Foja de Poesía No. 324: Agustín García

agustín garcíaPresentamos la poesía de Agustín García Delgado (Ciudad Jiménez, Chihuahua, 1958). Es Maestro en Cultura e Investigación Literaria por la UACJ. En 1992 mereció Mención honorífica en el Premio Chihuahua de Literatura. Ha publicado Yo es solamente un hombre que se aleja (Boldó i Climent Editores, San Luis Potosí) y Breve animación (Puentelibre editores), entre otros.

 

 

TS – 07 / X / 2011

Esta dulzura de cerrar los ojos

Y dejar que se aleje y desvanezca todo

(Tomás Segovia)

 

En la copia inerte de tu rostro busco

una íntima humedad, sumergidos rasgos de mí propio.

Reitero tus preguntas, las de ayer y ahora,

frente a ese destello de tus ojos, fulminante,

avaricioso de saber y hacernos ver.

Cómo sonríes, fresco en mi memoria,

con la severidad amable de tus labios graves,

tus delgados labios de señor condescendiente y sabio.

Cuando has cerrado ya los ojos, en tu frente inmensa

¿hay un fulgor como anagnórisis?

La paz que fue endulzando tus mejillas,

haciendo más blanco tu cabello,

me hace pensar que sí, que ya te reconoces

y es el nuevo premio que te da la vida: hondo espejo

en las aguas de un pasado generoso

como tú, profundo y vasto.

 

 

 

 

sonetos del amante EquIvocado

 

                        I

El amor es un rastro de locura
que a todos nos contagia en deficientes
modos: afecciones dulces o hirientes
que sólo el tiempo cicatriza o cura.

Antes, cuando fue el mundo infiel pintura,
como mi vista joven e inquiriente,
la mujer, para mí, era como fuente
de míticas mansedumbre y dulzura.

Imaginados goces, nunca ciertos,
menos carne que infértil soñadura:
frágil nube, apetitos encubiertos.

Mujer de luz, inmaterial y pura
la que amé sin tocarse nuestros cuerpos:
jamás hubo en el mundo tal criatura.

 

 

 

                        II

Mi loca juventud imaginaba

que el amor nace porque sí: preciso
tal que corresponde a cual, así quiso
el sino —en ese tiempo así pensaba—,

diferencias sociales se destraban
al influjo de amor. Cuando diviso
mi elegida en el espacio conciso
del pedestal donde otra diosa estaba

—Afrodita, que huyó antes de ser mía—,
y la veo en riquísimos vestidos
frente a mi traje usado, de mil días,

ya sé que olvidará a sus pretendidos
y es para mí su efluvio de ambrosías:

Fortuna ya nos manda estar unidos.

 

 

 

                        III

Preguntó ella: ¿tienes coche, acaso?

Yo creo en un amor más puro, dije,
que nos permite amarnos paso a paso.
Ella sonrió y se fue. Yo la bendije.

¿No es ésta una canción de los setentas?
¿Y no es acaso una verdad patente?
Pues bien: en ese tiempo anduve a tientas
suponiendo al amor omnipotente,

más que las apariencias y el dinero.
Bastaba un lecho, para amar, de nubes;
con algunas raciones de “te quiero”

bastaría, y volar el cielo entero
entre ángeles desnudos y querubes:
su adiós fue una verdad de gesto fiero.

 

 

 

                        IV

Aquel hombre le dijo a la cantante:
“te construyo una caja musical
para que bailes sobre el pedestal”.
“No quiero una caja resonante”,

respondió ella. “Música y canciones
tengo muchas. Si quieres ser mi amante,
llévame a un sitio sordo y muy distante
donde olvide el dolor de las pasiones

que se cantan, donde escuche la paz
de mi respiración y de tu pecho.
Dame silencio, yo no quiero más”.

Pero él sólo quería bajo su techo
la voz de la cantante y el compás
de dulces melodías junto a su lecho.

 

 

 

 

¿Aman los animales?

 

Si no dormir es amar

deseando la cercanía

cotidiana de otra / de otro

que cocine en las mañanas / te dé su amor y sustento;

y de no tener tal suerte

optas por el suicidio,

entonces, de veras no:

no hay manera de saber

si aman los animales.

 

Pero si amar es buscar

sitio hermoso y protegido

donde mi hembra se guarde / me cuide los críos el macho,

es claro pues, y lo he visto

que aman los animales.

 

Si doy una cosa, un regalo

a quien pretendo de amante

y a los diez años de verla

mis regalos son constantes

como inútiles y caros,

y a eso llamas amor,

entonces no he visto nunca

que amen los animales.

 

Pero de vivir se trate,

compartir pan y calor:

pues los animales lo hacen,

algunos más y mejor.

Puede que el amor sea eso.

 

Ahora, tengo esta pregunta:

de todos los animales,

¿quien mejor ama, es el hombre?

 

 (Poemas del libro Breve animación)

 

 

 

Lombriz

 

He sentido a la lombriz de tierra

cavar en la tierra de mi mano sin hollarla.

Su vida ansiosa he constatado

en racimos palpitantes;

más de una vez, a una lombriz

cuando el hierro del anzuelo por un extremo hendía

en igual extremo de mi cuerpo su dolor punzaba.

 

 

 

 

La tortuga ofrece al Rey Suelo su pecho.

 

Perdida en un siglo de mudez

y sin amparo, entorna los ojos:

cae en la cuenta de murmullos veteranos,

se desliza y cae

en la conciencia de su andar

sin otra voz que un batir sordo de tierra,

su corazón pequeño de tortuga

a la oración ungido

del planeta.

 

Bajo el basto accidente de la piel,

pulsación inmemorial.

 

Meditación de la tortuga con un vals

reptando a ras del tiempo.

 

 

 

 

Breve navegación en pie quebrado

 

La palabra deja estelas

en el viento dibujadas,

y quien esta magia sabe,

se desliza

devanando una canción;

porque el alma es un acuario

para ir pausas remando,

pues no hay prisa.

 

La mirada sigue cauces

de colores cuando pasas

y tu ropa suelta ondea

cual bandera

que se ostenta, vanidosa

porque tu cuerpo presume

tela que sutil trasluce

su promesa.

 

A su paso deja esencias

de canela, frutas, flores,

la mujer, que más que flama

es aroma

pues la vida es incensario

donde se quema el amor

y sólo queda el perfume

de la rosa.

 

 

 

 

 

la bomba de racimo prohibida

 

si ya la muerte se envía en ramos y racimos

como fue una vez la muerte hongo gigante, rosa encandilada,

sol desaforado, luz enemiga de la sangre vegetal y de la roja,

y es hoy granada que al abrir el corazón se multiplica,

esquirlas que otra vez revientan con sevicia,

luego qué crimen será éste del hermoso nombre:

“racimo”, como quien dice vid,

como quien dice fruta que me endulza y me da vida;

entonces la metralla también será un arroz de plomo;

al racimo datilero, al de veras, llamaremos castigo de los niños?

 

pues la palabra se tuerce, se trastrueca,

llamaremos “caramelo” al cruel derretimiento,

a la fusión que disuelva el gran imperio?

 

mátame, pámpano de muerte, junto a un racimo de cadáveres,

tantos que supriman la caída, el lanzamiento,

la fabricación de bombas para siempre (para qué matar los muertos?)

 

mátame, cubo de las nuevas lúgubres, quién desea vivir un mundo así?

 

cuando acabe la fiesta, la incendiaria fiesta de racimos, el espectáculo de casas más que iluminadas; cuando se agoten las bombas de racimo sobre la ciudad, o se agote la ciudad, hallaremos racimos de hombres desmayados, racimos de separados miembros corporales con vestigios de niñez, con señales de haber sido un seno virgen; racimos de cráneos, de ancianos cargados de trabajo y sed; cuando acaben de caer las bombas en racimos y racimos, arracimados muertos, ya sin miedo, dirán: “gracias, la muerte ha terminado, nos ha la muerte liberado”;

 

antes, siendo niño, escuchaba “racimo” y empezaba una fiesta del oído con el gusto y el recuerdo visual, olfativo, epidérmico de la vida en sus mil ordenamientos: vides, datileras, plataneros, cocoteros; racimo, ramo, haz, brazada, carga de caña dulce para ser abrazada, olida, desnudada;

 

yo tuve un racimo de hijos y un racimo mayor de hermanos; las mujeres lindas tienen su fino racimo de cabellos, y cada seno vale un racimo de vida: sabe a vida, se siente como vida palpitante, la mujer tiembla con tensión racimal en cada seno, racimo infinito de células generosas, lúdicas, lácteas y sanguíneamente dadivosas;

 

“funcionan mejor, ya se ve, contra racimos de hombres desarmados, ateridas familias, nuestras bombas de racimo”, comprobó la progresante industria bélica;

 

una flor sola sobre cada cuerpo inmóvil, si reunimos los fragmentos;

un pétalo nomás para estos arracimados pueblos que perdieron su casa individual, su familia individual, sus vínculos y objetos, algún brazo; ahora son un todo, esos perdidos: un campo de refugio, un exilio dentro y un exilio fuera, un racimo marchitándose:

 

marchitarse, abreviar la marcha hacia la muerte, apurar el trago de este cáliz, ya que no quisísteme apartarlo

 

 

Datos vitales

Agustín García Delgado (Ciudad Jiménez, Chihuahua, 1958) es Maestro en Cultura e Investigación Literaria por la UACJ. En 1992 mereció Mención honorífica en el Premio Chihuahua de Literatura. Ha publicado Yo es solamente un hombre que se aleja (Boldó i Climent Editores, San Luis Potosí) y Breve animación (Puentelibre editores), entre otros.

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