Presentamos doce poemas de Tras la puerta de Marino Berigüete (Barahona, República Dominicana, 1962). Es poeta, escritor y diplomático. Miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua. Ha publicado libros de poesía, ensayo, literatura infantil y novela. Entre sus libros de poemas destacan Mujeres y Odas a Barahona; de ensayo El despertar de las palabras; de cuentos Trece cuentos supersticiosos del sur y Gotas de agua, así como la novela El plan Trujillo. Ha colaborado como articulista en distintos periódicos, como Última Hora, La Nación, El Siglo, entre otros, y ha sido profesor en las universidades Central del Este y Pedro Henríquez Ureña de Santo Domingo.
I
En el cuarto oscuro ardo como una lámpara
iluminando los objetos abandonados en la penumbra:
una silla desierta, una ventana cerrada…
La quietud del tiempo ha quedado suspendida en el aire.
El silencio se cierne como un manto,
sonidos lejanos resuenan por los rincones,
la sombra de un gato se desliza mientras
la noche extiende su lienzo sobre el mundo.
Un reloj antiguo marca el latido de la habitación,
sus tictacs son un secreto que se amplía.
En una esquina, un espejo refleja rostros desconocidos,
y una pálida luna lo secunda,
iluminando los espacios con su luz fría.
En este mundo de sombras y voces solitarias
busco las palabras escondidas en la penumbra,
palabras que moldean la melancolía del instante
y llevan consigo el eco de lo eterno.
II
En mi morada vacía,
tras el café y las citas forzadas,
una llave gira en su cerradura
y el silencio y la soledad se adueñan del espacio.
El peso de las agendas, meticulosamente planificadas,
se transforma en un fardo cargado sobre mi espalda
como un bulto que oscila al compás de mis pasos.
Entre las murallas silentes y las instantáneas de la memoria
la rutina se desvanece ante el abrazo del vacío.
El reloj marca la hora de un tiempo detenido
y los sonidos de la jornada se desdibujan uno a uno.
En cada retorno a este refugio de sombras y ausencia
se despliega el enigma de la propia compañía
mientras la llave se convierte en umbral de lo desconocido
y el silencio reverbera en el eco de lo que fue, y ya no es.
III
En la quietud profunda de la biblioteca
los libros reposan, cerrados, secretos…
Se apilan unos sobre otros en los metálicos estantes,
y un eco milenario resuena entre sus páginas.
Cada uno es un refugio de historias enterradas,
sus tapas, puertas hacia mundos distantes
donde habita lo que fue y ya no es,
la nostalgia y el eco de palabras antiguas
susurrando en el aire.
El mismo vacío que me acompañó
se esconde entre las líneas, impreso en tinta negra,
y una sombra de ausencia se proyecta en las letras
que danzan, en silencio, ante mis ojos.
En este encuentro mío con los libros callados
percibo cómo el tiempo se tiende en la penumbra
y nuestros vacíos se encuentran y se funden
en un abrazo silencioso que trasciende las palabras.
IV
En la morada, de muebles serenos,
donde ninguna presencia ha marcado su impronta,
cada silla y mesa guarda su imperturbable dignidad,
mudos testigos de un pasado que yace en el olvido.
Los asientos, sin rastro ni sombra de ocupantes,
permanecen en un eterno estado de espera,
espectros de madera y tela que no han conocido la vida,
guardianes taciturnos de un tiempo detenido.
Las mesas soportan la carga invisible de lo no dicho,
y en sus pulidas superficies se refleja el vacío
que se desliza entre las vetas de la madera,
como un eco lejano de risas y charlas olvidadas.
En este reino de muebles silenciosos
se respira un profundo vacío, un sigilo,
una ausencia que impregna el ambiente
de un letargo perpetuo, sin ecos,
sin susurros, sin voz…
V
La luz del sol se desvanece en sombras
y el silencio se acomoda en mis pasos.
Son, hasta la otra puerta, veintidós.
Allí aguarda otro mundo, impasible:
cuarenta y cinco metros de aislamiento.
En la penumbra, el silencio cobra vida propia,
un fantasma, una sombra que camina conmigo
en un extraño baile y testifica cada movimiento.
La otra puerta se abre frente a mí como un enigma:
cuarenta y cinco metros de destierro…
El eco de mi respiración resbala por las lisas paredes,
mientras la sombra crece y se apodera de la estancia
con un abrazo fiero.
En este espacio ya no penetra el sol,
su agonizante luz se desvanece…
El fantasma que acompaña mis pasos
es en verdad mi única compañía:
cuarenta y cinco metros de silencio profundo.
VI
La sombra, fiel, no me abandona.
No le importan mis ruegos:
la concesión de una discreta vía de escape,
ni mi fallida orden de alejarse.
A mi lado persiste en cada paso,
en este tiempo incierto donde más
nadie se atreve a acompañarme.
Me habla al oído en un lenguaje duro,
que no admite flaquezas ni consuelo.
Y en esas noches frías, donde la soledad es un abismo,
su manto deshilado es el único abrigo contra el mundo.
Por las calles y las habitaciones
ella avanza conmigo, sin temor ni reproches,
en un baile que sabemos los dos,
y que danzamos, semejante a la noche.
La sombra se aferra a mí.
No le importan mis ruegos.
Su abrazo me envuelve y estremece
en esas horas crueles en que el mundo
se tuerce y desvanece…
Es ella, solo ella, compañera constante,
la única que permanece.
VII
En el vacío de las noches, la sombra desaparece con el alba.
El enigma de la oscuridad cede paso a la luz que se alza.
Los días se despliegan como páginas en blanco que aguardan ser escritas,
pero el silencio permanece inmutable, sin ceder en su atenta custodia.
Me acompaña en cada palpitar, en un susurro constante
que se filtra en mis pensamientos y me enfrenta a lo desconocido.
El estruendo de todo no logra ahogar el rumor del silencio,
presente en cada instante de serenidad o agitación,
en la quietud que se posa sobre la rutina y el caos diario,
en la melodía sin compases que me sigue en mi errante deambular.
Así, el silencio persiste, se aferra a mí, y no hay alba,
ni enigma, ni luz que se levante que venza a este testigo
de mi tránsito por este mundo efímero y sin fronteras.
VIII
Retorno a la oficina con semblante gastado.
Visto formal y oscuro, y la corbata que me aprisiona el
cuello estrangula también mis pensamientos.
La sombra va conmigo. Nunca se queda atrás.
Me susurra al oído, me pide que afloje la corbata y que sonría,
mostrándome el camino entre las multitudes anodinas.
Por las vivaces calles, en medio del continuo trajín,
ella a mi lado va, sin destacar entre la muchedumbre,
testigo de mis dudas, anhelos y temores latentes,
en un ir y venir de rostros duros y miradas fugaces.
El peso del traje y la corbata se alivia en su presencia,
pues trae la sombra una paz singular.
En su abrazo tranquilo hallo descanso, cese del caos diario,
y aunque la rutina asfixie, ella permanece certera.
En cada paso, en cada esquina que cruzo en mi vagar,
me sigue y acompaña, sosegada, ajena a dramas citadinos
o enredos de existencias cruzadas, siempre fiel,
ignorando el murmullo de las multitudes.
Jamás deserta, ni delata, ni se desvanece…
Guía mis pasos en esta travesía solitaria,
en mi constante búsqueda,
en un baile donde danzamos ambos,
en secreto, sin trajes, ni corbatas,
ni rostros, ni ciudades, ni responsabilidades laborales,
solo la sombra y yo, silenciosos, magníficos, eternos…
IX
Vacío y silencio…
En el resguardo de la penumbra etérea
ellos son los compañeros fieles,
el auténtico atuendo moldeado a mi medida
por la soledad y la reflexión.
Vacío y silencio…
Atrapados entre mis párpados,
en lo insondable de mis pensamientos,
aunque se abran mis ojos al mundo exterior,
ellos persisten en su presencia,
El primero me envuelve, el segundo, me susurra palabras,
en un silente diálogo que solo yo percibo,
viaje íntimo que no tiene sendero ni retorno.
Vacío y silencio…
En la serenidad o en el estallido de actividad frenética,
en la quietud o en el bullicio discordante, me acompañan siempre,
como custodios fieles que me guían en este transitar por la existencia,
este empujar etéreo, sinfonía de luces y de sombras que no cesa.
Vacío y silencio…
Así, entre ambos, que me envuelven en su manto intangible,
descubro la profundidad de su mensaje, la calma de su refugio…
En la desnudez de mi ser, en mi esencia, ellos se revelan
como mis pares verdaderos en este viaje sin fin.
X
Tras las puertas cerradas el silencio se extiende como un oscuro manto.
Abraza cada rincón de la estancia, se cierne sobre mí.
La nada late en el aire, en el eco vacío de mis pensamientos,
en la desolación de mi corazón solitario.
Mis pasos reverberan en la penumbra.
Mis labios permanecen sellados.
Aquí, en este laberinto de memorias borradas, no progresa la voz.
Un intangible muro separa mis anhelos de tus palabras.
Mi universo se reduce a los libros, relatos que colman
brevemente el vacío de voces inmortales.
Y tú, a miles de kilómetros, tan cerca y tan distante,
dos cuerpos celestes en dimensiones paralelas.
Y nuestras hijas, orbitando a nuestro alrededor,
nuestras estrellas, haces de luz que nos conectan,
entrelazan y vencen cualquier distancia física.
Amada…, en la magia difícil de la soledad compartida,
en el silencio cómplice, nuestras almas se encuentran
en el sutil abrazo de la lejanía.
XI
Tras la puerta cerrada, en la quietud de mi habitación solitaria,
solo estamos tú y yo…
Navegamos lentamente por los pasillos de la memoria,
en un encuentro sin fin, y un rumor blanco envuelve
cada esquina de este espacio intangible.
En un laberinto de ruidos, de sombras sin contornos,
nos encontramos en el cálido abrazo de la distancia,
en la unión del vacío, mientras el reloj marca los latidos
como un tambor distante…
En este cosmos nuestro, de íntimos suspiros y murmullos,
somos los únicos habitantes…
Los recuerdos se mezclan.
Presente y pasado bailan juntos,
y nuestros corazones se funden
en un abrazo eterno que trasciende el tiempo y el espacio.
XII
Por los pasillos de mi sombría morada
navego un laberinto de memorias.
Hacia adentro retoza la penumbra,
secuestrando mi sombra.
Un portazo resuena en mis oídos y me lanza a otro plano.
Sus senderos resultan más vacíos
que los otros que mis pies han hollado.
El insomnio y el sueño son dos caras de la misma desdicha,
pues en ambos tu ausencia atormenta mi alma.
Mis pensamientos se enroscan en la penumbra,
desafían mi voluntad de ahogarlos,
su sordera me sumerge en un espacio en blanco,
sin una letra escrita, sin salida a mi desolación.
Persevero hasta que las palabras toman vuelo
y logro dibujar tu semblante, arrancarle tu sonrisa a la sombra…
Mientras escribo sueño con que ocurra el milagro:
moldearlas en carne y hueso, corporizarte toda,
alejar el vacío, hacer estallar esta prisión de paredes desnudas.
Ah, prodigio, las palabras cobran cuerpo, se vuelven poesía,
como tú, ungüento para mis noches de vigilia,
crisálidas de luz, mariposas revoloteando
en mi mente intranquila en busca de un escape.
En medio de la nocturna soledad emerges,
magia del manantial de mis palabras,
invocada por un poético grito,
cuando todo el dolor de tu ausencia
se apiña, crudelísimo, en un rincón del alma.