Poesía argentina: Marisa Martínez Pérsico

Marisa Martínez Pérsico (Buenos Aires, 1978), poeta, es doctora en Filología Hispánica. Enseña, desde 2010, Lengua y Literaturas Hispánicas en diversas universidades italianas. Con 18 años escribió su primer poemario, Las voces de las hojas (Baobab, 1998), que recibió dos años antes el Primer Premio en el Certamen “Río de la Plata II”. Luego publicó Poética ambulante (2003), Los pliegos obtusos (2004) y La única puerta era la tuya (Verbum, Madrid, 2015), libro por el que resultó finalista del II Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador”.

 

 

Francotiradores de Sarajevo

 

¿Por qué no vamos

de vacaciones a Bosnia?

Ha sido tu pregunta

de estos años.

 

Hojeabas la revista Bell’Europa

y andabas por la casa

con un cuadro

del antiguo cementerio judío.

 

En la foto de la tienda

que reza “Cvjecara”

las flores germinan en la roca

a través de los impactos

de mortero.

 

Hay orquídeas en venta,

para los amantes

y los muertos, me decías.

 

¿Por qué no organizar

un viaje a Herzegovina,

este verano?

 

Estabas triste a destiempo.

 

Por entonces

eras solo un muchacho

de familia opulenta

que franqueaba el confín

de los Balcanes

por tumbarse en las playas

sin bombas del Egeo.

 

Pero es fácil ser lírico

con la tragedia ajena.

 

Pavonearse entre los símbolos

con temas prestados

sin usar las rodillas

como patas de perro

por burlar a los maquis

del Bulevar Selimovica.

 

¿Por qué no vamos

a Mostar,

aunque sea unos días?

 

Yo tenía trece años.

El padre de mi amiga

amanecía pegado

a una emisora europea

para oír del asedio,

de su hermano en Markale,

de esa Miss Universo

coronada

en un sótano.

 

Yo escuchaba The Cult

en la otra sala.

 

La pureza no duele

cuando el mal no nos toca.

Después de Sarajevo

no es posible mirar una criatura

sin vendarse los ojos.

 

No volviste a insistir.

 

La llevarás, ahora, de la mano

al osario de tórtolas

del cuadro.

 

Y todo está en su sitio,

amor,

no te disculpes.

 

Yo tendré otras montañas.

 

 

Lenitivo

 

No hay

como leer cartas de amor

de otras épocas.

 

Esto también pasará.

 

 

Reconquista del pasado

 

Este prado del norte

es el bosque de ovejas

de mi infancia en el sur.

 

Me lleva siempre a México

un único aeropuerto,

en un vuelo de Avianca.

 

El vértice izquierdo

de cualquier dormitorio

vio a mi padre morir.

 

Caminábamos

vestidos de uniforme,

bajo un sol sin sorpresas.

En un rincón del sueño

nos dijimos adiós.

Desde allí, cada sendero

es del color de las losas

que pisamos dormidos.

 

Quise posar mi oreja en tu costado

por saber si latía, remiso, un corazón.

Desperté antes de tiempo.

 

Los buques

en que hemos naufragado

van tocando mojones de memoria

al fondear otros puertos peregrinos.

 

Pero estas calles etruscas

no consienten piratas del asfalto.

Sin tu nombre, mis ojos

desmenuzan

un orbe de jazmines.

 

La atmósfera respira

de hoja en blanco.

 

El mundo vuelve a ser

una promesa.

 

 

 

Poética ambulante

 

Volver,

siempre venir de alguna parte,

invocar el ritual

de la mudanza.

 

 

 

 

Casa hipocresía

 

No me importa

que rompas el peldaño que te vuelve

que quieras

que te escondan.

 

Me interesa

no sepas dominar esta importancia

ni con dos de tus manos

ni con todas las flores

de tu nombre.

 

 

 

Expedición doméstica

 

Son las siete en Reichsgau

Y en otro punto equidistante

Del planeta.

(Cuando iba a la escuela me gustaba

abrazar el planisferio y calcular

la simetría de los

husos. Siempre supe

que Japón era el revés de Buenos Aires.)

 

A la tarde me arrojo a la humedad

De la bruma y acaricio

El crepúsculo violeta. Mi cuota de orfandad

Se debilita si recorro las calles

De Carintia.

Ni siquiera me aleja un hemisferio

del espacio que tu cuerpo ocupa.

Pero anoche llovió y

Cómo extrañé tus pasteles de membrillo

El fragor de la cuchara contra

El plato, tu puñado de bucles.

Pinceladas reflejas de sentirte

En casa.

Acá se ve la auriga

Y en los bares se respira olor a Maxim´s.

Es molesto adecuarse a otra rutina.

Nunca acaba por ser del todo tuya y la nostalgia

 

Persiste.

El té de enebro

Tus cruces y estampitas

Enredar palabras por hablar de golpe

La manera de hacer

un dobladillo.

Golpean

A la puerta. Me levanto a abrirte.

Dejo paso a tu inercia

Y apoyás dos bolsas

En el piso.

¿Qué te pasa?

 

Te miro como si te desconociera,

Como si un terremoto nos hubiera

 

Partido, y por la puerta entreabierta

Florecen las clemátides.

Nada. Qué bueno que viniste.

 

 

 

Farewell dos

 

Adiós a la poesía burda, aquella absurda

maravilla inescrutable,

maremágnum sintagmático del siglo,

metástasis de versos troquelados.

La vanguardia del erizo y del carpincho,

alegrémonos que no entendemos qué bárbaro,

te quiero pero estoy bien light alone

qué oprobio ese vestido de la abuela.

Marketin’ del verso adiós,

adiós.

 

 

 

 

Tan lejos de nosotras

 

Las manos de mi hermana

ya tuvieron dos hijos.

Todavía juegan con las mías

en fotos,

porque están a kilómetros de casa.

 

Sus manos nacieron jardineras

para ordenar

el blanco y el azul, el rojo y el celeste.

Contará una jauría de cruces cada noche

una vida sonora y transparente.

 

Nuestro patio amaneció cargado de retamas

donde ayer le dibujé

una casa gris de tejas rojas en el margen

de un río. Mis primeras letras

mis últimas palabras.

 

A veces, antes de dormir, en la penumbra

imagino que aún está, tendida

en la otra cama. Que de pronto

sonará el despertador y mientras ella lo apaga

abrazaré mi conejo

sin apuro

niña náufraga

en la isla sin tiempo de la infancia.

 

Ahora se despierta a kilómetros de acá

quién sabe qué paisaje

vestirá su ojos negros, su sonrisa apacible.

 

Ella y yo

tan lejos de nosotras

que nos unen la ruta y un verano.

 

 

 

Artepoética

 

Sin un dolor sublime

Sin un pathos que valga

el verbo poético

se cruza de piernas o de brazos.

 

 

 

Ljubljanica Sava

 

Se esfuman ciertos gestos

del crucero que hicimos por Ljubljana.

Las sensaciones aéreas

cómo el viento jugaba con mi falda

cómo el agua cantaba en movimiento.

Allí toqué

por un segundo

el alfiler agudo de la dicha

pero fue tan leve al tacto

que lo perdí al doblar el primer puente

donde aprieta el pasado

como un zapato antiguo y defectuoso

que aún quisieras ponerte.

 

 

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