Jorge Ortega reseña Trevas, de Mijail Lamas

Presentamos una esclarecedora reseña del poeta Jorge Ortega sobre el más reciente libro de Mijail Lamas. Trevas es un recorrido angustioso por los últimos días de vida del poeta portugués Cesário Verde, importante referente de la poesía portuguesa moderna.

 

 

 

 

 

 

Trevas. Canción del navegante de sí mismo

por Jorge Ortega

 

Hay en la poesía mexicana reciente una carpeta temática que es hasta determinado punto un procedimiento, consistente en convertir la biografía o la obra, o un cruce de ambas, de algunos autores o artistas de renombre en el objeto de un libro de poemas. He ahí el Georg Trakl de Francisco Hernández, el Dylan Thomas de María Baranda y el Malcolm Lowry de Jeremías Marquines, por mencionar ejemplos de tres diferentes generaciones. El ejercicio podría tener varias aristas: servir como un modelo de exploración del temperamento poético o como un motivo para indagar en uno mismo, aprovechando la dimensión simuladora del personaje dramático en que se desdobla eventualmente la figura en torno a la cual se discurre para codificar nuestra humanidad con la suya.

Trevas. Canción del navegante de sí mismo (Andraval Ediciones, 2013), de Mijail Lamas (Culiacán, Méxcico, 1979), se incorpora a este ámbito de interés compositivo mediante la reivindicación de Cesário Verde, poeta de la Lisboa de la segunda mitad del siglo XIX, contemporáneo de los simbolistas, fallecido de tuberculosis a los 31 años y que de manera póstuma, ya entrada la vigésima centuria, será considerado la piedra de fundación de la lírica en Portugal, gracias a la revaloración que efectuaron de su legado literario Fernando Pessoa y Mario de Sá-Carneiro. Por cierto, a este respecto, no termina de resultar curiosa la coyuntura de Pessoa, maestro de las identidades múltiples en virtud de su abanico de heterónimos, es decir, de las máscaras gestadas por el propio poeta a fin de bucear en la compleja unidad del ser.

Más que dialogar con él, Mijail Lamas recrea los momentos terminales de Césario Verde, pero esta tentativa le permite, sin embargo, dirimir el dilema de la vida y la muerte. Mijail Lamas escribe desde la intensidad de la agonía, si hay un modo para designar la lucha de las potencias vitales contra la inercia del cuerpo que cede a una enfermedad incurable. Justo ahí finca, pues, el eje de su narración, desarrollada en la dicción de Cesário Verde, que piensa, observa y habla en primera persona. ¿O es más bien acaso la conciencia de Césario Verde la que orbita sobre los poemas, cuando aquello que tratan es en realidad materia de preocupación existencial de un poeta mexicano? ¿Qué fronteras delimitan los mundos de cada cual? Al posicionarse en la hora final del poeta portugués, Mijail Lamas glosa las disyuntivas de cualquier individuo.

Así, Cesário Verde recapitula con la angustia de quien presiente ya su deceso y no le queda sino asistir a la película de una retrospectiva, mascullar en cama los deseos incumplidos. Tomando en cuenta la pronta edad de su defunción, imposible soslayar la inquietud amorosa, un proceso truncado. “Yo quise cantar la flor para tus labios / y en su lugar dibujé una rosa de sangre en mi pañuelo”, escribe Mijail Lamas. En otro pasaje, hurgando en los días plenos, se lee: “Yo entraba en ella y todo / fue luz de alumbramiento”. Postrado en su lecho el yo poético sufre además del suplicio físico el tormento de la voluptuosidad que pende enfrente como un fantasma solar. Igual que Tántalo, las vueltas del destino, y en concreto una salud quebrantada, le impiden seguir gozando de los frutos tangibles, los placeres sensibles, pese a la fidelidad del esfuerzo presentificador de la memoria.

Entre la inmovilidad y la carrera, el Cesário Verde de Mijail Lamas zurce un testamento emocional que resalta por su carácter elegíaco. Más que un saludo a distancia de los elementos de su mitología doméstica o cotidiana, implica una despedida, el relato de un moribundo que se marcha gradualmente y que en dicha retirada intenta fijar el vértigo de la desaparición, arañando la estela de lo vivido. Lo llamativo de este trance es que, a juzgar por la voluntad de estilo y forma patentes en los poemas, Césario Verde conserva siempre noción del lenguaje, aferrado a la dignidad de lo poético y, en efecto, a la de la lucidez. “La noche de mi voz claudica en mi garganta”, concluye en un párrafo; y, hacia el desenlace, “Escribo esta bitácora de viaje para mi salvaguarda / y dejo aquí mi voz como el último rastro”. La poesía constituye, por ende, la antorcha que nos sobrevive, el fuego de la caverna y el del apocalipsis.

Más que nostalgia por lo que fue, el Cesário Verde de Mijail Lamas destila una nostalgia por un futuro que no vivirá, una acción que no le es dado consumar, una empresa no apta, como un hombre de puerto no hecho para surcar el océano sino para el trabajo de escritorio. Entre la melancolía contemplativa del oficinista en una ferretería de la familia y la bravura y osadía del espíritu aventurero, el poeta evoca tanto las glorias pretéritas de su pueblo como la añoranza de una vocación que no tuvo, y exclama: “Cómo no recordar las crónicas marítimas / —me digo ya sin voz— / o cómo no extrañar / las renegridas naves en que soñé partir. / Pero un numen distinto / murmura estas palabras que son sombras. / Otro viaje comienza”. Huérfanos de un porvenir para el que no se ha nacido, resta únicamente resignarse a celebrarlo, asumirlo desde la orilla de los que esperan y fueron convocados para cantar el riesgo y las proezas de los marineros, como lo apunta Mijail Lamas: “No he sido un navegante, / soy apenas resuello. / Sólo un dolor estólido / es lo que queda oculto ya tan lejos del mar”. No obstante, advierte: “Puedo sentir su pulso / mientras me estoy quebrando por el pecho”. ¿Cobra entonces el sufrimiento del desahuciado la magnitud de una odisea extrema de la que no se vuelve?

En suma, los poemas puestos en boca de Cesário Verde no se hallan exentos de la quizá necesaria dosis de saudade que permea la sensibilidad lusitana. La alusión de una grandeza extinta, la evocación de un genio conquistador y expedicionario, la proscripción de una nobleza que supo encarnar la culminación de un ideal político en las aguas del Atlántico y el Índico resuenan en las páginas de Trevas. Canción del navegante de sí mismo, cuyo subtítulo consigna de inicio la premisa. Difícil eludir el registro náutico, de acuerdo, pero también el claroscuro del alma portuguesa, oscilante entre la tristeza portuaria —natural de una geografía de partidas inciertas— y el prestigio histórico de su nación. Lo constata, por lo demás, el plural del rótulo del libro, Trevas, que traducido del idioma de Camões en castellano significa “tinieblas”. Mijail Lamas concibe su proyecto desde esa hibridez, fluctuación de esencias, conciliando el resplandor de una herencia cultural y la penumbra de un corazón taciturno. Después de todo, anota él, “Morir es solamente un cambio de costumbres”.

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