Poemas Para Beber En El Starbucks: Jaime Sabines En Concierto: “Lento Animal” Tour

El poeta y traductor Edgar Amador (Coahuila, 1967) nos recuerda, en su sección Poemas para beber en el Starbucks, que “Jaime Sabines era vida pura, sin ambages. Era un concierto”, un imprescindible de la poesía en español.

 

 

 

Poemas para beber en el Starbucks: Jaime Sabines en concierto: “Lento animal” Tour

 

 

Créanme, millenials: antes de que México estuviera dividido entre fanáticos del Real y del Barça; entre devotos de Maná o de Molotov; entre adeptos de los Cowboys o los Patriots; en las mesas familiares se discutía si se era afín a la poesía de Octavio Paz, o a la de Jaime Sabines. Esa era la dicotomía nacional.

Y pensar que en esos días teníamos a Paz y a Sabines en la misma ciudad. A calles de distancia. Muchos pobres de espíritu ¡tenían que elegir! Si leían a uno no podían disfrutar al otro. Pudiendo tener los dos en vivo y en directo.

Jaime Sabines no era un poeta: era un rockstar. Sus lecturas se desbordaban de público que quería escucharlo, pero también verlo y tocarlo. Miles y miles de personas (mi hermana y su esposo, por ejemplo) se habían dedicado sus poemas, se habían enamorado leyéndolos, se habían consolado escuchándolos, habían llorado de rabia por la muerte de alguien cercano leyendo las coplas al Mayor Sabines.

Yo lo sé de cierto, no lo supongo. Yo lo vi muchas veces: auditorios repletos con gente sentada en el piso, aullando, gritándole agradecidos, pidiendo complacencias como si fueran canciones. Yo vi a Jaime Sabines abrumado por tanto cariño de sus lectores en un fenómeno que parecía más un palenque o un concierto que una lectura de poemas.

Me cuesta trabajo creer que haya habido gente, y que la haya, que dudara o dude de la calidad de su poesía. Jaime Sabines era Jorge Manrique mezclado con José Alfredo Jimenez; eran coplas urbanas con ranchero como música de fondo; eran versos limpios con un trasfondo grosero; era lo obvio del sentimiento diario intentando llegar a lo sublime; eran lamento y carcajada. Jaime Sabines era vida pura, sin ambages. Era un concierto.

Y en este concierto, de su Gira “Lento Animal” Tour (para a ver si así entienden, queridos millenials), les vengo presentando dos rolitas: la primera es una bolero ranchero, que podría haber sido cantado sin problema por Javier Solís. Va:

 

Yo no lo sé de cierto, pero supongo

que una mujer y un hombre

un día se quieren,

se van quedando solos poco a poco,

algo en su corazón les dice que están solos,

solos sobre la tierra se penetran,

se van matando el uno al otro.

 

Todo se hace en silencio. Como

se hace la luz dentro del ojo.

El amor une cuerpos.

En silencio se van llenando el uno al otro.

Cualquier día despiertan, sobre brazos;

piensan entonces que lo saben todo.

Se ven desnudos y lo saben todo.

(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)

 

Y la segunda rola es un crossover, digamos que es un grunge, y es una muestra (para mí la mejor), de que aquellos que decían que Jaime Sabines no escribía poesía, no sabían muy bien de lo que estaban hablando:

 

 

Lento, amargo animal

 

Lento, amargo animal

que soy, que he sido,

amargo desde el nudo de polvo y agua y viento

que en la primera generación del hombre pedía a Dios.

Amargo como esos minerales amargos

que en las noches de exacta soledad

—maldita y arruinada soledad

sin uno mismo—

trepan a la garganta

y, costras de silencio,

asfixian, matan, resucitan.

Amargo como esa voz amarga

prenatal, presubstancial, que dijo

nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,

que murió nuestra muerte,

y que en todo momento descubrimos.

Amargo desde dentro,

desde lo que no soy,

—mi piel como mi lengua—

desde el primer viviente,

anuncio y profecía.

Lento desde hace siglos,

remoto —nada hay detrás—,

lejano, lejos, desconocido.

Lento, amargo animal

que soy, que he sido.

 

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