José Emilio Pacheco comenta “Poesía ante la incertidumbre. Antología de nuevos poetas en español”

José Emilio Pacheco IIJosé Emilio Pacheco ha comentado en el último número de la revista Proceso “Poesía ante la incertidumbre. Antología de nuevos poetas en español”. Pacheco mereció el Premio Cervantes.

 

 

Acaba de aparecer Poesía ante la incertidumbre: Antología de nuevos poetas en español, obra colectiva de Jorge Galán (El Salvador), Raquel Lanseros (España), Ana Wajszcuk (Argentina), Daniel Rodríguez Moya (España), Francisco Ruiz Urdiel (Nicaragua), Fernando Valverde (España), Andrea Cote (Colombia) y Alí Calderón (México). La edición española es de Visor, la mexicana de Círculo de Poesía, la colombiana de Ícono, la salvadoreña de la DPI, la nicaragüense de Leteo y la chilena de Trilce.

Precedió a la antología un manifiesto, “Defensa de la poesía”, que entre nosotros dio a conocer La Jornada Semanal. Ante la polémica suscitada ya aparece una puesta al día que hacen sus autores en Cuadernos Hispanoamericanos 732 (Madrid, junio de 2011).

Entre los textos incluidos en Poesía ante la incertidumbre uno en especial tiene una importancia fundamental para México y para el trágico momento en el que se vive. Se trata de “La bestia”. Ignoramos si es o no el primer poema que se refiere al tren de la muerte, una de las mayores vergüenzas nacionales. Lo que ahora importa es difundir estas páginas. Son obra del poeta español Daniel Rodríguez Moya, nacido en Granada en 1976. Codirector del Festival de Poesía Internacional celebrado cada año en su lugar natal, Rodríguez Moya es autor de La poesía del siglo XX en Nicaragua y de tres colecciones: Oficina de sujetos perdidos, El nuevo ahora y Cambio de planes. Ha obtenido los premios Vicente Núñez y Federico García Lorca. Es ejemplo de una nueva poesía trasatlántica como no se veía desde hace un siglo en los tiempos del modernismo. (JEP)

 

 

La bestia 

 

(The American way of death)

Somewhere over the rainbow

Way up high

There´s a land I heard of

Once in a lullaby

E. Y. Harburg

 

Pero el horrible tren ha ido parando

En tantas estaciones diferentes,

Que ella no sabe con exactitud cómo se llamaban

ni los sitios,

ni las épocas.

Dámaso Alonso

 

 

Para Claribel Alegría

 

Tan filoso es el viento que provoca

la marcha de la herrumbre

sobre largos raíles,

travesaños del óxido…

Y qué difícil es

ignorar el cansancio, mantener la vigilia

desde Ciudad Hidalgo

hasta Nuevo Laredo,

sobre el “Chiapas-Mayab” que el sol inflama.

 

Nadie duerme en el tren,

sobre el tren.

Agarrados al tren

todos buscan llegar a una frontera,

a un norte que a menudo se distancia,

a un sueño dibujado como un mapa

con líneas de colores:

una larga y azul que brilla como un río,

que ahoga como un pozo.

Atrás quedan los niños y su interrogación,

las manos destrozadas de las maquiladoras

que en un gesto invisible

dicen adiós,

espérenme,

es posible que un día me encarame a un vagón.

 

Queda atrás Guatemala,

Honduras, Nicaragua, El Salvador,

un corazón de tierra que late acelerado.

 

Las gentes congregadas muy cerca de la vía

con un trago en la mano,

el olor a fritanga y a tortilla

como si fueran fiestas patronales,

esperando el momento para subir primero,

y no quedarse en el andén del polvo,

montar sobre  “la bestia”, en el “tren de la muerte”

o esperar escondidos adelante,

en los cañaverales

con un rumor inquieto.

Y esquivar a la migra

para poder entrar

en la parte delgada de los porcentajes,

en el cuatro por ciento que, aseguran,

llega al fin del trayecto

más o menos con fuerza para cruzar un río.

 

Después habrá silencio durante todo el día,

un silencio asfixiante,

como un arco tensado que no escogió diana

y una tristeza

de funeral sin cuerpo

y paz de cementerio.

 

Es mejor no pensar en las mutilaciones,

en la muerte segura que hay detrás de un despiste.

O en los rostros tatuados

que igual que los jaguares amenazan,

aprovechan la noche y sus fantasmas

y ya todo es dolor y más tragedia.

 

Muchos cuentan historias de los que no llegaron,

de los que no volvieron,

pero no hay deserciones:

No existe un precio alto si al final del camino

se alcanza la promesa de un futuro mejor.

Aunque haya que bajar a todos los infiernos

merecerá la pena.

 

Es tan lenta la noche mexicana…

Bajo la Luna inquieta

una herida de hierro y de listones

traza un perfil oscuro,

un reguero de sangre que seguir.

 

El olor de la lluvia sobre la tierra seca

se corrompe mezclado con sudor y gasóleo.

Es agua que no limpia, que no calma la sed,

que sucia se derrama

entre las grietas de la vieja máquina,

una oscura metáfora del animal dormido.

Con el amanecer llega el aviso.

Hay que saltar a un lado,

la última estación ya queda cerca.

 

Escrito en un cartel: “Nuevo Laredo,

¡Lugar por explorar!”

Pero no queda tiempo,

el coyote ya espera

para cruzar el río,

atravesar desiertos

y burlar el control, la border patrol,

los perros, helicópteros,

¿aquello tan brillante es San Antonio?,

el sol de la injusticia que percute las sienes.

 

Sopla el viento filoso en la frontera

y otro tren deja atrás el río Suchiate,

los niños, las maquilas

la arena de un reloj que se hace barro.

 

Transitan los vagones por los campos

donde explotan las más extrañas flores.

Pasan noches y días

como sogas del tiempo en marcha circular.

 

Cada milla ganada a los raíles

aleja en la llanura otra estación del sur.

 

Marcha lenta la máquina

con racimos de hombres a sus lados.

El humo del gasóleo

difumina un perfil que se pierde a lo lejos.

 

Ha pasado “la bestia” camino a la frontera.

Avanza hacia el norte

el viejo traqueteo de un tren de mercancías.

 

Daniel Rodríguez Moya

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