José Vicente Anaya hace un amplio recorrido por la vida del poeta estadounidense Langston Hughes a través de sus viajes por la URSS, China, Japón, España y México, en cuya capital vive seis meses. A su vez, refiere el modo en que Hughes es perseguido por cuestionar desde la poesía el racismo durante la primera mitad del siglo pasado.
La pantera y el latigazo. Langston Hughes, el orgullo de la negritud
James Langston Hughes nació en Joplin, Missouri, el primero de febrero de 1902. Perteneció a una familia de negros que en muchas formas lucharon por sus derechos y tuvieron estudios. Su abuela materna, Mary, estuvo primero casada con el abolicionista Lewis Sheridan Leary, quien formó parte de la rebelión armada que encabezó el célebre John Brown en 1859 contra los esclavistas, y murió a raíz de la toma del transbordador Harpers (rebelión que está considerada como uno de los hechos que desencadenaron la Guerra Civil en los Estados Unidos); más tarde ella se volvió a casar con otro abolicionista, Charles Langston, conocido por su actividad política y militancia republicana en Kansas.
La madre del poeta, Carrie Mercer Langston, hizo estudios y escribió versos, además de que se dedicó un tiempo a la actuación teatral; y el padre, James Nathaniel Hughes, fue un abogado a quien por negro le negaron permiso para ejercer su profesión en Oklahoma, a partir de lo cual (coincidiendo con su divorcio) emigra a Cuba y después a México donde viviría hasta sus últimos días, sobre esa decisión de abandonar el país natal su hijo comentó: “Él odiaba las discriminaciones, y me decía que yo tenía que estar loco para vivir en los Estados Unidos.”
Con toda esa carga de sucesos familiares ante el racismo, a lo que hay que sumar sus indagaciones sobre la historia de los negros, Langston Hughes formaría una sólida conciencia de protesta y recuperación del orgullo de su raza que tendría expresión en unos 38 libros de poesía, cuento, historia, memorias, teatro, ensayo, novela y obras de ópera con música de blues, jazz y gospel. Fue así uno de los más destacados poetas de la poesía de la negritud en inglés (junto con su compatriota Contee Cullen) en este siglo, género que en lengua española enarbolaría el cubano Nicolás Guillén; y en francesa, el martiniquense Aimé Cesaire.
La forja intelectual
La infancia de Hughes transcurrió en ciudades como Lawrence, Topeka (en el estado de Kansas), Lincoln (Illinois) y Cleveland (Ohio); dependiendo de la difícil situación de pobreza que obligó a la madre a trabajar en diferentes lugares y a que la abuela Mary se hiciera cargo del niño hasta que ésta murió en 1915. Muchas veces pasó sus vacaciones escolares con su padre en México, y al cumplir 18 años vivió una larga temporada con su progenitor en la ciudad de Toluca.
Desde sus primeros años escolares se distinguió como un estudiante de excelencia, participó en actividades culturales y fue nombrado “el poeta” de su generación tanto en secundaria como en preparatoria. A los 16 años de edad comenzó a publicar poemas y cuentos en revistas.
En 1921 ingresa a la Universidad de Columbia y sostiene sus estudios trabajando en las cosas más diversas como de mensajero o en la cosecha agrícola. En ese año publica su famoso poema “El negro habla de los ríos” en la revista (de circulación nacional) The Crisis que editaba W. E. B. Du Bois. Dos años más tarde haría un viaje de cinco meses por África visitando Senegal, Nigeria, El Congo y los países hoy llamados Angola y Ghana. En 1924 conoció Europa viajando como marinero, tuvo una larga estancia en París donde hizo amistad con jazzistas estadounidenses negros ahí radicados y trabajó de cocinero en Le Grand Duc.
De vuelta en los Estados Unidos siguió publicando en importantes revistas, trabajó como ayudante del historiador Carter G. Woodson y ganó un premio de poesía otorgado por Opportunity Magazine. En ese tiempo trató al poeta Vachel Lindsay. También continuó sus estudios y en 1929 se graduó en la Universidad Lincoln, año en que la quiebra de la Bolsa de Valores marcó la terrible crisis económica que se llamó la Gran Depresión estadounidense. Durante unos tres años había recibido apoyo económico de la mecenas Charlotte Mason.
Autorreconocimiento en la cultura negra del Caribe
Después de un disgusto con la señora Mason que puso fin al mecenasgo, en 1931, acompañado del pintor negro Zell Ingram, Hughes hace un viaje de mes y medio por Cuba y Haití, lo que para él significó un reencuentro con los valores de la africanidad americana.
Con anterioridad Hughes había estado en Cuba y, por intermediación de su amigo Miguel Covarrubias, había conocido al famoso erudito José Antonio Fernández de Castro (más tarde primer secretario de la embajada de Cuba en México) quien en este otro viaje le presentó a varios escritores, entre ellos a Nicolás Guillén.
El poeta disfrutó con sus amistades los detalles más mínimos en reuniones con baile y música. En Cuba escribió: “…conocí a los músicos negros de Marianao, esos fabulosos bongoceros que a mano limpia baten el ritmo, que golpean las claves y agitan las maracas, quienes han conservado —después de siglos de esclavitud y de miles de kilómetros que los separan de Guinea— el melodioso palpitar de África.”
En Haití, Zell y Hughes hicieron un viaje lleno de vicisitudes (pero también con amables sorpresas) de Puerto Príncipe a la histórica fortificación llamada Ciudadela de Cabo Haitiano o Ciudadela de Laferrière, símbolo de la liberación negra en el continente americano, ya que fue mandada construir por el famoso rey negro Henri I (Christophe) como defensa ante una posible invasión francesa para recuperar la colonia que había perdido en la guerra haitiana de independencia de 1791. El poeta escribió: “Siempre había querido conocer la Ciudadela de Cabo Haitiano. Los autores Blair Niles y Vandercook, en sus excelentes libros sobre Haití, expresaron su admiración por este gran monumento del orgullo negro; ellos decían que esta fortaleza, construida en la cima de una montaña, era una de las ruinas más maravillosas del Nuevo Mundo. Yo había leído libros de historia sobre Toussaint L’Ouverture, Dessalines y el rey Christophe, nombres arrogantes de negros, símbolos de un sueño —la libertad— que construyó una ciudadela para custodiar la libertad.”
La música, el baile y los ritos africanos de Haití serían también muy significativos para Hughes. Aunque de manera muy breve, aquí se encontraría con otro importante escritor de la negritud: Jacques Roumain.
En ese tiempo, Hughes estaba convencido de que su mala situación económica no sólo se debía a la crisis de su país, sino también en gran parte a la devaloración a que socialmente estaban sometidos los negros; durante ese viaje escribió: “Casi todos los escritores blancos jóvenes que yo había conocido en Nueva York, en la década de los veintes, habían obtenido buenos empleos en editoriales o revistas como resultado de su labor creadora. Mis amigos blancos de Manhattan, cuyas primeras novelas no merecieron elogios ni siquiera parecidos a los que recibieron las mías, habían sido llamados a Hollywood o estaban escribiendo guiones para la radio. Las revistas prestigiadas de Nueva York les ofrecían empleo a poetas cuyas obras apenas se vendían; pero ellos eran blancos. Yo era un negro. De modo que en Haití empecé a preguntarme cómo yo, un negro, podría ganarme la vida escribiendo en los Estados Unidos.”
Fortalecida conciencia de la negritud
Después de su viaje de 1931 por el Caribe, Hughes regresa empobrecido a los Estados Unidos pero con una conciencia más vívida y fortalecida sobre sus raíces culturales de antecedente africano. Su libro de memorias I Wonder as I Wander (Me maravillo mientras vago) empieza con estas palabras: “Yo tenía 27 años cuando se produjo la crisis de la Bolsa de Valores; y 28, cuando viví mi crisis personal. Creo que entonces cobré conciencia. De tal modo que cuando lindaba los 30 empecé a ganarme la vida con mis escritos. Esta es la historia de un negro que quiso ganarse la vida con poemas y cuentos.”
Para Hughes se abre una nueva época en la que, no sin dificultades, empieza a vivir de sus escritos literarios. En los Estados Unidos había muy pocos casos de escritores negros que vivieran de vender sus escritos, el ejemplo más remoto que se conoce es el de Paul Laurence Dunbar (1872-1906), quien escribió poemas y cuentos en “dialecto negro”, y gozó de cierto reconocimiento nacional. Hughes vendría a ser uno de esos pocos negros que ejercería su vocación en términos de lo que hoy se llama “escritor profesional”. Ya para entonces él había publicado los libros The Weary Blues (Los blues fatigados) —1926—, Fine Cloths to the Jew (Ropa elegante para el judío) —1927—, Not Without Laughter (No sin risa) —1930—, Dear Lovely Death (Querida amada muerte —1931— y The Negro Mother (La madre negra) —1931—.
Por recomendación de la famosa pedagoga negra Mary McLeod Bethune, quien admiraba la obra del joven escritor y no sólo veía una promesa literaria sino una prueba de la capacidad intelectual de los negros, Hughes hace una gira de meses por su país recorriendo (del este al oeste) todos los estados del sur, durante la cual lee sus poemas en escuelas de negros cobrando honorarios (aunque él variaba sus tarifas según fuera la circunstancia económica del lugar). Cuando tomó esa decisión, el poeta escribió: “En Nueva York la depresión estaba en su apogeo. Si me hubiera propuesto buscar un trabajo difícilmente lo habría encontrado; eran miles los desocupados y yo no tenía interés en convertirme en un empleado. Quería seguir mi vocación de poeta, aunque algunas veces me preguntaba si no iba por el camino equivocado, y pensé que esto sólo podría saberlo leyendo mi poesía en público, leyendo mi poesía a mi gente. Después de todo yo escribía acerca de los negros y, principalmente, para los negros; ¿me aceptarían?, ¿me querrían? / Ellos necesitan poesía, me había dicho la señora Bethune… sus palabras me animaron…”
Aquel año fue el del sonado “caso de los muchachos Scottsboro”. En la revista Contempo Hughes escribió un artículo polémico sobre ese asunto, el que le trajo hostigamientos durante su gira de lecturas:
M artículo era satírico y se titulaba Caballeros sureños, mujeres blancas y muchachos negros. El caso Scottsboro consistía en que nueve adolescentes negros habían sido acusados de violar a dos prostitutas blancas, en un carro de ferrocarril con carga de carbón a su paso por Alabama. Yo preguntaba en mi artículo por qué los galantes caballeros sureños permitían que sus damas viajaran en un furgón cargado con hulla, aunque se tratara de mujeres con dudosa reputación. Cuando llegué a la ciudad de Chapel Hill los periódicos ya habían citado mis párrafos ‘inflamatorios’, y declaraban que la ciudadanía blanca se sentía ofendida de muerte. Las autoridades expulsaron de su casa universitaria a los estudiantes blancos Buttita y Abernathy, cuando se enteraron de que éstos me iban a hospedar.
También durante su gira de lecturas Hughes tuvo un encuentro con aquellos jóvenes negros sentenciados a pena capital:
En aquel invierno la sombra Scottsboro caía sobre Alabama… en la ciudad de Kilby ocho de los nueve adolescentes estaban en la antesala de la muerte, donde fui a visitarlos (el noveno, que apenas tenía 13 años, recibió una anulación de juicio y estaba en la cárcel de Birmingham). El capellán de los muchachos, un sacerdote negro de pueblo, me dijo que tal vez ellos podrían animarse un poco si yo les leía mis poemas. En la prisión de Kilby caminé por el largo pasillo que conduce a la sala de la muerte para leer mi poesía ante los muchachos Scottsboro. Algunos de ellos estaban sentados y otros acostados en sus camastros, indiferentes, entre las rejas de una celda cuadrada con puerta de acero que conducía a la silla eléctrica… no prestaron atención a nuestra llegada… sólo uno se acercó a las rejas y me estrechó la mano. / Decidí leerles mis poemas humorísticos, no les hablé nada sobre el sur y sus complicaciones porque no supe encontrar argumentos que les fueran útiles. Así pues, no abordé ningún tema serio a excepción de expresarles mis esperanzas de que sus apelaciones tuvieran éxito, para que pudieran pronto recuperar la libertad. Andy Wright, el más joven, sólo sonrió; los otros hicieron un leve movimiento de cabeza. Al final el sacerdote rezó sin que ninguno de los muchachos mostrara devoción, ellos seguían ubicados como al principio. Ninguna cabeza se agachó.
Tiempo después Ruby Bates, una de las implicadas, confesó que la acusación de los muchachos Scottsboro había sido falsa pero ellos ya habían sido ejecutados.
Culminó Hughes aquella gira poética en California. En la ciudad de San Francisco el millonario mecenas Noël Sullivan le proporcionó alojamiento en su mansión de Russian Hill, donde con comodidades y sin preocupaciones financieras el poeta se dedicó a escribir. Ahí recibió una invitación para viajar a la URSS.
Comunistas versus jazz
Langston Hughes, sin ser comunista, en junio de 1932 llega a la URSS con un grupo de 22 negros de Harlem, contratados para filmar una película sobre la explotación y el racismo que habían padecido los descendientes de esclavos africanos en los Estados Unidos (el filme implicaba una lucha reivindicativa). El poeta asistía como el escritor del grupo, quien tomaría nota de los hechos y supervisaría el guión cinematográfico.
Cuando Hughes recibió el guión en Moscú, se dio cuenta de que había sido escrito por alguien que desconocía la historia y la vida cotidiana de los Estados Unidos (sobre todo de la acendrada xenofobia en lugares como Alabama), y que los errores e imprecisiones darían como resultado un filme ridículo; así lo hizo saber por escrito a los funcionarios (vale decir burócratas) encargados del proyecto (hasta los miembros del “Comitern” tenían que “analizar” y opinar sobre el asunto). El resultado fue un largo aplazamiento de la película que no llegaría a realizarse, y 23 negros neoyorkinos de locura viajando por la URSS durante meses.
En aquel viaje, aparte de las necesarias maletas, Hughes había cargado una vitrola (hay que recordar el gran tamaño de aquellos antiguos aparatos) y discos de jazz: Louis Armstrong, Bessie Smith, Duke Ellington y Ethel Waters (¡faltaba más!).
Por allá anduvo Hughes, de Moscú a Odesa y por el Asia “soviética” (Tashkent, Ashkabad, Samarkanda y pueblecitos intermedios) cargando maletas y vitrola entre atestados trenes que a veces llegaban (si llegaban) un día después de la hora señalada, o en carros destartalados por desiertos polvorientos y calcinantes. En una de sus notas de viaje Hughes escribió:
En cierta ocasión argumenté que la razón que tenía para no afiliarme al Partido [Comunista], se debía al hecho de que el jazz estaba declarado oficialmente tabú en Rusia, y que únicamente lo interpretaban (bastante mal) en el desacreditado hotel Metropol.
—Pero si el jazz es una música burguesa y decadente —me respondieron los rusos con quienes conversaba, cuya opinión había sido metida en sus cabezas por la prensa sovietizada.
Es mi música —les contesté—, y yo no cambiaría el jazz por ninguna revolución mundial.
Esos rusos me clasificaron como escritor burgués decadente, y luego cambiaron la conversación. Pero la verdad es que les gustaba oír mis discos de jazz, tanto como a mí, y siempre que yo los escuchaba en mi cuarto ahí estaban ellos sin ganas de irse a otra parte.
Cuenta Hughes que se encontraba hospedado en un pésimo hotel (no había otro) de Ashkabad, solo y sin entender nada del idioma local. Estaba escribiendo en su cuarto y escuchando jazz en su vitrola. De pronto tocaron a su puerta, era un “…joven de aspecto enérgico, con ropas europeas y un rostro afilado, cabello oscuro y grasiento.” Aquel joven le dijo que en ese momento acababa de llegar al hotel, y que al escuchar el jazz quiso entrar y compartir el gusto de escucharlo (lo que por supuesto halagó a Hughes). Fue el inicio de una buena amistad y andanzas compartidas por aquellas regiones. El joven resultó ser el célebre y polemista escritor Arthur Koestler, uno de los primeros comunistas críticos radicales del estalinismo.
Jazz de la década de 1930 en Japón y China
Después de un año en la URSS, el junio de 1933 Hughes tomó el Transiveriano en Moscú con el fin de trasladarse a China; cuando llegó al extremo oriental, los militaristas japoneses tenían ocupada Manchuria impidiendo el paso libre hacia Shanghai, ciudad-puerto a la que se dirigía el poeta, por lo que éste tuvo que viajar primero a Japón, donde permaneció unos días, para después tomar un barco hacia su nuevo destino.
Cuenta Langston que en Japón y China encontró excelentes músicos de jazz. Llama la atención conocer el aprecio de esa música en el Oriente, sobre todo en aquellos momentos en que las sociedades de esos dos países vivían crisis específicas. El Japón estaba en su apogeo militarista, reprimiendo a todos los ciudadanos que pensaban diferente al gobierno y, como dijimos, habiendo invadido Manchuria (que ellos pronunciaban “Manchukúo”). Mientras que China, resistiendo esa embestida, estaba dividida entre comunistas y nacionalistas, con una profunda y vasta corrupción entre los poderosos que no descartaban los asesinatos en pos de predominar en todo, incluido el negocio de las drogas. Y con eso, un cierto cosmopolitismo, muchas veces obligado por los poderes capitalistas de Occidente.
Cuando Hughes llegó a Tokio dice que muchas personas que trató no sólo gustaban del blues sino que hasta sabían las letras de esas canciones en inglés, como la del famoso The Saint Louis Blues, y que incluso muchas estaban traducidas al idioma nipón. Además, el poeta cuenta haber escuchado orquestas jazzistas con magníficos músicos filipinos.
Cuando Langston llega a Shanghai se encuentra con un clima de mafias internacionales (incluyendo espías) —los ingleses, desde la famosa Guerra del Opio, oficialmente habían regenteado el productivo negocio de esa droga, porque así convenía a sus intereses económicos—. Ahí el poeta frecuentó antros con hermosos nombres como “Pagoda Flor de Dragón”, “Casa de Té Juncos Dibujados” o “Bazar de la Mariposa”.
Hughes escribió este recuerdo:
Shanghai era una ciudad grande con casi cuatro millones de habitantes, de modo que no tuve tiempo para recorrerla completamente. Pero la conocí en buena parte, desde el Bund hasta la calle Pozo Borbotante y las pistas de carreras así como los suburbios elegantes, teatros y parques de diversiones. Frecuenté el ‘Canidrome Gardens’, donde se presentaba la mejor orquesta de jazz en el Oriente, conjunto de músicos dirigido por el pianista Teddy Weatherford, el que era bien conocido desde Calcuta hasta Manila pasando por Hong Kong y Port Arthur. Esa orquesta era muy popular en Shanghai, donde parece que había preferencia por los músicos negros estadounidenses.
Antes de mi llegada a China, Nora Holt, la chispeante, había terminado un largo contrato en el ‘Little Club’, donde acompañándose con el piano cantó sus extravagantes versiones de piezas francesas y estadounidenses. La joven cantante radiofónica Midge Williams también había estado en china durante la primavera, acompañada de sus hermanos bailarines. Otro ídolo en Shanghai fue Valaida Snow, artista con un estilo como el de Josephine Baker, quien usaba ropa vistosa y tenía un gran repertorio de canciones. Las orquestas de Bob Hill y Jack Carter, así como la trompeta de Buck Clayton, movieron de entusiasmo al Barrio Internacional. Todos esos músicos llegaron sólo por temporadas, en cambio, Teddy Weatherford se había convertido en una permanente institución en todo el Oriente, casi todos los años viajaba entre Shanghai y el Jardín de Invierno del Gran Hotel de Calcuta, a veces se detenía en Singapur y de ahí se dirigía por las selvas malayas para amenizar fiestas y bailes de la península.
Todo ese intenso panorama de jazz negro encontró el poeta en el lejano Oriente.
Para volver a los Estados Unidos, Langston tomó un barco en China que hizo escala en Japón por unos días; aquí lo secuestró la policía política nipona, cuyos espías tenían todo el itinerario del poeta por la URSS, Japón y China, así como datos sobre los intelectuales y artistas con quienes trató (incluso conocían los detalles de una cena que en China el poeta tuvo con la viuda de Sun Yat-sen) y que el gobierno japonés tenía clasificados como “hostiles” al Japón. Declararon al poeta persona non grata y lo vigilaron estrechamente prohibiéndole hablar con japoneses, hasta que lo condujeron al barco que de Yokohama lo llevó a San Francisco, California, en agosto de 1933.
Langston Hughes en México
Cuando Langston llega a San Francisco, su amigo Noël Sullivan le presta una casa de campo en Carmel, donde escribiría cuentos, los que más tarde publica la editorial Knopf bajo el título de The Ways of White Folks (Costumbres de gente blanca). Después de varios ataques que la prensa local de Carmel hizo al poeta, acusándolo de tener inclinación comunista, y ante el rumor de que iba a ser linchado, se trasladó a la ciudad de Reno, donde en noviembre de 1934 recibió la noticia de la muerte de su padre.
México con su cultura, su idioma y artistas siempre estuvo ligado a la vida y simpatías de Langston, quien con motivo de este viaje escribió: “Tengo afinidad con los latinoamericanos, siempre me ha encantado el idioma español. Una de las primeras cosas que hice llegando a la ciudad de México fue conseguir una profesora… y empezar a leer Don Quijote de la Mancha en su lengua original.” El poeta leería a otros clásicos castellanos, además de que trató y leyó a autores mexicanos del momento como Xavier Villaurrutia, Andrés Henestrosa y Juan de la Cabada.
Aunque su padre, James Nathaniel, lo había invitado a pasar temporadas con él en México, la relación entre ambos no fue buena; de tal modo que cuando éste muere el hijo no espera recibir herencia de las muchas propiedades que su progenitor había acumulado (y así fue, pues le dejó toda su fortuna a tres hermanas de apellido Patiño, beatas solteronas que suspiraban por el retorno de Porfirio Díaz, las cuales habían cuidado a Nathaniel durante su larga enfermedad).
Langston se quedó seis meses en México, tiempo durante el cual se relacionó con la gente más activa de la cultura, con quienes compartió la vida cotidiana y ambientes de cantinas y cabaretes con mariachis y rumbas.
Los artistas más cercanos a Langston en México fueron el escritor Andrés Henestrosa y el fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson, con quienes rentó un departamento en las cercanías del céntrico y bullicioso mercado de La Lagunilla. Henestrosa escribiría la presentación para la antología con poemas de Hughes que, con selección y versiones de Herminio Ahumada, se publicó en México bajo el título de Yo también soy América (1968). También Salvador Novo tradujo algunos de sus poemas.
Langston tuvo una estrecha amistad con la inolvidable bella Lupe Marín, y no fueron pocas las fiestas que con ella y demás amigos compartió. En los recuerdos del poeta hay encuentros con Rufino Tamayo, María Izquierdo, José Clemente Orozco, las hermanas Nellie y Gloria Campobello, Diego Rivera (quien por cierto le aseguró que tenía ascendencia negra), Luis Cardoza y Aragón, Manuel Álvarez Bravo y demás gente que uno se pueda imaginar alrededor de ellos.
En cierta ocasión acompañó a Lupe Marín a casa de Rivera, y Hughes comenta que ella se dirigía a su exmarido con curiosas expresiones como: “ídolo pagano de corazón de piedra” o “panza de calabaza”.
En aquel tiempo los poemas de Hughes aparecieron en el periódico El Nacional; y sobre él escribieron José Mancisidor, Xavier Villaurrutia y Heliodoro Valle. Langston correspondió traduciendo al inglés cuentos de mexicanos.
Poeta jazzista en la Guerra Civil Española
Para junio de 1935 Hughes se encuentra en Obelin, Ohio, donde se entera de que su obra teatral Mulato va a ser estrenada en Broadway, por lo cual se traslada a Nueva York donde tiene algunas desavenencias con el director y el productor de la obra, tanto a cerca de la puesta en escena como sobre su pago de derechos. Después de todo, Mulato estuvo un año en cartelera y el poeta recibió importante remuneración, aunque no la adecuada. Durante los dos siguientes años se estrenarían otras obras teatrales de Hughes como Isla turbulenta, sobre la guerra haitiana de independencia, y la comedia Gozo de mi alma.
En 1937 las hordas aéreas de Hitler y Mussolini, en apoyo a Franco, bombardeaban las ciudades republicanas de España; cuando el periódico Baltimore Afro-American le pidió a Langston ser su corresponsal en aquel país (también escribiría para el diario Cleveland Call Post y para la revista Globe). El poeta aceptó y se fue a correr riesgos.
Hughes se encontró en París con su amigo y colega Nicolás Guillén que llevaba similar ruta y encargos, por lo que se acompañaron rumbo a Barcelona, Valencia y Madrid.
En cualquier parte del mundo en que se encontraba Langston Hughes (y viajó mucho), tenía la obsesión por encontrase con personas negras, así como por indagar los datos personales e históricos de por qué se encontraban ahí. Es indudable de que a esto lo movía una profunda necesidad de conocer las extensiones de la cultura africana en otros países. Ese carácter tuvo su viaje al Caribe, del que antes hablamos. Cuando estuvo en México recogió información sobre la llegada de los esclavos africanos a la entonces Nueva España, así como sobre los descendientes asentados en las costas del Golfo y del Pacífico. Algo que resulta extraño es que haya buscado negros en la URSS, y aún más, que los encontró (estaban ahí no sólo por las migraciones del momento sino hasta de tiempos muy remotos).
Sobre sus intenciones personales en España, Hughes escribió: “Entre las cosas que yo deseaba investigar estaba la de conocer el efecto, si es que existía, causado en el pueblo español (en tanto actitud racial) por el hecho de que Franco llevara en sus filas soldados negros del norte de África a España. ¿Había prejuicios ante el color de la gente en un país que no los había tenido? ¿Qué trato daban los republicanos a los prisioneros moros?”
Por otro lado, el poeta encontró negros africanos, antillanos y estadounidenses, que habían llegado a luchar al lado de los republicanos en las Brigadas Internacionales. Por lo demás, lo moro-africano ya había penetrado las venas de España desde hacía unos 1300 años, lo que por diluido parecía inexistente.
De sus recuerdos en España Langston escribió: “Los grandes actores, actrices y músicos —con excepción de algunos muy valientes— habían huido a San Sebastián, Salamanca o Sevilla, en compañía de millonarios y generales franquistas. Pero se quedó una gran artista, la cantaora flamenca que llamaban ‘La Niña de las Peinetas’, ella se negó a abandonar su ciudad amada.
Durante mi primer domingo en Madrid fui al teatro al enterarme de que iba a cantar ‘La Niña de las Peinetas’… cuando llegué, el local ya estaba abarrotado… como yo nunca había visto a ‘La Niña’, pregunté si se encontraba en el escenario. Mi vecino de butaca respondió: Sí, es la vieja que está en la silla del centro… Al rato, sin acorde musical ni presentación de por medio, muy erguida en su silla empezó a dar discordantes gritos. Luego recitó una soleá entre hablada y cantada, gimiendo, entonando gritos en un castellano agitanado que no entendí. En su crescendo se elevó un descarnado dolor que fue involucrando a más de la mitad de los espectadores, quienes con ella gritaban fuerte cada frase modulada… pero su voz sobresalía elevándose, dura, áspera, bárbara, solitaria y agridulce. Su grito salvaje, extraño y potente… era similar al de los primitivos blues de los negros sureños.
Bombardeos y jazz
Langston Hughes y Nicolás Guillén habían viajado por tren de París a Barcelona, y llegaron a ésta ciudad de noche. Se instalaron en un hotel de las Ramblas. Un día antes, Barcelona había sido bombardeada por los aviones nazis. Hughes recuerda: “…Barcelona se notaba intranquila después del terrible bombardeo… Pero nada ocurrió durante las primeras 24 horas de haber arribado, por eso Guillén y yo salimos a pasear. Vimos escombros, cañones antiaéreos apostados en las esquinas, floristas en las Ramblas arboladas, un desfile de multitudes y los tranvías repletos de gente arremolinada. Cuando en una cafetería un aparato de radio reproducía las estrepitosas noticias de guerra, los parroquianos se sobresaltaban. Los nervios estaban crispados.”
A pesar de lo anterior, o quizá precisamente por eso, había fiestas con extáticos bailes y alcoholes; en una de ellas con gente del Caribe “…Guillén, aclamado como el más famoso poeta de Cuba, estaba en su elemento, rodeado de mujeres.”
Durante una madrugada en su cuarto del hotel barcelonés, nuestro poeta narra: “Una brutal explosión cercana provocó que yo, literalmente, fuera expulsado de mi cama… Me puse el pantalón caminando escaleras abajo y de pronto me senté, parecía una hoja de planta temblando; todo lo anterior lo hice dormido hasta que me despertó mi temblorina sintiendo mi propio miedo.”
Hughes y Guillén llegaron a Valencia cuando funcionaba como sede del gobierno republicano, y era la ciudad mejor abastecida, pero también la más asediada por los franquistas. Ahí los recibió el poeta Miguel Hernández. Se hospedaron en la Casa de la Cultura. Hughes recuerda: “En Valencia no apagaban completamente las luces como en Barcelona, a pesar de que los bombardeos desde el mar y el aire eran frecuentes, lo que no parecía preocupar mucho a los valencianos. Contaban con buena comida y buen vino —había pescado fresco, sandías, naranjas y las uvas más dulces que uno se pueda imaginar—… Parques y balnearios estaban muy concurridos. Había música y baile entre los cañonazos antiaéreos que, como juegos pirotécnicos, todas las noches iluminaban el cielo…”
Rafael Alberti y su esposa María Teresa León recibieron en Madrid a Hughes y a Guillén, hospedándolos en la sede de la Alianza de Intelectuales.
Por aquella España en permanente estado de guerra Hughes andaba, como en otros viajes lo había hecho, cargando maletas, vitrola y discos de jazz. Hacía ya un año que las bombas desparramaban muerte y escombros en Madrid. Durante un intenso bombardeo nocturno, el poeta cuenta:
…las bombas empezaron a caer cerca de la Alianza [de Intelectuales], en una de cuyas esquinas súbitamente se impactó un proyectil produciendo una explosión terrible, como de mil toneladas de dinamita. Yo estaba escribiendo en mi máquina y fui arrebatado de mi asiento. Luego corrí escaleras abajo.
“En la Alianza nadie se molestaba en abandonar su lecho cuando tronaban los cañonazos nocturnos; pero éste había sido tan potente que casi todos acudieron a la sala de descanso que se encontraba después de cruzar un patio. Alguien prendió la vitrola con amplificador, y puso música de discos a todo volumen para ahogar los estruendos… era tanta la intensidad de la música que no hubiéramos oído la explosión de una bomba en el mismo patio. La vitrola era automática y podía repetir un disco innumerables veces. Durante toda esa noche de violento bombardeo, hasta que amaneció, hicimos que girara Organ Grinder’s Swing de Jimmie Lunceford.
En la mira de la intolerancia
Aquel incidente de 1934 en Carmel, California, en que Hughes fue atacado por la prensa acusado de pro comunista, y con el rumor de que lo iban a linchar, fue el preludio de las futuras dificultades que el poeta iba a enfrentar ante la creciente histeria anticomunista de la oficialidad estadounidense que, como sabemos, culminaría en la irracional intolerancia encabezada por el senador Joseph McCarthy.
La Universidad Lincoln otorgó el Doctorado Honoris Causa a Hughes, junto con su colega y maestro el gran poeta Carl Sandburg, en 1943. Al poco tiempo Langston fue hostigado en público por los derechistas seguidores de un tal Smith.
Para 1944 ya el FBI vigilaba estrechamente a Hughes por supuestas “actividades comunistas”. El periodista George Sokolsky comenzó a publicar ataques al poeta, los que influyeron para que el Comité Especial sobre Actividades Antiestadounidenses, en octubre de ese año, tomara cartas en el asunto.
Durante los siguientes tres años Langston tuvo un intenso trabajo que le acarreó beneficios. Junto con Mercer Cook tradujo al inglés la novela Gobernadores de la rosa del haitiano Jacques Roumain. Con Elmer Rice y Kurt Weill compuso letras para canciones. Tuvo exitosas giras leyendo sus poemas. Ganó un premio literario de la Academia Estadounidense de Literatura y Arte. Su obra Escena callejera se estrena en el teatro Adelphi de Broadway, en 1947, y obtiene el reconocimiento como “la mejor obra musical del año”, además le aportó buenos dividendos. En febrero imparte cátedra en la Universidad de Atlanta y publican su poemario Fields of Wonder (Campos de maravilla).
Después de un viaje por Jamaica donde trata a varios poetas como Vic Reid y Roger Mais (a quienes incluye en el libro Poesía de los negros 1746-1949, que prepararía con Arna Bontemps), al volver a los Estados Unidos recibe nuevos ataques de los derechistas, por lo que se ve forzado a declarar públicamente que nunca militó en el Partido Comunista.
Albert W. Hawkes acusa a Hughes de comunista ante el senado estadounidense, en abril de 1948. Un año después la revista Life saca un artículo en el que llama “embaucadores y compañeros de viaje del comunismo” a Langston Hughes junto con Leonard Bernstein, Paul Roberson y Albert Einstein. La campaña anticomunista ya era intensa y exagerada para el año de 1950, cuando el senador McCarthy funda su “subcomité contra actividades subversivas” y, además, aparece el libro denunciante Canales rojos: Informe sobre la influencia comunista en la radio y la televisión donde, entre muchos intelectuales y artistas, aparece acusado Hughes.
Entre tanta efervescencia anticomunista, Langston fue citado a comparecer ante el senador McCarthy el 21 de marzo de 1953. El poeta aceptó haber tenido un pasado radical, para ese momento ya sin continuidad, y no denunció a ninguna otra persona. Aunque el “subcomité” de McCarthy exoneró al poeta, éste todavía siguió siendo hostilizado por algún tiempo, como sucedió durante una de sus lecturas de 1960, en la que algunos asistentes lo impugnaban gritándole acusaciones de “lealtades comunistas”, reunión que hubo de ser suspendida ante una amenaza de bomba.
La política la vivió Hughes sólo como un elemento transitorio, que a la sensibilidad abre los ojos ante parcialidades de los hechos sociales, y sobre los cuales se toma conciencia; es decir, como un ejercicio civil necesario, para ubicarse en una conciencia humanista. Por lo anterior es que Langston declaró: “La política puede ser la tumba del poeta. Y solo la poesía podrá ser su resurrección.”
Poeta colgado de sus propias palabras
Los primeros poemas de Langston Hughes adolescente muestran una benefactora influencia de dos grandes maestros de la poesía estadounidense: Walt Whitman y Carl Sandburg (a quienes también cantará en sus poemas). Heredó de ellos la vivencia más pura de la poesía, la de un lenguaje directo que muestra un gran conocimiento, respeto, manejo y disfrute de las palabras, además de saber transmitir el instante poético de cada texto en particular. Tal vez por esto, como una entrañable recomendación, Langston escribiría: “Cuélgate, poeta, de tus propias palabras. De lo contrario, estás muerto.” Lo curioso es que en esta frase la palabra “cuélgate” se puede interpretar en dos sentidos: “ahórcate” y “agárrate”, lo que en consecuencia da dos interpretaciones diferentes con las que la imaginación explora lo enigmático. Si tomamos la primera acepción, el poeta está diciendo “mátate con tus palabras; de lo contrario, estás muerto”, idea en la que está implícita una entrega total a las palabras como vía de la poesía, un inmolarse en sí mismo por lo que se cree digno de tal arrojo, destino en el que se puede morir hacia la vida. En la segunda acepción (“agárrate”) las palabras del poeta son lo único que podrá salvarlo, lo cual también sugiere que exigen entrega absoluta porque se trata de un dilema de vida o muerte. “Tus propias palabras” es la clara recomendación de ser auténtico.
Y Hughes buscaba siempre con sus propias palabras, que a su vez él enriquecía con sus muchos estudios, las palabras de un negro estadounidense que se gestó a principios del siglo XX; pudo así imprimirle a su poesía un sello especial, intraducible muchas veces por su ritmo sonoro del hablar de los negros, impreso en la música y los cantos propios de su gente: blues, spirituals, gospels, jazz. Una poesía, pudiéramos decir, que se puede bailar. Contribuiría a la madurez y crecimiento de su obra cada paso que dio en sus obsesivas indagaciones y estudios sobre las culturas africanas y sus extensiones por el mundo, sin desdeñar el conocimiento de otros pueblos. Pero sobre todo, con su consistente formación intelectual, contribuiría a desarrollar el orgullo de pertenecer a la raza negra, mermado en su país por los pasados siglos de esclavitud. Así, Langston Hughes es uno de los pilares para que en la década de 1960 los descendientes de africanos en los Estados Unidos pudieran expresar “lo negro es bello”, entre un sinnúmero de actividades y luchas por los derechos civiles.
Hay que agregar a esto último que la negritud para Hughes no significaba predicar una xenofobia de los negros contra los blancos. Si la mayor parte de su poesía habla de la vida cotidiana y la historia de africanos y descendientes de africanos, se debe a que Hughes en los Estados Unidos comenzó a ser la voz poética de todos aquellos a los que les había arrebatado la voz (aunque la mantuvieron en el canto); y ésta tuvo que ser una lucha gigante contra el pesado racismo de los esclavistas que aún persiste. En su poema “Los blancos”, Hughes dice: “Yo no los odio, / sus rostros también son bellos…”
Para cuando Hughes tiene 19 años, al publicar “El negro habla de los ríos”, ya es un poeta con clara voz propia, y tal vez ese es el poema que marca su despegue. Su libro The Weary Blues (Los blues fatigados) de 1926 proyecta ya toda la fuerza de su poética bluesista y jazzista.
La poesía de Hughes tomó un cariz cada vez más radical a partir de la década de 1930, manejando mucho la crítica en términos satíricos y sarcásticos, sobre todo en los temas de la vida de los negros ante las circunstancias opresivas. Se considera que “Adiós, Jesucristo” (de 1932) es uno de sus poemas más radicales, el que incluso fue tomado como una de las pruebas para acusarlo de “filiación comunista” ante el senador McCarthy (esta es otra historia repetida de los fiscales contra la poesía y los poetas, hechos sucedidos bajo diferentes regímenes políticos). “Permitid que los Estados Unidos vuelva a ser los Estados Unidos” (escrito en 1935) es otro poema “marcado” por conservadores y racistas, ya que en él Hughes desenmascara la ideología como política real en el poder, contrapuesta a los ideales de libertad e igualdad enarbolados en el principio de la nación.
En su compromiso con las palabras, Hughes exploró la entrada a otras poéticas en otros idiomas, a través de la traducción, ocupándose de trabajar versiones en inglés de poemas de Gabriela Mistral, Federico García Lorca y Nicolás Guillén, entre otros, que publicó en los Estados Unidos.
Soul Music
Los poemas de ese negro no podrían escapar de la música negra, que siempre estuvo en él (como lo vimos antes viajando con su jazz), pero además se interesó en todas las músicas. En su segundo volumen de memorias leemos: “Yo quiero ser esto: un escritor que registra lo que ve y luego lo comenta destilando sus propias emociones, para llegar a una interpretación personal…, descubrí la ayuda que me aportaba la música, por eso en todos los lugares la buscaba para escucharla.”
Cuando Langston Hughes estuvo en un pequeño poblado haitiano participó en una secreta ceremonia vudú en medio de la selva: “…una noche con luz de Luna. Cantaban salmos monótonos que sólo interrumpían con gritos prolongados. Danzaban hasta alcanzar una especie de trance extático que no se diferenciaba mucho del de nuestras ceremonias en el Sur Profundo.” En México, China, Japón, Francia, España y demás países que visitó también se encantaba con la música de cada lugar.
En la exURSS el poeta estuvo fascinado en una fiesta de gitanos. De cuando vivió en Merv (en las cercanías de Afganistán) relata su encuentro con la música turcomana:
…llegaron algunos individuos con laúdes de largos diapasones y dos cuerdas, alguien pegó un grito; eran los bakshis, músicos-cantores que venían de otro oasis… Uno de ellos, con sombrero de piel peluda, hizo vibrar una cuerda del laúd y cantó con dulces frases cortas que a veces recitaba. Luego, con su cabeza echada hacia atrás, sin preámbulos, lanzó el grito más vigoroso, largo y escalofriante que yo haya escuchado en toda mi vida. Volvió con su canción que seguramente trataba sobre el fin del mundo, pues dudo que alguna otra cosa pudiera inspirar ese lamento. Las frases que siguieron estaban matizadas con cortos aullidos que también proferían algunos de los presentes. En ninguna otra parte escuché yo una música así de enloquecedora, escalofriante y terrorífica; era una combinación de lo más extraño en la escala musical china y lo salvaje del flamenco gitano de España.
En sus experiencias con la música y la escritura Hughes no desdeñó ocupar su creatividad en óperas, cantatas y comedias musicales, así, trabajó estrechamente con músicos como William Grant Still, Jan Meyerowitz, Jobe Huntley y David Amram.
El ambiente del jazz nacional en auge envolvería a Hughes, siendo con el tiempo un poeta necesario en esos encuentros musicales, como fue su asistencia en 1956 y 1960 al Festival Jazzístico de Newport; en la primera ocasión se presentó su obra Panderos de Gloria, con música gospel; y en la segunda, leyó su largo poema “Pregunta a tu mamá”, compuesto expresamente para ser acompañado con jazz y basado en un ritual africano-estadounidense. En 1958 leyó sus poemas en el nightclub Village Vanguard, de Nueva York, acompañado de los grandes jazzistas Charles Mingus y Phineas Newborn.
Sobre música, Hughes publicó: Primer libro de ritmos, Famosos compositores negros y Primer libro de jazz.
La risa y el coraje
El buen humor que toma la vida como juego, y la sátira que mueve a risa quitando máscaras, son también elementos de la sensibilidad lúdica de Hughes en su poesía; desde su temprano poema de los 15 años “Vestirse” hasta otros de madurez como “¿Quién sino Dios?”.
En sus lecturas al público él prefería empezar con un poema de humor; y al terminar de leerlo, comenta, “Yo acostumbraba decirle a la gente: Es un poema triste, ¿verdad? Todos se reían. Luego leía mis poemas de jazz para que el público siguiera riéndose. Yo quería que las personas se rieran mucho, desde el principio del programa, para que después dejaran de reír al leerles… [poemas serios].”
Lo anterior denota la importancia que tuvo el buen humor para Hughes, sensibilidad que también expresó en sus obras de teatro y en su narrativa; en este último género, inspirado en el Sancho Panza de Cervantes, creó el personaje que llamó Sencillo, protagonista en cinco de sus libros. Todavía más, sobre la risa de su gente, en 1966 publicaría El libro del humor de los negros, aparecido en la editorial Dodd Mead.
Con su poesía Hughes también fue un provocador, lo cual se ve en abundancia en los versos con temas de los negros que disgustaron en mucho a los seguidores del racismo blanco. Otra provocación suya, que disgustó a cristianos ortodoxos, fue la de ser antisolemne con la figura de Cristo. El poema “Adiós, Jesucristo” le acarreó problemas hasta 1940, cuando un grupo de evangélicos lo atacó en Pasadena, California; después del incidente Langston optó por abjurar de ese poema en público, pero entonces fue atacado por los comunistas estadounidenses. El poema “Cristo en Alabama” causó también disgusto a los blancos xenófobos porque el poeta jugaba con la posibilidad de que Jesucristo hubiera sido negro.
Aunque Hughes no tuvo una vida precisamente religiosa, habiendo pasado por una juventud más bien atea, sí mostró respeto por los signos del cristianismo, sobre todo desde los elementos y liturgias de los cristianos negros. Así podemos ver una serie de poemas hughesianos con un fuerte tono de spirituals y gospels, como los que reunió bajo el título de “Las huellas de Cristo” en su antología personal de 1958 Poemas selectos.
La última década
La década de 1960, aunque la empezó con una amenaza de bomba en una de sus lecturas (como ya habíamos dicho), para Hughes fue de reconocimientos en ascenso. Ya para entonces era un poeta con tanta obra, y tan única, que se le podía considerar un clásico estadounidense vivo, además de gozar de mucha popularidad.
En 1961 Langston fue invitado por el presidente John F. Kennedy a la Casa Blanca, con el fin de compartir un almuerzo con el poeta africano Léopold Sédar Senghor, en ese momento presidente de Senegal. Los reconocimientos académicos también aumentaron, recibió doctorados Honoris Causa de las universidades Howard (en 1963) y Western Research de Cleveland (en 1964). En 1966 sería bien recibido, en Etiopía, por el entonces polémico presidente Haile Selassie.
A mediados de 1960 la organización por los derechos civiles NAACP (National Association for the Advancement of Colored People — Asociación Nacional para el Desarrollo del Pueblo Negro) le había otorgado su máximo reconocimiento: la medalla Spingarn. Más tarde se estrena, en Massachusetts, su ópera Ciudad portuaria. En Broadway se exhiben con éxito obras suyas como Shakespeare en Harlem (1960) y Navidad negra (1961).
El periódico New York Post le pide colaborar semanalmente al poeta a partir de 1962, columna que sostiene por años y aprovecha para debatir asuntos de cultura y política, donde sostiene discusiones sobre los derechos civiles y defiende (en 1965) a Martin Luther King Jr., con quien comparte la lucha pacifista.
La conciencia de luchar por los derechos civiles siguió patente en Hughes, con ese motivo escribió la obra “teatral gospel” titulada Jericó-Jim Crow (“Jim Crow” eran llamados los carros de ferrocarril para negros con pésimos servicios, por supuesto). En febrero de 1967, tres meses antes de su muerte, da una conferencia contra la guerra de Vietnam en la Universidad de California en Los Ángeles.
Falleció el 22 de mayo de 1967, después de una operación quirúrgica en el Hospital Policlínico de Nueva York.
La pantera y el latigazo
El poemario de edición póstuma, de Hughes, La pantera y el latigazo —poemas de nuestros tiempos—, sale a la luz en 1967 por la editorial Knopf. Se trata de una antología personal que el poeta dejó preparada, en la que éste combinó poemas antes publicados con otros inéditos. El libro tiene apartados como: “Palabras de fuego”, “Infarto estadounidense”, “El rostro de la guerra”, “Zona bíblica”, “Interrogación africana” (algunos también son títulos de poemas); que dejan clara la verticalidad en la trayectoria humana de Langston.
Los poemas de este libro, por lo demás, están en el tono de todo lo que vivió Hughes, de los motivos de su compromiso existencial, y con una calidad concentrada.
La frase “la pantera y el latigazo” remite al color negro, al castigo y a la rebelión; por esto, tal vez, sintetiza tanto la vida de Hughes como la de cada uno de los negros estadounidenses.
Aunque Langston, como alguna vez dijo, pretendió escribir sobre y para los negros; en realidad esto no fue sino el vínculo natural que todo poeta tiene con su pueblo y su cultura (desde el momento en que escribe en un idioma particular, aunque no siempre trate temas específicos). Por lo anterior, vemos que hoy la poesía de Hughes, como ha sucedido con la de otros grandes poetas, ha alcanzado la universalidad desde su particularidad. Tenemos así, que su poesía es para todo lector que se acerque a ella.
Hughes se preguntó y se respondió: “¿Qué es la poesía? Es el alma humana entera, exprimida como un limón o una lima, gota a gota, en palabras atómicas.” ¿Y el hacedor de poesía? “El poeta es un ser humano. Cada ser humano debe vivir su tiempo, con y para su pueblo, y tener dentro de sí mismo las fronteras de su país.”