La más reciente entrega de “Camisa de once varas” aborda el comercio que el joven Borges sostuvo con la “Obra maestra” del jerezano, Ramón López Velarde. Este ensayo de Edgar Amador intenta ser una vindicación de la obra borgesiana.
En Defensa de Borges: Desmintiendo Al “Gran Plagio”
-para Vicente Alfonso, quien gusta de este argumento
Hasta donde sabemos, para Jorge Luis Borges, la poesía de Ramón López Velarde era una referencia, pero no una influencia. Como Lugones, como Macedonio Fernández, López Velarde fue para Borges un antecedente inmediato de la tradición poética en castellano.
Es conocido que sabía de memoria “La Suave Patria” y que gustaba de averiguar en ella el significado de palabras lejanas, como “chía” (a Octavio Paz le preguntó alguna vez por el sabor de la misma), y el gusto por el zacatecano era aceptado generosamente por el autor de “El oro de los tigres”, manía compartida por Adolfo Bioy Casares y patente en el diario de éste último publicado póstumamente por Alianza Editorial.
Existe sin embargo una corriente crítica, sostenida por un confabulador grupo radical en México, quien sostiene que un deslumbrante, y breve texto de López Velarde, prefigura a Borges, y que el gran maestro Argentino es tan sólo un plagio repetido y consetudinario del poeta mexicano.
En los temas y en la voz dice este obsecado grupo de críticos, el pequeño texto “Obra Maestra (que prefigura también a nuestro Eduardo Lizalde, dicen), parece haber sido cincelado por Jorge Luis Borges, años antes de ser Borges.
El primero de ese grupo en apuntar tal despropósito fue Mario Bojorquez, en un texto ya lejano pero que ha sido retomado por muchos de sus necios seguidores. El artículo se llama, afrentoso, “López Velarde, Autor de Borges”[1], queriendo además usar el alegato Borgiano sobre Pierre Menard en contra de la originalidad del Argentino.
En dicho artículo, Bojorquez sostiene: “Los grandes temas de Borges están allí: el tigre, el infinito y sus repeticiones, la soltería, el hijo que no se tuvo, y el pecado de no ser feliz. Pero junto con los temas, al menos en la primera mitad del texto, está también, anticipada, la voz del argentino.”
¿Conoció Jorge Luis Borges el texto de Ramón López Velarde? Nada parece indicar que así haya sido. No existe una sola referencia del autor argentino a ese breve texto del cual el osado de Bojorquez sostiene que Borges es “tributario, presa y continuación”. Se sabe, por ejemplo, que la fascinación de Borges por el tigre brota incluso antes que aprendiera a leer, y entre los libros publicados tras su muerte he visto alguno con reproducciones de tigres del pequeño Georgie de tres años.
Su interés por el infinito y el pavor por sus repeticiones le viene, por confesión propia, de otras fuentes, como Coleridge, Kafka, Milton, pero no de López Velarde. El hábito de la soltería, el no perpetuarse mediante los hijos, su terca lejanía de la felicidad fueron decisiones de su libre albedrío, si es que, como el habría afirmado, el libre albedrío existe, y no fueron por supuesto impuestos por el texto del poeta de Jerez.
Continuador de la infamia de Bojorquez, el crítico sinaloense Geney Beltrán sostiene en un breve ensayo[2]: “todos esos temas están allí: el pequeño texto “Obra Maestra” prefigura y es el arquetipo de algunas de las más características fobias y manías borgianas. Preso de un juego como los que le gustaba jugar, la literatura de Borges no es más que un sendero que se bifurca a partir del deslumbrante texto de López Velarde.”
El inicio de “Obra Maestra” dice: “El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre si mismo, describe el signo del infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpearse contra los barrotes, sangra de un solo sitio”.
Es difícil no aceptarlo. Estas pocas líneas son en si mismas, una obra maestra borgiana: el tigre deja de ser sólo el animal salvaje para convertirse en el infinito. Es la “Biblioteca de Babel” felina que se repite en espirales inacabables; es el “Libro de Arena” que tiene una sola página, que es el libro entero, que es todos los libros; es la maquinal fatalidad de “El Golem”; es “La Noche Cíclica” que al terminar comienza.
Pero es algo más: es el tigre.
Pero la similitud se detiene allí, y desprender de este texto toda el corpus borgiano es un despropósito de lesa crítica: afecto a los juegos con el infinito y al tigre, Borges nunca asoció sus dos manías: la bestia maravillosa y su fascinación por lo que nunca empieza y nunca acaba, curiosamente, no se dieron la mano nunca. El infinito estaba asociado a bibliotecas, a laberintos, a libros, al tiempo, a paradojas, pero no, como en “Obra Maestra”, al tigre.
López Velarde añade además, un ingrediente aterrador: el repetirse sobre si mismo hace que el tigre sangre “de un solo sitio”. Borges abominaba de los espejos y la cópula porque reproducían al infinito a los seres. Al tigre de López Velarde las repeticiones eternas lo hacen desangrarse.
El texto continúa: “El soltero es el tigre que escribe ochos en el piso de la soledad. No retrocede ni avanza”
El crítico y poeta Jair Cortés llega incluso a decir[3]: “El párrafo es por supuesto, la síntesis de la obra de Eduardo Lizalde, quien toma una línea de fuga perversa, un sendero que se bifurca por otra dirección a partir del texto de López Velarde.”
El texto sin embargo, es más de Borges que de Lizalde, había ya sostenido años antes el texto de Geney Beltrán: “El tigre escribe ochos, el signo del infinito, el número cuyo trazo no tiene principio ni final, que no retrocede ni avanza, pero que está en movimiento perpetuo, como el infinito cuya inmanencia es inquieta. Si ya está acabado, el infinito sólo puede repetirse, ir hacia si mismo: su inicio y su final son el mismo, como la aburrida eternidad de “El Inmortal”, como “Las Ruinas Circulares”.”
Dos argumentos antepongo ante los necios despliegues de ese grupo de críticos que intentan negar toda originalidad al genio Argentino:
El primero, en un soneto de Borges hay una imagen similar de un felino que se revuelve eternamente en una jaula, pero la bestia no es un tigre, sino “La Pantera”.
El segundo, si el infinito de Borges se despliega en el tiempo, el de López Velarde lo hace en el espacio de “en el piso de la soledad”.
Recordemos que el soltero es infinito: empieza y acaba en sí mismo. El tigre es el soltero, el tigre es Borges.
Cierto, como López Velarde, Borges fue un soltero, pero se casó dos veces: la primera a los 67 años, en un matrimonio fugaz, de tan sólo tres años, con Elsa Astete. La segunda veinte años después, en 1986, con su viuda, María Kodama, pocos meses antes de morir en Ginebra. Borges fue la mayor parte de su vida un soltero, caminando “en el piso de soledad”, y por propia confesión, incapaz para ser feliz.
Algo hay del poeta de Jerez en el Borges de “El remordimiento”: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz.” Pero sostener, como lo sostiene el mencionado grupúsculo que cada línea del argentino fue escrita bajo la sombra del jerezano es un desvarío que busca sólo llamar la atención con pirotecnia crítica.
Para Borges, quien imaginó el paraíso como una biblioteca, vida y literatura eran una y la misma cosa. Sus elecciones de vida fueron estilos literarios, sus conflictos íntimos fueron temas de ficción. Para quien de su ceguera hizo un tema de su poesía (los varios “On his blindness”); quien de su soledad hizo un género, quien de su incapacidad para ser feliz hizo una escuela, vivir era escribir.
Mijail Lamas se une al corifeo de sus paisanos sinaloenses con un texto infame[4], en el que se atreve a sostener: “Su vida (de Borges) fue también su escritura, y la biografía toda de Borges queda contenida en el increíble texto de López Velarde.”
Lamas cita el texto de López Velarde: “El soltero…Para avanzar, necesita ser padre. Y la paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas”
Lamas y Cortés sostienen su argumento de gran plagio con el hecho de que el miedo de Borges a la responsabilidad eterna de la paternidad está presente en “El hijo”: “No soy yo quien te engendra. Son los muertos/ Son mi padre, su padre y sus mayores;… La eternidad está en las cosas/ del tiempo, que son formas presurosas”.
El último párrafo de “Obra Maestra comienza: “Pero mi hijo negativo lleva tiempo de existir”. Un hijo negativo, la paternidad fundada en el no-hijo, en el hijo que no fue, la cual, decía ya Bojorquez en el artículo que funda esta artera cofradía, se afirma en el borgiano “Things that might have been”:
“Pienso en las cosas que pudieran ser y no fueron/ El tratado de mitología sajona que Beda no escribió./ La obra inconcebible que a Dante le fue dada acaso entrever,/…el hijo que no tuve.”
Para mi desengaño, un joven escritor coahuilense, a quien yo hasta hace p oco respetaba por su inteligencia, se ha unido a la conspiración. Dejo los últimos párrafos de esta defensa de la originalidad del maestro bonaerense para transcribir el triste texto de Vicente Alfonso[5], quien llega al inverosímil límite de sostener lo siguiente:
“¿Conoció Borges la “Obra Maestra” de López Velarde?, ¿Su obra y su vida fueron un plagio no reconocido del texto del zacatecano? ¿Es una insólita y accidental coincidencia? ¿O fueron la vida y la obra de Borges los objetos del destino, las herramientas que el texto trazado por López Velarde usó para que sus rígidas metáforas fueran descubiertas.?
“Las líneas finales del segundo de los “Two English Poems” suenan: “I offer you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart; I am trying to bribe you with uncertainty, with danger, with defeat”.
“Resonancia quizá de estas otras líneas finales: “…Hecho de rectitud, de angustia, de intransigencia, de furor de gozar y de abnegación, el hijo que no he tenido es mi verdadera obra maestra””
[1] Publicado en la Revista del Difocur No 25, Ene-Feb, Culiacán, Sinaloa, 1991. Existe una versión anterior, más pedestre aún que el artículo de marras, publicada en un folletín conocido como Manchas de Tinta, publicado en Los Mochis, Sinaloa.
[2] Geney Beltrán, “Borges plagiario, evidencias sobre López Velarde”, en el libro “La Ciudad sin su Racine”, Fondo de Cultura Económica, México DF, 1999.
[3] Jair Cortés, “Un tercer tigre plagiaremos…: Borges, Lizalde, hijos de López Velarde”, en Reviste del Instituto de Cultura de Tlaxcala, Tlaxcala, Diciembre de 2002.
[4] “¿Quién le teme a Jorge Luis Borges?, Bojorquez, Beltrán y Cortés sobre el gran plagio del Siglo XX”, en Literal 19/20, Culiacán Sinaloa, 2003.
[5] Vicente Alfonso: “El Gran Plagio: Borges y López Velarde”, El Siglo de Torreón, 28 de Febrero, 2007.