Breve antología de Abigael Bohórquez

Presentamos, a continuación, una muestra representativa de la poesía de Abigael Bohórquez (1936-1995). Llamado por Efraín Huerta “poeta de poderosa y macha poesía”, su trabajo, de manera inexplicable, no ha sido reconocido como debiera por el establishment  literario de México. Sirva esta muestra como breve homenaje al poeta sonorense.

 

 

 

 

Se ha repetido hasta el lugar común que la crítica y los estudios sobre poesía mexicana son pobrísimos y limitados. Nunca fue más cierta esa idea que cuando abordamos el caso de Abigael Bohórquez. Poetas, críticos y académicos deberíamos sentirnos avergonzados por no haberle sabido dar el lugar que merece en nuestra tradición. Ejemplo claro de lo anterior es el hecho de que su trabajo no ha sido recogido por prácticamente ninguna antología de poesía mexicana. Nacido en 1936 y muerto en 1995, Bohórquez, “poeta de poderosa y macha poesía” como afectivamente lo llamó Efraín Huerta, es uno de los más intensos de nuestro siglo xx. Al menos desde Las amarras terrestres (1969) había ofrecido una poesía madura, muy personal, intensísima. Navegación en Yoremito (1993) y Poesida (1996) son momentos casi insuperables de la poesía mexicana. En él encontramos, sin duda, una de nuestras cimas líricas.

            Su poesía es una especie de escándalo del lenguaje, un decir que no sólo se aparta brillantemente de la norma lingüística sino que es, también, altamente emotivo y vertiginoso. En sus poemas asistimos a una puesta en operación de la lengua que retoma la fuerza del arcaísmo y aún construcciones sintácticas propias de los Siglos de Oro y la Edad Media. A lo anterior incorpora sorprendentes neologismos, no vacila en el uso de palabras o estructuras de ese dialecto parasitario, variado y vivo que es el slang o la castellanización de vocablos en inglés. Estos elementos, dispuestos sintagmáticamente por una inteligencia aguda e ingeniosa, generan un complejísimo tejido verbal que resulta sumamente atractivo no solamente por el extrañamiento que causa sino por su lirismo y por el tratamiento del tema homosexual. Por su constante estado de excepción. Su música es intrincada, con una especie de candorosa aspereza que se suma al ritmo que impone la silva, visitada no pocas veces por él. El libro póstumo de Abigael Bohórquez, Poesida, es terriblemente emotivo y doloroso. Sus giros lingüísticos, que producen una sorpresa que nos asalta, verso a verso, con el corazón contrito, son indicadores de la calidad de esta poesía.

            Para esta breve reunión de poemas tomamos como referencia dos libros. El primero es la antología Las amarras terrestres. Antología poética (1957-1995), preparada por Dionisio Morales y editada en la UAM en 2001. El segundo poemario es Poesida, aparecido en 1996. La historia de este volumen es singular. En octubre de 1995, el poeta sonorense le entrega el manuscrito de Poesida a Mario Bojórquez, para que lo publique en su pequeña editorial “Los domésticos”, de Mexicali. El poeta de Navegación en Yoremito alcanzó a supervisar las características editoriales de su libro pero moriría un par de meses antes de que estuviera listo. En aquel tiempo, Mario Bojórquez escribió sobre el autor de Poesida: “La obra poética de Abigael Bohórquez ha marcado un hito en la poesía del noroeste de México; sus virtudes estilísticas, así como su compromiso con la álgida temática que aborda, son un ejemplo para las nuevas generaciones”.

 

 Alí Calderón

 

 

 

 

Fe de bautismo

1960

 

 

Llanto por la Muerte de un Perro

 

Hoy me llegó la carta de mi madre

y me dice, entre otras cosas: —besos y palabras—

que alguien mató a mi perro.

 

“Ladrándole a la muerte,

como antes a la luna y al silencio,

el perro abandonó la casa de su cuerpo,

—me cuenta—,

y se fue tras de su alma

con su paso extraviado y generoso

el miércoles pasado.

No supimos la causa de su sangre,

llegó chorreando angustia,

tambaleándose,

arrastrándose casi con su aullido,

como si desde su paisaje desgarrado

hubiera

querido despedirse de nosotros;

tristemente tendido quedó

—blanco y quebrado—,

a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.

Lo hemos llorado mucho…”

 

Y, ¿por qué no?

yo también lo he llorado;

la muerte de mi perro sin palabras

me duele más que la del perro que habla,

y engaña, y ríe, y asesina.

Mi perro siendo perro no mordía.

Mi perro no envidiaba ni mordía.

No engañaba ni mordía.

Como los que no siendo perros descuartizan,

destazan,

muerden

en las magistraturas,

en las fábricas,

en los ingenios,

en las fundiciones,

al obrero,

al empleado,

el mecanógrafo,

a la costurera,

hombre, mujer,

adolescente o vieja.

 

Mi perro era corriente,

humilde ciudadano del ladrido-carrera,

mi perro no tenía argolla en el pescuezo,

ni listón ni sonaja,

pero era bullanguero, enamorado y fiero.

A los siete años tuve escarlatina,

y por aquello del llanto y el capricho

de estar pidiendo dinero a cada rato,

me trajeron al perro de muy lejos

en una caja de zapatos. Era

minúsculo y sencillo como el trigo;

luego fue creciendo admirado y displicente

al par que mis tobillos y mi sexo;

supo de mi primera lágrima:

la novia que partía,

la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio;

supo de mi primer poema balbuceante

cuando murió la abuela;

al perro fue en su tiempo de ladridos

mi amigo más amigo.

 

“Ladrándole a la muerte,

como antes a la luna y al silencio,

el perro abandonó la casa de su cuerpo

—dice mi madre—

y se fue tras de su alma —los perros tienen alma:

una mojadita como un trino—

con su paso extraviado y generoso

el miércoles pasado…”

Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,

la muerte de mi perro sin palabras

me duele más que la del perro

que habla,

y extorsiona,

y discrimina,

y burla;

mi perro era corriente,

pero dejaba un corazón por huella;

no tenía argolla ni sonaja,

pero sus ojos eran dos panderos;

no tenía listón en el pescuezo,

pero tenía un girasol por cola

y era la paz de sus orejas largas

dos lenguas

de diamantes.

 

 

 

 

Madre ya he crecido

 

Madre,

cuando después del golpe más profundo

y luego que tu entrega

fue una ronca palabra desolada

y fuiste henchida;

cuando subí hasta el centro de tu vida

y fui la inefable señal,

tu paso

se volvió cauteloso

porque iba en ti el misterio,

ay, tu voz se hizo lenta, encubierta,

como tus lágrimas,

y cuando fuiste como la brisa entre las cosas

porque temías despertarme.

Cuando yo fui en tu alcándara la ropa,

cuando me di en tus ojos

y fui en tu soltería violentada

aquel: ¿cómo será?,

cuando fuiste la celda y me embebía

lo mejor de tus húmedos temblores,

cuando en tu juventud escarnecida

fui la certeza, las ánforas colmadas:

tu andar aminoró blando, callado,

se volvió sigiloso como el pavor

y buscaste las cosas en silencio

porque temías despertarme.

Cuando fui disidencia

y gota a gota de tu entraña fuiste forjando mi esqueleto

caminaste con miedo por los cuartos

porque temías despertarme.

Y por mí, que venía,

se ensanchó tu cintura diminuta,

y el seno humedecido

por la espesa camelia de la leche

se enriqueció con el fervor nocturno de rezar.

Para mí que venía,

tu cuerpo maduró de amaneceres,

de esos amaneceres del insomnio

donde fue tu aguardar dolido culto.

Entonces

ya no pudiste ir por las alcobas

porque yo te cansaba desde adentro

y porque,

madre,

rodeada de tus faltas y tu exilio

eras el hálito inerme de la tierra;

adivinaste

la hondura maternal de la mañana

y el sentido del viento,

y hasta del suelo que pisabas, torpe y henchida,

levantaste la hierba para el nido,

porque dentro de ti te duplicabas

tan pequeña, tan sola;

te movías extraña entre las cosas,

y llorabas, pero en silencio, cautelosamente,

porque temías despertarme.

Luego menguó tu cuerpo,

vació la copa su escanciada imagen

y en tu grito

mordido y necesario me tuviste,

pero calladamente, porque temías despertarme;

ya que miraste mi fealdad minúscula,

habituaste a tus brazos con mi peso,

meciste en el impulso de besarme

la formamuerte de mi cuerpo amargo,

y en el vaivén del ritmo señalado

me miraste hacia adentro, estremecida,

y presentiste mi semblante breve,

mi destino poeta,

la dura suerte de sufrir temprano.

Ay, cuando me mecías

cómo cantaba Dios en tu garganta.

Madre, ya he crecido,

en las manos

padezco los estigmas de aquel pueblo,

en la mirada llevo

las normas de humildad que me legaste

y en mis labios tu voz

que tomó rosas de las rosas;

madre, ya he crecido,

no me pidas buscar los huecos de la infancia

para llenarlos de recuerdos,

no me pidas me borren la sien de la locura

con un pañuelo tuyo,

ya he crecido.

Sé que no tengo noches venideras ni esperanza posible,

sé que el poema es vuelo subterráneo

a la espera de luz que lo rescate;

ya he crecido,

pero sé que la herida sigue abriéndose

porque no empaño ya, madre, los espejos,

y nadie querrá ya decir mi nombre,

yo sé que busco las jóvenes cinturas,

los peces de mi signo penetrándose,

que a la azucena tengo encarcelada al doblar de la esquina,

que el sueño me da vueltas,

y que aguardo mi noche bajo el íntimo vidrio

de todas las estrellas;

yo sé que he de buscar el cielo roto

en que cansé tu vientre de raíces

para saber cómo éramos entonces;

tú que fuiste en mi ser estas dos cosas:

el ignorado padre de mi cuerpo

y la serena madre de mi muerte,

no me hagas recordar si ya presientes

mi semblante que esconde su agonía,

mi destino poeta,

mi dura suerte de morir temprano,

cuando se huyan las horas por las huellas del aire,

y se libere el fruto de su cáscara infame,

y el sol de todo un día se apague en las rendijas.

Ahora te peso más y más te canso,

ahora te duele más mi vida

y aún temes despertarme;

au, no termina tu dolor conmigo ni mi dolor contigo.

Han pasado veinte años.

Hoy que ya me conoces

y que sigo pensándote y doliéndote,

es la crudeza de vivir y el miedo de vivir

lo que muy hondo

como un río de bocas me taladra.

Porque yo quiero dormir el sueño blando

en que sumerge su mentón la noche

tras el diluvio cal de as estrellas,

porque yo quiero dormir en las orillas

donde el tumulto reza por un muerto,

para ya no dolerte más,

para que temas despertarme

cuando tu paso huya por los puentes,

y todos se den cuenta que me he muerto,

y no olvides mi nombre casi angustia:

Abigael… Abigael…

para que temas despertarme cuando sepas

que me he dormido para siempre

1957

 

 

 

Las amarras terrestres

1969

 

 

I.                   Canción de la Ciudad de México bajo la tormenta y de la lluvia sin Laura

“Tal vez me encontrarás en todas partes.

Adiós.”

 

 

Y

llueve.

Junto al bramido esbelto de los trenes

—tránsito diluvial—

viene y va la ciudad lavando su arpa.

Llueve;

oratoria rasgada,

pasmo abierto.

 

Diluida,

mana tu ausencia elementales ríos.

 

Marineros terráqueos, abren

cartas de navegar los automóviles.

Nada en junio el verano

y es un buzo patriarcal la estatua

de Cristóbal Colón.

Por las culebras de asfalto

—haraganas sin rostro y sin hartazgo—

trajinan almirantes apagados.

Fieles a los espermas de la lluvia

las gladiolas esperan su cornada.

Llueve.

Ojo de la pintura.

 

“Tal vez…”

Todo fue dicho, Laura.

Y también lluevo.

Hacia desembocados lagrimales me derramo

por la ciudad sin ti,

yo que al vértigo aunado

voy.

 

Por Reforma próceres olvidados mejor encaramados

enarbolan su incurable porfía

de estar ahí centinelas del tráfago mirando

cómo pasa la vida tan mojando.

Pasajero sin balsa

Cuauhtémoc arponea gachupines.

Picotea la luz la última abeja que mielea las dalias

y en el bosque marnóstero relinchan

los pluviales centauros

arremetiendo el sexo de La Diana.

 

Todo fue dicho, Laura.

Ancho desbordamiento fugitivo

el viento caza nubes, las desinfla,

y con él por los muelles despoblados

de la Ciudad de México,

carabela sin ti, se va buscándote

mi voz innumerable.

 

Llueven varas de cánticos,

luceros denegridos,

pulsos entre cardúmenes,

calvicies malheridas.

En la Alameda Central todas las formas

del olvido y del agua

están presentes;

desde sus malecones imprevistos

puedo medir la soledad atlántica.

Muda está la paloma y escanciada,

apenas si la huida de las locas mercantes

que la amaron

queda bajo el turbión entrecogido.

Pegasos dipsofóbicos

alzan el vuelo y Bellas Artes queda

hipopotámica

irremolcable ya bajo la lluvia.

Telégrafos fatiga sus alarmas,

hacen olas sus sótanos tribales,

y Donceles mira pasar damnificadas togas,

birretes, estatutos, decretos, desacuerdos,

lábaros desteñidos en la negra corriente.

He salido a buscarte, pese a todo

Laura.

Aquí tampoco.

 

La Torre es como un mástil del diluvio.

Llueve.

Lo más cristal de Dios.

Todo fue dicho sin embargo, Laura.

Qué arboladura rota.

Qué nave enloquecida.

Qué soledad sin timonel ni velas.

Qué anzuelo derrotado.

Qué orfandad sin tu fuerza, Laura.

 

Llueve incansablemente.

El Correo Mayor

está a punto de zarpar. Lo abraza

un resquemor distante de gaviotas,

y el silbato lejano de las fábricas

lo hace temblar de velas y de peces,

de cartas hacia el golfo y de carteros

con timones de ráfagas navales.

Por San Juan de Letrán

se quiebra toda brújula;

apenas si del polvo de todo itinerario

queda un disperso párpado lloviendo

y el ancho cauce desuncido

caen y se van y vuelven

los paseadores inconclusos.

El color de marea desde los camarotes

de Cinco de Febrero;

bajeles estudiantes

de bozo impreguntable balbucean

una mala palabra transoceánica

por la sirena taquimecanógrafa

que les dejó en los muslos —salteadores

asaltantes atracadores tibios reinos nocturnos—

la entrega y la renuncia,

el tacto y el dolor de machos jóvenes,

el sí y el no espumoso en la tormenta;

inabordables buques de alquiler

confiesan su impericia marinera,

Poseidón de impermeable

pita en Cinco de Mayo.

Neptuno y Anfitrite con macanas de limo

comandan el oleaje en Peralvillo;

las Nereidas les mientan diluidos

remolinos de injuria en los hoteles,

y en la tarde nadante,

travesía sin ti,

anclo en el Zócalo.

Tláloc se hiere de dulzura.

Los ajolotes palaciegos

andan como en su casa.

 

No, no estás aquí tampoco,

pese a todo.

 

En la bogada ruta sin vigía

la Colonia Guerrero navega a la deriva

y sube y baja, entra y sale,

se oculta y se descubre

el Puente de Nonoalco en el oleaje.

Y tú no estás, amada,

no estás en todas partes,

sin embargo.

 

Latifundio trepado,

libertinaje-orgía-tíaricatejana-mofa-escarnio

del arrabal

boca abierta babeando anfibio celo

Santiago Tlatelolco

rescata los cronómetros a prueba de

siempre no

a prueba de agua.

Pontón sin beneficio y sin oficio,

Relaciones afirma su calado en el dique orpobioso

y la lluvia intimida la briba cortesana.

Sin escalas

hay tritones que van hasta La Villa

en cepos argonautas

desarrugando la piratería

y la ciudad entera

tira a un lado la ropa y chapotea

junto a los empapados aviadores

del Peñón de los Baños.

Dios ha quebrado su galón de nardos

en las proas de México;

la virgen pesca en la Colonia Roma

hidrofóbicas almas;

un reguero de arcángeles en brama

Chapultepec contiene;

el Castillo piloto

queda sobre cubierta sin barquero,

pero no hay un paraguas para El Ángel

—Prometeo del alba—

sufriendo su Columna.

 

Laura

¿Dónde?

 

Inúndase la noche.

Ahogada por la cólera del agua

se alcanza a ver la mano de una estatua.

Carlos Cuarto y Bolívar,

cabalgan hipocampos encallados.

Naufraga Catedral. Un alzadero

de sotanas copia negras ranas sagradas.

Es un abrevadero trasatlántico

la Calzada de Tlalpan.

En las dársenas chlacas,

las manos de la lluvia

recobran un jardín de altos racimos,

pájaros, escamas, tallos, corolas de agua

tenazmente infinita

y Xochimilco, playa sin esperanzas,

desentume portaflores atónitos.

Ano nadan las vírgenes de Mixquic

sus traseros mojados;

ante la furia sin memoria

Milpa Alta transparente su desnudez purísima;

por todos los caminos se apresuran

búfalos desiguales.

En la nocturnidad enloquecida

el Monumento de la Revolución embarca

los últimos espejos.

Llueve bíblicamente;

Teotihuacán se mofa del atuendo

despilfarrado bajo la llovizna

del monumento a la perrada arrasa.

 

Laura.

¡¡Nunca!!

 

La lluvia cesa.

Medusa vecindera

exprime sus culebras proletarias.

Tepito y La Merced

dan pie con lodo.

Y no se puede creer que ese rebaño de la Avenida Juárez

sea el mismo de ayer,

parado allí,

sonriendo siempre,

cabra errante,

espía de su raza humedecida,

preparando su cámara.

 

Estrafalario pregonero, subo

las esquinas de México, gritando:

¡Laura!

¿Bajo qué acantilado detuviste

tu imprevisto velamen,

dónde se alzan tus islotes herméticos,

cuál turba está sudando ahora tus encajes,

cuál enemigo te habita

y en cuál sitio?

“Tal vez me encontrarás en todas partes.

Adiós.”

 

Sigue lloviendo sobre mi corazón

algo sin Laura.

 

 

 

Canciones de soledad para no estar tan solo

 

II

 

 

Y digo entonces

para no estar tan solo,

que ésta es mi voz,

no otra;

la que se duerme en ti:

soledad en mi casa

de terrestre ceniza y flor remota;

y desde ti me nombro

puerta quemada, ojo

que el amor se ha comido,

topacio de la oscura violencia,

mordedura del hombre donde, acaso,

estuvo alguna vez el paraíso.

Y digo entonces que no es

mi voz;

que es otra: ésta;

porque pensar en ti

es un poco pensar en todo

lo que ha precedido,

en todo lo que vendrá después

y en lo que no será nunca

y estoy triste

por todo esto demasiado tarde

o demasiado temprano;

y digo que estaré esperando,

aún sin esperanzas,

de regreso de todo,

hasta de ti,

aunque ni a ti te importe

y no escuches.

 

Salí a reconocerme por la ciudad

y me encontré de pronto, convocado,

vuelto a punta de pies hasta mi origen,

—puedes vestirte ya—,

náufrago de mi niñez;

—muerte, desentúmete un poco—

y acabo de dejarte,

y te has ido de nuevo,

y digo entonces

que no es ésta mi voz,

que es otra,

la que tú te llevaste,

la que tienes

y heme ahora, aquí,

preguntando para qué soy,

para qué sirvo,

para qué la poesía,

qué cumplo,

preguntando:

cómo es mi voz, dónde,

dónde tú, en cuál lugar,

dónde el amor, con quién,

qué caso tiene el amor

y nadie…

nadie…

y desnudo y pequeño y regresado

me abro

a llorar

 

 

 

Memoria en la Alta Milpa

1975

 

 

Negra Noche

 

Aguardo a que la noche

se tienda sobre este forastero que soy;

que el viento exista porfiadamente;

que el ruido se desclave

de los innumerables remiendos;

que la sal vuelva al agua en sudor

de los amantes adrede

y mi madre se duerma harta de trabajar

veinticuatro horas en el corazón de la pobreza;

espero a que la noche

pague su alto precio de soledad,

que la pródiga crianza salga al sueño

y los perros estén ahora más acá de sí mismos

y no haya a quién volver la mirada;

doy tiempo a que no venga nadie

y a que nosotros, los perversantemente sufridos,

poetas del mal amor,

no nos importe mucho estar cercados,

desahuciados, a medio vivir,

y a que sigamos siendo los pospuestos,

los baldados,

los quietecitos, los enclenques herederos;

a que haya en mi corazón un día largo de

[impugnaciones;

y a que tenga que reconocer que aquí sí pasa algo

que no es la felicidad.

 

Espío a que no vengas

y a que las calles no desembarquen ya

sus habituales pertinencias;

a que debes estar triste por no encontrar

dónde enterrarme;

y a que estoy pobre, pobre como los asnos

que todos los días a las once de la mañana

rebuznan, como nada que pueda alegrarme;

y a que este jueves de mi novecientos setenta

cumplo los treinta y tres años que no he terminado

de nacer;

espero a que se parta en dos la medianoche,

a que el gorrión suspenda su menudo cadáver,

el gallo se alce de hombros,

el polvo vuelvo al polvo su inefable materia,

y a que sea verdad que no tenga cómo disimular

tanta desesperanza.

 

Aguardo a que la noche

su tienda sobre este forastero que soy,

para decirte

que me acabo, aun cuando sea en vano,

y envejezco

de no poder hacer más que la vida,

amarga a boca llena.

Me acabo de existir a mediambre,

a mediagua,

a mediapenas.

Me acabo acorralado,

descontentísimo,

enojado de mi palabra,

de mis ojos daltónicos,

de mi fracaso categórico como hombre para sembrar,

de que sólo me queda

otra lista de cárceles qué visitar,

de que, escribiéndote,

no atino más que el llanto.

 

Ah, Poesía,

si no fuera el racionado de soñar,

el varias veces arrendado,

el violentado de no saber

de cuál lado acostarse para que no amanezca,

el despojado de quién irá a cerrar sus ojos

a la hora de la hora,

el que no tiene puños para obligar al mundo a que lo

salve,

el tonto hasta en la manera de estar de sobra

y sin remedio,

aquel niño precoz,

aquel adolescente escarnecido,

aquel joven de la difícil facilidad,

aquel mano tendida para ganar ingratitudes,

el en algún tiempo tenaz,

el perdónalo todo y casi todo,

el sirve para todo y para nada,

el desencantado de los espejos,

el gravemente melancólico,

el afanoso dos veces incurable de creer

que la ternura servía para algo,

el alquilado de su lealtad,

el creyente de Judas,

el arrebatado hasta de su camisa para el que tiene frío,

el ruidoso de silencios,

el que solía volverle el niño desde el pecho,

el reclavado a los recuerdos,

el que gritaba que cambiara el mundo y lo apaleaban,

el que, desde la infancia, retenía al dolor

como al más fiel inquilino de su casa,

el que sobre su vida temblaban

las oscuras constancias del amor,

el que no sabía cómo alguna vez

pudo ocurrirnos la pureza,

el de la esperanza que comía panes desesperados,

el de la inocencia de no haber sido un inocente,

el que debió haberse sentado cien veces

a la mesa de la última cena,

el que mandar estar, permanecer

en este orden de esplendorosos y rapaces excrementos,

el del rabioso seguir viviendo

pese a que ya no hay tiempo,

el de la saliva que no se gasta para los amorosos viajeros,

el del hombre triste muy cerca de los ojos,

el buscador de las abejas para creer en los que venden

miel,

el de las sandalias fastidiadas de tanto andar

harturas de injusticia,

el que ahora se acaba también de punta a punta

de la tristeza.

Aguardo a que la noche se tienda

sobre este forastero que soy

y me quedo tranquilo dentro del vaso.

Es ahí donde vivo,

donde olvido,

y no hay en cien leguas a la redonda

un poeta,

escribiéndole al vino,

como yo.

 

 

 

Contracanto

 

Te extraño a toda hora.

Cuando llegas, te extraño más aún.

Porque vienes sin ti,

sin aquello que eras.

Lo que amo.

 

 

 

 

Crónica de Emmanuel

 

emmanuel,

cuando tú tengas treinta o cincuenta años de edad

y busques en tu memoria al que, en su piel de perro,

tuvo para tus sobresaltos el amor;

cuando ya hayas crecido

y te puedas permitir el llegar y ver tu corazón,

mira que si en tu vida

quedó algo de este pedazo crepuscular

de hombre triste que soy,

encuéntrale todo lo hermoso que entonces no entendiste

y ten, si puedes, una lágrima para él,

porque cuando venga otra vez el aire espeso de junio

y me haya ido

y tú regreses a ser el perfecto salterio,

el niño que se partió por la mitad

para entrar en la vida,

algo de mí andará en las cosas que te hiedren,

allá en el fondo del tiempaire,

sin mí, sin vernos,

y pensarás:

aquel viejo hombre.

 

emmanuel,

cuando ya esplendas fruto

y haya, tal vez en ese tiempo tuyo que reconocer

qué fue el poema,

y tengas una dulce canción que a nadie importe,

o una vara de medir,

o estas palabras de mala sombra,

o una categórica mudez,

o te halles de pie a la llegada de la nueva revolución

y seas uno de los que no lo puedan creer,

o aquel que esperaba otra cosa y no fue así,

o al engañado hasta por nadie y por él mismo,

o el que también a mi también a mi también

y esperes la otra nueva revolución

seguro de que será mejor,

o el que llegue a pisar por primera vez

estrellas que ahora no sabemos.

El que viaje a la luna como viajar ahora a Noland

y tu padre no exista,

el que descubra la verdadera vida eterna

o el que, de pronto,

cuando los barcos sean en desuso

y el mar una vieja postal,

haga posible otra vez el mar;

caerá del sueño aquello que tú fuiste

y entonces llegaré,

como raído imperio,

a traerte la melancólica edad donde hicimos flagelo,

rotura,

olvido,

oficio de olvidar;

guarda para que puedas alguna vez

mostrársela a los tuyos

esta húmeda labranza de poesía,

estas cosas del amor

como anís,

rosa,

paloma,

libertad,

y piensa que todo pudo haber sido de otro modo

si el mundo…

si los hombres…

si la vida…

si es que…

si la…

si…

 

 

 

 

Finale

 

Pero voy a partir,

aprendiz amantísimo

que ha sido carne cerca y desunida,

potrillo dulcemente conseguido,

niño sureal de corazón torado,

pero voy a partir,

acércate de nuevo,

búscame y estremécete,

desnúdate y traspásame,

gime y hazme gemir,

no me des tregua,

asuélame,

para bien, para mal, para cualquier suerte,

di palabras que no entienda, pero que necesito,

y en un estruendo líquido y profundo:

qué gana de morirnos en plenitud de buenos camaradas

que se han hecho el amor

como quien dijo: hágase la alegría,

y se hizo.

 

Milpa Alta, diciembre de 1970.

 

 

 

 

Digo lo que amo

1976

 

 

 

Primera Ceremonia

 

primaverizo yaces,

deleital y ternúrico,

y nadie es como tú, cervatillo matutinal,

silvestrecido y leve.

aparentas dormir

y una sonrisa esplende en tus pupilas;

quedo sin mí.

Tú veranideces

cuando mis manos desdoblan su pobreza

y tocan tus cabellos dóciles, como el agua

y me tiendo a tu lado.

Desnudo te descubres; desnudo estoy allí;

suspenso, trémulo,

desamparado como la noche del misérrimo;

ayuno y mórbido:

qué puedo hacer, enceguecido y mudo,

atado de estupor,

¿maravillado?

mantienes tu mirada fresca y feroz,

sedienta de antemano;

resplandeciendo en la devoradora oscuridad: tu sexo,

húmedo, cálidamente eléctrico, madero victorioso,

con el recuerdo herido todavía

de la primera masturbación y el receloso orgasmo, y tus labios suntuosos

temblando un hálito que ya no necesita

el niño que eras,

y tu cuello miro que pulsa las cuerdas

del corazón, no sé si el tuyo, el mío,

y ninguna palabra pronunciamos,

ninguno a mi favor;

no hay gracia para mí.

Deja que diga no tu pecho núbil,

duro lugar de la salud,

marejada que nadie detendrá,

retén su amor, su odio;

tu modo de ser tú casi me lame,

calor de perro, ojos de ganso, hermano de caballos;

me viene encima tu sazón,

la rotación novicia de tu ombligo,

tu almíbar de estar hecho

veloz, inmóvil, lento, prensil, inapresable;

tiendo una mano: existes;

tus muslos, golpe a golpe, se separan,

se encuentran, se encajan, se unifican,

se hace una brecha ardiente en el revuelo

de la sábana;

no hay piedad para mí.

Tus dientes caen, degüellan,

rindo el sentido.

Tómame,

deshónrate, sométeme, contrístate, obedéceme,

enloquece, avergüénzate, desúnete, arrodíllate,

violéntame, vuelve otra vez, apártate, regresa,

miserable, amor mío, lagarto, imbécil, maravilla,

precipítate, aúlla.

De pronto, tú, el relámpago,

abierto, florecido, restallante,

arriba, abajo, encima, ¿dónde?

hiendes la oscuridad,

y adentro:

 

llueves.

 

 

 

Cargo

 

Dédesme hora un beso, fermosura;

erguídese broñido

con que me falaguedes;

aquijemos:

si dijeren digan, de ver vala,

que dormí

favorido

de so el niño garrido.

 

y voz,

¿qué habedes,

qué me queréis?

 

vosotros lo seredes!!!

 

 

 

Descaración previa

 

Si me callara;

si me pusiera serio;

si dejara

que el sacrosanto pudor

recatara esta dulce merced;

si me fuera quedando como de aquí al olvido;

si decayera mi semblante y me apesadumbrara,

y sosegadamente contenido

no revelara la inesperada gracia;

si lo ocultara;

si me fuera de bruces sobre mí mismo

y me diera contra mi nombre

y fuera la desmemoria de la flor;

si anocheciera,

y ninguna palabra mía diera fe del prodigio,

por tan callado el trance de morir;

si me opusiera a declarar;

si me cerrara a negar

que nada, nada es cierto, sino yo,

dulcemente yo, puntual con mi esqueleto,

y si aceptara este resplandeciente temor

a confesar:

¿qué soy, quién soy entonces,

qué he sido sino el de siempre, el mismo,

aquel que sólo ha dicho la verdad

y nada más que la más crudelísima

verdad?

el que este día ha amanecido

fúlgido de vejez,

maravillado de regresar,

el que, ahora,

simple y sencillamente, se levanta,

compone el pecho desvencijado

y declara,

con un temblor de voz en lo que queda de palabra,

diecinueve de enero, dos puntos,

sólo era que

te amo.

 

 

 

Reconstrucción del Lecho

 

en esta cama fueron

las

tentaciones.

yo tenté.

tú tentaste.

ustedes, ¿¡¡¡qué!!!?

 

 

 

 

Enchufe

 

pajarito atrapado

entre las trompas

de falo

pío

pío

¡pío!

 

 

 

 

Reincidencia

 

dejó sus cabras el zagal y vino.

qué resplandor de vástago sonoro,

qué sabia oscuridad sus ojos mansos,

qué ligera y morena su estatura,

qué galanura enhiesta y turbadora,

qué esbelta desnudez túrgida y sola,

qué tamboril de niño sus pisadas.

 

dejó sus cabras el zagal y vino…

ah libertad amada dije

éste es mi cuerpo, laberinto, avena,

maduro grano que arderá en tus dientes,

esquila, choza, baladora oveja,

tecórbito y aceite, paja y lumbre;

baja a llamarme, a reprenderme, a herirme,

a serenar turbadas hendiduras;

baja, pupila de avellana, baja

rústico centelleo, ráfaga de rocío,

colibrí de ardimientos,

soy también tu ganado, ven, congrégame,

descíñete, descúbreme

asido a tu cintura, dulce ramo,

caramillo de azahares en mi boca.

 

y ante mis ojos,

como un tañido de frescura,

triunfal y apasionado desconcierto

emergió de sus piernas trascendiendo

hacia todos mis dedos como galgos,

liebre espejeante, mórbida espesura,

la suntuosa epidermis respirando,

temblando, endureciéndose

en la gallarda péndola,

el orgulloso, endurecido bronce,

de su intocada parte de varón;

estallido, mordisco, ávida lengua, indómito pistilo,

dulzorosa penetración, pródigo arquero, novilúnido

semen,

plenamar de su espasmo,

de su primer licor, abeja de oro,

se me quedó en el pecho, pecho a tierra,

un gemido de manso entre los árboles.

Luego estuvimos mucho tiempo mudos,

vencedores vencidos,

acribillados, cómplices, sobre las pajas ásperas,

él junto a mí, sonando todavía

y yo, mi cara sobre sus genitales de salvaje pureza.

Recordé que no se olvida.

Que no se dijo nada más.

 

Dejó sus cabras el zagal y vino.

Qué blanco, qué copioso y dul

 

ce

vino.

 

 

 

Podrido fuego

1985

 

 

Los Dulces Nombres

(Fragmento)

 

I

 

Eternamente no vendrás.

Caerán constelaciones.

Se hundirán montes, siglos, tempestades

y no vendrás. Y yo estaré mirando

lo que nos une todavía: el mar.

José Albi

 

No bastó que el silencio confirmara

sus nervaduras mocedades.

Ni bastó que la luz enjazminase

sus pendulares

atributos.

Ni que hacia mí sus pasos condujeran

rastros de algún incencio.

Ni la invasión toral de su hermosura

en las avasalladas soledades.

Ni su pelo feraz ya levemente mío.

Ni sus ojos tabaco

de eficaces instantes.

Ni el reclamo

de lo que en su cuadril ruiseñoreaba.

Faltaba el mar, sus cómplices azogues,

sus empujes vitales,

el júbilo hamacal de sus vaivenes;

y el mar, bramal y salitrado

doncel entre la luz, llegó lamiendo

aquella flor de carne entre mis manos.

Yo estaba sobre la ácida blancura,

junto a la desnudez total, súbdito y amo

de aquel cuerdo de almendras y de limo.

Oh, niño de la siesta, oh tierno, oh mío.

 

Recuerdo que subía del suntuoso verano

la rama intensa del calor.

Oh, Mórbido.

Oh huracánido.

Y ardió a besos el mar

entrambasaguas,

entrambazarpas,

entrambaspiernas descifrantes del fuego

y los saqueos de insaciables discordias,

como barcos tundidos que el mar hunde o levanta,

como leños que anega y transfigura

perseverantemente.

 

Plenario fue el amor. Enardecido

el goce diluvial, la punzadura

del cuerpo bienherido, servidumbre.

Y sentimos el mar y sus reclamos

mío también diciendo

entre las ondas vulneradas.

 

Ahora,

lenguante el mar, bramal y salitrado,

profundamente canta en la memoria,

canta, mientras la vida,

con revuelta marea

rejunta entre sus aguas las aguas de este olvido.

Todo tiene su precio.

Y he pagado

con vejez o con lágrimas

aquél amor perdido.

 

 

VII

 

Y aquí me tienes, mar, de nuevo,

aquí me tienes,

oh, submarino corazón,

oh, genésica alegre sementera,

piafante luz y mano empueblecida.

Dulcemente mi piel engaviotiza,

púlsame lento, mar, ay, como un arpa,

acúname,

mastúrbame,

empavéseme.

Quiero ser otra vez las intemperies

y las rudimentarias sumisiones.

Reconocerme

bajo el sol bramador ay, desnudarme

con su fulgir de oro.

 

Como ningún otro, deseo ver de nuevo

las húmedas aldeas de la orilla,

y las redes chorreando peces suplicatorios

y la lluvia de luz y los estuarios,

el azul derramando de su copa;

el prestigio naval y las barcazas

inmóviles, saciadas, y lejanas de las dunas lentejuelas.

 

Seré pastor de arcángeles barqueros

y comunal recolector de aromas;

iré cantando mi vejez primera

con esta boca salitrada y pobre

sobre el aguacaudal.

Juntaré en una vara mis palabras

y prendiéndoles fuego,

arderán hacia a ti como una llama florecida

los serpenteos del poema;

juvenéceme,

mírame como soy,

invítame a cruzar esta frontera,

yo soy lo que arde, mar, soy el que aguarda,

y aun estoy,

con los brazos

extendidos.

 

 

IX

 

Eléctricas distancias eternizan

nombres y soledades:

Dulcamar, Altazor, Aldebarán, Eleusis,

y aquí sigo esperándote.

Te he venido a esperar y, si hoy no vienes,

cualquier día te guardo,

antesdeahora;

frente al mar te memoro,

quienquiera que tú seas,

cualquier nombre que invente en esta playa,

cualquiera de los que asuma y sufra y desentienda.

Yo miento luego existo,

pero confío en que algún rastro llegará a ser el tuyo,

tu dulce nombre azul, irrealizado

o la falta de todo.

 

Frente al mar yo te sueño, joven náutico;

todo el alcohol del mundo está cantando

en la humedad más alta de la noche marina.

Frente al mar yo te pienso;

acodado en el aire contemplo tu recuerdo,

tu dulce desamor,

la ceniza en el tacto,

tu flor de pastoreos,

la brecha en mi ternura,

yo por siempre ya más en ti te nombro:

Noaimasquearena, Persio,

Alexis, Marzo, Alcándaro, Abernámar;

que nadie más se acerque,

aquél que olvide tendrá doble recuerdo,

Babel, Abraxas, Eufranor, Flaminio,

¿dónde pedir auxilio sino en ti que no existes,

Júbilo, Escarnio, Galápago, Entresueño?

Aunque

si fueras

¿cuál serías entonces,

vida mía?

 

 

X

 

Pero ahora te soy y te me entregas

libremente, azulmente,

desenfadadamente,

y te nombras como alguien de otro día,

anterior y magnífico,

y te me doy en nombre de su ausencia,

y en nombre del amor desconcedido

que en otro tiempo así perdí y recobro.

 

Te empaloman mis malas intenciones

del más perfecto y trémulo deseo,

abarco hambriento, allanto, irrefrenable

tus contornos suntuosos y garantes,

tus muslos vellecidos y morenos,

tus nalgas opulentas y triunfales,

muerdo y beso y escancio tus ijares,

bebo de tu tenaz envergadura

y eres en ti tú todos los que fueron antes que tú

raigambre de mi vida,

alertinaje

sobre este corazón que soy, que sigo

prolongando,

exhumando,

reviviendo,

hasta el día sin ti que se detenga

a darse,

a alarse,

a desnudarse,

a irse.

 

Centauro del rocío:

los mares de la alfalfa te nautican,

el mirasol te amarillece y anda,

el chayote recrea tus amorosos atributos,

y el airemar encomia tus aromas,

a caballo y a sal empavecida.

De día, el sol te agrava,

te emparienta,

te nombra carretero del estío,

estás y sueles comenzar el alba,

tortolar y estatuario,

y me condenas

a creer en la luz, que, de tus ojos

espejea y devuelve sus azogues

al paisaje de mar que te contiene,

y de noche la noche nos congracia

y nos da la señal

y amanecemos.

 

Jinete

de sonrisa que hace temblar las cosas y las hojas,

aquí me quedaré

o marcharé desde de ti descabalgado;

y el lecho que ha cumplido

sus consignas de bélicos aceites,

te pide nuevamente, te reclama

tu cuerpo miel de niño enrracimado,

tus manos de quehacer estremecido

y ese timbre violento de tu risa.

 

Amor,

a partir de este día te declaro

en estado de sitio.

Para mí solamente tus poderes,

tu dulce nombre igual y repetido

a través de otros nombres diferentes,

fuente de toda gracia,

carne filosofal, piedra de toque;

dondecuando tú quieras

desinvento

mi soledad

y hacemos primavera.

 

 

XI

 

Pero te vas, no vuelves y apareces

en otro nombre ígneo,

ignidiscente,

ignífico,

en otro nombre dulce que de pronto

tampoco tengo.

 

Desértica,

dulcanácar,

salilunar,

florángela,

pastoreazul,

plenifrutal,

fulgidasol,

acontrañil,

blanca y sola

la playa.

 

Contradigo que existas

o que me ames,

o que te llames:

Dosvalar,

Riesgo,

Tubermoh,

Nalume,

Osimes,

Hanco,

Urano,

cuando en verdad, quien fueras te diría:

te inventaré la vida,

espígate y camina carne adentro.

 

Es el Séptimo Día.

 

 

Desembarca.

 

 

 

B.A. y G. Frecuentan los hoteles

1988

 

 

9

 

Donde la furtivez solapa

y hotelea

un sinnúmero de élitros y lenguas;

donde nombres de anónimos quereres

quedan escritos sobre las paredes;

y quejumbres,

lamidas y morderes, redes,

mamaduras y fajes

dejan tan solo un corazón pintado

con dos nombres,

un dardo y una fecha,

allá en Guadalajara,

donde también nosotros dibujamos

un corazón, dos nombres, una fecha,

mi nombre Abigael me protegía,

el tuyo era

perversita menesterosa G.

en la pared abyecta.

 

Había uno: aquí estuvo la lágrimas

y otro: aquí cogió tu abuela;

luego un rayo de sol, exactamente

donde existió un espejo,

se astilló contra el muro

en el que vana gloria se leía:

aquí no ha estado nadie como yo la pelos,

y amaneció la muerte

de abrir y desamores agotada.

Pero ahí quedarán murales,

trasnochados,

amanecidos,

crudos,

nuestros nombres opresos

de un desvencijado william tel ero cuore

oh tel hotel sepulcro inagotable.

No faltará quién diga estos también

y pintarán el suyo

con la ilusa inocencia

de perdurar o de seguir pintando

en el próximo ohtel y el otro, el otro,

calentaduras, axilas, entreabrires,

y un nuevo corazón:

Arriba el culo.

 

 

26

 

Este cuarto tiene cama de piedra,

buró de piedra,

silla de piedra,

tocador de piedra;

que sea para bien,

mientras el convidado

no se vuelva también de espaldas

y se ponga.

 

 

 

Navegación en Yoremito

1993

 

 

Aquí se dice de cómo según algunos hombres han compaña amorosa con otros hombres

 

 

De amor echele in oxo, fablel’e y allegueme;

non cabules, —me dixo— non faguete fornicio;

darete lecho, dixe, ganarás tu pitanza.

La noche apenas ala, de cras en cras cuerveaba

sus mozos allegándose a buscar la mesnada.

Vente a dormir en mí, será poca tu estada,

desque te vi me dixe, do no te tocan, llaman,

do te tocan, provecha, cualsequier se vendimia.

Y “ando” —que es de salvajes—: anduvo, anduvo, anduvo;

non podía a tod’ora estar ahí arrellanado.

El mes era de mayo, ansí su devaneo,

la calor fermosillo fermoseaba   su estampa.

Más arde y más se quema cualquier que te más ame

—le dixe—, folgaremos como’l fuego y la rama.

Entonces preguntome —entendet la palabra—:

¿cuánto dais? y le dixe: cuanto amor te badaje,

que el que ha los dineros siempre es de sy comprante,

muestra la miembresía, non enseñas non vendes.

Ay, vivo desdentonces empeñando la tynta

y muchos nocharniegos afanes hame dados

bien cumplidas las nalgas de aquestas culiandanzas.

La cuerva noche arrea ovejas descarriadas.

Yo pastoreo amores

con aparejamiento.

 

 

 

 

Del ardor que me contesce desques llegadala presencia del mi amado

 

“Descubre tu presencia

y mátame tu vista y hermosura

mira que la dolencia

es dolencia de amor que no se cura

sino con la presencia y la figura”

San Juan de la Cruz

Hete aquí que ta anuncias

transcurriendo de amor un no sé qué

de bálsamos henchido;

un ruiseñor de ráfagas trigales

ungüenta tus corolas;

un címbalo de nardos elocuentan

tu piel que se hace lunas con el tacto;

en ti cunde jardín de chuparroso;

están brotando ámbares tus ojos,

dicen el agua,

escriben la paloma,

nacen los vuelos párvulos del álamo.

Hete aquí que ya vienes;

no hay otra alternativa que tus labios,

tus manos sabias que doró la huerta,

tu destreza apetita,

tu pecho

que no he podido hartarme de besallo,

y el bello tronco lampo en que se ahonda

la más felice noria del ombligo,

y el monte más copioso, coronado

de torres centinell pintiparada.

Hete aquí que ya subes del camino,

hete aquí que ya eres,

que has llegado.

 

 

 

 

Navegación en Yoremito

 

Incendio aguaesmeralda

el día funda

eucalipto pleamares

en el río.

De la heredad campestre sale a flote

el forestal velamen de los sauces.

Fuego sembrado en la humedad almáciga,

el sabor de la luz y el agua ardiente

maduran sol de espléndidas tilapias

en la milpa lumbrera del estanque.

Andar y navegar terrestremente

oleajes de la hoguera repesado

y, mástiles al viento las higueras

los linajes del mar fundan en tierra.

Todo sucede así:

un río cormorán y un sol tumbado,

cosechar el delfín, arder el higo,

uvas de sol y yerbas de la espuma,

sonido del membrillo, olores muelle

al acuífero fuego y aires dulces

en el silvestrecer de la colmena

y en el rústico arpón de la oriflama.

Muy sol está la mar de sed continua,

muy agua está la luz penefarola

en el ir y venir de tu cadera;

rema pues, maristerro,

nave de luz que soy rema

y apágame;

malherido me has y a pie,

pastorgaleote;

por vos es mi placer hortelamente:

a remar me a remar, entanamientes,

yo empezaré mi boca

solmarina.

 

 

 

 

Al éster, estando según algunas dicen como quiere

 

El éster, mi mancebo,

alto de carnetrigo, miembros ópimos,

cabeza agraz, purísima noticia,

pelo duro y sentado y colorado,

esbeltura de espigos amorosos,

ojos claros de gato tras el vino,

nariz breve, enfrenada, respingosa,

boca en estadogozo embebecida,

la maña y fuerza mucha y lujurioso,

con el ávido oficio amenazante.

Pescuezo como quiero, fructuoso,

convidando a llegar a dulce trato,

pecho para estar a lamer,

ombligo oasis,

brazos remeros de diestra mancería,

pies generosos,

pernón loco de ascensos exprimillos,

y mi temor del áspero enemigo

las espaldas mordiendo

con que el común deseo y alegrías

de entrares y salires de volunta;

oy’s ese liro, tútuli,

tan presto como aquesta venturanza,

óyeme lo que digo, corrimiento

de ver mi vida entre las cosas tuyas

más mortífera siempre; y entretientes,

aprenderé seguido.

El éster, mi zagal,

escucha siempre a los Yonics, Traileros, Caminantes,

Invasores de Nuevo Lión,

y lee vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía;

presume esa barba partida yoremita que su madre doña eva

fermosa le parió,

y yo escribo esta gana de estar a solas hasta la tumba

con él,

mientras se baba jando el zíper de su Lee

y se encabrona porque canta la Piaf y no Cornilius

Reyñus

en el primer telón

de la catástrofe.

 

 

 

 

Poesida

1994

 

 

 

Desazón

 

Cuando ya hube roído pan familiar

untado de abstinencia,

y hube bebido agua de fosa séptica

donde orinan las bestias;

y robado a hurtadillas

tortilla y sal y huesos

de las cenadurías;

y caminado a pie calles y calles,

sin nómina,

levantando colillas de cigarros,

y hubime detenido en los destazaderos,

ladrando como perro sin dueño,

suelo al cielo, mirando a los abastecidos.

 

Cuando ya hube sentido,

en pleno vientre el hueco

requebrajado y yermo

del hontanar vacío,

y metido la mano a los bolsillos locos

y, aun así, levantada la frágil ayunanza

del alma en claro,

me conformo claro, me he dicho:

Dios asiste, y espero.

 

Cuando ya hube saboreado

sexo y carne y entraña,

y vendido mi cuerpo en los subastaderos,

cuando hube paladeado

boca, lengua y pistilo,

y comprado el amor entre vendimiadores,

cuando hube devorado,

ave y pez y rizoma

y cuadrúpedo y hoja

y sentado a la mesa alba y sofisticada

y dormido en recámara amurallada de oro,

y gustado y tactado y haber visto y oído,

me conformo, me he dicho:

Dios asiste. Y camino.

 

Cuando ya hube salido

de cárceles, burdeles, montepíos, deliquios,

confesionarios, trueques, bonanzas, altibajos,

elíxires, destierros, desprestigios, miseria,

extorsiones, poesía, encumbramientos, gracia,

me conformo, me he dicho:

Dios asiste. Y acato.

 

Por eso, ahora lejos

de lo que fue mi casa,

mi solar por treinta años,

mi heredad amantísima,

mis palomas, mis libros,

mis árboles, mi niño,

mis perras, mis volcanes,

mis quehaceres, la chofi,

sólo escribo a pesares:

Dios me asiste.

Y confío.

 

Y de repente, el Sida.

¿Por qué este mal de muerte en esta playa vieja

ya de sí moridero y desamores,

en esta costra antigua

a diario levantada y revivida,

en esta pobre hombruna

de suyo empobrecida y extenuada

por la raza baldía? Sida.

Qué palabra tan honda

que encoje el corazón

y nos lo aprieta.

 

Afuera, al sol,

juguetean los niños,

agrio viento,

con un barco menudo

en mar revuelto.

 

 

 

 

Duelo

 

Vengo a estarme de luto por aquellos
que han muerto a desabasto,
por los rútilos o famélicos,
procurando saciar su corazón o su hambre,
cayeron en la trampa
eran flores de arena, papirolas,
artificios de bubble gum, almas de azogue,
veletas de discotheque, aleteos, dispendio,
pero eran también un alma, una palabra,
un esqueleto de pan y sal,
con rincones amables
como el tuyo o el mío, compañero,
un pensamiento hermoso o ruin,
más cosa como nosotros,
hechos un haz de sangre todavía
entre el verdor y el agua de la vida.
Vengo a estarme de luto
por aquellos
que recibieron prematuramente
su funeral de escándalo,
su ración, su camastro, su obituario velado,
pero más por aquellos
que, desde que nacieron,
son confinados, etiquetados, muertos
en sus propios rediles,
herrados, engrillados a un escritorio oculto,
a un cubículo negro.
Ah, caravana de las carcajadas,
carne desamparada de la arcaica matanza,
paredón de la pública befa,
arrimaditos, amontonaditos
en el muro del asco.
Vengo a estarme de luto
porque puedo.
Porque si no lo digo
yo
poeta de mi hora y de mi tiempo
se me vendría abajo el alma, de vergüenza
por haberme callado.
Qué natalicio nuevo de la ausencia,
qué grave el sol
apenitas ayer abeja de oro,
qué viento de crueldad este domingo,
qué pena.
Pero está bien;
en este mundo todo está bien;
el hambre, la sequía, las moscas,
el appartheid, la guerra santa, el Sida,
mientras no se nos toque a Él;
Ese no cuenta,
simplemente está Allá,
loco de risa,
próspero de la muerte,
a gusto.

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