El poeta colombiano Fernando Vargas Valencia reseña la antología La luz que va dando nombre: Veinte años de la poesía última en México.
La luz que va dando nombre: deconstrucción de una Rosa de los Vientos
La fidelidad del poeta: metáfora de la rueda. Dos movimientos: el de abarcarse a sí mismo, como en las revoluciones, el giro sobre la propia imagen; el de desplazarse a apartir de dicho giro: memoria de tigre, que da su salto hacia el pasado para presagiar futuros. La Luz que va dando nombre: Veinte años de la poesía última en México, como advierte su prólogo no es la última palabra, es la rueda que busca un presagio para el estar aquí y ahora. No en vano, Nietzsche imaginó en su testarudez de poeta, la metáfora del retorno eterno, grito de dilatación y expansión de la memoria, cosa que Vicco, defensor incorregible de la poesía como sabiduría originaria, había soñado unos años antes bajo el epítome de ricorsi.
La Luz atraviesa, pervierte, subleva y da nombre. Esa luz es de los poetas que son fieles a la palabra, y a esa forma torpe del poder que es la poesía. La poesía es una incantación, y por ende, es ruptura y negación del tiempo. Como diría un gigantón con alma de chiquilín, “cuando te regalan un reloj, no te están regalando nada, tú eres el regalado para el cumpleaños del reloj“. La arbitrariedad del tiempo, como criterio para aglutinar voces, esta vez en la antología de poetas mexicanos realizada por Jorge Mendonza, Álvaro Solís y Antonio Escobar, bajo la coordinación de Alí Calderón, es reemplazada por otra forma de arbitrariedad más rigurosa, más lumínica y más fiel a la imagen de la rueda: la de detenerse ante la dignidad del canto y con ánimo clasificatorio (reivindicando cierto retorno del senti-pensar), hallar en él elementos de decantación, tal vez con la intención de recordarnos a los lectores que la poesía es también rigor primero, racionalidad plural, nuevo orden.
Se trata de demostrar, con o sin intención consciente, que la poesía es un saber y como tal, participa de la dignidad del decir eminente, de una forma de autenticidad cuyo gesto se manifiesta como lo verdadero entendido como lo que se muestra tal y como es, sin evasiones. En la época actual, en el que aquellos veinte años de la poesía última en México son acción de hacer presente lo ausente (y hacer presente es traer, es ofrecer, es dar a la memoria un anzuelo para que anule el tiempo), la poesía adquiere la dignidad de la memoria: estamos hechos de olvidos universalizados por decreto, y el poeta, como el Hacedor borgiano, como el Sujeto Metafórico de Lezama Lima (Homero y las cornizas, Martí y el oro masticado), adquiere la misión de aniquilar insomnios, de narrar la historia como lo que es y lo que podrá ser en la diacronía rota de los cuerpos, en el eje sincrónico de las obstinaciones. Tal vez por ello somos arquetipo y metáfora, y volveremos al ciclo palpitante de la revolución: al nombrarnos, somos el fuego, pero la conciencia del fuego es la ceniza, que pretende ser recuerdo.
Celebro el acto de humildad y de rigor (que dicho sea de paso, no parte de una forma de razón que se explica por la fuerza, sino de una forma de razonabilidad que a partir de la celebración del hecho poético, que no del sujeto formalmente heroico que es el poeta individualizado, se esfuerza porque la subjetividad no sea tan ignominiosa como en los pasados cercanos), de quienes al construir esta antología, no sólo nos permiten a quienes venimos de lejos, despertar de la imagen unívoca de la poesía publicitada por emporios y lugares comunes, sino también adentrarnos a una política del sueño, en la que están presentes las voces que no callaron, las que siempre estan allí, entre los hombres libres, luchando por hacer de la palabra connotación de sentimientos auténticos, trabajo del obrero significante, imagen de una naturaleza no muerta, música (ah… la música, aspiración de todas las artes, bucle grácil de cierta matemática escrita en metáforas), humor, respiración automática, grito del ser marginado, y un enorme etcétera que es fiel a la imagen que de sí misma, la vida dilata y contrae en el poema.
Ese enorme etcétera, queda en el lector. La lectura no puede seguir siendo un referéndum. La litetarura que perviva a la ignominia, es aquella que hace del lector un productor del texto, alguien que antes que silenciado por el fabricante de la palabra, se siente obligado a la paráfrasis, a la contestación, al diálogo que como el erotismo, exige, hasta la pasión secreta, el ocultamiento y la reaparición ininterrumpida del otro. Quedar atónito ante el poema (como sucede en repetidas veces con la antología) no se reduce al suspiro: también en el poema leíble, está el poema escribible. Celebrar la juventud de quienes tejen la urdimbre de esta antología, no es sólo un acto de cortesía, sino de ruptura: el poeta joven, en nuestro continente, es obligado a buscar al poeta experto, al escritor veterano para que este convalide su palabra. Sin embargo, es en la superación de dicho ritual donde la poesía joven se alza no como generación, sino como movimiento que abarca la vigencia de lo dicho, de lo por decir. La juventud del que habla es la rueda: del pasado en el presente hacia el futuro, la palabra del poeta último, no es última palabra, sino revolución de lo dicho (reiteración de lo dicho, en movimiento que construye la conciencia posible) y desplazamiento. Es memoria emancipada que recuerda el futuro.
Vuelvo al principio para recordar que la madurez del hombre es tambien retorno: volver al juego anticipatorio, a la dignidad del niño. Quiero evadir el año de nacimiento de los poetas que se nos ofrecen desnudos en La Luz que va dando nombre y pensar que se trata de los niños del futuro, los soñados por Nietzsche, por los peces gemidores de Martí. Somos emisarios de lo que el ritual de la circunstancia o el privilegio del sujeto legitimado por el poder para hablar afirman como lo prohibido o carente de razón; somos el mañana, la ceniza que pretende ser recuerdo, somos la conciencia de una muerte que,
viene cargada de ayunos!
Alegre por un regalo (radicalmente contrario a un reloj) que vino desde México, que devoro en el silencio de la coda, pienso ahora en una advertencia de quienes abren la puerta a La luz que va dando nombre, según la cual, “la poesía, como cualquier campo de la cultura, es también un campo del poder“. Las cuestiones de las relaciones de protección y/o asociación entre las cúpulas y élites de los países y los poetas encumbrados, son cuestiones hermanas en México y Colombia. Pero creo que hay una diferencia clave en mi país: aquí el poder político cada vez con mayor descaro, revela sus relaciones siniestras con las mafias y las estructuras de la trampa armada, de las pandillas que utilizan la muerte como alimento. En este sentido, el poeta “eminente”, el gran poeta nacional, también se rodea de lugartenientes y habla como pandillero, haciendo de su relación con los demás, una metafora de la mafia. Voy a dar un ejemplo: un señor muy importante para las “instituciones poéticas” de Colombia, un día fue abordado por un poeta modesto que trabajaba con él en un importante magazín dominical, poeta por lo demás consagrado de tiempo completo a la reivindicación de la cultura, de la palabra emancipadora. Este, con la humildad casi ingenua de quien se sabe obrero de la poesía, le propuso hacer una actividad de acercamiento directo de la literatura a la gente, el señor le contestó: “traiga su mafia y yo traigo la mía, y miramos qué se puede hacer“. Tal vez haya sido un chiste (de mal gusto, por lo demás), pero con lo que no contaba, era con que el poeta no utilizaba, ni jamás lo ha hecho, tal forma de “organización literaria”.
Esfuerzos como el de La Luz que va dando nombre nos enseñan la dignidad de ls letras que se negarán siempre a los monopolios, al trust de quienes son mimados por el poder político y militar, por la publicidad recalcitrante de las grandes editoriales, por las monedas disipadas por un instante que sólo la poesía verdadera y sincera puede fundir y transformar en los espacios donde se expresa como palabra primigenia, donde se erige en esfuerzo
por hallar otro fundamento,
un orden contra este invierno viejo,
inalterable,
donde el corazón es sólo el vestigio de una luz vencida por el tiempo
Libro: La Luz que va Dando Nombre: Veinte años de la poesia ultima en Mexico (1965 – 1985).
Dirección y Selección: Alí Calderón, José Antonio Escobar, Jorge Mendoza y Álvaro Solís.
Editorial: Gobierno del Estado de Puebla, Secretaría de Cultura.
Genero: Poesía.
Año: 2007.
Fuente: Morena Flor.