Es tiempo de recordar a algunos de los poetas mexicanos que participaron en el Primer Encuentro Iberoamericano de Poesía de la Ciudad de México. En esta entrega, poemas de:
- Thelma Nava
- Héctor Carreto
- Ricardo Castillo
- José Vicente Anaya
- Efraín Bartolomé
- Francisco Hernández
__
Una cordial invitación a seguir leyendo.
Casi el verano
Yo no digo que el sol, inaprensible sueño de mi piel,
entabla una demanda amorosa contra el latido del día.
Digo solamente que mi amor es un gajo desnudo
que se cubre con hojas de ruibarbo y jazmines embotellados.
Mi amor está desnudo y ha empezado a tatuar corazones en el viento,
iconoclastas corazones dispensadores de azules albas.
Nunca la música ha cabalgado en potros más esbeltos.
Los antiguos pavorreales del verano han empezado
a mirarse desplegando sus arpas de colores.
A la luz del verano, salta, canta corazón.
El aire quiere dormirse junto a tu boca.
Tu corazón es una maquinaria secreta que me traga.
La lluvia nos conduce de la mano hasta el pan tierno de su abrazo
A sus puertas estamos. Sobrecogidos y aromados.
La mañana no quiere parecerse a ninguna.
En el viento cercano una lágrima tiembla.
En tanto que nosotros transcurrimos.
El poeta regañado por la musa
“Ante sus cabellos, el viento
fue incapaz de enredarse.
Intactos sus labios permanecen.
Sólo la luz -camafeo- fijó el recuerdo”,
fueron los versos que escribí pensando en Ella.
Después de leerlos, la Musa marcó mi número:
“¿Por qué me describes con palabras de epitafio?
Según mi espejo de mano, no estoy muerta ni soy
estatua;
Tampoco quieras que me asemeje a tu madre.
¿Estás enfermo, o qué sinrazones
te obligaron a cambiar de poética?
¿Acaso aseguras un túmulo en la Rotonda de los
Ilustres, en el Colegio Nacional, o paladeas dieta
vitalicia?
Escúchame: no escribas más como geómetra abstraído
en un lenguaje que suena a cristales que entrechocan,
capaz de pintar una batalla como un ramo de madreselvas.
Confía en el instinto: que tus labios refieran con orgullo
mi talento en el baile, mi afición por el vino.
Presume al lector de mis piernas en loca bicicleta,
de los encuentros sudorosos, cuyos frutos
son tus epigramas.
Tampoco ocultes que tenemos diferencias.
Entre la musa que riñe contigo y la que duerme en un
lienzo, no dudes: confía en el instinto”.
Ricardo Castillo
(México, 1954)
Autogol
Nací en Guadalajara.
Mis primeros padres fueron mamá Lupe y papá Guille
crecí como trébol de jardín,
como moneda de cinco centavos, como tortilla.
Crecí con la realidad desmentida en los riñones,
con cursilería en el camarote del amor.
Mi mamá lloraba en los resquicios
con el encabronamiento a oscuras, con la violencia a tientas.
Mi papá se moría mirándome a los ojos,
muriéndose en la cámara lenta de los años,
exigiéndole a la vida.
Y luego la ceguez de mi abuelo, los hermanos,
el desamparo sexual de mis primas,
el barrio en sombras
y luego yo, tan mirón, tan melodramático.
No he hecho sino cronometrar el aniquilamiento.
Como alguien me dijo una vez: valgo madre.
José Vicente Anaya
(México, 1947)
Peregrino (fragmento)
vuelcos giros brincos cambios
CONSTELACIONES DE MOLÉCULAS
que contienen el todo que contienen
tengo la mirada perdida
en los mapas celestes / y
las estrellas se queman con mis ojos
NO miro NO
(entre que trueno y tropiezo)
ni el aire leve
que cruzo y me cruza
-manga de cielo
sacada de la manga-
soy sigilo de tigre
y olvido a dónde voy /
caigo y sin caer me caigo
entre una neblina de blanca oscuridad
Efraín Bartolomé
(México, 1950)
Casa de los monos
Para qué hablar
del guayacán que guarda la fatiga
o del tambor de cedro donde el hachero toca
A qué nombrar la espuma
en la boca del río Lacanjá
Espejo de las hojas __Cuna de los lagartos
Fuente de macabiles con ojos asombrados
Quizá si transformara en orquídea esta lengua
La voz en canto de perdiz
El aliento en resoplar de puma
Mi mano habría de ser una negra tarántula escribiendo
Mil monos en manada sería mi pecho alegre
Un ojo de jaguar daría de pronto ___certero _____con la imagen
_________Pero no pasa nada _______sólo el verde silencio
Para qué hablar entonces
Que se caiga este amor de la ceiba más alta
Que vuele y llore y se arrepienta
Que se ahogue este asombro hasta volverse tierra
Aroma de los jobos
Perro de agua
Hojarasca.
Francisco Hernández
(México, 1946)
De como Robert Schumann fue vencido por los demonios (fragmento)
Hoy converso contigo, Robert Shumann,
te cuento de tu sombra en la pared rugosa
y hago que mis hijos te
oigan en sus sueños
como quien escucha pasar un trineo
tirado por caballos enfermos.
Estoy harto de todo, Robert Schumann,
de esta urbe pesarosa de torrentes plomizos,
de este bello país de pordioseros y ladrones
donde el amor es mierda de perros policías
y la piedad un tiro en parietal de niño.
Pero tu música, que se desprende
de los socavones de la demencia,
impulsa por mis venas sus alcoholes benéficos
y lleva hasta mis ligamentos y mis huesos
la quietud de los puertos cuando el ciclón se acerca,
la faz del otro que en mí se desespera
y el poderoso canto de un guerrero vencido.