Vida y muerte. Erotismo en George Bataille

Presentamos un ensayo inédito de Marco A. Jiménes y Ana Ma. Valle, ambos profesores investigadores de la UNAM, en torno a las ideas del escritor francés George Bataille (1897-1962). El texto pertenece al volumen de ensayo “Lo radicalmente otro, huellas de erotismo prehispánico” de próxima aparición. El erotismo, lo monstruoso y lo sagrado se ligan en esta singular interpretación.

 

 

 

Vida y muerte[1]

Marco A. Jiménez[2]

Ana Ma. Valle[3]

 

Si por erotismo entendemos, como dice Bataille, la aprobación de la vida hasta en la muerte, nada mejor para ilustrarlo que los escasos registros del mundo prehispánico, aunque esto último ya entraña una gran complejidad. Y de igual modo, si por Mesoamérica nos referimos a ciertas coordenadas geográficas, antes que a otra cosa, estaremos de acuerdo en que entre las culturas que en esa vasta región se constituyeron hasta nuestros días era posible encontrar mayor diversidad que aquella que existió entre los indígenas polinesios y los esquimales, por supuesto, antes de la conquista española.

En tal sentido, también puede ser útil y funcional el sistema binario para entender las categorías simbólicas de los opuestos complementarios, sin embargo, asalta la duda sobre los resultados que esas parejas de símbolos ofrecen, por ejemplo, dice López Austin “en Mesoamérica estaban los pares calor/frío, fuerza/debilidad, perfume/fetidez, gloria/sexualidad” (2010:29)[4]. Digamos que hasta la oposición entre el perfume/fetidez todo quedaba claro, pero cuando se relaciona como opuestos complementarios la gloria y la sexualidad, con honestidad no podemos hacer otra cosa sino extrañarnos. Quizá desde “Occidente” relacionar el placer sexual con cierto tipo de gloria no es nada extraño. Es más común encontrar como antípoda de la gloria al infierno. Aunque también es verdad que la gloria cristiana es asexuada y que en el infierno puede o no haber sexo, desde nuestra tradición cartesiana podríamos atribuir, con razón, a la gloria lo que está ausente de sexo y al infierno lo relativo a los pecados sexuales. Es aquí y precisamente a partir del texto de López Austin, La sexualidad en la tradición mesoamericana, de donde se desprende la búsqueda del erotismo prehispánico. “El erotismo se establece en el placer, en la sensualidad, en la atracción de los sexos, en el cortejo. No es posible apreciarlo plenamente en la antigüedad mesoamericana, a la que nos aproximamos, en buena parte, a través de fuentes duramente condicionadas por la percepción de la cultura conquistadora” (López Austin 2010:35). Acordamos con él cuando plantea las dificultades que desde ciertas concepciones occidentales sobre el erotismo se tienen para abordar el asunto de las culturas mesoamericanas, de manera especial en esta grave confusión que asocia simple y llanamente lo erótico con el placer, con la vida, en una especie de negación, de oppositorumaeternum con el dolor y la muerte, tal y como cierto platonismo lo interpreta[5].

 

Del cuerpo, del corazón y de lo sagrado

Por supuesto que no eludimos u olvidamos que erotismo no es sinónimo de sexualidad y mucho menos de genitalidad. No es extraño reconocer que de modo alguno el Marqués de Sade ni la pornografía son lo más emblemático del erotismo, basta una lágrima, una imagen santa, un pie, un cadáver, un animal, un alimento, una flor, un pensamiento, una imagen familiar, una fantasía o cualquier cosa, para desatar la experiencia erótica.

El erotismo no tiene necesariamente una finalidad reproductiva, no se trata de descargar una fuerza biológica que nos invade ni de producir otras vidas para perpetuar la especie, como en los animales. El erotismo es una exaltación, es la tensión constante entre conciencia e instinto, una exuberancia extrema de la vida que sólo puede ser posible en su correlato mortificante. Vida/Muerte, más que oposiciones simples, son una misma palabra vidamuerte, por eso engendrar a otro ser, un ser agónico por principio, no deja de representar una actividad erótica, lo humano más humano. En otras palabras, pro-crear es dar vida a la muerte. La continuidad vital es para nosotros, como seres discontinuos (individuos que morimos de manera singular) mortales, condición necesaria de nuestra existencia. Precisamente el agotamiento del erotismo reside en la separación de la vida y la muerte como del placer y del dolor.

El erotismo se asocia a la cultura en el sentido de que irrumpe contra todas las normas y regularidades socialmente establecidas, en esencia es anómico, lo cual no implica que no imponga leyes transitorias a quienes participan de la relación erótica, o que incluso conduzca hasta la locura y la muerte.

 

Toda operación del erotismo tiene como fin alcanzar al ser en lo más íntimo, hasta el punto del desfallecimiento. El paso del estado normal al estado del deseo erótico supone en nosotros una disolución relativa del ser, tal como está constituido en el orden de la discontinuidad. Este término de la disolución corresponde a la expresión corriente de la vida disoluta, que se vincula con la actividad erótica. En el movimiento de la disolución de los seres, al participante masculino le corresponde, en principio, un papel activo; la parte femenina es pasiva. Y es esencialmente la parte pasiva, femenina, la que es disuelta como ser constituido. Pero para un participante masculino la disolución de la parte pasiva sólo tiene un sentido el de preparar una fusión en la que se mezclan dos seres que, en la situación extrema, llegan los dos juntos al mismo punto de disolución. Toda la operación erótica tiene como principio una destrucción de la estructura de ser cerrado que es, en su estado normal, cada uno de los participantes del juego. (Bataille 2003:22)

 

No es propósito de este ensayo profundizar en las diferentes formas de erotismo como continuidad vital, en un medio de violación y violencia, pero recurriendo a Bataille, podríamos plantear tres formas de erotismo que sin duda conforman una sola; aquella que refiere a la utilidad, al beneficio que obtenemos de nuestro cuerpo y de otros, ya sea en la autosatisfacción sexual directa, como puede ser la masturbación o en las fantasías singulares, mismas que no excluyen angustia y desdicha, así como el placer/dolor que infringimos a otros cuerpos y que está referido a un goce[6] con y para otros. Sin duda, aquello que anima el erotismo es la violencia y la más radical de todas ellas es la muerte, en tal sentido no hay deseo sin un ánimo de dominación, de subyugación del cuerpo del otro, incluso del imperio, de la sumisión que hacemos del propio cuerpo.

Del erotismo utilitario de los cuerpos, que no deja de tener algo de siniestro y terrible, pasemos ahora al amoroso, al de los amantes, el de los corazones, como lo llama Bataille. Si bien es cierto que en ocasiones esta forma de erotismo proviene o se vincula a los cuerpos no necesariamente depende de ellos, su materialidad, por así decirlo, se encarna en la fuerza del ethos, de la circunstancia, de la coyuntura, de la costumbre, del gusto, de la belleza, de la afinidad y de lo sublime. En tal sentido la pasión sensual puede ser más fuerte que la de los cuerpos, existe en ella un motivo trascedente que irrumpe como violencia sustancial en el quehacer de los amorosos. Se trata de una causa, un propósito, un fin que está más allá de ellos mismos, a tal grado que la felicidad es fácilmente transmutable por el sufrimiento y el dolor, con frecuencia asociados a una utópica promesa de felicidad, de plenitud, pero también en el previo auto-reconocimiento del fracaso, de la imposibilidad. En ambos casos se parte de un como si. Se cree o se siente que se gana, aunque de modo relativo se pierda, pero aun así se juega, o lo contrario, se experimenta la desilusión o la pérdida aunque se gane relativamente, la apuesta es para perder, lo importante, en un caso o en el otro, es participar del juego erótico.

El erotismo es una salida a nuestra mortal y discontinua soledad, un atarse al imposible ser amado para confundirse hasta la locura, formar un sólo corazón, aunque los dos que lo preceden desaparezcan. En el colmo de la unión vital la muerte particular es inevitable. De tal manera que el espanto, el riesgo y el peligro de una separación definitiva se manifiesta como la conciencia que garantiza los márgenes de cada individualidad. Por eso el deseo de matar, aquello que nos ata a lo público y ordinario, o suicidarse, para poner fin al insoportable dolor de la imposibilidad de la intimidad extraordinaria, como señala Bataille, es, en la unión de los amantes, un efecto de la pasión.

En la experiencia erótica los cuerpos se desnudan y las almas se transfunden pero en el sacrificio se da muerte a la víctima. Es verdad que la continuidad de la especie como humanidad no es afectada por la muerte, en el sentido que lo es para un individuo, todo lo opuesto. “Insisto en el hecho de que estando la continuidad del ser en el origen de los seres, la muerte no le afecta; la continuidad del ser es independiente de ella. O incluso al contrario: la muerte la manifiesta” (Bataille 2003: 27).

La muerte sacrificial no es un simple asesinato, un accidente o la decrepitud que con el tiempo termina con la vida, se trata de la destrucción de alguien para que la vida fluya. La muerte es un don, significa que el sacrificado sale del juego erótico sólo para permitir, para dar a los otros la oportunidad de seguir jugando. El muerto en sacrificio dice algo, señala a algún lugar y tiempo, nos revela con su violenta muerte lo sagrado.

 

Lo sagrado es justamente la continuidad del ser revelada a quienes prestan atención, en un rito solemne, a la muerte de un ser discontinuo. Hay como consecuencia de la muerte violenta, una ruptura de la discontinuidad de un ser; lo que subsiste y que, en el silencio que cae, experimentan los espíritus ansiosos, es la continuidad del ser, a la cual se devuelve a la víctima. Sólo una muerte espectacular, operada en las condiciones determinadas por la gravedad y la colectividad de la religión, es susceptible de revelar lo que habitualmente se escapa a nuestra atención. […] Todo nos lleva a creer que esencialmente, lo sagrado de los sacrificios primitivos es análogo a lo divino de las religiones actuales (Bataille 2003:27).

 

Estas tres formas de erotismo manifiestas en el cuerpo, en el corazón y en lo sagrado están cargadas de tres importantes huellas: la conciencia de la muerte, la fecundidad y lo monstruoso. En la primera se acepta al erotismo como el último instante, el instante sublime de la muerte donde podemos reír y llorar, se afirma lo erótico en la muerte como el único puerto de los tormentos de esta vida. Esta claridad de lo inevitable es conciencia de la muerte. La fecundidad es el fruto de la embriaguez de la vidamuerte porque en el erotismo suena la voz del deseo y el éxtasis de la pequeña muerte que es el orgasmo. Esta exaltación de la vitalidad del órgano es aquello que rompe con la razón dando paso a las entrañas de la voluptuosidad y del delirio por el horror ilimitado. Lo erótico manifiesto en el orgasmo es el deseo incontenible de vida por medio de la muerte, es el acto poético, en tanto creativo y productivo, de la vida desbordada que alcanza la extrema locura. En tal acto poético radica el principio pro-creativo del placer sexual. Y así, lo monstruoso se manifiesta tanto en los cuerpos entrelazados que al quedar suspendidos en el apetito excesivo de vida expresan el intenso dolor de la contienda y el inevitable fallecimiento de las entrañas, como en los horrores del erotismo sagrado y de la muerte sacrificial, donde lo monstruoso es, paradójicamente, la encarnación de lo espantoso en los cuerpos descarnados.

 

Referencias consultadas

ARQUEOLOGÍA MEXICANA (2010). Editorial Raíces S.A de C.V., México, julio-agosto, Vol. XVIII, número 104.

_____________LÓPEZ Austin, Alfredo “La sexualidad en la tradición mesoamericana”.

BATAILLE Georges (2003). El erotismo. Tusquets, México.



[1] Capítulo extraído del artículo titulado “Lo radicalmente otro, huellas de erotismo prehispánico”.  Trabajo inédito.

[2] Profesor-investigador de la FES-Acatlán/UNAM y del Posgrado en Humanidades y Ciencias Sociales de la UACM.

[3] Profesora-investigadora de la FFyL/UNAMy del posgrado en Pedagogía en la FES-Acatlán/UNAM.

[4]Ometeotl es un claro ejemplo del sentido de la divina dualidad. Ometeotl es la pareja divina de la creación. “Dios dos”, “Señor y señora dos”, “Señor y señora de nuestra carne” es la pareja masculina-femenina que reunía todas las oposiciones del universo. Lo masculino es lo alto, ígneo, luminoso, celeste y aéreo; y lo femenino es lo bajo, la materia, la oscuridad, lo terrestre y acuoso.

[5] No creemos forzar demasiado nuestra lectura de las Leyes de Platón en donde el dolor y el placer están planteados como contrarios, siendo que para que haya dolor se requiere de placer y viceversa son consustanciales, no sólo en términos lógicos sino también corporales. Placer y dolor como vida y muerte están ligados son dos caras de la misma moneda. Podemos, incluso, extrapolar esta interpretación al tema de la homosexualidad que Platón rechaza en las propias Leyes.

[6] Por supuesto que por goce no entendemos placer sino aquello que Freud denominó como “más allá del principio del placer”, es decir, el vínculo entre Eros y Tánathos.

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