A continuación una muestra de la obra de la poeta catalana Marian Raméntol (Barcelona, 1966). Poeta, traductora y directora de la revista cultural La Náusea, ha publicado nueve poemarios y ha sido traducida a varias lenguas.
Bailando claqué por los raíles de la conciencia
Hay un lugar sin nombre en mi cerebro,
un cigarrillo, inesperadamente solo.
A veces observa mis venas,
cuando cierran por reformas,
y remodelan el cajón donde duerme
el silbido de las sienes,
junto a las hogueras que nunca muerden mis huesos
ni bailan claqué por los raíles de la conciencia,
y por la silueta cadavérica de los coches de mi calle.
Hay una habitación sin zapatos en mi casa,
quizá un par de medias, aterradoras, desnudas,
con la agonía de saberse siempre
entre dos incendios submarinos,
que me miran de perfil.
El paisaje de este sótano que todos visitamos
Los huesos pasan sin hacer ruido,
como grietas en diciembre,
los callejones convocan regimientos de alfileres
con los que sujetar la sonrisa muerta de los niños,
en este mes blanco, o gris, o azabache,
muchachos con el nombre puesto,
apretados en la bandera de un mundo sin labios.
Me asomo
y veo pájaros carnívoros que picotean la tristeza
y en todos los márgenes del papel cansado,
las palabras tienen miedo a tocarse,
a rebotar contra la seriedad de la córnea,
desnuda su piel más íntima, a veces odiada,
a veces temida, como una amante borracha que sabe demasiado
de la muerte diaria de estos últimos veintiún siglos.
Mientras explota una cabeza o dos, las nubes
siguen pasando,
cuán sonoro puede ser el silencio,
se aplastan contra mí las generaciones, las golondrinas,
el disfraz de payaso, los autos de choque dándose de bruces
contra los cuervos, y con un poco de suerte,
algunos brazos primerizos se sentaran en mis ojos,
tímidos como las huellas de un naufragio.
Diciembre espera en los asientos del crepúsculo
a que pase veloz por los cristales
el paisaje de ese sótano que todos visitamos.
Paisajes de avenidas dominicales
Una ciudad averiada, incapaz de aglutinar
todo el cansancio de las habitaciones, la tristeza
de un par de medias sin su incendio, los hoteles
desnudos, las antenas señalando la impudicia del cielo
incoloro, desocupado,
y dos patas de paloma como puentes
por donde fotografiar los mástiles del puerto
nacidos en cautividad.
Un paisaje de avenidas dominicales,
crónicas de montes púbicos
escalados en otros suburbios de piel más amable,
relatos de bastones y zapatillas
al volver de su partida de dominó,
con los dientes negros de distancia y olvido,
las manos malhumoradas y el refunfuñar de los pies,
tan insistentes, recorriendo unos pocos metros de libertad
antes de llegar al cementerio de dos por tres
donde cada día entierran sus sueños,
y señoritas “colgate”, con sus batas blancas sonrientes,
les recuerdan en cinco pastillas de colores
que la vida es tan vieja como ellos.
Voces inacabadas aprenden urbanidad en las aceras,
desayunan un sándwich en el parque
con los ojos muy cerrados,
encorbatan el aire, y aprenden a respirar en solitario.
Hay ciudades
que necesitan binóculos para leer la letra pequeña
de las nubes.
Escribiendo las guerras de un poeta que no reconoce mis pasos en el paso cebra de todas las rutinas.
Mi sombra salta despierta sobre los bancos
alineados cerca de los urinarios, como si la micción
fuera la única razón de ser de los parques.
Una corneta supura a lo lejos nuevas cacofonías.
Trece remolinos sin carné de conducir
me aseguran que la risa es la muerte de la histeria
y me arrojan con las dos manos,
como un milagro
que conoce el vientre de una ciudad sobrexcitada.
Espacios abiertos, la madrugada huele,
ningún poeta vendrá con nombre de calle,
sólo el miedo en las vértebras,
un beso delirante, universos que se van a la pata coja,
amargos, llevando un ratito su cruz
y el pecho desmayado sobre la mesa.
Los pies se mecen desnudos
entre el rojo de una película quemada
hasta que me acabo.
Si antes delirio era una palabra poética
hoy tiene cuerpo en cada holocausto
la leyenda dirá que este año
los vientos soplaron en su contra
y el miedo fue un dios de pacotilla,
pero yo sigo atada,
con la lengua sujeta al lenguaje exhausto,
escribiendo las guerras de un poeta,
que no reconoce mis uñas
en el paso cebra de todas las rutinas.
El pubis húmedo de miserias
Dios mío, tú eres un monte de silencio
donde vengo a pasar las vacaciones.
Lorenzo Gomis
Hay dioses que por amor te revientan la cabeza.
Yo prefiero que dejen que mis pechos
chorreen inmensidades en las aceras
y por amor me dejen ser puta donde llora el barro,
madre donde se cavan las intermitencias
y mujer de aceite
en el vientre de mi padre.
Desde el hambre es más fácil medir el cielo,
cuando el límite de los ojos es de sangre e intestino
y el catequismo se practica en la entrepierna.
Nadie me convencerá jamás de que el silencio
azul que sube por las sienes de un humo
delgado y balbucea en las encías
de las fábricas, en los pulmones de las casas,
en los dientes flacos y sobre el cuerpo de una paz anémica,
tiene mayor densidad
que la precisión del negro de ese sótano
donde una mano palpa el pubis
húmedo de miserias repetidas,
pasillos necesarios
e imperiosas notas en las dos mitades del mundo.
Datos vitales
Marian Raméntol (Barcelona, 1966). Poeta, traductora y directora de la revista cultural La Náusea. Miembro del grupo musical O.D.I. Miembro del grupo poético LAIE (2006-2009). Miembro del grupo artístico Tremó (2010). Ha traducido a poetas contemporáneos italianos al catalán y al castellano. Ha publicado nueve poemarios y ha sido incluida en siete antologías. Ha sido premiada en diversos concursos nacionales e internacionales, y su obra ha sido ampliamente difundida en revistas especializadas donde ha publicado poesía, ensayo y artículos de opinión. Ha sido traducida al inglés, italiano, rumano, armenio y estonio, y ha prologado varios libros de poesía. Su actividad en el ámbito poético le ha llevado a formar parte de festivales, exposiciones, recitales y diferentes actos patrocinados por ayuntamientos, editoriales y otras entidades culturales.
Web del autor: http://marianramentol.blogspot.com