Lêdo Ivo: “Os pobres na estação rodoviária” y cinco poemas más

Con motivo del reciente reconocimiento al poeta brasileño Lêdo Ivo, dejamos aquí seis textos en traducción del poeta sinaloense Mario Bojórquez. Entre ellos el solicitado “Os pobres na estação rodoviária”.

El sueño de los peces

No puedo admitir que los sueños
sean un privilegio de las criaturas humanas.
Los peces también sueñan.
En el lago pantanoso, entre miasmas
que aspiran a la espesa dignidad de la vida
ellos sueñan con los ojos siempre abiertos.

Los peces sueñan inmóviles, en la bienaventuranza
del agua fétida. No son como los hombres, que se agitan
en sus lechos desastrados. En verdad,
los peces difieren de nosotros, en que aún no aprendemos a soñar
y nos debatimos, como ahogados, en el agua turbia
entre imágenes hediondas y espinas de peces muertos.

Junto al lago que yo mismo mandé excavar,
volviendo verdad un incómodo sueño de infancia,
interrogo el agua oscura. Las tilapias se esconden
de mi sospechosa mirada de propietario
y se rehúsan a enseñarme como debo soñar.

(Mar oceano, 1983-1987)

El resto de los poemas, después del salto.

La carga

Una calle me conducía hasta el puerto.
Y yo era la calle con sus ventanas desgarradas
y el sol depositado en la arena materna.
Llevaba hacia la orilla del mar todo lo que surgía
a mi paso: puertas, rostros, voces, colonias de termitas y
restos de cebolla que maduraban en la sombra
de los almacenes proveídos. Y sacos de azúcar. Y las lluvias
que habían ennegrecido los tejados de las casas.
Era un día de dádivas. Nada estaba perdido.
Las olas celebraban la belleza del mundo.
La tierra ostentaba la promesa de la vida.
Y yo depositaba mi leve carga
en las bodegas de los navíos enmohecidos.

(O rumor da noite, 1996-2000)

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Homenaje a un mayordomo

En la sala del castillo los detectives aturdidos
se pierden en pistas falsas bajo la luz del candelabro.
La muerte de la condesa es indescifrable.
El mayordomo se inclina ante los herederos
y nadie percibe en su gesto impasible
el rigor y la alegría del crimen perfecto.

(Mar oceano, 1983-1987)

Reaparición de mi padre

Hoy, por casualidad, volví a ver a mi padre
en su mañana forense.
En un traje de casimir aunque fuera verano
él entraba y salía de los despachos
y atravesaba la calle del Comercio
con su cartera marrón, lentes de tortuga
y sombrero de fieltro.

De vez en cuando mi padre paraba en algún lugar:
en la Junta Comercial, en una ferretería, a la puerta de una zapatería.
con su mirada miope contemplaba el rostro de Carole Lombard en el cartel del cine Floriano.
Entraba en el Bar Colombo para mear.
Proseguía su camino
entre mendigos, trabajadores eventuales y ministerios públicos
y se sumía en la oscuridad de una tienda de raya.

Mi padre iba y venía en el centro de Maceió.
Yo presumía que el estuviera vivo.
Sólo me rendí a su muerte lenta
cuando pasó cerca de mí sin reconocerme.
Entonces supe lo que era la muerte.
Y al mismo tiempo supe lo que es la vida:
el lugar donde hay sol y las personas se hablan.

(Curral de peixe, 1991-1995)

Quando os navios apodrecem

No meio da Lagoa, os navios apodrecem
como o Imperador que os viu um dia apodreceu quietamente em Paris
sonhando no exílio com uma coroa de osso.
Naquela manhã de domingo
vi os navios do Império bebidos pelas águas quase negras
e lancei um grito que assustou meu pai.
Porque me lembrara: do tombadilho de um daqueles navios
que cruzavam as ilhas douradas do dia, eu vira
as sereias cantando na praia.
Para não escutá-las, tapei os ouvidos
com cera derretida pelo sol. Nenhum canto
de sereia seria equiparável
ao que eu trazia dentro de mim, para entoá-lo
diante da podridão dos navios.
E como permitir que as sereias me encantassem
se eu queria voltar para casa?
Mesmo que os meus companheiros me amarrasem ao mastro,
com as mãos e pés atados, quem garantiria
que eles não me soltassem quando a doce voz das sereias
ferisse, como um remo, o mar morto da sede?
Os navios apodrecem, como Ulisses
após suas viagens e combates, e o fiel amor de Penélope.
A noite esconde as armaduras enferrujadas e os coqueiros aleijados
e as velas rotas pelos ventos.
O tempo estende sobre nos a pele de um boi recém-esfolado.
E os casacos continuam rachando lenha.

(Finisterra, 1965-1972)

Cuando los navíos se pudren

En medio de la laguna, los navíos se pudren
como el Emperador que los vio un día pudrirse quietamente en París
soñando en el exilio con una corona de hueso.
Aquella mañana de domingo
vi los navíos del Imperio bebidos por las aguas casi negras
y lancé un grito que asustó a mi padre.
Porque me acordaba: que desde del tumbadillo de uno de aquellos navíos
que cruzaban las islas doradas del día, volví a ver
a las sirenas cantando en la playa.
Para no escucharlas, me tapé los oídos
con la cera derretida por el sol. Ningún canto
de sirena sería equiparable
al que yo traía dentro de mí, para entonarlo
delante de la podredumbre de los navíos.
¿Y cómo permitir que las sirenas me encantaran
si yo quería volver a casa?
Aunque mis compañeros me amarraran al mástil,
con manos y pies atados, ¿quién garantizaría
que ellos no me soltaran cuando la dulce voz de las sirenas
hiriera, como un remo, el mar muerto de la sed?
Los navíos se pudren, como Ulises
después de sus viajes y combates, y el fiel amor de Penélope.
La noche esconde las armaduras enmohecidas y los cocoteros lastimados
y las velas rotas por los vientos.
El tiempo extiende sobre nosotros la piel de un buey recién desollado.
Y los abrigos siguen hachando la leña.

Os pobres na estação rodoviária

Os pobres viajam. Na estação rodoviária
eles alteiam os pescoços como gansos para olhar
os letreiros dos ônibus. E seus olhares
são de quem teme perder alguma coisa:
a mala que guarda um rádio de pilha e um casaco
que tem a cor do frio num dia sem sonhos,
o sanduíche de mortadela no fundo da sacola,
e o sol de subúrbio e poeira além dos viadutos.
Entre o rumor dos alto-falantes e o arquejo dos ônibus
eles temem perder a própria viagem
escondida na névoa dos horários.
Os que dormitam nos bancos acordam assustados,
embora os pesadelos sejam um privilégio
dos que abastecem os ouvidos e o tédio dos psicanalistas
em consultórios assépticos como o algodão que tapa o nariz dos mortos.
Nas filas os pobres assumem um ar grave
que une temor, impaciência e submissão.
Como os pobres são grotescos! E como os seus odores
nos incomodam mesmo à distância!
E não têm a noção das conveniências, não sabem portar-se em público.
O dedo sujo de nicotina esfrega o olho irritado
que do sonho reteve apenas a remela.
Do seio caído e túrgido um filete de leite
escorre para a pequena boca habituada ao choro.
Na plataforma eles vão e vêm, saltan e seguram malas e embrulhos,
fazem perguntas descabidas nos guichês, sussurram palavras misteriosas
e contemplam as capas das revistas com o ar espantado
de quem não sabe o caminho do salão da vida.
Por que esse ir e vir? E essas roupas espalhafatosas,
esses amarelos de azeite de dendê que doem na vista delicada
do viajante obrigado a suportar tantos cheiros incômodos,
e esses vermelhos contundentes de feira e mafuá?
Os pobres não sabem viajar nem sabem vestir-se.
Tampouco sabem morar: não têm noção do conforto
embora alguns de eles possuam até televisão.
Na verdade os pobres não sabem nem morrer.
(Têm quase sempre uma morte feia e deselegante.)
E em qualquer lugar do mundo eles incomodam,
viajantes importunos que ocupam os nossos lugares
mesmo quando estamos sentados e eles viajam de pé.

(A noite misteriosa, 1973-1982)

Los pobres en la terminal de autobuses

Los pobres viajan. En la terminal de autobuses
ellos alzan los cuellos como gansos para mirar
los letreros de los camiones. Sus miradas
son las de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda una radio de pilas y una chamarra
que tiene el color del frío de un día sin sueños,
el sándwich de bolonia en el fondo de la bolsa,
y el sol de suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los alto-parlantes y el jadeo de los autobuses
ellos temen perder su propio viaje
escondido en la niebla de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de aquellos que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa los poros de la nariz de los muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Como son grotescos! ¡Y cómo nos incomodan sus olores
aún a la distancia!
Y no tienen noción de las conveniencias, no saben comportarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que retuvo del sueño sólo la legaña.
Del seno caído y túrgido un hilito de leche
que escurre hacia la pequeña boca habituada al llanto.
En la plataforma ellos van y vienen, saltan y aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas inoportunas en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con el aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas estrafalarias,
esos amarillos de aceite de palma que duelen a la vista delicada
del viajante obligado a soportar tantos olores incómodos,
y esos rojos contundentes de feria y de parque de diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción de la comodidad
aunque algunos de ellos posean hasta un televisor.
En verdad los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y poco elegante.)
Y en cualquier lugar del mundo ellos incomodan,
viajantes inoportunos que ocupan nuestros lugares
aún cuando estemos sentados y ellos viajen de pie.

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