Un, dos, tres por Hernán Lavín Cerda

Hernán Lavín CerdaLa poeta y ensayista mexicana Raquel Barragán (Ciudad de México, 1982) se aproxima lúdicamente a la poesía del chileno Hernán Lavín Cerda, a propósito de la Foja de Poesía publicada durante esta Semana de Chile en Círculo de Poesía.

 

 

 

 

Un, dos, tres por Hernán Lavín Cerda

 

 

 

Sospecho que Hernán Lavín Cerda es el ludópata de la poesía, si se vale la expresión. Pero sospecho, aún más, que el asombro que infunden sus versos no viene de simples audacias juguetonas, sino de una profunda reflexión que transgrede los límites de lo solemne y conduce a una suerte de hilarancia reflexiva. Probablemente, la suspicacia es el ingrediente secreto de su ejercicio poético. Hernán Lavín observa de manera diferente lo que le rodea, pues todo es sujeto de duda: sospecha con un asombro primigenio que las personas esconden su verdadera identidad y que las cosas tienen un uso secreto. Alguna vez llegó a creer que el Espíritu Santo era una mosca que inexplicablemente volaba en su habitación. La duda le brinda ese sorprenderte material poético. En virtud de ésta llegan las intuiciones con las que puede casi dibujar, paradójicamente, la certidumbre de algo. Pero una vez que el lector cree tener alguna certeza, el poeta se encarga, con un gesto nietzscheano, de derruirla con la risa y el juego.

Su escritura enseña que la risa es provocación, que el antipoema de su maestro Nicanor Parra no es una escuela, sino un cambio de perspectiva de las cosas y del lenguaje: palabra que pone el dedo en la llaga con gesto irrisorio. Sin ningún remordimiento, Hernán Lavín pierde el decoro con elegancia: “Si por un milagro descubres que tu madre no es virgen, / te levantas, te pegas un tiro, y al medio día / te lavas las manos”. Sus letras dibujan a un Pilatos-Poeta que repite el mismo acto hasta convertirse en un payaso aséptico que desarticula convenciones sociales y desanda la lógica de la realidad: “Si por un milagro descubres que tu madre aún es virgen, / te levantas, te pegas un tiro, y al mediodía, / llorando sin consuelo, te lavas las manos”.

Estoy casi segura de que la burla de Cayo Valerio Lavín Cerdus es un elogio a lo que alguna vez tuvo condición de dogma, pues lo sagrado, consagrado y degradado cohabitan en el mismo campo semántico: La Unión Soviética, Maimónides, el Buen Pastor, Rasputín, la Santísima Trinidad, Nicolás II, el ángel de la guarda, los zapotecas, Woody Allen, José Alfredo Jiménez, Segismundo Cabezón, entre los menos y más destacados por su hilarante pluma. Por lo demás, la Historia Oficial cae por su propio peso en la tinta de un poeta que, sin haber recibido el Nobel, se niega a aceptarlo por segunda vez. En este sentido, Hernán Lavín Cerdus no logra entender “la poesía insoportablemente poética” y, con notable ironía, no le otorga ni “un pinche soplo”.

Me imagino que Salvador Dalí, alias Cayo Valerio Lavín Cerdus, cuando escribe, esboza una “sonrisa de monje medieval” y se pone aquellos zapatos rosados, con los que entró al exilio, para tornar el llanto, de la más solemne situación, en una risa gozosa, reflexiva y desmitificadora. Finalmente, puedo decir, ahora sí, con toda certeza que en cada rasgo lúdico que traza su pluma se percibe la profundidad, el asombro y la sutileza de espíritu que toca la mente y el alma de los lectores.

 

 

 

Datos vitales

Raquel Barragán (Ciudad de México, 1982). Es poeta y ensayista. Autora del poemario Juegos primigenios (Generación espontánea, 2007). Ha publicado poemas en revistas como Punto de partida y Tinta seca. Fue incluida en la memoria Los mejores poemas mexicanos del 2008 (FCE), compilada por Pura López Colomé. Actualmente estudia el doctorado en Literatura Hispánica en el Colegio de México y prepara su segundo libro de poesía.

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