del ahora llamado mainstream de la liteartura mexicana, es decir la farándula “cultural”, “intelectual”  de la capital de México, de la que había sido constante crítico en una praxis festiva y directa al corazón (si es que lo tienen) de los literatos simuladores diestros en acaparar posiciones de poder. Y no fueron escasos los que, por la década de 1950, recibieron alguna frase sarcástica de Juan, que los puso a rabiar en su nadidad. Con sarcasmo y risa, una noche en que caminábamos por las calles de Tijuana, me comentó: “Allá en México, ahora me quieren hacer justicia los intelectuales”.

            La inclinación mística hinduísta de Juan lo hizo pensar que el samsara del relativo éxito literario en la capital del país era sólo ilusión. Y decidió vivir en retiro, una especie de autoexilio. Para su retiro no escogió ninguna ciudad acogedora, que hay muchas en nuestro país, ni ningún centro ceremonial y de poder místico, que también abundan en el México Profundo (ese sería el caso de Yaxchilán, Huautla, Tónachic, Macuiltianguis o Basíware, por mencionar  algunos). Para su retiro y búsqueda espiritual Juan escogió la ciudad  más antiespiritual, pragmática, materialista, utilitaria (sobre todo a principios de la década de 1960): Tijuana (la que hoy día con sus contradicciones está bendecida por el yin-yang, por el arribo de yoguins poetas como Juan y artistas de toda índole que han experimentado importantes búsquedas). Habiéndose alejado de los círculos intelectuales de la ciudad de México, tampoco le interesaron éstos ni los frecuentó en Tijuana, salvo tres o cuatro poetas con quienes cultivó la amistad (pero nunca hizo “corrillo literario”).

            Cuando yo tenía entre 15 o 16 años frecuentemente veía a Juan Martínez en el centro de la ciudad de Tijuana (sin saber nada de quién era él) cargando un balde con agua en mano, detergente y trapo en la otra mano, limpiando automóviles y esperando con humildad unas  monedas que  muchas veces no le daban. Era costumbre, como ahora, que ese trabajo de desocupados lo desempeñaran niños desarrapados, así es que Juan era un contraste en aquel escenario, y no fue poco el rechazo que recibió. “No limpie mi carro, váyase a trabajar en algo útil, está usted muy fuerte y anda bien vestido. ¿No le da vergüenza andar haciendo el trabajo de los chavalos?” Frases que se alternaban con improperios. Juan no respondía, actuaba como si estuviera transparente ante los ojos de la altanería con que pretendían insultarlo. A sus espaldas algunos lo compadecían: “Pobre muchacho, no está en sus cabales”. Nadie atinaba a ubicarlo en lo que realmente era y hacía. Juan se retiraba unos pasos, ensimismado, casi siempre vistiendo su abrigo  negro largo hasta debajo de la pantorrilla, botas, cabellera larga amarrada en cola de caballo (recordemos que por 1960 era inconcebible ver a un hombre con cabello largo). Yo lo veía como a un Joven Werther o un Zarathustra perdido en el tiempo.

            Cuando yo estudiaba la preparatoria en la Nocturna de Agua Caliente, por sugerencia de una compañera visitamos a Juan en su casa. Así empezó mi trato directo con él. Nuestras conversaciones eran sobre hinduísmo, tema en  el que yo tenía algunas lecturas pero con sus acotaciones aprendí mucho. Lo dejé de frecuentar porque a mediados de 1967 me trasladé a la ciudad de México para estudiar en la UNAM. En aquel tiempo nunca me dijo que él fuera poeta ni que le habían publicado en “importantes” revistas o en Cuadernos del Unicornio de la capital, pero sí pude apreciar los dibujos y pinturas que ejecutaba con trazos precisos e imaginativos. Fue en el D F y al paso del tiempo que leí la poesía dispersa de Juan Martínez. Años después, en uno  de mis regresos a Tijuana, sin que yo se lo preguntara, Juan me dijo que se había dedicado a limpiar automóviles porque había hecho un voto de humildad, sin esperar ninguna recompensa, y que para él había sido una prueba en el encuentro de la espiritualidad.

            La calidad de verdadero vate Juan la expuso en muchísimo hechos y  escritos, este fragmento de En las palabras del viento es uno de los mejores ejemplos:

 

…encontré la sangre esparcida del alma de los pobres y de los inocentes,

y no la hallé precisamente en excavaciones

sino en todas estas cosas que tocamos a diario con nuestra mirada,

mis entrañas encendidas clamaron y guardé su enojo para siempre,

la amargura de mi corazón penetró hasta mis tuétanos,

las aguas en lo alto detuvieron su paso y la lluvia faltó,

miré la Tierra y he aquí que estaba  asolada y vacía,

los montes temblaban de pánico, los cielos oscurecían,

y los andamios de mi cerebro como jaula de pájaros, se encontraban de engaño,

mis ojos no vieron ni mis oídos oyeron,

entonces  subí hacia el mediodía y cabalgué llanuras como la sombra de la tarde

y he aquí lo que encontré y traigo para vosotros:

no os alegréis todavía, simplemente es, un sepulcro abierto…

 

 

Zarathustra perdido en el tiempo

Cuando no había carretera directa para ir de Tijuana a la playa, es decir, cuando esa playa era una zona silvestre, despoblada, y a la que después de horas se llegaba caminando a campo traviesa subiendo y bajando cerros entre matorrales, conejos y víboras de cascabel que pasaban en estampidas; Juan se construyó una cómoda cueva a la orilla de ese mar donde vivía por temporadas, vale decir que sin las molestias ni los gastos que ocasionan tener que rentar o acumular riqueza para llegar a ser dueño de una casa o de un departamento. Cualquiera diría que eso no es creíble, pero la vida  de Juan estuvo llena de sucesos increíbles, que sólo quienes los llegamos a presenciar podemos confirmarlos. Juan ahí meditaba, corría o hacía caminatas, conseguía sus alimentos del mar, nadaba…

            Tal  vez nadie  se aficione a bañarse en agua muy fría, esa de la corriente gélida que del Polo Norte pasa frente a las costas de Tijuana; y todavía acumular esa agua en una tina y agregarle hielos, durante el húmedo invierno californiano (esto es decir que el frío penetra y traspasa los huesos); pero eso justamente hacía Juan Martínez. Y es que Juan se hizo un hombre fuerte, curtido en la ardua disciplina del yoguismo indio, en la que fue tan a fondo que logró verdaderamente el dominio mental de su cuerpo (conviene hacer la aclaración de que los yoguis no son showmen que hagan esas cosas como espectáculo ni para impresionar; para ellos se trata de ejercicio de disciplina mental, tal vez usted sepa que en el Tíbet algunos monjes, vistiendo un simple taparrabo de tela de algodón, se sientan en posición de flor de loto para meditar sobre pleno campo nevado, pasan el tiempo en una especie de estado “ausente” y después de horas a su derredor la nieve se va derritiendo…).

            Desde muy joven Juan Martínez empezó a practicar disciplinas y su misticismo hinduhísta, en una versión tan personal que él fue su propia religión de sacerdote único y feligrés al mismo tiempo.

            Cuando vivía en su cueva de vez en cuando iba a la ciudad, como dicen los rarámris cuando van a Chihuahua o el mismo Zarathustra cuando se asomaba  a la ciudad, “para ver cómo viven los hombres equivocados”. Tiempo después en Tijuana se rumoraba que Juan hacía “cosas” extrañas, como recuperar comida de la nada, sosteniendo la certeza de su crítica en la praxis contra la sociedad del desperdicio, efecto de la gente equivocada.

 

 

Presencia y permanencia de la poesía de Juan Martínez

Durante casi cincuenta años Juan Martínez y su poesía han sido descartados por el status cultural de México, y es por esto que para el público lector ha sido un desconocido. Sobre este poeta y su  obra se desplegó un largo silencio (silenciar es el arma favorita de los envidiosos con poder) que ni siquiera pudo ser roto por la constancia de su poderosa obra poética, que como ya dijimos tempranamente editó Juan José Arreola en Las palabras del viento (1959), de sus poemas que le publicaron Sergio Mondragón y Margaret Randall en la década de 1960 en El Corno Emplumado, de los libros  Ángel de fuego (1978) y En el valle sagrado (1986) que prepararon Alberto Blanco y Luis Cortés Bargalló, de los ensayos que varios amigos publicamos en revistas (memoranda, del ISSSTE) y libros (vg. Poetas en la noche del mundo [de mi autoría], Universidad Nacional Autónoma de México, col. Diagonal, México, 1997). Todo eso pasó desapercibido seguramente por ciertas imposiciones que suelen dictar (dictadores al fin) rumbos determinantes como el camino “bueno de la poesía”, la supuesta “ruptura” que no rompió nada, el cliché tardío de la “tradición moderna”, los que defendieron la “disidencia” en tanto su derecho a expresarse pero luego acallaron a los disidentes; y otros prejuicios más. Es triste detectar que hasta hoy en día los grupos del poder cultural con sus actos siguen proclamando “no hay más ruta que la nuestra”. Y en la literatura de esos vicios hizo gala, por ejemplo, la famosa antología  Poesía en movimiento, pues consta en el libro Cartas cruzadas. Octavio Paz / Arnaldo Orfila (siglo XXI, 2005), que en 1966 (¡siete años después de publicado En las palabras del viento y de sus poemas en  revistas) el mismo Paz comenta con pedantería que excluyen a Juan por no cumplir con obra publicada: “…habría que conocer más cosas de ese muchacho” dice O. P.,  pág. 76 /  “…Juan Martínez y Octavio Cortés no tienen obra suficiente como para justificar su inclusión” Orfila citando a Pacheco, Chumacero y Aridjis, pág. 53.

            Por lo antes comentado, resulta de suma importancia rescatar y dar a conocer toda la poesía de Juan Martínez que se había publicado y la que había permanecido dispersa. Conocer la poesía de Juan (y la de otros autores que han sido suprimidos por el status quo, como Concha Urquiza, por mencionar otro ejemplo) es llenar parte de un vacío en nuestra historia literaria, pues el periodo de su creación es en realidad más rico de lo que los divulgadores “nos han permitido ver”.

 

 

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Esta recopilación titulada Toda la poesía reunida, incluye toda la poesía de Juan Martínez antes publicada y ya inconseguible, además de valiosos poemas inéditos, es el caso de algunos textos dispersos que llegaron mis manos gracias a Rodrigo Martínez y Claudia Ramírez Martínez, sobrinos de Juan; así como el poemario A las puertas del paraíso  que desde 1985 estuvo bajo el resguardo de Alberto Blanco (ver nota al final). A ellos mis agradecimientos. Quiero también agradecer a los autores de los ensayos aquí reunidos a manera de prólogos, que se suman no sólo como homenajes muy merecidos por Juan, sino también porque confirman, con sus diferentes puntos de vista, la importancia de este poeta en las letras mexicanas de la segunda mitad del siglo XX.

 

                                                                                                       José Vicente Anaya

                                                                                                       Coyoacán, 2007

Al seguir este enlace, podrás descargar gratuitamente la poesía completa de Juan Martínez desde nuestra Galería de Armas.

 

 

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