Nocturnos de Xavier Villaurrutia

 Xavier VillaurrutiaA continuación presentamos varios Nocturnos de Xavier Villaurrutia, acompañados por una excelente reseña biográfica de la ensayista chiapaneca Lizette Cortés. Villaurrutia es piedra de toque de la poesía mexicana: sí crepuscular, sí solemne, sí maravilloso poeta.

 

Vaticinios de una vida en sueño

 

La Ciudad de los Palacios lo vio nacer aquella mañana fresca, alrededor de las once horas del veintisiete de marzo de mil novecientos tres. La alegría de sus padres – Ramón Villaurrutia y Julia González- fue inevitable. El tercer hijo varón llevaría por nombre Xavier Villaurrutia González[1].

A pesar de que la Revolución Mexicana afectó la economía de los Villaurrutia, éstos pertenecían a la clase media alta de la época porfiriana. Con frecuencia iban de vacaciones a Cuautla, Morelos, para visitar a Jesús E. Valenzuela, principal promotor de la Revista Moderna de México.

Xavier Villaurrutia fue un niño de estatura baja pero su inteligencia lo hacía crecer como la luz a la llama; su tamaño interior trascendía al de su armazón de huesos. Su voz fue siempre grave, dominante. Sus ojos grandes y oscuros lucían a través de una mirada sensual de cristalino ópalo, unas cejas arqueadas que definían su perfil blando; desde entonces conservó ese excelente porte. Su cabello era espeso, ligeramente ondulado como sus sueños, y negro como las noches que acompañaron sus nocturnos. ¿Sus labios? de color rosa tierno.

Su primer acercamiento al arte estuvo relacionado con el teatro. En su casa, ubicada entonces en la calle Sinaloa de la colonia Roma, armaba su propio teatro con títeres e invitaba a sus vecinos y amigos a actuar. Fue así como conservó las voces de los actores más significativos, las formas del escenario, el telón, su textura y sus colores. Su familia acostumbraba asistir a la función de los jueves por la tarde; era su madre la encargaba de elegir y por tanto rechazar, quiénes irían, pero Xavier ingeniosamente buscaba siempre el modo de ser de los afortunados asistentes.

A muy temprana edad comenzó a leer a Fantomas, Salgari, Sherlock Holmes, así como a Dumas y a Julio Verne. Fue durante una convalecencia cuando conoció Crimen y castigo.

En el ámbito académico Villaurrutia perfiló como buen estudiante del Colegio Francés, a la par de María Teresa, su hermana[2].

El instantero del tiempo continúo su tic-tac y Xavier adolescente entró al Colegio de San Ildefonso; allí recibió sus primeras clases de filosofía, que más tarde lo acercarían a Heidegger para convertirlo en su filósofo preferido.

Más que por decisión propia, a voluntad de su padre, Xavier Villaurrutia ingresó a la Escuela Nacional de Jurisprudencia, no obstante, pronto abandonó los estudios al sentir tedio por los procesos que dictaban las leyes.

Xavier, el joven, empieza incursionar en su mundo: el de las letras, y  en 1919 publica sus primeros poemas en diversas revistas. Para entonces el modernismo prolongaba sus últimos suspiros en nuestro país, el lenguaje padecía desgastes, además perfilaban algunos libros que hacían ya evidente la transición entre el modernismo y la vanguardia.

Villaurrutia se vuelve atento, discreto y muy observador. ¿Su figura? la de un joven fino de frente amplia, boca grande, un rostro en el que casi siempre aparecía una sonrisa franca. Junto con sus amigos del colegio formó un grupo literario denominado Los Contemporáneos, del que trataré más adelante.  

En el año de 1922 funda en compañía de Rodolfo Usigli y de  Salvador Novo el teatro Ulises, que recibiría muchas críticas, mismas que contribuyeron a su mejora dos años después.

Reflejos aparece en 1926. Fue su primer libro, ya eran los años de vanguardia. Como todos los miembros de su generación, Villaurrutia trasladaba a sus poemas y al teatro los pormenores de sus reflexiones existenciales. Su vida, como la de cualquier ser humano, estuvo llena de contrastes. En 1927 falleció su padre y él quedó al cuidado de su madre y de su hermana Teresa. Trabajó esporádicamente para la Secretaría de Educación Pública organizando eventos culturales, sobre todo en la promoción teatral. En 1928 publicó su novela Dos corazones.

Becados por la fundación Rockefeller, en 1935 Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli parten a la Universidad de Yale New Haven, Connecticut, Estados Unidos, para estudiar arte dramático durante un año.

Entre las obras teatrales de Villaurrutia destacan Parece mentira (1933), ¿En qué piensas?, Sea usted breve (1934), también Ha llegado el momento y El ausente (1937), El solterón (1946) y otras en las que empleó los tres actos: La hiedra (1941), La mujer legítima (1942-1943), El yerro candente (1945) y la que sin duda continúa siendo considerada su obra maestra: Invitación a la muerte (1945), estrenada cinco años más tarde. Escribió dos comedias, a saber: El pobre barba azul (1946) y Juego peligroso (1949), así como el monólogo La tragedia de las equivocaciones (1950). Su teatro apunta a la crítica de las familias autoritarias de esa época, la relación existente entre padres e hijos, así como los celos, la moral convencional de la clase media, pero también la represión y las pasiones contenidas. Además de lo anterior, participó en las dos versiones para cine y ópera en un sólo acto y tres cuadros de La mulata de córdoba[3].   Fue el primer traductor del monólogo inmortal de Jean Cocteau, La voz humana, que dirigió teniendo como actriz a Clementina Otero[4].

Escribir guiones para películas representó para nuestro autor más que un trabajo, un desafío que pretendía que la tensión entre literatura y cine tuviera lugar. Este hecho no significaba romper su vocación de poeta sino continuarla ante la posibilidad de generar imágenes significativas y atrayentes. Su incursión en el séptimo arte llegó con la escritura de cintas como Vámonos con Pancho Villa (1934) de Fernando de Fuentes, y el Espectro de la novia (1943) de René Cardona. Colaboró en tres obras fílmicas de Julio Bracho: Distinto amanecer (1943), en la que el director es coguionista de Xavier Villaurrutia; La mujer de todos (1946) y San Felipe de Jesús (1949) en la que además de Bracho participó Salvador Elizondo.

Xavier Villaurrutia estuvo siempre rodeado de amigos, era un buen conversador, no le faltaban ni sobraban temas. Ofrecía siempre amabilidad en el trato, pero pocas, muy pocas veces su amistad. Entablar conversación con él era sinónimo de deleite, significaba enriquecerse ya que poseía una inteligencia envidiable, tan extraordinaria que acababa por seducir a cualquiera; característica de gran escritor y elocuente ensayista. Al respecto, Octavio Paz afirma:

Villaurrutia no pretendía ser humilde ni inclinaba la cabeza… [Era] un pájaro que reconoce sus terrenos y define sus límites. Como Novo, era elegante pero, a diferencia de su amigo, buscaba la discreción. Vestía trajes grises y azules de tonos obscuros… Usaba unas camisas blancas, inmaculadas y que –demasiado amplias- acentuaban la delgadez de su cuello… Desde la primera vez que hablé con él me di cuenta de que sabía oír. Además sabía responder, dos virtudes raras sobre todo entre escritores. También desde el principio me sorprendió su hermosa voz, grave y fluyendo como un río obscuro. (Paz, 2003: 10-11)

Con el paso del tiempo el escritor se convirtió en un hombre serio, sobrio y elegante. Traje oscuro bien planchado, cabello en apariencia húmedo, cubierto por un sombrero de lado. Sus Nocturnos (1933) caracterizan su sensibilidad; a través de ellos la noche se vuelve irrealidad, la conciencia del hombre se fuga, ya sólo queda el sueño y junto a él consigue más y más de la realidad para cuestionarse con angustia. Sus temas predilectos: la muerte, el amor, el deseo están en sus poemas; por supuesto hallamos también el sufrimiento y el dolor. El arte de este poeta consiste en tocar, en mover las fibras del ser humano, las fibras más íntimas del receptor. Por otro lado, los poemas publicados en Nostalgia de la muerte (1938, 1ª. Edición; 1946 2ª. Edición, corregida y aumentada), se tornan más subjetivos ya que se acentúa la búsqueda de sí mismo.

En 1941 escribe Décima muerte y otros poemas, y hacia 1943 emprende la aventura de El Hijo Pródigo, revista literaria en la que trabajó tres años junto con Octavio Paz, Antonio Sánchez Barbudo y Octavio G. Barreda, promotores de las desaparecidas Taller y Tierra Nueva. “El afán de apertura, de heterogeneidad y de universalidad se evidencia en el contenido de cada número. La poesía publicada en el Hijo Pródigo muestra las principales corrientes y autores mexicanos desde el modernismo hasta el primer lustro de los años cuarenta”. (Pereira, 2000: 220)   

En 1948 Xavier Villaurrutia recibió un premio por la publicación de Cantos a la primavera y otros poemas. Entre críticas de arte y desolación Villaurrutia vio pasar varios años de su vida. Una tristeza interior se apoderó de él; pese a estar rodeado de mucha gente que lo estimaba, sintió que su andar se traducía en rutina. Al ver transcurrir el tiempo, cambiar de amante, encontrarse solo y angustiado, atado al tedio de la vida, escribió el 19 de diciembre de 1950 una carta a su amigo Delfino Ramírez compartiéndole su angustia:

Otra cosa Delfino, que me hace aún más desdichado, menos feliz. No escribo nada que me guste. Tengo 47 años y he escrito tres obras este año; estrenado una y publicado un libro. ¿Qué más puedo pedirle a la vida?… ¡Lápidas de mentira anteceden mi muerte! ¡Ya nadie me necesita! (Palou, 2003:)

Con una pérdida irreparable para las letras mexicanas, la muerte lo sorprendió súbitamente el 25 de diciembre de 1950. Mucho se especuló la posibilidad de un suicidio. Elías Nandino, en virtud de que era no sólo su amigo sino el médico de cabecera de los Contemporáneos, fue quien levantó el acta de defunción. En constantes entrevistas se le cuestionó dicha tesis, sin embargo jamás admitió tal hecho, sostuvo que el deceso de Xavier Villaurrutia se debió a su afectación cardiaca. La interrogante permaneces en el tintero.

A manera de homenaje y para reconocer el aporte que heredó nuestro poeta a la literatura mexicana, en 1953 Alí Chumacera compiló su obra y fue editada bajo el título de Poesía y teatro completos de Xavier Villaurrutia. Por iniciativa del crítico literario Francisco Zendejas, desde 1955 se fundó el premio Xavier Villaurrutia. En su comienzo tuvo el propósito de estimular, apoyar y difundir las letras mexicanas así como la producción literaria de escritores latinos e iberoamericanos, con la sola condición de que la obra premiada fuese editada en México. Zendejas había pensado dar al reconocimiento el nombre de Alfonso Reyes, pero éste sugirió que fuese honrada la trayectoria de algún escritor mexicano contemporáneo cuya obra reuniera excelencia y universalidad. Fue Juan Rulfo el primero en recibir dicha presea en 1955. Entre los escritores que lo han obtenido destacan: Rosario Castellanos (1960), Elena Garro (1963), Juan José Arreola, Fernando del Paso (1966), Eduardo Lizalde (1970), Jaime Sabines (1972), José Emilio Pacheco (1973), José Luis Rivas (1990), y el más reciente, Adolfo Castañón (2008).

En nuestros días este premio es entregado durante el mes de febrero en el Museo Rufino Tamayo de la Ciudad de México por la Sociedad Alfonsina Internacional y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Instituto de Bellas Artes.


[1] En el número 64 de la Revista Biblioteca de México, con motivo del homenaje a Xavier Villaurrutia, se muestran dos cartas del poeta dirigidas a su hermana María Teresa. Una de ellas está fechada el miércoles 15 de octubre de 1935; en ella se deduce que el poeta fue el tercer hijo varón y el más pequeño de la familia Villaurrutia González. Sus hermanos fueron, en orden de nacimiento, Rafael, Félix, Cristina, María Teresa y Carmen.

[2] El volumen número 64 de la revista Biblioteca de México, correspondiente a la publicación Julio –Agosto de 200, refiere que Villaurrutia mantuvo una relación muy estrecha con su hermana Ma. Teresa, tanto que estando él en New Haven le escribió una carta para darle la siguiente orden: “Cuida mucho mis papeles y no abras los sobres que estaban en mi chifonnier, esas cosas sólo Agustín Lazo puede manejarlas en dado caso”. Este testimonio revela que muchos años después, a la muerte del poeta, ella cumplió con esta disposición.

[3] La mulata de córdoba, con música de Blas Galindo y libreto de Xavier Villaurrutia y Agustín Lazo, se convirtió posteriormente en la única obra operística de José Pablo Moncayo. Fue ejecutada con maestría el 25 de julio de 2003 en el Palacio de Bellas Artes, para inaugurar el Homenaje Nacional a Xavier Villaurrutia.

[4] Entre abril y noviembre de 1928, Gilberto Owen le escribió varias cartas a Clementina Otero  para declararle su amor. No obstante, dichos testimonios fueron publicados por vez primera hasta 1982 por el Instituto Nacional de Bellas Artes. La Universidad Autónoma Metropolitana se hizo cargo de la segunda edición en 1988. La edición más reciente es la de 2004 por Siglo xxi.

 

 

 

 

 

 

 

N O C T U R N O S

 

 

Burned in a sea of ice, and drowned amidst a fire

Michael Drayton

 

 

 

NOCTURNO

 

TODO lo que la noche

dibuja con su mano

de sombra:

el placer que revela,

el vicio que desnuda.

 

Todo lo que la sombra

hace oír con el duro

golpe de su silencio:

las voces imprevistas

que a intervalos enciende,

el grito de la sangre,

el rumor de unos pasos

perdidos.

 

Todo lo que el silencio

hace huir de las cosas:

el vaho del deseo,

el sudor de la tierra,

la fragancia sin nombre

de la piel.

 

Todo lo que el deseo

unta en mis labios:

la dulzura soñada

de un contacto,

el sabido sabor

de la saliva.

 

Y todo lo que el sueño

hace palpable:

la boca de una herida,

la forma de una extraña,

la fiebre de una mano

que se atreve.

 

¡Todo!

circula en cada rama

del árbol de mis venas,

acaricia mis muslos,

inunda mis oídos,

vive en mis ojos muertos,

muerte en mis labios duros.

 

 

 

 

NOCTURNO MIEDO

 

TODO en la noche vive una duda secreta:

el silencio y el ruido, el tiempo y el lugar.

inmóviles dormimos o despiertos sonámbulos

nada podemos contra la secreta ansiedad.

 

Y no basta cerrar los ojos en la sombra

ni hundirlos en el sueño para ya no mirar,

porque en la dura sombra y en la gruta del sueño

la misma luz nocturna nos vuelve a desvelar.

 

Entonces, con el paso de un dormido despierto,

sin rumbo y sin objeto nos echamos a andar.

La noche vierte sobre nosotros su misterio,

y algo nos dice que morir es despertar.

 

¿Y quién entre las sombras de una calle desierta,

en el muro, lívido espejo de soledad,

no se ha visto pasar o venir a su encuentro

y no ha sentido miedo, angustia, duda mortal?

 

El miedo de no ser sino un cuerpo vacío

que alguien, yo mismo o cualquier otro, puede ocupar,

y la angustia de verse fuera de sí, viviendo,

y  la duda de ser o no ser realidad.

 

 

 

 

 

NOCTURNO GRITO

 

TENGO miedo de mi voz

y busco mi sombra en vano.

 

¿Será mía aquella sombra

sin cuerpo que va pasando?

¿Y mía la voz perdida

que va la calle incendiando?

 

¿Qué  voz, qué sombra, qué sueño

despierto que no he soñado

serán la voz y la sombra

y el sueño que me han robado?

 

Para oír brotar la sangre

de mi corazón cerrado,

¿Pondré la oreja en mi pecho

como en el pulso la mano?

 

Mi pecho estará vacío

y yo descorazonado

y serán mis manos duros

pulsos de mármol helado.

 

 

 

 

 

NOCTURNO DE LA ESTATUA

                        A Agustín Lazo

 

SOÑAR, soñar la noche, la calle, la escalera

Y el grito de la estatua desdoblando la esquina.

Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,

querer tocar el grito y solo hallar el eco,

querer asir el eco y encontrar sólo el muro

y correr hacie el muro y tocar un espejo.

hallar en el espejo la estatua asesinada,

sacarla de la sangre de su sombra,

vestirla en un cerrar de ojos,

acariciarla como a una hermana imprevista

y jugar con las fichas de sus  dedos

y contar a su oreja cien veces cien cien veces

hasta oírla decir: “estoy muerta de sueño”.

 

 

 

 

NOCTURNO EN QUE NADA SE OYE

 

EN MEDIO de un silencio desierto como la calle antes del crimen

sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte

en esta soledad sin paredes

al tiempo que huyeron los ángulos

en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre

para salir en un momento tan lento

en un interminable descenso

son brazos que tender

sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invisible

sin más que una mirada y una voz

que no recuerdan haber salido de ojos y labios

¿qué son labios? ¿qué son miradas que son labios?

Y mi voz ya no es mía

dentro del agua que no moja

dentro  del aire de vidrio

dentro del fuego lívido que corta como el grito

y en el juego angustioso de un espejo frente a otro

cae mi voz

y  mi voz que madura

y mi voz quemadura

y  mi bosque madura

y mi voz quema dura

como el hielo de vidrio

como el grito de hielo

aquí en el caracol de la oreja

el latido de un mar en el que no sé nada

en el que no se nada

porque he dejado pies y brazos en la orilla

siento caer fuera de mí la red de mis nervios

mas huye todo como el pez que se da cuenta

hasta ciento en el pulso de mis sienes

muda telegrafía a la que nadie responde

porque el sueño y la muerte nada tienen ya que decirse.

 

 

 

 

 

NOCTURNO SUEÑO

                                    A Jules Supervielle

 

ABRÍA las salas

profundas el sueño

y voces delgadas

corrientes de aire

entraban

 

Del barco del cielo

del papel pautado

caía la escala

por donde mi cuerpo

bajaba

 

El cielo en el suelo

como un espejo

la calle azogada

dobló mis palabras

 

Me robó mi sombra

la sombra cerrada

quieto de silencio

oí que mis pasos

pasaban

 

El frío de acero

a mi mano ciega

armó con su daga

para darme muerte

la muerte esperaba

 

Y al doblar la esquina

un segundo largo

mi mano acerada

encontró mi espalda

 

Sin gota de sangre

sin ruido ni peso

a mis pies clavados

vino a dar mi cuerpo

 

Lo tomé en los brazos

lo llevé a mi lecho

 

Cerraba las alas

profundas el sueño

 

 

 

 

NOCTURNO PRESO

 

Prisionero de mi frente

el sueño quiere escapar

y fuera de mí probar

a todos que es inocente.

Oigo su voz impaciente,

miro su gesto y su estado

amenazador y airado.

No sabe que soy el sueño

de otro: si fuera su dueño

ya lo habría liberado.

 

 

 

 

 

NOCTURNO AMOR

                    

  A Manuel Rodríguez Lozano

 

EL QUE nada se oye en esta alberca de sombra

o sé cómo mis brazos no se hieren

en tu respiración sigo la angustia del crimen

y  caes en la red que tiende el sueño

guardas el nombre de tu cómplice en los ojos

pero encuentro tus párpados más duros que el silencio

y antes que compartirlo matarías el goce

de entregarte en el sueño con los ojos cerrados

sufro al sentir la dicha con que tu cuerpo busca

el cuerpo que te vence más que el sueño

y comparo la fiebre de tus manos

con mis manos de hielo

y  el temblor de tus sienes con mi pulso perdido

y el yeso de mis muslos con la piel de los tuyos

que la sombra corroe con su lepra incurable

Ya sé cuál es el sexo de tu boca

y lo que guarda la avaricia de tu axila

y  maldigo el rumor que inunda el laberinto de tu oreja

Sobre la almohada de espuma

sobre la dura página de nieve

no la sangre que huyó de mí como del arco huye la flecha

sino la cólera circula por mis arterias

amarilla de incendio en mitad de la noche

y  todas las palabras en la prisión de la boca

Y una sed que en el agua del espejo

sacia su sed con una sed idéntica

de qué noche despierto a esta desnuda

noche larga y cruel noche que ya no es noche

junto a tu cuerpo más muerto que muerto

que no es tu cuerpo ya sino su hueco

porque la ausencia de tu sueño ha matado a la muerte

y es tan grande mi frío  que con un calor nuevo

abre mis ojos donde la sombra es más dura

y más clara y más luz que la luz misma

y resucita en mí lo que no ha sido

y  es un dolor inesperado y aún más frío y más feugo

no ser sino la estatua que despierta

en la alcoba de un mundo en el que todo ha muerto.

 

 

 

 

 

NOCTURNO SOLO

 

SOLEDAD, aburrimiento,

vano silencio profundo,

líquida sombra en que me hundo,

vacío del pensamiento.

y ni siquiera el acento

de una voz indefinible

que llegue hasta el imposible

rincón de un mar infinito

a iluminar con su grito

esta naufragio invisible.

 

 

 

 

NOCTURNO ETERNO

 

CUANDO los hombres alzan los hombros y pasan

o cuando dejan caer sus nombres

hasta que la sombra se asombra

 

Cuando un polvo más fino aún que el humo

se adhiere a los cristales de la voz

y a la piel de los rostros y las cosas

 

Cuando los ojos cierran sus ventanas

al rayo del sol pródigo y prefieren

la ceguera al perdón y el silencio al sollozo

 

Cuando la vida o lo que así llamamos inútilmente

y que no llega sino con un nombre innombrable

se desnuda para saltar al lecho

y ahogarse en el alcohol o quemarse en la nieve

 

Cuando la vi cuando la vid cuando la vida

quiere entregarse cobardemente y a oscuras

sin decirnos siquiera el precio de su nombre

 

Cuando en la soledad de un cielo muerto

brillan unas estrellas olvidadas

y es tan grande el silencio del silencio

que de pronto quisiéramos que hablara

 

O cuando de una boca que no existe

sale un grito inaudito

que nos echa a la cara su luz viva

y se apaga y nos deja una ciega sordera

 

O cuando todo ha muerto

tan dura y lentamente que da miedo

alzar la voz y preguntar “quién vive”

 

Dudo si responder

a la muda pregunta con un grito

por temor de saber que ya no existo

 

Porque acaso la voz tampoco vive

sino como un recuerdo en la garganta

y no es la noche sino la ceguera

lo que llena de sombra nuestros ojos

 

Y porque acaso el grito es la presencia

de una palabra antigua

opaca y muda que de pronto grita

 

Porque vida silencio piel y boca

y soledad recuerdo cielo y humo

nada son sino sombras de palabras

que nos salen al paso de la noche

 

 

 

 

NOCTURNO MUERTO

 

Primero un aire tibio y lento que me ciña

como la venda al brazo enfermo de un enfermo

y que me invada luego como el silencio frío

al cuerpo desvalido y muerto de algún muerto.

 

Después un ruido sordo, azul y numeroso,

preso en el caracol de mi oreja dormida

y mi voz que se ahogue en ese mar de miedo

cada vez más delgada y más enardecida.

 

¿Quién medirá el espacio, quién me dirá el momento

en que se funda el hielo de mi cuerpo y consuma

el corazón inmóvil como la llama fría?

 

La tierra hecha impalpable silencioso silencio,

la soledad opaca y la sombra ceniza

caerán sobre mis ojos y afrentarán mi frente.

 

 

 

 

NOCTURNO

 

AL FIN llegó la noche con sus largos silencios,

con las húmedas sombras que todo lo amortiguan.

el más ligero ruido crece de pronto y, luego,

muere sin agonía.

 

El oído se aguza para ensartar un eco

lejano, o el rumor de unas voces que dejan,

al pasar, una huella de vocales perdidas.

 

¡Al fin llegó la noche tendiendo cenicientas

alfombras, apagando luces, ventanas últimas!

 

Porque el silencio alarga lentas manos de sombra.

la sombra es silenciosa, tanto que no sabemos

dónde empieza o acaba, ni si empieza o se acaba.

 

Y es inútil que encienda a mi lado una lámpara:

la luz hace más honda la mina del silencio

y por ella desciendo, inmóvil, de mí mismo.

 

Al fin llegó la noche a despertar palabras

ajenas, desusadas, propias, desvanecidas:

tinieblas, corazón, misterio, plenilunio…

 

¡Al fin llegó la noche, la soledad, la espera!

 

Porque la noche es siempre el mar de un sueño antiguo,

de un sueño hueco y frío en el que ya no queda

del mar sino los restos de un naufragio de olvidos.

 

Porque la noche arrastra en su baja marea

memorias angustiosas, temores, congelados,

la sed de algo que, trémulos, apuramos un día,

y la amargura de lo que ya no recordamos.

 

¡Al fin llegó la noche a inundar mis oídos

con una silenciosa marea inesperada,

a poner en mis ojos unos párpados muertos,

a dejar en mis manos un mensaje vacío!

 

 

 

 

NOCTURNO EN QUE HABLA LA MUERTE

 

SI LA muerte hubiera venido aquí, a New Haven,

escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,

en el bolsillo de uno de mis trajes,

entre las páginas de un libro

como la señal que ya no me recuerda nada;

si mi muerte particular estuviera esperando

una fecha, un instante que sólo ella conoce

para decirme: “Aquí estoy.

Te he seguido como la sombra

que no es posible dejar así nomás en casa;

como un poco de aire cálido e invisible

mezclado al aire duro y frío que respiras;

como el recuerdo de lo que más quieres;

como el olvido, sí, como el olvido

que has dejado caer sobre las cosas

que no quisieras recordar ahora.

Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:

estoy tan cerca que no puedes verme,

estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

Nada es el mar que como un dios quisiste

poner entre los dos;

nada es la tierra que los hombre miden

y por la que matan y mueren;

ni el sueño en que quisieras creer que vives

sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;

ni los días que cuentas

una vez y otra vez a todas horas,

ni las horas que matas con orgullo

sin pensar que renacen fuera de ti.

Nada son estas cosas ni los innumerables

lazos que me tendiste,

ni las infantiles argucias con que has querido dejarme

engañada, olvidada.

Aquí estoy, ¿no me sientes?

Abre los ojos; ciérralos, si quieres.”

 

Y me pregunto ahora,

si nadie entró en la pieza contigua,

¿quién cerró cautelosamente la puerta?

¡Qué misteriosa fuerza de gravedad

hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?

¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,

la voz de una mujer que habla en la calle?

 

Y al oprimir la pluma,

algo como la sangre late y circula en ella,

y siento que las letras desiguales

que escribo ahora,

más pequeñas, más trémulas, más débiles,

ya no son de mi mano solamente.

 

 

 

 

NOCTURNO DE LOS ÁNGELES

                                                  A Agustín J. Fink

 

SE DIRÍA que las calles fluyen dulcemente en la noche.

Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,

el secreto que los hombres que van y vienen conocen,

porque todos están en el secreto

y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos

si, por el contrario, es tan dulce guardarlo

y compartirlo sólo con la persona elegida.

 

Si cada uno dijera en un momento dado,

en sólo una palabra, lo que piensa,

las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatriz luminosa,

una constelación más antigua, más viva aún que las otras.

Y esa constelación sería como un ardiente sexo

en el profundo cuerpo de la noche,

o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida

se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.

 

De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,

caminan, se detienen, prosiguen.

Cambian miradas, atreven sonrisas,

forman imprevistas parejas…

 

Hay recodos y bancos de sombra,

orillas de indefinibles formas profundas

y súbitos huecos de luz que ciega

y puertas que ceden a la presión más leve.

 

El río de la calle queda desierto un instante.

Luego parece remontar de sí mismo

deseoso de volver a empezar.

Queda un momento paralizado, mudo, anhelante

como el corazón entre dos espasmos.

 

Pero una nueva pulsación, un nuevo latido

arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.

Se cruzan, se entrecruzan y suben.

Vuelan a ras de tierra.

Nadan de pie, tan milagrosamente

que nadie se atrevería a decir que no caminan.

 

¡Son los ángeles!

Han bajado a la tierra

por invisibles escalas.

Vienen del mar, que es el espejo del cielo,

en barcos de humo y sombra,

a fundirse y confundirse con los mortales,

a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,

a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,

y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos

como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,

a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,

a poner en libertad sus lenguas de fuego,

a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras

en que los hombres concentran el antiguo misterio

de la carne, la sangre y el deseo.

Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.

Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis.

En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.

Caminan, se detienen, prosiguen.

Cambian miradas, atreven sonrisas.

Forman imprevistas parejas.

 

Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los hoteles

donde aún se practica el vuelo lento y vertical.

En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;

signos, estrellas y letras azules.

Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas

que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.

Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su

encarnación misteriosa,

y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los

mortales.

Los Ángeles, California.

 

 

 

NOCTURNO ROSA

 

Yo también hablo de la rosa.

Pero mi rosa no es la rosa fría

ni la de piel de niño,

ni la rosa que gira

tan lentamente que su movimiento

es una misteriosa forma de la quietud.

No es la rosa sedienta,

ni la sangrante llaga,

ni la rosa coronada de espinas,

ni la rosa de la resurrección.

No es la rosa de pétalos desnudos,

ni la rosa encerada,

ni la llama de seda,

ni tampoco la rosa llamarada.

No es la rosa veleta,

ni la ulcera secreta,

ni la rosa puntual que da la hora,

ni la brújula rosa marinera.

No, no es la rosa rosa

sino la rosa increada,

la sumergida rosa,

la nocturna,

la rosa inmaterial,

la rosa hueca.

Es la rosa del tacto en las tinieblas,

es la rosa que avanza enardecida,

la rosa de rosadas uñas,

la rosa yema de los dedos ávidos,

la rosa digital

la rosa ciega.

Es la rosa moldura del oído,

la rosa oreja,

la espiral del ruido,

la rosa concha siempre abandonada

en la más alta espuma de la almohada.

Es la rosa encarnada de la boca,

la rosa que habla despierta

como si estuviera dormida.

Es la rosa entreabierta

de la que mana sombra,

la rosa entraña

que se pliega y expande

evocada, invocada, abocada,

es la rosa labial,

la rosa herida.

Es la rosa que abre los parpados,

la rosa vigilante, desvelada,

la rosa del insomnio desojada.

Es la rosa del humo,

la rosa de ceniza,

la negra rosa de carbón diamante

que silenciosa horada las tinieblas

y no ocupa lugar en el espacio.

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