Poesía peruana: Martín Zúñiga (Foja de poesía No. 460)

 Presentamos algunos textos del poeta peruano Martín Zúñiga (Cusco, 1983). Ha merecido, por su poesía, distinciones como el Premio Internacional de Poesía Ángel Martínez Baigorri y el Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, ambos en España, así como el Premio Nacional Juvenil de Poesía Javier Heraud y el Premio Internacional de Poesía Copé de Plata en Perú.

 

 

 

 

 

De: Gavia

 

 

PARECE SIMPLE TRABAJAR SIN MÚSICA

 

Cuesta mirar cuanto te acompaña

un incendio.

 

Cuando los discos viejos inundan la casa.

Cuando las paredes se vuelven gigantes

y estás parado en medio

 

y

de pronto las medias se te mojan

sin razón, y sin razón también la luz se acaba.

y un barro antiguo se asoma bajo las señales.

 

Cuesta no cerrar los ojos

en la necesidad de detener algo.

 

 

 

 

 

 

 

LOS TECHOS DE CALAMINA VIBRAN AL COMPÁS DE LA LLUVIA

 

Lo mejor que puede suceder es el agua

corriendo en la cañerías

pero pocas veces suceden cosas buenas

en mi casa. Con la palabra amor se acaban

muchas palabras. las canciones y los bailes

de moda. hendiduras imperceptibles en los dientes

como colinas como elefantes blancos;

porque ya es costumbre acarrear tangos

en los baldes de agua. El frío

que se filtra por las grietas me amuebla la casa.

Y aunque es un desierto lleno de espinos y tequila

 

las musas bailan en mi pecho

al son del carro basurero y se ríen de mi falta de agallas,

de mi inestimable pesimismo al prender los cigarrillos.

 

Every time we say goodbye revolotea por la casa.

Con el tiempo también aprenderé a reírme.

Pavlov tenía algo de razón en ello.

 

 

 

De: Cover

 

 

Esto es un Cover

 

Esto es lo que suena cuando un dedo se posa en una herida.

Trampas en la luz.

Los manifiestos recientes dan por sentado

que dos personas podían compartir sus posibles espacios.

Naranja partida por la mitad sin detenerse en las minucias del placer cotidiano.

 

En mis cortos cinco sentidos clavados en las tiendas de juguetes,

ella crece para mis adentros.

Entiendes si te digo te quiero? No entiendes tampoco si te digo que te odio.

Que te deseo.

Pintarrajea los quioscos saturados de periódicos atrasados

con transeúntes sombras entre la nieve que deseamos nunca termine de licuar.

 

Crece como un vómito tierno.

 

Comparo la vida con éstas palabras.

Trampas en las sombras

Trampas de la luz para ser más exactos.

En las cortes en cambio se sabía que los esposos no podrían.

Que lo esencial está en la súplica;

en el lugar, más, oscuro de la palabra.

 

Entre las páginas de hermosos libros que nunca entiendo

donde una cortina de centauros ebrios cae delante del sol.

Ella, cuyo nombre desconozco.

               

Tú me quieres de verdad             Pues claro, claro que te quiero

Yo también te quiero                    Pero, pensé

Pero, no vayas tan de prisa        Asentí.

No me atosigues, yo tengo mi propio ritmo para hacer las cosas

Asentí.

Podrás esperar                                Asentí.

Me lo prometes                              Te lo prometo

 

Éramos una gallina a la que le habían quemado el pico y un gato

al que le habían arrancado las garras.

El ritmo de una gallina no varía en lo más mínimo.

Un gato, en cambio.

 

 

 

 

 

 

Canción de Edipo en Tesalia

a Rocío del Alva Melgar Cervantes

 

Lo sé. El amor es al fin y al cabo una rémora sonriente

un acto de constricción nada planificado vagando zombi por los riachuelos

que alumbran la ciudad, buscando la felicidad en tu etnia

de espanto y fuerza.

Te miraba como sólo los locos pueden.

 

Me aferraba a mi fantasma hediondo para que te salvaras de mí.

Te salvé de mí.

Pero el amor era un batracio metido en mi oreja, un constante croar de saltimbanquis

empecinados en traerte una y otra vez.

Hasta que te quedaste para siempre sin estar.

Es incomprensible mi manera de mirarte como un sacerdote mira

el cáliz,

convencerme de cuánto hiere cada filamento que sale de ti y que me abrigaba,

que todavía me abriga.

Lo sé, mis dedos sangran por el trabajo, por las madrugadas dedicas a que me quieras.

Te salve de mí a costa tuya, destruí los remansos de tu niñez,

y tú, inocente como sola tú,

me regalaste una y otra vez la vida.

 

Lo sé, el amor es una rémora sonriente

pero una rémora, al fin y al cabo,

necesaria. Mi necesidad tiene nuestros apellidos. Mi felicidad tiene tus ganas.

Abrazarte sería en el mejor de los casos una ofensa, pero también una carta de ciudadanía,

un lugar propio entre los riachuelos por donde fecunda la ciudad.

Guerra fría la de los amantes que matan su felicidad a costa de construirse una vida.

Olvidados de la vida, digo tanto para decirte mi necesidad tiene tu nombre.

Digo tanto para convencerte tan poco.

 

Planifico cada palabra que sale de mí hacia ti. Me dices que solo tienes un hijo, no dos

y me siento huérfano. Podrías dejar de hablar un poco y mirarme,

olerme como la primera vez.

Ya se han acabado entre nosotros las primeras veces, todo es un tiempo de descuento

un tal vez mañana si pueda si esta vez si eso

si quisiéramos si eso existe.

No me moriré todavía, me digo, alzaré nuevamente mi mirada hasta tu mirada

limpia. A eso me dedico, a tratar de que lo dicho

 

sea verdad,

a que mis sueños de adolescente

trabajar poco ganar mucho, hacer lo que más me gusta

lo que me gusta más después de ti

sea provechoso para los tres.

Cobarde como soy, te he ido perdiendo, decía una canción de amor.

No ser esto que soy y que te ha ido perdiendo.

Ganada mi niñez, no la necesitabas.

 

Ahora mi necesidad tiene el nombre de tu necesidad. El amor también, lo sé,

tiende a ser eso. Por lo que presento mis armas ante ti

y dejo mi presente para vivir en nuestro mejor pasado, para mirar nuestro único futuro.

Hemos tenido días malos, nos disgustaban las mismas flores

los girasoles eran fracturas en nuestras manos.

Pero hemos estudiado botánica, ahora sabemos un poco más de las flores.

Te salve de mí a condición de perderte. Nada bueno pude sacar de mi pecho.

 

Decir tanto para convencerte tan poco, pero convencerte al menos.

Niño como soy no soy ni la mitad de la niña que eres.

¿A dónde llevaré mis huesos el día que los días

se me acaben. Palillos de dientes mis huesos te buscarán, de seguro.

Acógelos al menos como amiga. Abrázalos y huélelos como la primera vez, ya no como

un traje que usé, sino como un traje que me uso.

 

Desde la primera vez, ahora que no nos quedan ya

más primeras veces, te pertenecieron

y se asustaban si querías saltar del puente; cobardes como son no sabían

si te seguirían en el salto. Acógelos, no porque sean tuyos,

tantas cosas tienes que no les abres la puerta de tu casa,

que los dejas esperando en la vereda,

sino porque son feos, débiles, roncos y te miran como sólo un loco puede.

No te harán escenas de celos, se acurrucaran en una esquina

tratarán de incomodarte lo menos posible.

Como yo, se sentirán contentos de que los mires de vez en cuando

hermosa y fuerte como eres.

 

No voy a negar lo feo que soy contigo, lo feo que son mis huesos,

la cantidad de horas acumuladas en el trabajo de tender vías de ferrocarril

que me alejaran de casa, pero te lo debo todo,

el 80% de esas horas y la inflación de mis agallas.

Esta canción también era una deuda, que así y ahora queda mal saldada,

decía otra canción de amor.

 

 

 

 

 

 

Balada para el Amenazado con Epifora y Aforismo chamusqueado

 

Pájaros de eucalipto arden dentro de sus paredes.

Paredes de carne y de sal. En la primera epístola a los tibetanos el apóstol habla

sobre el sonido en la inmersión del agua y del fuego.

Bolas de fuego cayendo sobre la muchedumbre intrigada.

Bolas de fuego que no les queman; habla

 

de cómo el agua le teme al fuego, aunque no debería,

de cómo el fuego le teme a la arena, la arena al viento

que la amontona y la separa.

 

Lo compara con la armonía de las flores y de los insectos repudiando el apetito de la carne.

 

Abre en su narración un paréntesis: habla de un viejo romano

que antes de cierta batalla, olvidada ya por el tiempo,

tomó agua. Si voy a tener sed, ya la tengo, dijo. Y mató a unos cuantos antes de

seguir la senda de Arquíloco.

 

En esta historia aves de eucalipto se postran dentro de su pelo

y todas las verdes criaturas de la tierra y del agua.

 

Si me quedé a almorzar al borde de la laguna,

si me quedé a ver a un caimán apareándose bajo un lejano trueno,

si me quedé fue casualidad. Y ataraxia.

Y pocas monedas para tomar el tren —¡tan literarios siempre los trenes! —

adecuado para llegar a casa.

 

En esta historia rondan otra vez la soledad y el frío que es su apariencia.

Luna herida en mi talón a la manera de una metáfora, de un artilugio accesorio, innecesario.

 

Adorna así la verdad con mentiras y lo llama belleza,

porque sabe que la gente cree disfrutar

de la sorpresa al encontrar un león en mitad del camino.

A los ocho años, en la clase de gramática, su padre de un sopapo le enseñó

el orden cierto de las cosas

que conocía por sus ancestros.

Cosas importantes para un hombre de bien, no para mí, respondió.

 

Si el sonido de la refrigeradora vacía me acompaña con su canción

de cuna, ¿para qué gasté el tiempo al lado de musarañas?, se preguntaría luego.

 

Resumamos la cuestión: es delicioso y tentador no hacer nada. Gastar mal el tiempo.

 

En clases de gramática el filósofo pone nombre al juego de equilibrio

entre conciencia y armonía. Síntesis.

La belleza para el gramático es planear el juego. En cambio el apóstol entró en él:

 

pone un pie sobre la cuerda

y luego otro

y otro.

El gramático recomienda: no mires abajo está el cielo.

 

Hay un nuevo intermedio donde las vacas se juntan

tratando de hacer casar sus manchas. Es su ingenuidad, heroica.

 

La verdad se parece a una cuerda tendida sobre el camino puesta ahí más para

hacer tropezar que para guiar a alguien.

Y tentado por las formas sensuales de la vanguardia, quien habla

reconoce no saber consolar a nadie. Se agarra a golpes

con su soledad: mascota olvidada en el aeropuerto, muerta de inanición y pena.

 

Al año siguiente se escapó de casa. Fue un viaje corto, por cierto.

Pronto olvidó las reglas para escribir cartas.

Su padre debía tener razón al notar algo raro en su hijo:

le es imposible aceptar a las nubes blancas y decide ver azul,

amarillo, bermellón y gris nieve. Falta de sentido común, repetiría el padre.

 

Luminosos manuales y tratados sobre el orden cierto de las cosas

vendió para regresar a casa. No volveré

no volveré otra vez

no volveré en ratas alimentadas por mis ojos bajo las uñas de mi soledad.

El caimán será devorado no por su pasión, sino por el resplandor del trueno.

El apóstol finaliza su epístola recomendando viajar y no mantener una casa;

incendiar todos los libros

y las paredes en la cabecera de las autopistas. Acostados al costado de las vías

por nuestra cabeza salía el sol, mientras los números del calendario se teñían de rojo.

 

Encontraron el cuerpo del apóstol detrás de muros tapiados

huyendo de las extraordinarias máquinas del amor.

No encontró defensas que le sean útiles.

No hubiese podido encontrarlas.

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

Martín Zúñiga Chávez (Cusco, Perú, 1983). Ha publicado los poemarios Gavia (Ediciones Fecit, España, 2009), Pequeño estudio sobre la muerte (Ediciones Copé, Perú, 2010) y Cover (Ediciones Difacit, España, 2011), además de la antología de poesía joven de Arequipa Rastros/Rostros (CRPP, Perú, 2011). Su obra ha recibido varios premios como el Premio Internacional de Poesía Ángel Martínez Baigorri y el Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, ambos en España; y  el Premio Nacional Juvenil de Poesía Javier Heraud y el Premio Internacional de Poesía Copé de Plata en Perú. Dirige la asociación cultural Centro de Recursos para la Poesía www.centroderecursosparalapoesia.org, plataforma de gestión de proyectos culturales que organiza el Festival Internacional de Poesía Ari Quepay, entre otras actividades. Realiza el proyecto LAE LEA Perú http://urbanotopia.blogspot.com. De niño quería un dinosaurio de mascota.

 

 

 

 

 

 

 

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