España en su poesía: Lola Mascarell

Lola Mascarell

Presentamos, en el marco del dossier de poesía española contemporánea, un acercamiento al trabajo de Lola Mascarell (Valencia, 1979). Es periodista y profesora de Lengua castellana y literatura. Su primer libro de poemas, Mecánica del prodigio (2010), fue publicado por la editorial Pre-textos. Recibió el Premio Internacional de Poesía Emilio Prados por Mientras la luz (Pre-textos, 2013).

 

 

 

 

 

VENCEJOS

 

Cuando volvéis a la ciudad, vencejos,

acaso regresáis como si nada

hubiera sucedido desde entonces,

como si este verano fuera el mismo

que dejasteis ayer flotando inmersos

en el giro sin fin de vuestro grito.

 

Pertinaces y aleves os he visto

volando en redondel sobre el asfalto,

dejando en el presente la sospecha

de un retorno falaz al tiempo antiguo.

¿Por qué nos engañáis con la esperanza

de habitar otra vez aquel instante

que el aire se ha llevado para siempre?

 

Unidos al misterio de la rueda

esta tarde, otra vez, habéis cruzado

las altas azoteas incendiadas.

Otra vez, obstinados, agoreros,

otra vez ululando en desbandada

otra vez, esta tarde, habéis trazado

un círculo sonoro que constela

el nítido crepúsculo de junio.

 

Y al cabo del estío que os regresa,

de nuevo os marcharéis mientras nosotros

tratamos de afrontar esa certeza

de ser como vosotros breve vuelo,

leve sombra fugaz sobre la tierra.

 

 

 

 

 

 

MADERA

 

Un estrépito sordo, un latigazo,

ha cruzado esta noche la penumbra

insomne de la casa,

como un quejido largo y sostenido

que llegara de lejos o quedase

atrapado en el eco sin retorno

de unos muros vacíos.

 

El ojo de madera de la puerta,

apenas dibujado por las luces

de la noche estrellada

parecía mirarme o estar viendo

ajeno a toda lógica, aterrado,

húmedo de resina.

 

He seguido durmiendo y en el sueño,

muy lejos de aquel cuarto,

un crujido de troncos derrumbados

ha quebrado el silencio

de mi bosque dormido.

 


 

 

 

TE LO HE DICHO MIL VECES

 

No huyas, no te marches con la brisa,

que tú tienes la culpa de este cielo

ingrávido y perplejo de septiembre,

esta luz en declive que atardece

por todas las esquinas.

 

Nada tienen que ver las estaciones

con este cielo claro que oscurece

con este cielo ingrávido y perplejo

pintado sobre el lienzo de la tarde

con un azul tan limpio que hasta duele.

 

No quieras evadir tu servidumbre,

autor irresponsable

de un cielo que parece de mentira

No eludas tu pecado, yo te nombro

culpable del instante prodigioso,

del índigo destello,

del mágico color de este crepúsculo.

 

No digas que este albor no es tu delito:

tú eres el artífice de un tiempo

bruñido de fulgores y sonrisas,

un tiempo en que rodando se suceden

las horas de la siesta y del paseo,

cerúleas e irreales como el cielo

que tiñes con el haz de tus pestañas.

 

Por todo, por la luz, por el invierno,

por esta apoteosis de la tarde,

por este cielo ingrávido y perplejo

manchado de un añil escandaloso,

por todo, te condeno:

vagarás sin descanso entre los versos

de esta oda celeste y desvelada,

cautivo del poema en que celebro

la azul impunidad de tu distancia.

 


 

 

 

AL PASAR LA BARCA

 

Qué lejos se oye hoy aquella letra,

qué distancia en el aire,

los frágiles compases,

la vieja cantinela de la comba.

 

Qué quieta permanece en el recuerdo

la niña de las trenzas,

qué inmóvil en su orilla va contando

las vueltas uniformes,

los giros casi mágicos del cabo.

Y el dulce cosquilleo que le sube

trepando por las tripas

apenas la arrebata de ese trance.

Muñeca embelesada, se ha lanzado

al eco persistente de la cinta,

al hueco que dibuja sobre el cielo

el ritmo sincopado de la cuerda.

 

Qué quieta permanece en el recuerdo

la niña de las trenzas,

sumida en ese círculo vacío

que juega a recogerla en sus entrañas:

el látigo del tiempo

que llega y que se marcha mientras ella

sortea los vaivenes de su envite

con técnica cadencia.

 

Y así pasa la tarde entre las brisas,

pretérita y absorta. Qué lejana

su voz y su distancia.

Qué inmóvil permanece en el recuerdo

su dicha sin objeto.

La barca impetuosa de las horas,

azota su minúscula alegría,

su cándida ignorancia

de niña tan bonita,

que salta y se detiene y va cantando

que no paga dinero todavía.

 

 

 

 

 

 

MIENTRAS LA LUZ

 

Todo está en la ventana

que reúne mi vida y me contiene

contra el marco vacío de lo eterno.

Un marco en el que yo soy el afuera

y el paisaje es mi centro más profundo.

 

Una rama de viento, los jirones

de nube en que se cierne

la noche del crepúsculo

y este agudo deseo

de encontrar entre ellos la palabra

que logre derribar esta frontera

entre afuera y adentro.

 

Todo está en la ventana, soy el marco

que reúne y contiene los compases

de este instante inmortal, de este intervalo.

 

Un recuadro de luz mientras la luz

cabalga en las cenizas de la tarde:

un mordisco de cobre en el cobalto.

 

 

 

 

 

 

AQUERONTE

 

Hay un niño aquí dentro, en lo más hondo,

aferrado a la entraña de mis días,

un niño agazapado que a la muerte

camina de mi mano.

Y no lo sabe.

 

No sabe que su voz es ya la mía,

que el tiempo ha de esfumarse,

no sabe que no es más que un fogonazo

brillando en la mañana de su historia,

una foto en un álbum desvaído,

la sombra de la sombra de un recuerdo.

 

No lo sabe y por eso se deshace

en limpia carcajada cuando rompe

una brizna de sol entre las hojas.

 

No lo sabe y por eso

se lanza cada día a las afueras,

sagrado en su ignorancia, en la deriva.

 

No lo sepa, mi niño, el desenlace,

que siga aquí cantando y cuando el río

feroz del Aqueronte nos transporte

de una orilla a la otra,

vaya él arrojando piedrecillas,

haciéndolas saltar entre las aguas,

que baile y que estremezca con su risa

el vaivén de nuestro último viaje.

 

 

 

 

 

 

PASAR

 

El alma de los días, la columna

vertebral que mantiene

encendido el afán de ir transitándolos

es que algo suceda, que algo pase

en la estanca quietud de su mudanza.

 

Cual si nada ocurriese cuando el trigo

que rodea las sendas del verano

se quiebra en una ráfaga de viento,

o esa torpe alegría

del agua cuando abren,

en la hora del riego,

las compuertas del mundo

y se escucha el rumor

de toda aquella sed que se termina,

o el giro de la luz, o el pentagrama

que las aves escriben en el cielo,

o una mesa tendida,

con el sol sobre el pan

y algún vaso de vino.

 

Es absurdo pensar lo que nos llena,

lo que colma los días,

lo que estalla cumpliendo ese deseo

de ser más, más intensos, más lejanos.

 

Quizás lo que nos salva

son los raros momentos

en que no pasa nada.

 

 

 

 

 

 

MAR INMÓVIL

 

La noche y el azar me han arrojado

en honda soledad frente a una playa,

no importa en qué ciudad, ni en qué momento,

ni importa ya que agosto se termine.

 

Se extiende ante mis ojos, taciturno,

un mar triste e inmóvil,

un mar que de tan calmo

confunde su horizonte con el cielo.

 

¿Quién se quiere hacer cargo de esta tumba,

de un mar que ni se mueve ni respira,

de una quietud tan vasta, quién podría

pararse frente a él y estar tranquilo?

 

La huella de otro mar lleno de espuma,

de un mar bramando en él se superpone,

repite su condena

perdida en otro agosto ya lejano.

 

No podrás ver el mar mientras no laves

la sal de aquel verano en tus pestañas.

 

 

 

 

Datos vitales

Lola Mascarell (Valencia, 1979) es periodista y profesora de Lengua castellana y literatura. Durante cuatro años ha dirigido el Taller de narrativa de la Universidad Politécnica de Valencia. Ha colaborado con artículos, cuentos y versos en diversos periódicos, revistas y ntologías. Su primer libro de poemas, Mecánica del prodigio (2010), fue publicado por la editorial Pre-textos. Palabras en el yunque (ed. Coco, 2012) recoge sus reflexiones sobre la narración en talleres literarios. Su último poemario, Mientras la luz (Pre-textos, 2013) recibió el Premio Internacional de Poesía Emilio Prados entregado por la Diputación de Málaga.

 

 

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