Alí Calderón comenta brevemente la obra de José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) a través de sus temas y algunas de sus formas.
A nadie en este país le cabe duda de que José Emilio Pacheco es un gran poeta, uno de los más representativos y trascendentes tras la desaparición de Octavio Paz, figura axial de la poesía mexicana del siglo XX. Ciertamente, Pacheco ha instalado su nombre en el pabellón de los poetas de mayor renombre en lengua española de la actualidad. No es poca cosa. Por algo, la cuarta de forros de su antología poética Tarde o temprano. Poemas 1958-2000 comenta que el poeta “obtuvo en Colombia el Premio José Asunción Silva al mejor libro de poemas en lengua española aparecido entre 1990 y 1995”. Mejor libro de poemas en lengua española en un momento determinado del tiempo. Pido disculpas por la insistencia: no es poca cosa. Podemos agregar que en 1969 fue merecedor del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, que ha recibido otros reconocimientos de gran prestigio y que, como detalle curioso y muy significativo, en el discutido ranking de poetas vivos organizado por la revista Letras Libres, ocupó el lugar de privilegio, el sitio de honor. Vuelvo a lo mismo: no es poca cosa.
De lo anterior deducimos que, a lo largo del tiempo de producción y promoción de su obra, todos los medios de legitimación literaria -circunstancias desde luego extraliterarias- han trabajado a favor de este poeta. Eso es innegable y a todas luces evidente. Pero más allá de la simultaneidad que podría dificultar en algún momento la valoración de los textos enrareciendo de cierto modo el trabajo crítico y teniendo en cuenta la amplia distancia generacional no puedo sino preguntarme, con humildad por supuesto pero con muchísima curiosidad también ¿se corresponde el trabajo poético de José Emilio Pacheco con su gran prestigio? En un breve intento de elucidar la cuestión habrán de girar nuestras elucubraciones.
En la poesía de Pacheco advierto tópicos que se convierten, verdaderamente, en constantes de reflexión, temas recurrentemente tratados a lo largo de su obra. Enumerando algunos, por ejemplo, nos topamos con los poemas de desolación (Cirios: son nuestras vidas consumiéndose); poemas históricos o de reflexión histórica (y peleó como maya entre los mayas); poemas que cantan o se duelen de la fugacidad de la vida (La vida se me fue en abrir los ojos/ morí antes de darme cuenta); poemas humorísticos (Quisiera ser un pésimo poeta/ para sentirme satisfecho con lo que escribo/ y vivir lejos/ de tu dedito admonitorio,/ autocrítica); poemas de homenaje a otros poetas (“El centenario de Rubén Darío”: Sólo el árbol tocado por el rayo/ guarda el poder del fuego en su madera); poemas metapoéticos o de reflexión en torno a la escritura (¿A quien pretendes halagar con tan vistas/ piruetitas verbales,/ o suspirillos dolorosos, retruécanos,/ ironías invisibles?); poemas postales (Entra en lo oscuro/ el mar:/ ola es la noche); poemas intertextuales (Al doctor Harold Bloom lamento decirle/ que repudio lo que él llamó “la ansiedad de las influencias”); epigramas (El tronco de aquel árbol en que un día/ inscribí nuestros nombres enlazados/ ya no perturba el tránsito de la calle:/ ya lo talaron, ya lo hicieron leña); poemas de reflexión estética (Todo poema es un ser vivo:/ envejece); poemas nostálgicos (soy y no soy aquel que te ha esperado). Cada una de estas matrices, por supuesto, construye y organiza el discurso de modo distinto y particular dando como resultado, en el trabajo de este poeta, una obra variada y rica en matices y formas.
Desolación
Cirios son nuestras vidas consumiéndose,
le dijeron al niño en la profunda
catedral de penumbra silenciosa.
La visión permanece nítida:
las llamas palpitantes en la zona intermedia
entre la oscuridad y la luz enrarecida
por los vitrales
y las fugaces mechas que al arder
devastaban la cera o la parafina.
Llama es la vida
y cirios nuestros cuerpos que se desgastan.
Pero su fin no es previsible:
Puede seguir el curso natural
O acabar por un soplo o una racha de viento.
Este poema me parece interesante más allá del tema y la metáfora que lo sustenta. La primera estrofa da la sensación de oscuridad fonética debido a la presencia abrumadora de vocales cerradas (i, o, u). En la segunda estrofa encontramos un claroscuro, se alternan vocales abiertas y cerradas y, sólo en los últimos versos, domina la claridad, la flama, la luz del cirio. La última estrofa es esencialmente oscura y engloba el sentido del poema: la fragilidad de la flama, de la vida. La oscuridad fonética de la forma de la expresión se corresponde, de acuerdo a la ley de la isomorfía, al pesimismo, a la oscuridad anímica mostrada en la forma del contenido. Esta equivalencia sólo puede ser lograda por un poeta verdadero. El momento más emotivo del texto está constituido por la música de una pequeña seguidilla en la estructura general: La vida es llama/ y cirios nuestros cuerpos que se desgastan donde el último verso se bimembra no simétricamente dejando un hemistiquio heptasílabo y otro pentasílabo.
Poemas históricos
Como es de suponerse, se trata de textos eminentemente de corte narrativo. Tal vez el mejor poema de esta categoría sea “Moralidades legendarias” donde, mediante la ironía que potencia el descaro, se medita sobre el poder y su ejercicio. Presentamos un fragmento:
Odian a César y al poder romano.
Se privan de la última uvita
pensando en los esclavos que revientan
en las minas de sal o en las galeras.
Hablan de las crueldades del ejército
en Iliria y las Galias.
Atragantados
de Jabalí, perdices y terneras
dan un sorbo
de vino siciliano
para empinar los labios pronunciando
las más bellas palabras:
la uuumaaaniiidaad, el ooombreee, todas ésas
-tan rotundas, tan grandes, tan sonoras-
que apagan la humildad de otras más breves
-como, digamos por ejemplo, gente.
Otros poemas en la misma tesitura son “Fray Antonio de Guevara reflexiona mientras espera a Carlos V”, “Ruinas del templo mayor” o la serie “Antigüedades mexicanas”. Apreciamos la calidad de estos poemas en la medida en que se alejan de la mera referencialidad y se centran en la función poética del lenguaje.
Poemas de fugacidad
Tal vez producto de una doble tradición, la poesía china y japonesa por una parte, las flores y los cantos precolombinos, particularmente de Netzahualcóyotl, por la otra, este tipo de textos constituyen una verdadera obsesión para Pacheco. En esta categoría encontramos poemas bellísimos, muy intensos y de reflexión profunda. Aquí se nos muestra José Emilio Pacheco como un gran poeta, a veces echando mano de la gran fuerza contenida del poema breve (Digo instante/ y en la primera sílaba el instante/ se hunde en el no volver), a veces haciendo emerger el dolor por lo que ya no será más, como en “those were the days”:
Como una canción que cada vez se escucha menos y en menos estaciones y lugares;
como un modelo apenas atrasado que tan sólo se encuentra en cementerios automóviles,
nuestros mejores días han pasado de moda.
Y ahora son
Escarnio del bazar, comidilla del polvo en cualquier sótano.
En este poema, además, se aprecia cierta coincidencia con la sensibilidad de Ernesto Cardenal, específicamente con el poema “Como latas de cerveza vacías”.
Poemas humorísticos
Una más de las vetas en la poesía de Pacheco es el humor. Contrastando con el pesimismo de los poemas de desolación o de fugacidad encontramos otra faceta del poeta. La emergencia del humor generalmente se consigue mediante un trabajo retórico o, como lo dice el propio poeta: Sólo hay una manera de reír:/ la humillación del otro. Normalmente Pacheco utiliza la ironía para producir lo cómico. Así, en “Próceres” tenemos: Hicieron mal la guerra,/ mal el amor,/ mal el país que nos forjó malhechos o en “Autoanálisis”, reforzado además por la rima consonante: He cometido un error fatal/ -y lo peor de todo/ es que no sé cual. También resulta interesante el modo en que, en “El fornicador”, a través de la alteración de un elemento central del significante, se altera el sentido total del poema y se logra el humor:
En plena sala ante la familia reunida
-padres, abuelos, tíos y otros parientes-
abro el periódico
para leer la cartelera.
Me llama la atención una película
de Gary Cooper en el cine Palacio,
o en el Palacio Chino, ya no recuerdo.
Lo que no olvido es el título.
Pregunto con la voz del niño de entonces:
“¿Qué es El fornicador?”
Silencio, rubores,
Dura mirada de mi padre.
Me interrogo en silencio:
“¿Qué habré dicho?“
La tía Socorro me salva:
“hay unas cajas de vidrio
en que puedes meter hormigas
para observar sus túneles y sus nidos.
Se llaman formicarios.
Formicador
es el hombre que estudia las hormigas”.
Otros poemas de humor son “Lolita”, “Envidiosos”, “Monólogo del poeta I”, etc.
Poemas metapoéticos
Se trata de textos donde Pacheco se refiere al propio trabajo de composición, el modo de escribir poesía. Véase, por ejemplo, “Disertación sobre la consonancia”:
Aunque a veces parezca por la sonoridad del castellano
que todavía los versos andan de acuerdo con la métrica;
aunque parta de ella y la atesore y la saquee,
lo mejor que se ha escrito en el medio siglo último
poco tiene en común con La Poesía, llamada así
por académicos y preceptistas de otro tiempo.
Entonces debe plantearse a la asamblea una redefinición
Que amplíe los límites (si aún existen límites),
Algún vocablo menos frecuentado por el invencible desafío de los clásicos.
Un nombre, cualquier término (se aceptan sugerencias)
que evite las sorpresas y cóleras de quienes
-tan razonablemente- leen un poema y dicen:
“Esto ya no es poesía.”
Utilizando la ironía y configurando un lector modelo capaz de reír critica, por ejemplo, al poeta palenquero: Halagué a mi auditorio. Refresqué/ su bastimento de lugares comunes/ de ideas adecuadas a los tiempos que corren./ Pude hacerlo reír una o dos veces/ y terminé cuando empezaba el tedio./ En recompensa me aplaudieron./ ¿En dónde/ voy a ocultarme para expiar mi vergüenza? Pero esta reflexión en torno a la escritura está, de algún modo, ligada al dolor, al pesimismo del sinsentido y la intrascendencia. Y podemos encontrar entonces poemas como: En aquel año escribí diez poemas: diez diferentes formas de fracaso.
Poemas Postales
En esta categoría, me parece, se muestra el Pacheco poeta en toda su capacidad y esplendor. Son los textos más artísticos y mejor logrados a lo largo de su obra. Este tipo de poesía pareciera sustentarse en un par de versos del poema “A quien pueda interesar”: A mí sólo me importa el testimonio/ del momento inasible. En Irás y no volverás nos topamos con la sección “Examen de la vista”. Ahí encontramos “Oda”, “Alba en Montevideo” y “Amanecer en Buenos Aires”, textos en los que un flash de poesía se devela, poemas luminosos y clarísimos:
Baja la primavera al aire nuestro.
Invade
con sus plenos poderes al invierno.
Todo lo redescubre y lo ilumina.
Brota del mar.
Es Dios o su emisario.
“Oda” es un poema emotivo, solemne, místico en el que, nuevamente, la abundancia de vocales abiertas (a, e) forja en los versos la luz.
“Amanecer en Buenos Aires” (Rompe la luz celeste./ Se hace el día en la plaza San Martín./ En cada flor hay esquirlas de cielo) nos entrega un lenguaje literario sustentado en la textura suave y leve de los versos para generar la sensación de ligereza. La presencia de la líquida /l/, en el primer verso (Rompe la luz celeste), consigue esa tersura. A partir de “Alba en Montevideo” (La noche se deshace lentamente en la luna/ que avanza llena de claridad) intuyo que no hay una conciencia absoluta del lenguaje que se emplea. La palabra “llena” se aprecia, al nivel de la sensibilidad, burda en relación al resto del discurso, es una imperfección del significante o la forma de la expresión. Por tal motivo me parece que José Emilio Pacheco, en cuanto a la forma se refiere y adoptando los términos de Dámaso Alonso, es un poeta más que reflexivo, intuitivo. Esta maravillosa intuición del sprit de finesse se observa, como en ningún otro sitio, en el absolutamente halagador de los sentidos “Copos de nieve sobre Wivenhoe”:
Entrecruzados
Caen,
Se aglomeran
y un segundo después
se han dispersado.
Caen y dejan caer
a la caída.
Inmateriales
astros
intangibles.
Infinitos
planetas en desplome.
Poemas intertextuales
Alejados un tanto de la inmanencia del texto artístico y la función poética del lenguaje, estos poemas aprehenden la belleza, como diría Roland Barthes, en forma de cita:
¿Cómo podría explicar Las soledades,
concentrarse en Quevedo, hablar de Lope
si en vez de alumnas tiene ante sus ojos
(con permiso de Heine y de sus clásicos)
la rosa, el sol, el lirio y la paloma?
Epigramas
Textos emotivos, intensos, fundamentalmente breves y liberadores de gran energía. Poemas en los que, parafraseando a Borges, la emoción es lo más importante:
Quintio y Vatinio dicen que mis versos son fríos.
Quinto divulga en estrofas yámbicas
los encantos de Flavio.
Vatinio canta
conyugales y grises placeres.
Pero yo, Claudia,
No he arrastrado tu nombre por las calles y plazas de Roma.
Y reservo mis ansias
a las horas que paso contigo.
Y pareciera que los tópicos fluctúan de igual manera que en Catulo: Amo y odio. Tal vez me preguntéis por qué/ No lo sé, sólo sé que lo siento y que sufro. Así, en Pacheco tenemos:
I
Cuando los dos estemos muertos
nada habrá de estas rosas
ni de estos versos.
Mientras dure el amor
ámame, entonces.
5
Para que en la montaña tu recuerdo quedase
un manantial purísimo consagré a tu memoria.
Hoy en el manantial medran los sapos
y sólo prueban su agua los mosquitos.
Poemas de reflexión estética
Son poemas muy interesantes pues realizan una crítica al canon, al mundo de la literatura y al oficio de escritor. Algunos poemas de este tipo son: Todo poema es un ser vivo:/ envejece o Todos somos poetas de transición:/ la poesía jamás se queda inmóvil.
Poemas nostálgicos
Me parece que en los mejores momentos de la poesía de Pacheco asoma la nostalgia. Baste como ejemplo “Homenaje a la cursilería” y, por qué no, “Otro homenaje a la cursilería”:
Dóciles formas de entretenerte, olvido:
recoger piedrecillas de un río sagrado
y guardar las violetas en los libros
para que amarilleen ilegibles.
Besarla muchas veces y en secreto
en el último día,
antes de la terrible separación;
a la orilla
del adiós tan romántico
y sabiendo
(aunque nadie se atreva a confesarlo)
que nunca volverán las golondrinas.
y:
Me preguntas por qué de aquellas tardes
en que inventamos el amor no queda
un solo testimonio, un triste verso.
(Fue en otro mundo: allí la primavera
lo devoraba todo con su lumbre.)
Y la única respuesta es que no quiero
profanar el amor invulnerable
con oblicuas palabras, con ceniza
de aquella plenitud, de aquella lumbre.
Textos que asimilan a su lector, que logran el cometido más alto del texto artístico: conmover. Y podemos en este punto recordar a Baudelaire cuando decía que la nostalgia es la fuente de toda poesía sincera.
Formalmente me parece criticable en la obra de Pacheco la pobreza de construcción, particularmente de las comparaciones. El empleo casi unánime del adverbio “como” torna primitiva su sintaxis.
En la poesía de este poeta es muy importante, además, la cadencia, el ritmo, la música. Generalmente el estilo José Emilio Pacheco construye el discurso a través del endecasílabo. Los heptasílabos son también muy frecuentes. Se utiliza este metro de manera eficaz aunque en los poemas que podríamos catalogar prescindibles, el endecasílabo se trueca sonsonete clasicista enfadoso e inexpresivo.
El ritmo es esencial en Pacheco porque dota a los poemas de profundidad y contundencia. En el magnífico “Los elementos de la noche” advertimos, por ejemplo, que tras una bimembración simétrica, la música que se construye es propia del heptasílabo: Bajo el mínimo imperio que el verano ha roído/ se deshacen los días.
Hay una conciencia plena y total de la música en el texto. Esto se pone de manifiesto, fundamentalmente, en los poemas en prosa; cada texto da la sensación de carnosidad y completud, todo ajusta, no hay frases cojas, la pulpa de cada verso dilata la poesía del poema:
Pertenezco a una era fugitiva, mundo que se deshace ante mis ojos.
Piso una tierra firme que vientos y mareas erosionaron antes de que pudiera levantar su inventario.
Atrás quedan las ruinas cuyo esplendor mis ojos nunca vieron. Ciudades comidas por la selva, piedras mohosas en las que no me reconozco.
Y no nos queda sino decir aquello de Dámaso Alonso: “Las palabras en trance de ritmo adquieren extrañas posibilidades significativas”.
Si en la actualidad es muy complicado hablar de grandes poetas y quizá más apropiado sea referirnos a grandes poemas o a grandes momentos en los poemas, podemos deleitarnos con varios highlights en la obra de pacheco. Cito algunas:
• Bajo el añil del alba flota en su luz/ la camelia recién abierta./ No tiene aroma, sólo es resplandor.
• De repente es azul este verdor pulido por la lluvia.
• Bajo el cuerpo de lumbre ella es el sol./ Su resplandor la atrae y la convierte en ceniza.
• Qué armonía y plenitud tienen los cuerpos dorados,/ vibrantes en un segundo de dicha orgásmica.
Después de un vuelo breve de reconocimiento y azoro creo que la poesía de José Emilio Pacheco, sí, por supuesto, está a la altura de su prestigio. En muchísimos de sus poemas hallé la emoción que espero de la poesía porque, como lo pensó T.S. Eliot, “si un poema nos emociona ha significado algo, quizás algo importante, para nosotros; si no nos emociona, como poema carece entonces de sentido”.
Publicado originalmente en: Alforja 38