La poeta, ensayista y traductora Brenda Ríos (Acapulco, 1975) nos presenta, en su traducción, tres textos de la poeta norteamericana Anne Sexton, una de las más leídas en las últimas décadas (1928-1974). Sexton ganó el Premio Pulitzer de poesía en 1967.
La furia de las vergas
Ahí están, dejándose caer en los platos del desayuno,
parecen ángeles,
plegándose en su ala triste,
triste animal,
cuando anoche bien que estaban ahí,
tocando el banjo.
Una vez más llega la luz del día
con su sol inmenso
su madre tráiler, sus motores de amputación.
Bien que anoche
la verga conocía el camino a casa
tan dura como un martillo
golpeando con todo su poder tremendo.
Ese teatro.
Hoy está tierna,
un pajarito.
Tan suave como la mano de un bebé.
Ella es la casa.
Él es el la torre.
Cuando cogen son Dios.
Cuando se separan son Dios.
Cuando roncan son Dios.
En la mañana untan mantequilla sobre el pan.
No hablan mucho.
Siguen siendo Dios.
Todas las vergas del mundo son Dios.
Floreciendo, floreciendo, floreciendo,
dentro de la dulce sangre de mujer.
Queriendo morir
Ya que lo preguntas, la mayoría de los días no puedo recordar
camino con la ropa puesta, sin marcas por ese viaje.
Entonces la casi innombrable lujuria regresa.
Incluso entonces no tengo nada contra la vida,
conozco bien las hojas de hierba que dices,
el mobiliario que has puesto bajo el sol.
Pero los suicidas tienen un lenguaje especial.
Como carpinteros quieren saber qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir
Dos veces me he confesado de manera sencilla,
he poseído al enemigo, he comido al enemigo;
he tomado su oficio, su magia.
De esta manera, tan seria y considerada,
más caliente que agua o aceite,
descansé, babeando por el agujero de la boca.
No pensé mi cuerpo como encaje de aguja,
habían desaparecido incluso la córnea y los restos de orina.
Los suicidas ya han, de hecho, traicionado al cuerpo.
Nacidos muertos, no siempre mueren,
pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta los niños mirarían sonriendo.
¡Meterse toda esa vida bajo tu lengua!
Toda ella por sí sola se vuelve una pasión.
La muerte es un hueso triste, estropeado, dirías.
y aún así me espera, año tras año,
para deshacer cariñosamente una vieja herida,
para vaciar mi aliento de su mala prisión.
Balanceados ahí los suicidas algunas veces se encuentran,
rabiosos ante el fruto, una luna inflada,
dejando el pan que confundieron con un beso.
Dejando abierta, con cuidado, la página del libro,
algo sin decir, el teléfono descolgado,
y el amor, lo que haya sido, una infección.
El arte negro
Una mujer que escribe siente demasiado,
esos trances y presagios,
como si los ciclos y los niños y las islas no fueran suficientes,
como si los dolientes y los chismes y las verduras nunca fueran suficientes.
Ella piensa que puede advertir a las estrellas.
Un escritor es, esencialmente, un espía.
Amor mío, yo soy esa chica.
Un hombre que escribe sabe demasiado,
tales embrujos y fetiches.
Como si las erecciones, los congresos y los productos no fueran suficientes,
como si las máquinas y los galeones nunca fueran suficientes;
Él hace un árbol con muebles usados.
Un escritor, es, esencialmente, un ladrón.
Amor mío, tú eres ese hombre.
Sin amarnos nunca a nosotros mismos,
odiando hasta nuestros zapatos y sombreros,
nos amamos, precioso, precioso.
Nuestras manos son suaves, de un azul claro.
Nuestros ojos están llenos de confesiones terribles.
Pero cuando nos casamos,
los niños quedan asqueados.
Hay demasiada comida y no queda nadie más
que coma toda la extraña abundancia.
The fury of cocks
There they are
drooping over the breakfast plates,
angel-like,
folding in their sad wing,
animal sad,
and only the night before
there they were
playing the banjo.
Once more the day’s light comes
with its immense sun,
its mother trucks,
its engines of amputation.
Whereas last night
the cock knew its way home,
as stiff as a hammer,
battering in with all
its awful power.
That theater.
Today it is tender,
a small bird,
as soft as a baby’s hand.
She is the house.
He is the steeple.
When they fuck they are God.
When they break away they are God.
When they snore they are God.
In the morning they butter the toast.
They don’t say much.
They are still God.
All the cocks of the world are God,
blooming, blooming, blooming
into the sweet blood of woman.
Wanting to Die
Since you ask, most days I cannot remember.
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.
Then the almost unnamable lust returns.
Even then I have nothing against life.
I know well the grass blades you mention,
the furniture you have placed under the sun.
But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.
Twice I have so simply declared myself,
have possessed the enemy, eaten the enemy,
have taken on his craft, his magic.
In this way, heavy and thoughtful,
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.
I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.
Suicides have already betrayed the body.
Still-born, they don’t always die,
but dazzled, they can’t forget a drug so sweet
that even children would look on and smile.
To thrust all that life under your tongue!—
that, all by itself, becomes a passion.
Death’s a sad bone; bruised, you’d say,
and yet she waits for me, year after year,
to so delicately undo an old wound,
to empty my breath from its bad prison.
Balanced there, suicides sometimes meet,
raging at the fruit a pumped-up moon,
leaving the bread they mistook for a kiss,
leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the love whatever it was, an infection.
The black art
A woman who writes feels too much,
those trances and portents!
As if cycles and children and islands
weren’t enough; as if mourners and gossips
and vegetables were never enough.
She thinks she can warn the stars.
A writer is essentially a spy.
Dear love, I am that girl.
A man who writes knows too much,
such spells and fetiches!
As if erections and congresses and products
weren’t enough; as if machines and galleons
and wars were never enough.
With used furniture he makes a tree.
A writer is essentially a crook.
Dear love, you are that man.
Never loving ourselves,
hating even our shoes and our hats,
we love each other, precious , precious .
Our hands are light blue and gentle.
Our eyes are full of terrible confessions.
But when we marry,
the children leave in disgust.
There is too much food and no one left over
to eat up all the weird abundance.
Publicados en: The Complete Poems of Anne Sexton, Houghton Mifflin Harcourt, Boston, Massachusetts, 1981.
Datos vitales
Brenda Ríos (Acapulco, 1975) es poeta y ensayista. Fue becaria de la primera generación de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de ensayo. Es autora del libro Del amor y otras cosas que se gastan por el uso. Ironía y silencio en la narrativa de Clarice Lispector (México, Tierra Adentro, 2005). Actualmente estudia el Doctorado en Letras en la UNAM.