Poesía rumana: Corina Oproae

Presentamos una muestra de la poeta Corina Oproae, quien nació en Făgăraş (Transilvania, Rumania) en 1973. Se licenció en filología inglesa e hispánica en la Universidad Babeş-Bolyai de Cluj-Napoca, donde inició su actividad docente al finalizar la carrera, en el departamento de filología hispánica. Desde 1998 reside en Cataluña. Escribe poesía en español, traduce del rumano y del inglés al catalán y al español, y da clases de inglés en un instituto de enseñanza secundaria. En Rumania publicó poemas en las revistas literarias transilvanas Tribuna y Echinox. En 2016 publicó su primer libro de poemas Mil y una muertes en la editorial La Garúa. Ha traducido al catalán Per entre els dies, una antología en co-traducción de la poesía del poeta rumano Marin Sorescu (Premio Cavall Verd de Traducción Poética Rafel Jaume 2013 y Premio Marin Sorescu 2014) y La Meva Pàtria A4  de la poeta rumana Ana Blandiana (Premio Jordi Domènech de Traducción Poética 2015) y Els poemes de la llum de Lucian Blaga.

 

 

 

Anástasis 

 

Murió de noche.

La lloré tres días

y luego me senté paciente a su lado

esperando que resucitase.

 

Me habían explicado

que alguien de entre nosotros,

que era santo,

había resucitado

al tercer día

y había subido al cielo.

 

Ella también era santa, pensé,

y mientras esperaba,

tenía el corazón encogido

por si en vez de quedarse

subiría al cielo

ella también.

 

 

 

Adicciones

 

Hay adicciones a todas las cosas

que han sido inventadas hasta ahora,

me dijeron.

Hay adictos a sí mismos,

adictos al fondo del mar o a la cima de las montañas,

adictos a la cercana lejanía del sexo,

adictos a la combinatoria de la mente,

adictos al chocolate, al té negro o al café,

adictos a la luz de luna,

adictos al jabón en pastilla,

adictos a las frases sin acabar,

adictos a la enfermedad.

 

Durante un tiempo los expertos me incluyeron

en esta última categoría.

 

Hace poco han descubierto

que mi adicción es a la muerte.

Además, según parece,

es ella la que me ha inventado

a mí.

 

Desde que lo sé

me sorprendo cada día anhelando su compañía

y procuro no morirme

para poder embriagarme

día tras día.

 

 

 

Coincidencias

 

Ayer

llegué a tu casa

y me encontré a la muerte

enganchada a tu rostro.

 

Supe disimular la sorpresa a la perfección

y conseguí que nuestra cita fuese bien,

como siempre.

 

No era la primera vez,

he de reconocerlo.

De ahí mi ensayado disimulo.

Nos habíamos visto

en diversas ocasiones,

en varios escenarios.

 

Recuerdo la primera.

Agazapada contra el cuerpo de un desconocido.

Me escondí apresurada

dentro del corazón o del cerebro

de un pájaro en vuelo

y milagrosamente, al salir,

todo siguió como si nada hubiese sucedido.

 

También recuerdo la segunda.

Se había subido al mismo tren

que yo cogía en el andén de mis sueños

y perseguía a todos los que la reconocían.

Hice como si nunca la hubiese visto

y aquella vez coló también.

 

Hoy,

inmóvil,

espero delante del espejo,

pero no me atrevo a mirarme.

 


 

Diálogo con Wislawa Szymborska

 

—¿Qué son los grandes acontecimientos?

 

—¡Una magnífica pregunta!

Los grandes acontecimientos

son las sonrisas,

nuestros cuerpos levitando tras el alma

en un concierto de Bach,

el repicar de la lluvia sobre la consciencia…

 

—¿Estás segura?

¿Y las guerras y las catástrofes?

—Ah, sí, son aquello que ya no conseguimos recordar

aunque en su momento

hayamos jurado y perjurado

no olvidarlo jamás.

 

 

 

Después II

 

Llevo un tiempo

calzando mi alma

con un millón cien mil pares de zapatos.

 

Empecé por los zapatitos de niño.

Parecía imposible a primera vista

deslizarla toda ahí, en esos sitios tan diminutos.

De hecho,

tuve que hacer algún arreglo.

Pedí que me cortaran un retazo

y lo guardé cuidadosamente en un tallo de lirio.

Tuve que repetir la operación

unas cuantas veces,

pero lo conseguí finalmente

y  fui llevando cada día los zapatitos de niño

uno a uno,

par a par.

 

No puedo explicar lo que sentí.

¡Que cada uno se lo imagine!

Os puedo decir sin embargo que fue

un breve estremecer entre nacer y morir,

pero si esperáis que os hable de miedo,

yo,

no soy vuestro hombre.

 

Solamente soy aquel que lleva un tiempo

calzando su alma con un millón cien mil pares de zapatos.

 

¡Pero continuemos!

Después de los zapatitos de niño

me remendaron el alma de alguna forma

—según parece la dejaron reposar

en un campo de amapolas azoradas por el viento.

Y así comencé a llevar los zapatos de señora.

Habían pertenecido a amas de casa,

a maestras, a jóvenes, a enamoradas,

a mujeres mayores,

a mujeres poetas incluso.

Con el alma calzada en sus zapatos

grises y enmohecidos,

conseguí pasar por sus vidas.

¡No penséis que fue fácil!

Cada vez que tocaba cambiar de zapatos

el alma tenía que hacer de tripas corazón

y seguir adelante

hasta que llevé todos los zapatos de señora

uno a uno,

par a par.

 

Y si esta vez me preguntarais

qué fue lo que sentí, os diría

que fue un interminable estremecer entre nacer y morir,

pero si esperáis que os hable de miedo y de dolor

yo,

no soy vuestro hombre.

 

Solamente soy aquel que lleva un tiempo

calzando su alma con un millón cien mil pares de zapatos.

 

¡Continuemos!

Después de los zapatos de señora

mi alma necesitó un largo reposo

en la cima de una montaña

antes de hacer acopio de todas sus fuerzas

y calzar, por último, todos los zapatos de caballero.

 

Había de todo tipo,

grandes, pequeños, medianos

puntiagudos y redondeados

de gala y de andar por casa,

todos ellos descoloridos y polvorientos,

entraban en la vida en seguida

y pisaban con tanta fuerza

que mi alma se robustecía

y continuaba su particular periplo

hasta que llevé todos los zapatos de caballero

uno a uno,

par a par.

 

Como ya sé que me preguntaréis

qué fue lo que sentí, os digo

que fue un arduo estremecer entre nacer y morir.

Si esperáis que os hable de rabia, de miedo o de dolor

yo,

no soy vuestro hombre.

 

Solamente soy aquel que lleva un tiempo

calzando su alma con un millón cien mil pares de zapatos.

 

Ahora mi alma está en estado muy grave.

Solamente espera poder cerrar los ojos

un día de estos,

antes de que sea demasiado tarde para morir.

 

 

 

Porque no es tuyo       

 

No sabes acabar este poema

porque no es tuyo.

 

Te llegó un día lleno de amapolas

calladas, exangües y ausentes.

Se te posó sobre los ojos

como una mariposa despistada

y te cegó,

pero sentías sus alas

tambaleantes, aturdidas, lejanas.

 

Hoy, su aleteo ilumina tu ceguera.

Te habla en una lengua extraña

hecha de un silencio infinito

como un campo de trigo verde

dormido bajo el sol.

 

Te confiesa que hay muertos jóvenes

que aún pueden oler la tierra húmeda,

muertos que viven abrazos en la hierba,

felicidades amargas que palpitan

bajo la piel del olvido,

últimos y sagrados deseos de inocentes

desaparecidos en alguna de tantas guerras,

o un hambre atávico que se filtra raíces abajo

junto al olor a pan recién hecho.

 

También te confiesa que hay muertos viejos

que ya no pueden oler ni recordar olores,

muertos que se han vuelto materia

en descenso hacia el centro de la tierra

donde toda la vida que hemos sido

se reduce a un punto ínfimo

que todo lo contiene.

 

No sabes acabar este poema

porque no es tuyo.

 

Es el poema de todos los que han vivido

muerte y vida voluptuosamente,

los que saben que la tumba

es el único espejo que siempre

te devuelve el mismo rostro.

Un poema que sube desde las entrañas de la tierra,

desanda tiempo y espacio,

se posa sobre tus ojos

—efímera mariposa cegadora,

y te pide desesperadamente que lo continúes.

 

 

 

X.

 

somos cuerpos que llenan espacios. milagros en vida. nos volvemos densos, muy densos y llega la muerte y nos trae el vacío de antes del cuerpo. el vacío ahuyenta el espíritu y deja que nos crezcan alas hacia adentro, alas que se doblan pacientes a la espera de un vuelo posible. el vacío desvía las lágrimas, las desliza hacia adentro, hacia valles imperceptibles, lágrimas que inundan en su camino las piedras rugosas de la memoria, el inconfesable vacío de antes anuncia el tangible vacío de después y en medio, en la densidad, somos la contundente premonición del final.

 

antes              vacío vacío                          después

 

 

 

XI.

 

somos palabras que llenan vacíos. sin antes y sin después. hemos dejado fuera toda esperanza. nos volvemos pájaros, pájaros con alas de cristal que se desploman sobre la tierra mojada de miedo y de desesperanza, pájaros que nacen muertos y no pueden recordar la lengua de antes de nacer, pájaros pesados con ojos de plomo que sin embargo ansían volverse a ahogar en nuestro interior, desplegar alas infinitas y hacernos volar hacia lo efímero, que disuelve la densidad en un solo instante y nos deja libres. somos la etérea continuación del principio.

 

antes              vacío vacío                          después

 

 

 

XII.

 

deja que irrumpan volcanes en tu interior. deja que las palabras se intercambien letras, sílabas y que así te nazcan dentro mutantes, monstruos, maravillas, milagros. luego apágalos con la tristeza de una ausencia infinita o con alguna felicidad instantánea, con el recuerdo diáfano que guardas en aquel cáliz de lirio o con el futuro esquivo que descifrarás en aquella mirada. brotará después la palabra, nítida y llena de sentido. la palabra que nunca viene de la nada. la palabra que permea el vacío. la palabra que es la sangre del espíritu.

 

antes              vacío vacío                          después

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