Presentamos, en versión del poeta y traductor sinaloense René Higuera, dos textos del poeta norteamericano Charles Simic (Belgrado, 1938). Simic fue reconocido con el Premio Pulitzer y fue nombrado Poet Laureate por la Biblioteca del Congreso. Ha ejercido una profunda influencia en la poesía mexicana reciente.
Return to a Place Lit by a Glass of Milk
Late at night our hands stop working.
They lie open with tracks of animals
Journeying across the fresh snow.
They need no one. Solitude surrounds them.
As they come closer, as they touch,
It is like two small streams
Which upon entering a wide river
Feel the pull of the distant sea.
The sea is a room far back in time
Lit by the headlights of a passing car.
A glass of milk glows on the table.
Only you can reach it for me now.
Regreso a un lugar iluminado por un vaso de leche
Ya avanzada la noche nuestras manos dejan el trabajo
reposan abiertas con huellas de animales
que viajan a través de la reciente nieve.
No ocupan de nadie. Las rodea la soledad.
En cuanto se acercan, mientras palpan,
son como dos arroyuelos
que de entrar a punto al ancho río
sienten el jalón del mar distante.
El mar es la habitación de un pasado remoto
alumbrada por los faros de un carro que pasa.
Un vaso de leche se enciende en la mesa.
sólo tú puedes alcanzármelo ahora.
In the library
for Octavio
There’s a book called
A Dictionary of Angels.
No one had opened it in fifty years,
I know, because when I did,
The covers creaked, the pages
Crumbled. There I discovered
The angels were once as plentiful
As species of flies.
The sky at dusk
Used to be thick with them.
You had to wave both arms
Just to keep them away.
Now the sun is shining
Through the tall windows.
The library is a quiet place.
Angels and gods huddled
In dark unopened books.
The great secret lies
On some shelf Miss Jones
Passes every day on her rounds.
She’s very tall, so she keeps
Her head tipped as if listening.
The books are whispering.
I hear nothing, but she does.
En la biblioteca
Para Octavio
Hay un libro llamado
Diccionario de ángeles.
Nadie lo había abierto en cincuenta años,
Lo sé porque cuando lo hice
las cubiertas crujieron, las páginas
se desmoronaron. Ahí descubrí
que los ángeles fueron una vez tan abundantes
especies como de moscas.
El cielo en el crepúsculo
se atestaba de ellos.
Tenías que manotear con ambas manos
para poder espantarlos.
Ahora el sol resplandece
por las altas ventanas.
La biblioteca es un lugar tranquilo.
Ángeles y dioses apiñados
en oscuros libros no abiertos.
Las grandes confesiones secretas
en algún estante al que la señorita Jones
cada día saca la vuelta.
Ella es muy alta, así que deja
su cabeza ladeada como si escuchara.
Los libros murmuran.
Yo no escucho nada, pero ella sí.