Poesía venezolana: Vicente Gerbasi

Presentamos, en el marco del dossier Patria adentro. Antología de poesía venezolana, preparado por Luis Perozo Cervantes, algunos textos de Vicente Gerbasi, uno de los autores fundamentales de la tradición poética de Venezuela. Su poema “Mi padre, en inmigrante” es uno de los clásicos de la lengua española. En 2004 Monte Ávila publicó su Antología poética.

 

 

 

Mi padre, el inmigrante

 

 

 

III

 

Relámpago extasiado entre dos noches,

pez que nada entre nubes vespertinas,

palpitación del brillo, memoria aprisionada,

tembloroso nenúfar sobre la oscura nada,

sueño frente a la sombra: eso somos.

Por el agua estancada va taciturno el día,

doblegando los juncos hacia barcas de olvido.

El alma silenciosa en las violetas tiembla.

¿No somos un secreto guardado por las horas?

Mirad cómo en el césped de la tarde

la mirada es un brillo de azahares,

cómo se esconde el ser

en el suspiro leve de las frondas.

Algo se cierra siempre en torno a nuestra frente.

El frío de las piedras corre por nuestra sangre.

Un susurrar de nardo desciende por los valles.

Y siempre el hombre solo, bajo el sol y los truenos,

perseguido por voces y látigos y dientes.

El hombre siempre solo, con su mirada, suya,

con sus recuerdos, suyos, y con sus manos, suyas.

El hombre interrogando a sus calladas sombras.

Escucha: yo te llamo desde mis soledades,

desde mis suspirantes comarcas de palmeras,

abiertas a los signos luminosos del cielo.

El viento se te enreda con nieblas siderales,

y te detiene al pie de negros abedules.

Venados de la luna van corriendo

por la antigua memoria,

y en tu silencio caen llamas del corazón.

 

 

 

 

 

VIII

 

Cuando tú venías, venías hacia la muerte,

porque así son nuestros pasos en los días:

hacia las montañas detenidas en los crepúsculos;

hacia las ciudades que esperan las noches con luto y alegría,

tostando el pan, preparando dramas en los aposentos,

derramando rojo vino en las penumbras;

hacia los puertos donde la barcas

dan descanso a los vagabundos;

hacia los pequeños caminos rojos,

donde nos duele el cuerpo del asno,

donde nos duelen los pies del mendigo,

donde nos duele el canto de la triste quinquina;

hacia nuestra futura vivienda,

con el susurro leve del naranjo

a cuya sombra estaremos en la mirada del hijo,

como en una hora del cielo,

del presentimiento y de la angustia.

Tú venías, y el mundo estaba debajo de tus pasos,

y debajo de tus noches, y debajo de tus soledades.

Sí, tu existencia había creado sus cielos huracanados

sus aguas tumultuosas, sus nubladas lejanías,

y las tempestades agitaban los mares de tu corazón

con truenos y estrellas caídas

en las oscuras soledades del alma,

con naufragios y voces de mujeres

perdidas en la extensión de las olas y los países.

Soñabas con fantasmales buques en la sombra,

esos que llevan banderas de luto

y viajan hacia los puertos de podridos aceites

y antiguos desperdicios.

Y la furia levantaba ondas en la oscuridad de tu muerte,

perseguida por brillos lunares,

como una oleaginosa superficie negra

con vuelos de lentas aves relucientes,

ahí donde los astros gotean sus azules licores,

en ese espacio del misterio devorador,

con islas iluminadas en nuestra soledad.

Tu juventud llamaba a las ciudades del mundo,

a los vientos que soplan contra viejas murallas,

a la gente que vive en las oscuras minas,

a marinos que yacen bajo cruces del mar.

Tú, el viajero, el insomne, el descontento

el que levantaba las manos hacia los relámpagos,

el que veía pasar las bahías

como la orilla serena y brumosa de la tristeza.

Sabías soportar las lejanías, siempre tan del corazón.

Sabías llegar.

Y eras ahí el anónimo, el oscuro, el devorado,

tendido en la noches calientes,

como los sacos, como los barriles,

a orilla de los grandes navíos.

Un campesino te daba una copa de aguardiente.

Y aún era la noche oscura como un tambor,

salvaje como las patas, las uñas y los dientes del tigre.

La noche, la noche llena de rumores de tamarindos,

los cocoteros movidos por una brisa

que te devolvía a otro tiempo,

al tiempo de tu aldea con campanas,

de tus mares del verano

con barracas cerca del amanecer.

Tú estabas dormido bajo las estrellas de otro mundo.

Padre mío, padre de mi universal angustia.

Y de mi poesía.

 

 

 

 

 

 

TE AMO, INFANCIA

 

Te amo, infancia, te amo,

porque aún me guardas un césped con cabras,

tardes con cielos de cometas

y racimos de frutos en los pasados ramajes.

 

Te amo, infancia, te amo

porque me regalas la lluvia

que hace crecer los riachuelos de mi aldea,

porque le diste a mis ojos un arcoiris sobre las colinas.

 

¿Aún existen los naranjos

que plantó mi padre en el patio de la casa,

el horno donde mi madre hacía el pan

y doradas roscas con azúcar y canela?

 

¿Recuerdas nuestro perro que jugando

me mordía las piernas y las manos?

Nacían puntos de sangre, un pequeño dolor,

pero todo pasaba pronto con el sabor de las guayabas,

 

Te amo, infancia, te amo

porque eras pobre como un juguete campesino,

porque traías los Reyes Magos por la ventana.

 

Un día llevaste a la puerta de mi casa

un hombre de barba que hacía bailar un oso a golpes de

tambor,

y otro día le dijiste a mi padre que me regalara un asno

negro.

 

¿Recuerdas que tú y yo lo bañábamos en el río?

¿Recuerdas que había una penumbra de bambú y helecho?

 

Te amo, infancia, te amo

porque me ponías triste cuando estaba enfermo,

cuando mi madre me hablaba de su tierra lejana.

 

¿Recuerdas? Una vez me mostraste un eclipse a las diez de

la mañana

y las aves volvieron a dormir.

 

¿Existe aún aquel niño sin parientes

que un día bajó de la montaña

y me pidió el pan que yo comía en la plaza de la aldea?

 

Te amo, infancia, te amo

porque me regalaste mi aldea con su torre,

y sus días de fiesta con toros y jinetes y cintas

y globos de papel y guitarras campesinas

que encendían las primeras estrellas más allá de los árboles.

 

Te amo, infancia, te amo

porque te recuerdo a cada instante,

en el comienzo del día y en la caída de la noche,

en el sabor del pan,

en el juego de mis hijos,

en las horas duras de mis pasos,

en la lejanía de mi madre

que está hecha a tu imagen y semejanza

en la proximidad de mis huesos.

 

 

 

 

Para leer la introducción que vertebra esta muestra sigue el enlace

 

 

Datos vitales

Vicente Gerbasi (Canoabo. 1913 / Caracas, 1992). Publicó: Vigilia de un náufrago (1937), Bosque doliente (1940), Liras (1943), Poemas de la noche y de la tierra (1943), Mi padre, el inmigrante (1945), Tres nocturnos (1946), Poemas (1947), Los espacios cálidos (1952, 1992), Círculos de trueno (1953), Alegría del tiempo (1955, 1966), Tirano de sombra y fuego (1955), Antología poética (1956), Por arte de sol (1958, 1981), Olivos de eternidad (1961), Poesías (1963), Poemas (1965), Poesía de viajes (1968), Antología poética, 1943-1968 (1970), Retumba como un sótano del cielo (1970), Rememorando la batalla de Carabobo (1971), El tirano Aguirre (1978), Antología poética, 19845-1948 (1980), Edades perdidas (1981), Los colores ocultos (1985), Obra poética (1986), Antología poética (1987), Un día muy distante (1988), El solitario viento de las hojas (1989), Iniciación en la intemperie (1990), Antología poética (1991), Diamante fúnebre (1991), Los oriundos del paraíso (1994), La semejanza transfigurada (1996), Antología poética (2004).

 

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