Poemas de Carol Ann Duffy

Carol Ann Duffy

Presentamos, en versión del poeta, ensayista y traductor Gustavo Osorio de Ita, algunos textos de la poeta escocesa-irlandesa Carol Ann Duffy (Grasgow, 1955). Maestra del monólogo dramático, ganó el Poetry Society’s National Poetry Competition en 1983. Es la primera mujer que ocupa el puesto de Poet Laureate en Inglaterra.  También mereció el T. S.  Elliot Prize en 2005.

 

 

 

 

 

 

Valentín

 

No una rosa roja o un corazón de satín.

 

Te doy una cebolla.

Es una luna envuelta en papel café.

Promete luz

como el cuidadoso desnudar del amor.

 

Ten aquí.

Te cegará con lágrimas

como un amante.

Hará de tu reflejo

una tambaleante foto de aflicción.

 

Intento ser sincera.

 

No una simpática tarjeta o un beso-grama.

 

Te doy una cebolla.

Su fiero beso permanecerá en tus labios,

posesivo y fiel

como somos nosotros,

por tanto tiempo como lo seamos.

 

Tómala

Sus círculos platinados se abrevan en una sortija de matrimonio,

si tu quieres.

 

Letal.

Su aroma se aferrará a tus dedos,

se aferrará a tu cuchillo.

 

 

 

 

 

 

 

Sra. Lázaro

 

He penado. He llorado por una noche y un día

sobre mi pérdida, arrancado las ropas con que me casé

de mis pechos, aullado, gritado, arañado

las piedras del entierro hasta que mis manos sangraron, arqueando

con su nombre una y otra vez, muerto, muerto.

 

De vuelta a casa. Limpiado el lugar. Dormido en un catre individual,

viuda, un guante vacío, blanco fémur

en el polvo, mitad. Guardados trajes oscuros

en negras bolsas, arrastrando los zapatos de un hombre muerto,

atando el doble nudo de una corbata alrededor de mi cuello desnudo,

 

demacrada monja en el espejo, tocándose. Aprendí

los Viacrucis, el icono de mi rostro

en cada oscuro marco; pero todos estos meses

él se alejaba de mí, decreciendo

al encogido tamaño de una instantánea, yéndose,

 

yéndose. Hasta que su nombre ya no fue un cierto conjuro

para su rostro. El último cabello de su cabeza

flotó fuera de un libro. Su aroma salió de la casa.

Fue leído el testamento. Observen, él se desvanecía

hacía el pequeño cero que sujeta el oro de mi anillo.

 

Después él se fue. Después él fue leyenda, lenguaje;

mi brazo en el brazo del maestro de escuela – el estremecimiento

de la fuerza de un hombre bajo la manga de su abrigo –

a lo largo de la línea de setos. Pero fui fiel

por cuanto duró. Hasta que él fue memoria.

 

Así que pude pararme aquella tarde en el campo

con un mantón de fino aire, sanada, capaz

de ver el borde de la luna ocurrirle al cielo

y una liebre salto desde un seto; luego notar

los hombres de la villa corriendo hacia mí, gritando,

 

tras de ellos mujeres y niños, perros que ladran,

y supe. Supe por la taimada luz

en el rostro del herrero, los ojos estridentes

de la cantinera, las súbitas manos transportándome

en la  multitud que partía ante mí.

 

Él vivía. Vi el horror en su rostro.

Escuché la loca canción de su madre. Respiré

su hedor; mi consorte en su putrefacta mortaja,

húmedo y  desaliñado debido a la floja mordida de la tumba,

croando su cornudo nombre, desheredado, fuera de su tiempo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Sin ser invitado, el pensamiento de ti se quedó hasta muy tarde en mi cabeza.

así que fui a la cama, soñando fuertemente contigo, fuertemente, desperté con tu   [nombre

como lágrimas, suaves, saladas, en mis labios, el sonido de sus brillantes sílabas

como un amuleto, como un conjuro.

 

Enamorarse

es un glamoroso infierno: el agazapado, sediento corazón

como un tigre, listo para matar; las fieras lengüeteadas de la llama bajo la piel.

adentro en mi vida, más largo que la vida, te paseaste.

 

Me escondí en mis días ordinarios, en los altos pastos de la rutina,

en mis habitaciones de camuflaje. Te extendiste en mi azoro,

devolviéndome la mirada desde la cara de cualquiera, desde la forma de una nube,

desde la lánguida, terrestre luna que me admira.

 

mientras abro la puerta de la recámara. Las cortinas se revuelven. Ahí estas

en la cama, como un regalo, como un sueño tangible.

 

 

 

 

 

 

 

Salomé

 

Lo he hecho antes

(y sin duda lo haré de nuevo

tarde o temprano)

desperté con una cabeza en la almohada junto a mí – ¿de quién¿

¿qué importaba?

Apuesto, claro, cabello oscuro, más bien mate;

la barba rojiza varios tonos más clara;

con profundas líneas alrededor de los ojos,

de dolor, supongo, quizás risa;

y una hermosa boca carmesí que obviamente sabía

cómo halagar…

la cual besé…

Más fría que el peltre.

Extraño. ¿Cuál era su nombre? ¿Peter?

¿Simón? ¿Andrew? ¿John? Supe que me sentiría mejor

para el té, pan tostado, sin mantequilla,

así que llamé a la mucama.

Y, en efecto, su inocente repique

de tazas y platos,

su aclarar el embrollo,

su patrón regional

fueron exacto lo que necesitaba –

con resaca y varada como estaba de la noche en el maltrato.

¡Nunca más!

Necesitaba limpiar mi acto,

alistarme.

Cortar la botella y los cigarrillos y el sexo.

Si. Y en cuanto a lo último,

era tiempo de botar al tipo,

ser cazador o presa,

quien había llegado como un cordero al matadero

a la cama de Salome.

En el espejo, vi mis ojos relucir.

Aventé las pegajosas sábanas rojas,

y ahí, como dije – y la vida no es una perra –

estaba su cabeza en una bandeja.

 

 

 

 

 

 

Recordamos tu infancia bien

 

Nadie te lastimó. Nadie apagó la luz y discutió

con alguien más toda la noche. El hombre malo en el páramo

era sólo una película que viste. Nadie cerró la puerta.

 

Tus preguntas fueron enteramente respondidas. No. Aquello no ocurrió.

No podías cantar de cualquier manera, poco te importaba. El momento es un borrón, [una historieta

que ser ríe a morir de sí misma en el fuego del carbón. Suposición de cualquiera.

 

Nadie te forzó. Querías marcharte aquel día. Rogaste. Escogiste

el vestido. Aquí están las fotografías, mírate. Míranos a todos,

sonriendo y despidiéndonos, más jóvenes. Todo eso está en tu cabeza.

 

Lo que recuerdas son impresiones; nosotros tenemos los hechos. Tomamos las [decisiones.

La policía secreta de tu infancia era más ms vieja y sabia que tú, más grande

que tu. Llama de nuevo al sonido de sus voces. Boom. Boom. Boom.

 

Nadie te envió lejos. Esas fueron vacaciones extra, con gente

que parecía gustarte. Eran firmes, no había nada que temer.

No había nadie a quien culpar salvo a ti misma si esto acababa en lágrimas.

 

¿Qué importa ahora? No, no, nadie dejó las marcas del patín de pecado

en tu alma ni te dejó ampliamente abierta para el Infierno. Fuiste amada.

Siempre. Hicimos lo que era mejor. Recordamos tu infancia bien.

 

 

 

 

 

 

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