España en su poesía: Adolfo Cueto

Presentamos, en el marco del dossier de poesía española contemporánea, una aproximación al trabajo de Adolfo Cueto (Madrid, 1969). En 2010 recibió el Premio Emilio Alarcos de Poesía por Dragados y Construcciones. Ha publicado también los poemarios Diario mundo, 7 poemas, Palabras subterráneas. Ha sido incluido en varias muestras y recuentos de poesía española última.

 

 

 

 

 

 

De Palabras subterráneas [2001-2004]

 

 

 

Inspiración

 

Una respiración: la de tu cuerpo

cuando penetro en él hasta los últimos rincones

de mí mismo. Allí te busco,

busco aquello que fui –si es que algo

o alguien, alguna vez, he sido–. Como cuando en Tulum,

1990

y dos, brazo con brazo –¡y el sol aquel!– y brillo

con brillo de tus ojos de serpiente, éramos

duramente el océano, ese solo pulmón, música y

ritmo de vida dentro –dentro y fuera

también.

 

Una respiración, y todo aquello

que viví junto a ti, todas las horas,

que van a dar en ti, se agolpan, vuelven, se

enredan en nosotros, giran –ráfagas

que piden más–, ruedan y van

y vienen; vienen y van

y enroscan en nosotros estas sierpes

que clavan en la lengua su deseo.

 

Una respiración. Allí, dejado,

siento el mundo brotar, arder palabras

traídas desde el fondo de tu frente. Palabras que

nos alzan, que bucean, hurgan, vienen,

van más allá de ti,

de mí. Jadeo, rapto, sombras en donde aún

buscar algo, algo como –no sé– qué

somos, quizá; algo para poder tener

un poco de nosotros. Algo como qué, quiénes

somos, quién es este

vampiro desterrado de sus días, qué estos tercos

gemidos devorándose en la noche.

 

 

 

 

 

 

Voyeur

 

Míralos, míralos: están tumbados

como para soñar, como para morir o como

para rodar sin más hacia un único

abismo. Míralos ahí, así,

tan cerca de nosotros y tan lejos

de eso que llaman mundo. Sí,

unidos por un mismo calendario, están

hechos de tiempo pero ahora

escapan, se evaden, huyen; yacen cautivos. Él

inflama unas palabras a su oído: largas

palabras para atarse en corto; ella

lo prende, se deshoja, lo aproxima a

su eléctrica tijera, abre

sus pétalos mortales. Parte su cuerpo en dos.

 

Míralos, míralo: un cuarto alado –y sísmico–

volando por el cielo de los cuerpos; oscura piel, ventana que

da al patio de los sueños; la luz ciruela, ésa

que pone ella del fondo de sus ojos… Rapto todo,

el ritmo que engrandece

la vieja melodía de la carne, donde ya

nada falta

porque nada sujetan.

 

Míralo, míralos: ¿qué lumbre

los recorre? ¿Qué le roban al tiempo?

En esta voladura de las horas, resoplan

a la muerte como si la retaran, como si

golpearan a su puerta. Tan

lejanos, ajenos pero juntos, ahí, dos seres

abismándose; dos

cuerpos –sangre y fuego– atados, explorando

con furia su destino. Como si una gran llama, toda

los cubriese. Míralos. Mira cómo arden ya

en su imposible incendio.

 

 

 

 

De Dragados y Construcciones [2005-2009]

 

 

 

Un grito

 

Un grito está sonando, aunque tú

no lo oigas. Viene de allá, de lejos, del origen

mismísimo. Como un testamento

ciego, roto, dejado

en los brazos de nadie, va con todos

nosotros: va con los solitarios

y une a la multitud. Duerme en camas deshechas

donde anida el dolor. Se enrosca entre sirenas

de ambulancias esquivas, golpea en los escaparates

de las tiendas lujosas, llega hasta el corazón

de los ahogados. Abre grietas profundas

como la sal. Vive en ti,

como en mí, sin respuesta,

expectante.

 

Cada minuto, cada

segundo, de cada día, aunque tú

no lo oigas, un grito innumerable se abre paso

por dentro. Su hemorragia es

interna (Bacon, Munch,

lo sabían). Dice cosas

confusas, disociadas, ya dichas. Deja luego un

silencio. Encadenado, sordo,

desolado esta tarde,

resonando metálico.

 

 

 

 

 

 

Cibermística

 

El rumor, mientras duermes,

que arrastra la ciudad, su maquinaria

perfecta; los cables subterráneos

que trepan por paredes, las ondas, las antenas,

que llegan hasta dónde; un sueño de azoteas

sin muros ni crepúsculo; pantallas

encendidas; mensajes repitiéndose

del cero al infinito; el tiempo escaneando

tu nombre de repente; guarismos, cifras,

aire: las luces fluorescentes

diurnas, en la noche.

 

 

 

 

 

 

Desguaces Pérez

 

Sin duda hay algo nuestro,

de ti y de mí, pegado en este coche aún. Una segunda

piel. Una tapicería

del alma. Algo que nos confunde

de repente, sin duda: hay algún faro roto,

desconchones, señales

que dejaron los días. Arañazos ahí,

como nombres perdidos, más

de una abolladura hay,

y esa línea

continua, tu voz

contra luna, sumergidos paisajes

donde fuimos felices. Altos cruces veloces

sin barreras ni edad. Corrió como la sangre

rugía en nuestras venas. Nunca tomó un atajo

si no era infinito, este pequeño cómplice,

que ha ensanchado la vida. Que los dioses

lo guarden, lo custodien

las grúas. Que lo arropen los astros

de la noche que habla su pasado

continuo, el presente

ya inmóvil de esta belleza en ruinas. Desolada

grandeza, misteriosa

chatarra, silencioso el lugar

donde van a morir los automóviles.

 

 

 

 

 

 

Canción final

 

Una canción que suene

todo el día, toda

la noche, la vida entera, al cruzar

los semáforos, a la dudosa luz

de las farolas, en los aparcamientos

vacíos, que tenga la piedad

de esta ceniza, un humo compartido

entre salas de espera, mesa y cama caliente

para los refugiados. Música derramada,

como salpicadura, para que tú la oigas:

una canción que llegue

desde la periferia al centro mismo

de ti, a todas horas, un instante

tan sólo, solamente un

momento, un acorde en los brazos

de las madres estériles, que propague los nombres

de los desaparecidos, resuene entre teléfonos

donde ya nadie llama; un humo de guitarras

eléctricas, acústicas, un grafiti de Banksy

en el cielo de Gaza, la esperanza en el muro

de las devastaciones. Sólo una melodía

que nos tenga por dentro, que bese las mejillas

de las muchachas muertas, moje los labios de los moribundos.

 

Una canción que sueñe, ya

sin letra, vuelta música

al fin. Un himno que se expanda

silencioso en el cosmos, lentamente

infinito. Escúchalo.

¿Lo oyes?

 

 

 

 

De diverso.es [2009-2011]

 

 

Descargas eléctricas

 

Las palabras producen

sacudidas eléctricas. Son

como enormes trallazos fustigándonos

dentro, fogonazos, calambres: son descargas de luz

que fulminan la nada. Ahora, a oscuras

de nuevo, como quien se zambulle, entro en ti,

muy despacio –otra vez

lentamente–, para que me ilumines, para tocar el fondo

de las cosas. El todo que es colmo

de la nada; el incendio, el incendio:

nuestra vida una en llamas, sólo un

electroshock, un espasmo

sin fin, cables de alta tensión elevados al viento.

 

Somos estos que crujen

en palabras, palabras

que son campos minados, son neuronas

hirviendo, filamentos de lumbre, material

radiactivo que nos toca de frente.

El profundo sabor

de la carne a la brasa; esta luz que nos dice

y ha dejado una flor: deja flores de plástico

floreciendo entre escombros. En vida abierta,

vieja, herida

nuevamente, la palabra surgiendo, la palabra

nombrándonos, entre el ser y la nada, el ruido

y el silencio, la inexistencia y el vacío.

 

 

 

 

 

 

Socavón

calle en obras

 

Se parece a ti misma, soledad, esta acera, ahí

abierta, con su herida asomada, su intestino

de plástico. Ese plástico lleno

de aluminio y de frío, su azul descolorido,

empozado entre fango. Por las secas bajantes del olvido,

donde ya

nadie pasa

ni llega, y sólo abundan pasado y otros útiles

de ferretería, esta acera llagada, ahí

abierta, se parece a ti misma, soledad,

seas quien seas.

 

 

 

 

 

 

Destellos en la noche

 

Estos destellos que ahora me hablan

de ti, que bailan en lo alto, que golpean en

todos los cristales, en muy altas cornisas, antenas,

azoteas, contra esa simetría

de aparatos metálicos, de opacos

rascacielos; estos breves reflejos

de qué, que nos convocan; este parpadear

de luces en la noche, que me lleva

ciegamente hasta ti: esta insomne

llamada, esta muda caricia que ha dejado un zarpazo,

una gran quemazón sin distancia

ni olvido…

 

Van viniendo

de lejos –parece–. A la velocidad

de la luz, llegan estos reflejos,

que son –¿cómo decir?– un gran morse

velado, un calambre de lumbre: son vislumbres

fugaces. Aluminio

diluido, su fulgor disolviéndose

clandestino, instantáneo. Como un guiño de ojos

que conduce hasta el alba.

Porque ya ha amanecido, y es de día –ya

sabes–; y hace un día imponente, luce un sol

sin matices. Y el sol pega en lo alto –más arriba, aún

más alto–, en las altas cornisas

del amor.

 

 

 

 

Datos vitales

Adolfo Cueto (1969) es astur-madrileño. Cursó estudios de Filología Hispánica y de Derecho en la UCM. Poéticamente, se dio a conocer con la aparición de Diario mundo (2000), libro destacado en las páginas de El Cultural como uno de los mejores libros de autor novel aparecido ese año. Vinculado al mundo editorial, ha colaborado en programas culturales de radio y televisión, y ha sido premiado con diversos galardones literarios, además de incluido en varias muestras y recuentos de poesía española última; también, parcialmente traducido al inglés y al árabe. Tras un largo período de silencio editorial –no de escritura–, interrumpido tan sólo por la aparición del cuadernillo bilingüe 7 poemas (Instituto Cervantes, 2007), va dando a la luz el resultado de ese continuado trabajo. Y así, a Palabras subterráneas [2001-2004], publicado por Renacimiento en 2010, vino a sumarse, el año siguiente, Dragados y Construcciones [2005-2009], premio Emilio Alarcos de poesía, editado por Visor. En la actualidad revisa un nuevo libro de esa obra en marcha para su publicación, diverso.es [2009-2011], y avanza en una próxima entrega de título aún provisional, al tiempo que colabora, esporádicamente, con reseñas críticas para algunas revistas digitales.

 

 

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