Postal de Borges y Buenos Aires (Parte I)

Borges

Presentamos la primera de dos partes de un magnífico texto del ensayista y narrador Luis Bugarini (1978) respecto a la relación de Borges y su ciudad, Buenos Aires.  Por lo menos a partir de Baudelaire, la ciudad es uno de los tópicos que inaugura la modernidad en la poesía. No por nada dice Bugarini que “la literatura moderna puede leerse como un diálogo del escritor y la ciudad”.

 

 

 

Postal de Borges y Buenos Aires

 

 

1.

 

La literatura moderna puede leerse como un diálogo—a veces a gritos, a ratos en silencio y en ocasiones con una mezcla deliberada de ambas maneras—, del escritor y la ciudad, ya sea con aquélla que lo abriga de manera natural por ser su lugar de nacimiento, o sea por una elección voluntaria de mudanza. En las letras hispanoamericanas modernas ese diálogo, hostil, complaciente o lúcido, tuvo a lo largo del siglo pasado la marca infame del desplazamiento forzoso, la persecución política o, en el mejor de los casos, la salida voluntaria por una incapacidad ética para tolerar el estado de las cosas.

Dentro de ese diálogo con la ciudad la figura de Jorge Luis Borges (1899-1986) resulta significativa ya que nadie como él exhibe, de manera tan continuada, una fascinación por Buenos Aires, ciudad de su nacimiento. No es difícil extrañarse—y más de uno lo ha hecho—, de que con ese fervor por el Palermo de su infancia, así como por los corredores estrechos de la calle Florida, el autor argentino, con plena conciencia, haya ido a morir a Ginebra, en donde yace sepultado. Pero la presencia de Buenos Aires es de tal modo palpable en su obra, que nadie podría negarle un lugar de privilegio en el abanico de temáticas que el argentino eligió para componer poemas, milongas, relatos y hasta reseñas periodísticas.

Buenos Aires es una geografía que pende de un modo físico en su obra. Es lugar de encuentro, nostalgias y regreso interminable: Ítaca personal en Sudamérica. No es casual que su primer poemario, aquél en donde el autor argentino decía que podían hallarse todos los temas que elaboraría a lo largo de su vida, se titulara Fervor de Buenos Aires (1923). Escribe Borges en el poema que abre el libro:

 

Las calles de Buenos Aires

ya son mi entraña

No las ávidas calles,

incómodas de turba y de ajetreo,

sino las calles desgranadas del barrio[1]

 

Este diálogo continuó hasta el fin de sus días. Dos años antes de su muerte, en Atlas (1984), libro que recorre ciertos lugares íntimos para Borges, escribió que a Ginebra, además del descubrimiento de Schopenhauer y Conrad, le debía “la nostalgia de Buenos Aires”. Así, a la distancia, en los días cálidos de Mallorca, en las tertulias de Madrid con Cansinos Assens en el Café Colonial y en las bibliotecas suizas en donde aprendió por sí mismo alemán en 1916, Borges descubre lo enigmático y hondo de su amor por Buenos Aires.

En la Autobiografía que escribió en colaboración con Norman Thomas di Giovanni en 1970 y que se publicó en inglés en las páginas de The New Yorker, el autor de El Aleph refiere ese descubrimiento en los siguientes términos: “Aquello fue algo más que un regreso al hogar; fue un redescubrimiento. Fui capaz de ver a Buenos Aires con avidez y vehemencia porque había estado fuera mucho tiempo. La ciudad, no toda la ciudad, por supuesto, sino algunos pocos lugares que emocionalmente me significaban algo, inspiraron los poemas de mi primer libro Fervor de Buenos Aires.”[2]

En estas evocaciones de Buenos Aires figura el mismo Borges que está detrás de los cuentos, ensayos o divertimentos eruditos. Asimilar el binomio Borges/Buenos Aires representa una inmejorable oportunidad de aproximarse a quien es, con el mayor de los derechos, una de las figuras tutelares de las letras hispanoamericanas del siglo XX.

 

 

 

2.

 

Borges afirmó que jamás abandonó la biblioteca de su padre, el “evento capital de su vida”. Una biblioteca llena de libros ingleses que lo dotaron de un olfato excepcional. Hizo la misma afirmación, aunque con menor frecuencia, respecto de Buenos Aires. Ciudad mítica, esencial y desde donde todo era capaz de florecer: lugar de encuentro, de pasiones sin límite y con ese sentido arquitectónico de la mesura, en donde reina la elegancia y el pudor ante la exhibición incondicional de sus prioridades y fortunas.

En un primer periodo poético, Borges se reafirma urbano. Su periodo ultraísta, granjeado por un afán renovador y derivado de la influencia de sus amistades españolas, lo llevó al descubrimiento de la ciudad. Conforme avanzaron los años e inicia la exploración de otros temas en su obra poética—tales como el Golem, la historia argentina o sus antepasados militares—, Borges se interroga y vuelve aunque jamás desestima su fascinación por las calles de su infancia.

Fervor de Buenos Aires, leído con atención, es un mosaico de lo que sería la poética borgeana. Ahí aparecen, tal cual lo afirmó el propio Borges, la mirada atípica, reconcentrada de una ciudad febril y familiar, patética y cansina: “Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después.”[3] En poemas como La Recoleta, La Plaza San Martín o Rosas, de su primer libro, aparece la evocación de la ciudad. Aquí unas líneas de Arrabal:

 

Esta ciudad que yo creí mi pasado

es mi porvenir, mi presente;

los años que he vivido en Europa son ilusorios,

yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.[4]

 

Cuando Borges redacta los poemas de Fervor de Buenos Aires se encuentra inmerso de lleno en el movimiento ultraísta, vindicador de la metáfora pura, a la manera de Lugones, y de la condensación de la imagen como una forma auténtica de abrirse paso entre las brumosas fronteras entre verso libre y auténtica poesía. Ahora bien, en Luna de enfrente (1925), su siguiente poemario, aparece de nuevo la mirada sobre la capital argentina, transfigurada, en esta ocasión, en Montevideo. Escribe Borges en Montevideo:

 

Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó

quietamente.

Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas.[5]

 

De este modo, Buenos Aires destella incluso cuando se cruza el Río de la Plata. Montevideo, parece referir el autor argentino, sería una porción excéntrica frente a su visión porteña, al igual que América Latina lo es del continente europeo. Ciudades espejo divididas por el agua. Se lee en Calle con almacén rosado:

 

Pienso y se me hace voz ante las casas

la confesión de mi pobreza:

no he mirado los ríos ni la mar ni la sierra,

pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires

y yo forjo los versos de mi vida y mi muerte con esa luz de calle.[6]

 

Apenas trascurrieron dos años entre la publicación de un poemario y otro. Luna de enfrente presenta un tránsito inmóvil en la poética borgeana, una capitulación de una tarea que comenzó años atrás, cuando los anhelos juveniles aún no lo habían abandonado y el entorno se convierte en un elemento central de la composición. Un ejemplo en Jactancia de quietud:

 

Mi patria es un latido de guitarra, unos retratos y una vieja espada,

la oración evidente del sauzal en los atardeceres.

El tiempo está viviéndome.[7]

 

Tan sólo distancia y melancolía fueron capaces de revelar esta relación simbiótica entre Borges y Buenos Aires, es decir, entre el escritor y la ciudad. Compara el argentino la situación de la ciudad entre sus dos primeros poemarios: “La ciudad de Fervor de Buenos Aires no deja nunca de ser íntima; la de este volumen [Luna de enfrente] tiene algo de ostentoso y de público.”[8]

En Borges la reflexión y la presencia de la ciudad tienen una elaboración distinta a la que se puede leer, por ejemplo, en la obra de Octavio Paz. Para el argentino la evocación es de corte intimista y Buenos Aires, tal y como la recuerda, es la misma que sus ojos vieron de joven y en donde el progreso pareciera tener más bien un aspecto negativo en la configuración de esa poderosa urbe. Buenos Aires es una imagen, una idea presente y un puñado de fuerzas que compelen a la escritura. Geografía que es poesía, composición y asimismo estructura.

Con el siguiente poemario, Cuaderno de San Martín (1929), acaso uno de los más decantados de su obra poética, aparece uno de los poemas que representa un hito en esa relación sutil pero siempre tensa entre Borges y la ciudad. Fundación mítica de Buenos Aires, recuento lírico de lugares, historia e ideas, en donde Borges ajusta cuentas con ese lugar o lugares que, sin saberlo, lo formaron y en buena medida determinaron el límite de su tentativa como escritor. Cierra Borges el poema después de la enunciación inquieta de lugares entrañables:

 

A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:

La juzgo tan eterna como el agua y el aire.[9]

 

Y al juzgarla como ciudad inmóvil y eterna, la esboza con riqueza y sin pretensiones como el lugar esencial por naturaleza. El poema se ha vuelto célebre por esa tersura de aliento y dedicación con que Borges juzga a la ciudad de su nacimiento. Fundación mítica de Buenos Aires se complementa con otros poemas incluidos en Cuaderno de San Martín: Muertes de Buenos Aires y El paseo de Julio, en donde figuran imágenes de la ciudad incómoda, monolítica y vengadora cuando se requiere. Líneas de El paseo de Julio:

 

Barrio con lucidez de pesadilla al pie de los otros,

tus espejos curvos denuncian el lado de fealdad de las caras,

tu noche calentada en lupanares pende de la ciudad.[10]

 

Al año siguiente de la publicación de Cuaderno de San Martín Borges entrega a la imprenta Evaristo Carriego (1930), una biografía de un poeta popular que le descubrió, según refiere el autor argentino, las posibilidades líricas del arrabal. Ese libro no deja de ser, a la manera de los poemas enunciados líneas arriba, un acercamiento a fenómenos próximos a la marginalidad en Buenos Aires: el tango, los malevos, el cuchillero, los pendencieros del barrio y toda la temática que a los ojos de Borges era un actualización, con toda su peligrosidad implícita, de la épica tradicional, encarnada, a su modo, en los combates que día con día se daban en los barrios del Palermo más bohemio (“La milonga es una de las grandes conversaciones de Buenos Aires…”).

En la biografía de Carriego, que en modo alguno está constreñida a su figura y que, a la distancia se antoja un pretexto para entrar de lleno al tema de la ciudad, Borges ejerce ciertas libertades en la composición y abre el libro con una evocación, más cercana a la crónica que al retrato fijo, del Palermo de Buenos Aires, un barrio bonaerense en extremo representativo del hervidero cultural que era la ciudad por aquellos años.

Microhistoria de un suburbio y a la vez representación de la diversidad de Buenos Aires, Palermo aparece a los ojos de Borges como una posibilidad de ajustar cuentas con la ciudad esencial. Y lo hace: Evaristo Carriego, fuera del componente biográfico que pueda ofrecer (más bien nulo según el propio Borges, quien afirma en el prólogo que su libro es “menos documental que imaginativo”), queda, a los ojos del lector que busca esa filiación del escritor argentino con Buenos Aires, como un antecedente, quizá no el más sólido aunque significativo, de cualquier modo.

Esta primera etapa, hilada alrededor de sus tres primeros poemarios: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de Enfrente (1925) y Cuaderno de San Martín (1929), encarna a un Borges entusiasta y devorador de la ciudad, lugar en donde todo puede suceder. En adelante, dejando de lado Evaristo Carriego (1930), la temática y el abanico compositivo se diversifica y Buenos Aires, ciudad esencial, continúa apareciendo aunque lo hace de maneras distintas y acaso más sutiles que en los primeros años de construcción poética.

Para leer la segunda parte del ensayo sigue el enlace



[1] Borges, Jorge Luis. Obras completas. Bs. As.: Emecé, 2004. Vol. I, pág. 17.

[2] Borges, Jorge Luis. Autobiografía. Bs. As.: El Ateneo, 1999. Pág. 63.

[3] Borges, Jorge Luis. Obras completas. Bs. As.: Emecé, 2004. Vol. I, pág. 13.

[4] Op. Cit., pág. 32.

[5] Borges, Jorge Luis. Obras completas. Bs. As.: Emecé, 2004. Vol. I, pág. 63.

[6] Borges, Jorge Luis. Obras completas. Bs. As.: Emecé, 2004. Vol. I, pág. 57.

[7] Op. Cit. pág. 62.

[8] Borges, Jorge Luis. Obras completas. Bs. As.: Emecé, 2004. Vol. I, pág. 55.

[9] Borges, Jorge Luis. Obras completas. Bs. As.: Emecé, 2004. Vol. I, pág. 81.

[10] Borges, Jorge Luis. Obras completas. Bs. As.: Emecé, 2004. Vol. I, pág. 91.

 

 

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