Un acercamiento esotérico a la obra paciana

Miguel-Ángel-Martínez[1]Miguel Ángel Martínez Barradas (Puebla, Puebla, México, 1985) nos presenta una curiosa y muy interesante mirada a la obra de Octavio Paz desde el esoterismo. Martínez Barradas ha desempeñado su labor artística en la música, la fotografía y las letras. Participó con Alejandro Jodorowsky en la digitalización de dos obras: La vía del Tarot y Habla mi Dios interior.

 

La llama doble: Cenizas

Un acercamiento esotérico a la obra paciana

 

 

“Love seeketh not itself to please,

Nor for itself hath any care,

But for another gives its ease,

And builds a heaven in hell’s despair.”

 

So sung a little Clod of Clay,

Trodden with the cattle’s feet,

But a Pebble of the brook

Warbled out these metres meet:

 

“Love seeketh only Self to please,

To bind another to its delight,

Joys in another’s loss of ease,

And builds a hell in heaven’s despite.”[1]

William Blake: The CLOD & the PEBBLE.

 

 

“Según el Diccionario de Autoridades la llama es “la parte más sutil del fuego, que se eleva y levanta a lo alto en figura piramidal”. El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida”. (Paz, 2006: 7).

Llama que nos guía en la oscuridad, iluminando nuestro camino a través de las tinieblas que son vida, que son muerte. Llama doble que se consume, dejando un rastro de cenizas, un camino de muerte. Quizá Paz no lo vio así, quizá sí, quizá simplemente prefirió callar y dejar que el lector -¿actor?- descubriese por sí solo esa otredad -¿poesía?- complementaria omitida -disfrazada- de la que no habla, pero que es el fin último de la relación trinitaria entre sexo, erotismo y amor: el placer que es muerte. Porque, si bien la reproducción permite la continuidad de la especie, no deja de ser una extensión parcial del tiempo que forzosamente debe consumar el fuego primordial para dar paso a las nuevas generaciones.

La muerte es inseparable del placer, Thanatos es la sombra de Eros. La sexualidad es la respuesta a la muerte: las células se unen para formar otra célula y así perpetuarse. Desviado de la reproducción, el erotismo crea un dominio aparte regido por una deidad doble: el placer que es muerte. (PAZ, 2006: 161)

Un dominio aparte perteneciente al de la realidad sensible, al de la poesía y, ¿qué es la poesía sino la verbalización del erotismo o, más atinadamente, una erótica verbal que a su vez es poética corporal? Es decir, la primera llama, el erotismo -metáfora sexual que hace del encuentro de la pareja una ceremonia, un rito, y deja de lado una sexualidad puramente animal, el fuego original- materializa la palabra, corporiza la poesía -de ahí su carácter ritual- y la hace tangible, palpable. La poesía deja de pertenecer únicamente al terreno de lo audible para ser perceptible por nuestros cinco sentidos. Ahora, la poesía adquiere otras formas: la de un rostro, la de un cuerpo; nos seduce con caricias dentro de un silencio que arde en una llama doble; nos besa, nos toca, nos consume. La pareja en el encuentro sexual deja de ser para perderse en la infinidad del tiempo, en ese tiempo que ya no es lineal y que alarga los minutos y las horas, convirtiéndose en un instante de eternidad que termina la ceremonia haciéndonos caer, regresar. El cuerpo es la fuerza de gravedad que nos hace aterrizar después del encuentro sexual para continuar muriendo: “El amor es amor no a este mundo sino de este mundo; está atado a la tierra por la fuerza de gravedad del cuerpo, que es placer y muerte”. (Paz, 2006: 207)

La poética corporal sucede a la erótica verbal, y se contrapone a ésta creando así una relación de contrarios complementarios. Por un lado la poesía, el lenguaje –que, si es mental crea fantasmas y, si es un trazo material, crea ideas incorpóreas- es capaz -por su naturaleza clasificadora- de darle un nombre a la sensación; a su vez, el erotismo es un rito alejado de la naturaleza animal, sexualidad transfigurada por la imaginación, imaginación que mueve a la poesía para hacer de ésta ritmo y metáfora, como al erotismo ceremonia y rito.

Ambos (poesía y erotismo) están constituidos por una oposición complementaria. El lenguaje –sonido que emite sentidos, trazo material que denota ideas incorpóreas- es capaz de dar nombre a los más fugitivo y evanescente: la sensación; a su vez, el erotismo no es mera sexualidad animal: es ceremonia. (Paz, 2006: 10)

 La imaginación hace de la imagen poética realidades opuestas que copulan mediante la rima. La poesía es erotismo y erotiza al lenguaje y al mundo mientras que el erotismo es tiempo, porque es exclusivo de la raza humana, raza mortal que nació del barro y que al final de sus días regresará a la tierra para alimentar con sus cenizas los futuros cadáveres que aún arrastran su miseria bajo el esplendor de un universo que nos dice todo sin palabras: “El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora.” (Paz, 2006: 10)

Llegado a este punto, donde la conjunción entre erotismo y poesía es tal que los hace parecer uno, surge –irónicamente- la más grande discrepancia entre ambos términos. Paz no lo menciona en su Llama Doble, pero la omisión del autor no niega la principal oposición entre poesía y erotismo: la poesía crea, el erotismo no. El erotismo, parafraseando a Paz, es sexo en acción, pero siempre alejado de la reproducción. En la sexualidad, el placer sirve para alcanzar el fin último del fuego original: la procreación; mientras que en el erotismo, el placer es un fin en sí mismo, y para esto me permito citar a Rafael Conte cuando se refiere a la relación que hay entre Sade –quien confinó su vida a la satisfacción de sí mismo- y el placer:

Limitar el sexo es un pensamiento carcelario, ponerle fronteras al placer es como intentar poner puertas al campo (…) Yo también me dispongo a morir, aunque todavía no quiero, y me arrastro, empujo mi enorme cuerpo inflado vestido de harapos, y digo y proclamo que yo soy mi destino, que yo me lo he construido paso a paso, que he amado, leído y escrito sin cesar hasta hoy mismo, que he investigado porque el hombre es desgraciado, y que en la búsqueda del placer no me he detenido ante nada ni ante nadie (…) Nadie ni nada hay más importante que uno mismo. Es ilógico pues negarse ningún placer, ninguna experiencia, ninguna satisfacción. Mientras nos sintamos complacidos ya sea en nuestros sentidos como en nuestras ideas, todo nos es válido. (Conte, 1990)

En suma, tenemos por un lado el sexo y sus variaciones –metáforas sexuales- y por el otro la metáfora erótica –ceremonia, rito-. La primera, centrada en la reproducción; la segunda, la pone entre paréntesis e, indiferente a la procreación de la vida, rinde culto al placer que es muerte.

Siguiendo con la comparación que hace Paz entre erotismo y poesía, tenemos que ésta se opone paradójicamente al lenguaje. En el poema, la linealidad del lenguaje se tuerce, serpea, inicia y retorna. Las palabras –como el hombre- son un símbolo; enmudecen, cambian de lugar y de significado, se niegan. El poema no aspira a decir sino a ser. La poesía se opone al lenguaje y pone entre paréntesis la comunicación como el erotismo se opone a la sexualidad, y omite a la reproducción; sin embargo, a pesar de la íntima conexión antes mencionada entre poesía y erotismo, la separación más grande entre una y otra radica en que la poesía crea, y el erotismo reinventa. La primera por ser divina, la segunda por ser humana: “La poesía es el punto de intersección entre el poder divino y la libertad humana”. (Paz, 1994)

Ser poeta es crear, no es soñar ni mentir, Dios fue poeta cuando hizo el mundo y su inmortal epopeya está escrita con estrellas. Las ciencias reciben de Él los secretos de la poesía, porque las llaves de la armonía fueron puestas en sus manos. Los números son poetas, porque cantan con sus notas siempre justas, que originaban arrebatamientos al genio de Pitágoras. (Levi A, 2002: 22)

Ante todo, el erotismo es exclusivamente humano: es sexualidad socializada y transfigurada por la imaginación y la voluntad de los hombres. (Paz, 2006: 14)

El erotismo es invención, variación incesante; el sexo es siempre el mismo. (Paz, 2006: 15)

Poesía, del griego ποίησις ‘creación’ < ποιέω ‘crear’. (DRAE Vol 8 :2001)

Una vez explicada la separación y la concordancia entre poesía y erotismo, y la diferencia que existe entre la finalidad de la sexualidad y la del erotismo, podemos trazar una línea divisoria para centrarnos únicamente –por ahora- en la relación que hay entre el erotismo, el hombre y sus instituciones, y cómo éste, en tanto sexualidad transfigurada, influye en nuestras relaciones sociales creando tabúes, mitos y verdades.

Ya vimos que la primera nota que diferencia al sexo del erotismo reside en que éste se manifiesta en infinidad de formas en todas las épocas y culturas. El erotismo es invención, reinvención; el sexo siempre es igual. En el acto erótico, la participación de dos o más individuos es imprescindible, incluso en los placeres solitarios, siempre hay una pareja aunque ésta sea imaginaria -¿lo es?-, pues el erotismo implica el uso de la imaginación: “En todo encuentro erótico hay uno o varios personajes invisibles y siempre activos, la imaginación traducida en deseo. El hombre es el único ser que fornica con íncubos y súcubos”. (Paz, 2006: 15)

El erotismo nunca es el mismo, cambia con las culturas, los climas, los lugares, las situaciones, los individuos; está influido por el azar y la inspiración. El erotismo es un océano ondulante -tormentoso- que mece al hombre en un torbellino de sensaciones que hacen del acto sexual algo único e irrepetible. He ahí otra diferencia entre sexualidad y erotismo; en el primero, el acoplamiento siempre es el mismo. Los animales tienen una sexualidad monótona y periódica –ejemplo de esto son sus periodos de celo, destinados a la reproducción y perpetuación de la especie-, de ahí el éxito de su reproducción; el hombre, por el contrario, no tiene fechas ni tiempos para la satisfacción de su sexualidad; la especie humana posee una insaciable sed sexual que debe permanecer fuera de la rutina, pues la satisfacción del placer con la monotonía resulta imposible.

El erotismo se desprende de la sexualidad y a su vez la desvía a ésta de su finalidad: la reproducción; pero ese desprendimiento es también un regreso a lo que era antes del principio. Es decir, la pareja, en el acto sexual, consigue regresar a su porción de paraíso, ¿por cuánto tiempo? Un suspiro, una eternidad. El erotismo es separación, desprendimiento de uno mismo para después regresar; tentativa de reconciliación con el Gran Todo; alma del mundo y amor universal: “En el alma del Mundo, fluido ambiente que penetra todas las cosas, hay una corriente de amor o atracción y una corriente de cólera y de repulsión”. (Papus, 1999: 85)

Es tentativa porque la reconciliación depende de que el erotismo alcance la parte última del fuego original, el amor, la llama azul. El erotismo es sexo y algo más, pero el amor rebasa los límites del placer para instalarse en otro terreno: el reconocimiento en y del otro. Una de las primeras apariciones del amor es el mito de Eros y Psiquis en el asno de oro de Apuleyo. Eros, divinidad cruel que no respeta ni a Zeus ni a su madre Venus, se enamora de la corporización del alma, Psiquis. Es una historia en donde el alma, enamorada del amor, abandona su condición humana para entrar en la inmortalidad divina. Eros, imagen del amor, es solar y nocturno, y fue su exceso de luz lo que lo hizo invisible frente a los ojos de Psiquis.

Si Psique a fuerza de sumisiones y de caricias hubiera alcanzado que el amor se revelara por sí mismo; no lo hubiera perdido. El amor es una de las imágenes mitológicas del gran secreto y del gran agente, porque manifiesta a la vez una acción y una pasión, y un vacío y un lleno, una flecha y una herida[2]. Los iniciados deben comprenderme, y a causa de los profanos no puede decirse demasiado. (Levi A, 2002: 34)

El mito de Eros y Psiquis, mencionado por Paz y descrito por Levi, son evidencias de que la transgresión, el castigo y la redención son elementos constitutivos de la concepción occidental del amor. Y llegando a este punto, podemos trazar la primera línea que diferencia al erotismo del amor. El amor es una atracción a una persona única, a un cuerpo y a un alma, y es incapaz -por su misma naturaleza de búsqueda de completud, de búsqueda del otro- amar a más de uno. En el amor hay elección, en el erotismo aceptación: “Sin erotismo –sin forma visible que entra por los sentidos- no hay amor pero el amor traspasa al cuerpo deseado y busca al alma en el cuerpo y, en el alma, al cuerpo. A la persona entera”. (Paz, 2006: 33) “Somos seres incompletos y el deseo amoroso es perpetua sed de completud”. (Paz, 2006: 41)

Asumiendo entonces que el amor es una entidad dual, tenemos que “el amor es a la vez una sed y una plenitud que tiene necesidad de expansión. Aquel que da recibe, y el que recibe da el movimiento; todo es un cambio perpetuo”. (Levi A, 2002: 161)

            El amor es elección, pero también es predestinación; gran contradicción que hace del amor un fenómeno único en las relaciones sociales del hombre. Por un lado elegimos a la persona amada, por otro la atracción que experimentan los amantes es involuntaria -como si se tratara de un magnetismo secreto y todopoderoso que hace del amor un encuentro, donde la libertad y el destino se cruzan para realizar el encuentro entre los amantes- pero, para que esta elección predestinada se cumpla, es necesaria la complicidad de los amantes: “El amor es un nudo en el que se atan, indisolublemente, destino y libertad”. (Paz, 2006: 39)

            Pero también es un nudo en el que se entrelazan los amantes, buscándose uno en el otro, contrarios complementarios con sed de otredad, sed que también es de completud, completud únicamente hallada en el otro. Esta idea de la falta del otro surge en la Antigua Grecia con Platón, quien expone en su diálogo del Banquete la idea de seres andróginos que eran más fuertes que los dioses, y que fueron divididos por Zeus en dos para someterlos a su voluntad. Desde entonces, las partes divididas, dispersas por el mundo, andan en busca de su otra mitad para completarse.

Antes había tres sexos: el masculino, el femenino y el andrógino, compuesto por seres dobles. Estos últimos eran fuertes, inteligentes y amenazaban a los dioses. Para someterlos, Zeus decidió dividirlos. Desde entonces andan en busca de su mitad complementaria. (Paz: 2006, 41)

El cuerpo humano está sometido, como la tierra, a una doble ley: atrae e irradia; está imantado de magnetismo andrógino y reopera sobre las dos potencias del alma; la intelectual y la sensitiva en razón inversa, pero proporcional, de las preponderancias de dos sexos en su organismo físico. (Levi A: 2002, 161)

La unidad humana es completa por la derecha y por la izquierda. El hombre primitivo es andrógino. Todos los órganos del cuerpo humano están dispuestos por pares, excepto la nariz, la lengua, el ombligo y el jod cabalístico. (Levi A: 2002, 306)

De la misma manera en que Paz y Platón hablan de la entidad andrógina, que poseemos a pesar de esa falta de completud, Levi retoma la idea en la cita anterior, comparando al cuerpo humano con la tierra. Ambos atraen e irradian su energía al estar dotados de un magnetismo andrógino. Para Levi, tanto el hombre como la mujer son seres andróginos incompletos que se unen para formar la unidad, pero llevando el resultado a unas proporciones mayores de las que manejó Platón. Para Platón, el andrógino es el ser perfecto capaz de amenazar a los dioses pero, para Paz y para Levi, el resultado de la unión entre los contrarios complementarios da el mismo resultado. Para el primero, era el amor en su máximo esplendor; para el segundo, el jod cabalístico completado era dios. Llámese como quiera. Ambos –amor y dios- son entidades que representan la armonía universal y la inmortalidad del alma.

Adán es el tetragrama humano que se resume en el jod misterioso imagen del falus cabalísticos. Agregad a ese jod el nombre ternario de Eva y formaréis el nombre de Jehová, el tetragrama divino, que es la palabra cabalística y mágica por excelencia:  (Levi A, 2002: 46)

El amor es una de las formas en que se manifiesta el deseo universal y consiste en la atracción por la belleza humana. (Paz, 2006: 43)

El amor es el camino, el ascenso, hacia esa hermosura: va del amor a un cuerpo solo al de dos o más; después, al de todas las formas hermosas y de ellas a las acciones virtuosas; de las acciones a las ideas y de las ideas a la absoluta hermosura. La vida del amante de esta clase de hermosura es la más alta que puede vivirse pues en ella “los ojos del entendimiento comulgan con la hermosura y el hombre procrea no imágenes ni simulacros de belleza sino realidades hermosas”. Y éste es el camino de la inmortalidad. (Paz, 2006: 45)

Levi menciona a Eva como complemento de Adán para formar, mediante el acoplamiento de ambos, la palabra , símbolo de la totalidad. De la misma manera, Paz menciona a Adán y a Eva como la pareja primordial a la que tienden a imitar todas las demás parejas posteriores, y que posee los tres elementos del amor moderno propuestos por Catulo: la elección, la libertad de los amantes –traducida en desafío, transgresión- y finalmente los celos. Ambas nociones, la de Levi y la de Paz, tienen la misma concepción de la pareja exiliada: una pareja que busca en el otro el reconocimiento de sí y que forma la unidad del ser.

Sin el otro o la otra no seré yo mismo. Este mito (el del andrógino de Platón) y el de Eva que nace de la costilla de Adán son metáforas poéticas que, sin explicar realmente nada, dicen todo lo que hay que decir del amor. (Paz, 2002:41)

El binario es el generador de la sociedad y de la ley; es también el número de la gnosis. El binario es la unidad, multiplicándose a sí misma para crear, y es por esto por lo que los símbolos sagrados hacen salir a Eva del mismo pecho de Adán. (Levi A, 2002: 46)

Gan-Bi-Heden, residencia de Adán-Eva, significa el Organismo de la Esfera Universal del Tiempo, la Organización de la Totalidad de lo que es temporal. (Papus, 1999: 98)

La “humanidad”, imagen del “amor”, contiene también en ella un principio rudo y astringente (diría Jacobo Boehm) y un principio suave e insinuante. El primero de estos principios, simbolizado por Adán, es el origen de la fuerza brutal, del poder en todas sus manifestaciones. El segundo, simbolizado por Eva, es el origen de la gracia femenina, de la autoridad. Hemos visto que el poder y la autoridad se equilibran en el amor. (Papus, 1999: 134)

La pareja de Adán y Eva –dice Paz- abarca a todas las parejas, desde Filemón y Baucis de la Metamorfosis de Ovidio, hasta la juvenil pareja de Shakespeare, Romeo y Julieta; la figura y la historia de Adán y Eva son las de la condición humana. Pareja primordial en la que estamos todos. Somos Adán y Eva al mismo tiempo, pero también somos su descendencia: Abel y Caín. Somos raza de Caín, raza de asesinos desterrados. Adán y Eva son el comienzo y el final de cada pareja. Viven en el paraíso: “Un lugar que no está más allá del tiempo sino en su principio. El paraíso es lo que está antes”. (Paz, 2006: 219)

La historia, degradación del tiempo primordial –de ese no tiempo-, nos recuerda la expulsión del paraíso, la caída del eterno ahora. El pecado de Adán y de Eva, aún hoy nos mantiene como a Ahasverus: errando por el mundo en espera de ser redimidos por el pecado de nuestros padres. El pecado nos arrojó al tiempo sucesivo –lineal- que nos envejece, nos cambia; estamos expuestos al accidente, al trabajo y a la muerte. Somos mortales y por eso podemos amar.

El amor regenerará las ciencias, la razón justificará la fe. Entonces seré el árbol del paraíso terrestre, el árbol del bien y el mal, el árbol de la libertad humana. Mis inmensas ramas cubrirán al mundo entero y las poblaciones abrigadas descansarán debajo de mi sombra; mis frutos serán el alimento de los fuertes y la leche de los niños y las aves del cielo, esto es, los que pasan cantando, llevados en las alas de la inspiración sagrada, estos reposarán en mis ramas, siempre verdes, siempre cargadas de frutos. Reposa pues, Ahasverus, en la esperanza de ese bello porvenir, porque aquí es el término de tu doloroso viaje. (Levi A, 2002: 24)

Este mundo fue fundado por el pecado de la pareja original y, cuando reinventamos el amor, los reinventamos a ellos, a los desterrados del Edén. El amor es exclusivo de nosotros –los mortales- y por eso no vence a la muerte, pero nos permite vislumbrar en esta vida lo que Paz llama la vivacidad pura: “El erotismo puede ser religioso, como se ve en el tantrismo y en algunas sectas gnósticas cristianas; el amor siempre es humano”. (Paz, 2006: 92)

Me atrevo a decir que en el amor, hay un descubrimiento del yo y una reconciliación con el Gran Todo del cual fuimos arrancados cuando nacimos. El amor no es la eternidad pero nos permite acercarnos a ella. Cuando la pareja se sumerge uno en el otro, abandona su característica corpórea y se entrega recíprocamente para dejarse llevar por el oceánico instante en el que el amor alarga los minutos hasta hacerlos atemporales. La pareja –consumado el acto amoroso- cae, y el tiempo retoma su calidad lineal –sucesiva- para recordarnos que el amor no es la eternidad. El amor no nos libra de la muerte pero nos hace verla a la cara, reconociendo en ella al amor mismo y al placer, porque el amor es vida y es muerte.

El tiempo es el mal,/ el instante/ es la caída;/ amar es despeñarse:/ caer interminablemente,/ nuestra pareja/ es nuestro abismo. (Paz, 2006)

Amar/ hacer de un alma un cuerpo,/ hacer de un cuerpo/ un alma,/ hacer un tú de una presencia./Amar:/ abrir la puerta prohibida,/ pasaje/ que nos lleva al otro lado del tiempo./ Instante:/ reverso de la muerte,/ nuestra frágil eternidad. (Paz, 2006)

La muerte sólo tiene sentido para quienes han amado apasionadamente la vida. ¡Morir sin dejar aquí nada…! El desapego es una negación tanto de la vida como de la muerte. Quien ha superado el miedo de morir, ha triunfado también sobre la vida, la cual no es más que el otro nombre de ese miedo. (Cioran, 1994: 29)

El amor nos suspende y la caída es el regreso a esta realidad sensible, una vez consumado el acto amoroso; es la vuelta a la realidad. El cuerpo es fuerza de gravedad del alma porque el amor nos extirpa de nosotros mismos, arrojándonos a un más allá –la vivacidad pura-, convirtiéndonos en otro ser que nos permite –paradójicamente- ser nosotros mismos.

El amor nos suspende, nos arranca de nosotros mismos y nos arroja a lo extraño por excelencia: otro cuerpo, otros ojos, otro ser. Y sólo en ese cuerpo que no es el nuestro y en esa vida irremediablemente ajena, podemos ser nosotros mismos. Ya no hay otro, ya no hay dos. El instante de la enajenación más completa es el de la plena reconquista de nuestro ser. También aquí todo se hace presente y vemos el otro lado, el oscuro y escondido, de la existencia. De nuevo el ser abre sus entrañas. (Paz, 1994: 49)

Casi en los límites de este ensayo, es sensato decir que la trascendencia, la idea o la esencia, el ser y no ser son aspectos que, aunque pueden parecer ajenos al amor, no lo son, puesto que éste principia y termina en él mismo. Es una atracción por un alma pero también por un cuerpo, puesto que sin uno sería imposible llevar a cabo el acto que precede al amor: el erotismo. El amor es posesión y entrega, suprema ventura y desdicha suprema. (Paz, 2006: 210) 

“El amor no busca nada más allá de sí mismo, ningún bien, ningún premio; tampoco persigue una finalidad que lo trascienda”. (Paz, 2006: 210) ¿Y dónde termina el amor si no es eterno? El amor, cuando es maduro y llega a la vejez, termina con la muerte del ser amado. El cuerpo y el alma amados dejan la alcoba y pasan al sepulcro. Trágico e inevitable final, puesto que el hombre es tiempo, y el amor es exclusivo del hombre. Ambos están confinados a terminar con la muerte. Indeseable conclusión para los amantes que, confiados en su amor y en los escapes de esta realidad sensible, creen que la prolongación del tiempo es capaz de salvarlos de su fatídico desenlace. Ilusos. Sí, ¿pero no dijimos con anterioridad que la imaginación transfiguraba la realidad?

El amor no nos preserva de los riesgos y desgracias de la existencia. Ningún amor, sin excluir a los más apacibles y felices, escapa a los desastres y desventuras del tiempo. El amor, cualquier amor, está hecho de tiempo y ningún amante puede evitar la gran calamidad: la persona amada está sujeta a las afrentas de la edad, la enfermedad y la muerte. (Paz, 2006: 211)

Alejandro Jodorowsky, basando su experiencia en el sexto arcano del tarot de Marsella, explica así el fin del amor:

[3]

(…)

Como una piedra lenta te he sacado de la bruma,

te he dado mi demencia para que dejes de ser un

muerto nómade,

para que en tu frente brille una luna y tu cráneo

se abra en diez mil pétalos:

la meta final es ilusoria, todo se realiza en el alma,

el botín de guerra eres tú mismo.

Más allá del nacimiento y de la muerte, más allá de

la cadena de causas y efectos,

sombras furtivas atravesando los espejos, tú y yo juntos,

consuelo de los consuelos, seremos cuerpo del olvido.

(Jodorowsky, 2006: 63)

 

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la flama es reflejo o reverberación de la llama, y la ceniza Polvo de color gris claro que queda después de una combustión completa (DRAE Vol 5 :2001) En el primer caso, si la flama es reflejo de la llama, nos encontramos ante la posibilidad de que nuestro fuego original simplemente sea un reflejo del erotismo y del amor ¿Y qué es la vida sin amor? Es la existencia sin el otro, un andrógino mutilado incapaz de totalizarse. En el segundo caso, tenemos que la ceniza es polvo. Siendo así, vale la pena preguntarnos si somos una llama o simplemente el reflejo de ésta, puesto que las cenizas que de ambas se desprenden no son iguales. Unas pertenecen al amor, otras a la nada.

 

Serán ceniza, mas tendrá sentido;

Polvo serán, mas polvo enamorado.

(Quevedo, 1994: 19)

 

 

Amor y erotismo.

Llama doble de la vida,

Llama que termina en cenizas.

 

 

Bibliografía

  • Blake, William (2003). Blake Poesía Completa Edición Bilingüe. Barcelona: Ediciones29.
    • Cioran, Emile (1990). De Lágrimas y de Santos. Barcelona: TusQuets.
    • Conte, Rafael (1990). Yo, Sade. Barcelona: Planeta.
    • Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Vigésima segunda edición. Volumen 5 y 8. España: Espasa, 2001.
      • Levi, Eliphas A(2002). Dogma y Ritual de Alta Magia. México: Berbera Editores.
      • ___________B(2002). Historia de la Magia. México: Berbera Editores.
      • Jodorowsky, Alejandro (2006). Yo, el Tarot. Barcelona: Siruela.
      • Papus (1999). El Tarot de los Bohemios. Barcelona: Humanitas.
      • ______ (2002). Tratado Elemental de Ciencia Oculta. México: Berbera Editores.
      • Paz, Octavio (2004). Árbol Adentro. Obras Completas, Tomo: 12. México: FCE.
      • ___________ (1994). El Arco y la Lira. Obras Completas, Tomo: 1. México: FCE.
      • ___________ (2006). La llama doble. México: Seix Barral.
      • Quevedo, Francisco de (1994). Poesía. México: Porrúa.

 


[1] William Blake: The CLOD & the PEBBLE.

[2] Refiérase probablemente al Tantra o sexo sagrado. La flecha es el órgano sexual masculino, la herida la cavidad vaginal. Según las tradiciones orientales el momento cercano al orgasmo genera una gran cantidad de energía Chi que puede ser usada de diversas maneras y con propósitos mágicos.

[3] El enamorado. Arcano Mayor del Tarot de Marsella.

 

 

 

 

Datos vitales

Miguel Ángel Martínez Barradas (Puebla, Puebla, México, 1985) ha desempeñado su labor artística en la música, la fotografía y las letras. Nació en la ciudad de Puebla, México en 1985, iniciando su actividad artística en la adolescencia. Ha sido becario de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Ha incursionado en el periodismo y participado con Alejandro Jodorowsky en la digitalización de dos obras: La vía del Tarot y Habla mi Dios interior, disponible la segunda en el blog de Plano Creativo.

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