Foja de poesía No. 369: Argel Corpus

Presentamos algunos textos de Argel Corpus (Ciudad de México 1973). Ha publicado recientemente su primer libro de poemas: Los días pasan y se llevan su lumbre bajo el sello de Taller Ditoria. Estudió literatura en la UNAM y ha publicado traducciones de poesía canadiense, norteamericana e inglesa. Es Maestro en Letras Inglesas, traductor, catedrático, fotógrafo, poeta y bloguero.

 

 

 

 

Recuerdo

 

En las tardes de los sábados,

esos días tan flojos, prendías el radio

y nos sentábamos, medio cómodos

medio cansados, a escuchar

desde los rincones de la sala.

 

La tarde se nos iba escuchando

y el sol entraba, también flojo

también cansado, por las ventanas

de cristales altos esparciéndose,

contagiándonos de su luz.

 

Iluminados, durábamos así

una eternidad muy breve.

Y con el cuerpo, a veces reclinado

a veces amodorrado, presentía

un mundo muy terso y sin accidentes.

 

El mundo de mis diez años. 

 

 

 

 

 

“En el principio”

 

En el principio, además de un sol claro,

hubo un libro de Bestias Fabulosas.

Su encuadernación precaria encerraba

los signos de una anatomía extraña.

Las aves y los peces afeminados;

los toros brutales, antropomorfisados.

Y yo, caminando sobre el pasillo

estrecho, contagiado de sol y sombra,

congeniaba con esa anatomía

anómala de peces, aves y toros.


 

 

 

 

Criminal se redime

 

Porque al empuñar mi arma el corazón embrutece,

y porque embrutecido la luz me penetra;

 

porque las balas rompen mi carne y tímpanos,

y porque mi piel rota no delata a mi alma;

 

porque en la calle las sirenas gritan mi euforia,

y porque en los gritos tropiezo con mi sombra;

 

porque en la euforia olvido los límites del cuerpo,

y porque en ese olvido recuerdo que soy carne;

 

porque al estar sordo y roto soy un vestigio,

y porque siéndolo me percato que soy Uno;

 

porque la unidad entre arma y puño es mi existencia,

y porque unido me descubro desperdigado;

 

y porque dividido ignoro lo Absoluto,

por eso me redimo y regodeo en mi Crimen.

 

 

 

 

 

Un poeta

 

Cualquiera podría salir hoy y decir palabras,

palabras comunes en días ordinarios,

cualquiera podría hacerlo, estoy seguro,

porque de eso se trata, salir para hablar palabras.

 

También podrían asimilar el silencio, digo yo,

asimilarlo y quedarse en casa

para mirar por las ventanas lo que tengan enfrente:

otras casas, por ejemplo, o un árbol y cables, o carros y gente caminando,

podrían quedarse en casa, creo yo, y ya no decir nada

porque no hay palabras que cubran el silencio de las casas.

Podrían hacer cualquiera de las dos cosas, o ambas.

 

Yo, en cambio, sigo aquí sin hacer nada

juntar palabras es hacer nada

salvo estar sentado y escribiendo,

hablando de cosas que otros podrían hacer 

y que yo no hago porque escribir es no hacer nada,

es sólo juntar el aire,

quizá un aire enrarecido, pero aire al fin y al cabo.

 

 

 

 

 

ayer dije que mis entrañas ardían

 

Vine a desmoronarme en esta tierra.

Aquí escogí para morir, para olvidar.

Dame ese último consuelo, el olvido.

 

Abajo de este montón de piedras, aquí,

muy adentro en la tierra, mis entrañas

se encontrarán con las tuyas, finalmente.

 

Podremos reunirnos en el abrazo

de un día entero. Podremos encontrarnos

en el aprisionamiento de la tierra.

 

Allí yaceremos, felices, apretujados

como nunca lo estuvimos, de veras

juntos, y ya secos, por primera vez. 

 

 

 

 

 

Emblemas

 

Tengo muchos libros que ya no quiero.

Uno de Bergson. Dos de San Agustín.

Varios de Derridá. Uno más de Hegel.

Tal vez un Heidegger –quizá tenga un Kant.

Libros que se fueron acumulando

porque alguien me dijo que eran buenos o

porque alguien pensó que me servirían.

 

Nada. Ni uno de ellos lo hizo, nunca.

Y la mayoría me aburrió tanto.

Su lenguaje gris me volvió inseguro,

y sus modos me corrompieron, todo.

Todo se tergiversó. La luz se hizo

sombra. El cuerpo se confundió en el alma.

Y los meses perdieron su lógica.

 

 

Ahora, como matrimonio viejo,

sólo nos tenemos el uno al otro.

Ellos, con sus lomos desnudos, muestran

lo que no soy un brillante académico.

Y yo, aburrido, muestro lo que sí son:

ideas que no ocasionaron cambios,

nunca. Extraña reciprocidad. Tal vez.


 

 

 

 

Criminal encuentra que los besos son buenos

 

Aquella mañana cuando lo besaron

encontró que los besos eran buenos

y entonces lo dejó todo: familia,

trabajo, mascota. Así, desnudo

en su nueva resolución, se fue por

el mundo a besar muchos labios: besó

a diestra y siniestra –eso es cierto;

besó de frente y a hurtadillas –eso

también es cierto; dio besos cómodos,

dio besos perplejos, dio besos comunes,

¿y al final? al final besó indecorosamente. 

 

 

 

 

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