Nuevos poetas de Sinaloa: Adalberto García López. (Foja de poesía N. 457)

Con Adalberto García López (Culiacán, 1993) iniciamos este dossier de Poesía Sinaloense Joven coordinado por el poeta Mijail Lamas.  La poesía de Adalberto García es una lúdica indagación de los diferentes elementos de la poesía tradicional española, se destaca la recuperación que hace de la rima y la exploración de distintas formas del verso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Maríntimo

 

A Mirtha Sánchez:

tú lo has visto con tus ojos,

yo a través de tus palabras.

 

 

Y el mar ha callado hace mucho tiempo

todo su cementerio.

Llegada la noche intenta lanzar un grito,

un enmudecido grito en el rubor de la oscuridad

pero sus muertos se lanzan a la orilla,

en busca de piedra alguna para anclarse:

rasgan la arena, las conchas, los cangrejos

porque el mar se arrepiente de dejarlos ir

tras coquetear con la orilla

(la soledad es también inmensa para ella)

y los jala con su red de espuma y sales

dentro de sí,

muy dentro de sí.

 

 

 

 

Despedida

 

Este caminar sin descanso que no termina por incinerar

el terco e inútil canto de los pájaros.

 

 

 

 

 

Invitación

 

Ella lo invita a pasar; él entra.

Ella espera que él escupa flores de la boca

pero él sólo asiente con la cabeza,

tiene la raíz amarrada a su columna.

Reproductor en play, Louis Armstrong,

            I see trees of green, red roses, too,

            I see them bloom, for me and you

Una luz diurna se recuesta en los objetos de la habitación

y ella trenza sus palabras al humo que roe adentro.

Él corta, extiende, llora, grita, muerde,

se le van quedando vacíos los bolsillos,

lentamente avanza de puntitas:

atrás quedaron las precisas muecas,

hoy hay mal tiempo,

                        Baby, it’s cold outside

 

 

 

 

 

Al viejo Luca

 

Qué motivo había, viejo Luca,

Para que fueras dardo

A tan altas horas de la jornada

 

Grítame cuál es la frontera de este mundo

Tú, a diferencia del pelícano, no fuiste ciego:

Por tus ojos desfilaron pedazos de tu vida

El mismo cielo, distinto río

 

Qué motivo, viejo Luca,

Acaso el amor no pobló salvo el filo del Sena

Y la soga y el cuchillo y la corbata

 

(Cerca de donde reposó tu cuerpo

Hay un judío, amigo tuyo, que canta en ninguna lengua:

Dale mis saludos)

 

 

 

 

 

Hotel El Congreso, habitación 136

 

La lluvia cae como el azúcar

en el café. Muchas gotas,

mucha gente afuera, sintiendo

todas esas gotas en su espalda

rompiéndose igual que el cielo con

sus relámpagos. Bostezo. Ahora

la televisión no para de querer

dialogar conmigo. Me mantengo

ocupado, o por lo menos, trato de

fingirlo. Esta habitación que hoy

habito se sabe sola y ajena: me

escupe su silencio; me araña. En

un par de horas el sol va a tejer

sus rayos de luz sobre el cabello

de ella y simulará que un fuego

nace de ella, que el día pende

de un solo cabello de ella. Una

guerra se hará. Pero regresando

al hoy, a lo que acontece frente

a mis ojos y cuerpo: este terrible

pensamiento de la vida, mi vida

y lo demás. No sé si la pluma

seguirá su desfile por esta hoja

o terminará de recaer al arduo

hábito de caminar de puntitas. Los

lobos de esta ciudad cosmopolita

aúllan a la luna. La luz parpadea

pero poco importa porque madre

duerme, es víctima del sueño, yo

sólo consuelo al sueño cuando

consigo la tregua de soñar con ella.

Sigo pensando. Pienso. Veo el cielo,

ahogo dudas. Como si una enorme

sábana líquida que en sus orillas

tuviera un bordado de espuma cayera

sobre mí. Sin piedad alguna, sin

remordimiento. Ya la noche oculta

algunas de sus estrellas; el periódico

llega a la calle y hay olas que hacen

eco en la costa. Una sirena de patrulla

canta en estos serenos momentos.

 

 

 

 

 

Sueño número 93

 

De tu piel brotó el paisaje.

Tinta negra

desenlazaban los nudos de tu piel.

 

 

 

 

 

Pendo de un hilo

tocando tu húmeda piel:

pendo en sus filos.

 

 

 

 

 

 

Ligera y suave.

Ligera como un beso:

plumaje de ave.

 

 

 

 

 

Pétalos rojos,

diluvio de amapolas

que abren los ojos.

 

 

 

 

 

Te vas, me voy pero me quedo porque te quedas.

Vuelve amor, amor mío, te vas y no regresas.

 

Despistado el sol carnal, lloro por ser la presa,

¡infame presa me digo! ¡el dolor no cesa!

 

Se escapa de mi cuerpo la mar de tu presencia,

la solemnidad de tu corriente que me besa.

 

Ojos abajo, acaso fincados en la fecha

-nunca abiertos, nunca cerrados a tus venas-

 

donde mi boca hizo a tu boca disuelta

y donde habrá de esconderse la vergüenza.

 

El dolor no cesa: soy la herida abierta.

Que el dolor no cesa: te vas y no regresas.

 

 

 

 

 

Canción para ahuyentar el odio

 

I

Eso que me enerva la sangre

hasta dejarla toda odio y amarga,

que desata lo bestia que hay en mí

y procura los colmillos, las garras.

Eso, compañeros, amada, Corazón,

que ulcera los besos que doy

cada mañana cuando me levanto.

Lo duro de eso, que encabrona el alma,

que hace temblar de furia mis palabras

y lastima aun cuando no estoy solo.

Eso de aullido, de muro, de ceguera que arde,

va dejando las sombras, rompiendo la lámpara,

va tejiéndose enfrente de nosotros.

 

 

 

II

La furia que desbocan mis huesos,

las blasfemias que escupen mis ojos.

Quien ha visto a la amargura en sus rodillas

sabrá lo que duelen estas angustias

y las espinas de estas angustias.

Duele de verdad, duele muchísimo.

Bruno, con carbón dando filo a la cólera,

llevo las heridas a que sanen a fuerza de resentimiento.

Y aquello que permanece quieto,

en silencio, acallado, termina por incinerarse,

termina por ser canción, melodía de odio,

perfecta sinfonía de amargura.

 

 

 

III

Un escalofrío por mi cuerpo y un temblor sucede:

el recuento de los daños arroja

la mutilación de una extremidad,

sangre coagulada, pedazos de vida mía.

Me puebla, poco a poco desaparezco.

Apenas el viento es brisa,

consigue ahorcarme en un difunto grito.

Y uno aquí solo con goteras que soportar.

Tan solo, que la soledad se queda encerrada en un cajón.

Qué vergüenza, qué pena: ni morirse cubre el bochorno.

 

 

 

IV

¿Dije canción, melodía o perfecta sinfonía?

Aullido, alarido, se conglomera la rabia en mi garganta.

Acuso mala postura, desenfreno en mis movimientos.

Con hierro hirviendo dejen marca sobre mí,

dejen un áspero signo de abandono,

constancia y cartografía de aquello que hirió,

de todo aquello que, bajo el sol, terminó por cremar la vida.

Y es que en su flama están las huellas de mi nombre

azuzando mis brazos, mis puños.

 

 

 

 

 

Alea jacta est

 

Tan míos pueden ser tus ojos

que tiemblo al pensar qué vagas palabras

podría ofrecerte a ti

en esas horas de vigilia.

 

Resiste, sé valiente:

consigue otro umbral donde velar tu sueño.

Resguarda tus horas y energía

aún, demasiado tempranas para el sol.

 

Tiemblo

y me sumerjo en la medianoche

que arranca a destajos mis manos,

mis manos que tuyas

empeñan una brava alegría,

una sufrida sonrisa,

un breve golpe a la puerta de la vida.

 

 

 

 

 

Eres el tiempo que rebota de un lugar a otro,

tiempo aparte, tiempo muerto.

 

Eres un camaleón que finge cantar

cuando le piden que cante:

camaleón que se reconoce mudo y actor,

también eres la fragilidad del agua,

la simetría del fuego,

te caes y vuelves polvo y viento.

 

Quizá porque tu nombre

está hecho de mirto y eucalipto

es que tiemblas a la orilla del río

juntando tus palmas, ensayando tu labia.

 

Eres la tierra que pronto se olvida:

eres la vida donde no ocurre nada.

 

 

 

 

 

Medianoche

 

Ella duerme.

Su mirada está cercada de soledad,

él entra al cuarto para tenerla cálida

y lleva tanta luz a su cuerpo

que termina por encandilar su sueño.

 

 

 

 

Datos vitales

Adalberto García López (Culiacán, Sinaloa, 1993), poeta, director de la revista  Fricciones, actualmente estudia el 5to semestre en la Licenciatura de Lengua y  Literatura Hispánicas. Ha participado en varios congresos y encuentros estudiantiles.  Sus textos han aparecido en diversas publicaciones impresas y digitales.

 

 

 

 

 

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