Para los que llegan a las fiestas…

Recordamos en su aniversario luctuoso al gran poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño. Se cuenta entre los hombres que construyeron el pensamiento literario del México contemporáneo. Fue fundador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y director de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana. Traductor de la Ilíada y la Eneida, además de versiones de la obra de Ovidio, Propercio, Catulo, entre otros.

 

 

 

 

 

 

Se sabe que un buen poema no necesita ser explicado, sin embargo no nos resistimos a conocer algo de la historia que motivó ese prodigio, de asomarnos tras las bambalinas del poema. Los demonios y los días, contiene uno de los poemas más poderosos jamás escritos: “Para los que llegan a las fiestas…”. Lo transcribimos ahora que se cumplen dos años de la muerte de su autor. Además presentamos un fragmento de De otro modo el hombre. Retrato hablado de Rubén Bonifaz Nuño, que es un interesante documento realizado por Josefina Estrada, donde la voz del poeta fluye revelando con sincera emoción las motivaciones de las que se desprende su poesía. / Mijail Lamas

 

 

 

 

 Para los que llegan a las fiestas…

por Rubén Bonifaz Nuño

 

Para los que llegan a las fiestas

ávidos de tiernas compañías,

y encuentran parejas impenetrables

y hermosas muchachas solas que dan miedo

—pues uno no sabe bailar, y es triste—;

los que se arrinconan con un vaso

de aguardiente oscuro y melancólico,

y odian hasta el fondo su miseria,

la envidia que sienten, los deseos;

 

para los que saben con amargura

que de la mujer que quieren les queda

nada más que un clavo fijo en la espalda

y algo tenue y acre, como el aroma

que guarda el revés de un guante olvidado;

 

para los que fueron invitados

una vez; aquéllos que se pusieron

el menos gastado de sus dos trajes

y fueron puntuales; y en una puerta

ya mucho después de entrados todos

supieron que no se cumpliría

la cita, y volvieron despreciándose;

 

para los que miran desde afuera,

de noche, las casas iluminadas,

y a veces quisieran estar adentro:

compartir con alguien mesa y cobijas

vivir con hijos dichosos;

y luego comprenden que es necesario

hacer otras cosas, y que vale

mucho más sufrir que ser vencido;

 

para los que quieren mover el mundo

con su corazón solitario,

los que por las calles se fatigan

caminando, claros de pensamientos;

para los que pisan sus fracasos y siguen;

para los que sufren a conciencia,

porque no serán consolados

los que no tendrán, los que pueden escucharme;

para los que están armados, escribo.

 

 

 

Los demonios y los días, 1956 (1)

 

En ese tiempo yo era muy amigo de Manuel Scorza, poeta y novelista peruano. Hombre de maravilloso ingenio, que tiene bellezas incomparables en sus novelas. Murió en un accidente aéreo. Nos juntábamos en la Facultad y nos íbamos caminando por Insurgentes hasta Ciudad de los Deportes donde él vivía y luego de regreso. Empleábamos el tiempo en hablar de cosas del mundo que, en último término, para nosotros eran cosas de poesía. Muchos años después publicó Los desengaños del mago y me lo dedicó -con dedicatoria impresa- y dice: “Para Rubén Bonifaz Nuño en recuerdo de los desiertos en que cabalgamos juntos, allá lejos”. Porque lo que hacíamos era como una verdadera aventura, como andar en el desierto, buscando nada absolutamente. Afortunadamente, los dos conocíamos la salida del desierto.

Él estaba haciendo un libro que se llama Las imprecaciones, y decía que la poesía subjetiva no valía nada. Y él entendía la poesía social como política. Yo no podía estar de acuerdo; la política siempre es igual, en último término. Es la explotación de los pobres. Y en cualquier poema es la protesta de los pobres contra los ricos que lo están explotando. Para mí, eso no era suficiente para ser tema de poesía. Hacer poesía es como tomar fotografías en determinados instantes. Pensé cuál era la situación de la sociedad mexicana, del hombre mediocre -como era yo-, qué aspiraba, qué pensaba … Y la poesía que yo hiciera -sin hablar de los ricos o de los pobres- tendría que ser poesía social. En Los demonios y los días, inclusive los poemas amorosos, tienen un fondo de esa poesía. Del hombre pobre que está escribiendo para hombres como él.

Te he contado que alguna vez me invitaron a decir versos en una cantina, una cantina de verdad. Me habían puesto una mesa especial con mi libro para que leyera, y de repente alguien que estaba en la barra me dijo:

-¿Para qué está leyendo versos aquí? -y dijo esta expresión maravillosa que me lo sigue pareciendo-: “Porque la poesía se oye más que el ruido”.

Ésa es una expresión que podría escribirse con letras de oro.

Después expliqué:

-Es que en las cantinas, cuando ya está uno borracho, dice verdaderamente los versos que le parecen buenos y los dice de memoria. De tal manera que me siento un poco al revés: yo estoy diciendo poemas, en mi juicio, a ustedes que están borrachos. Y lo bueno sería que uno de ustedes, borracho, me dijera mis poemas; entonces se paró un muchacho y me dijo, medio tartamudo, uno de los poemas de Los demonios y los días, precisamente, aquel que empieza: “Para los que llegan a las fiestas ávidos de tiernas compañías … ” Ese poema me lo dijo completo. Y me conmovió mucho. Este muchacho que había nacido treinta años después de mí, estaba sintiendo lo mismo que yo sentía treinta años antes: esa miseria de congojas y de inutilidad en el mundo. Esa fue para mí una experiencia tal vez, de las que recuerdo con más gusto.

Cada una de las cosas escritas ahí, hablan de una experiencia. Te vaya decir una en concreto: la de la cita. Vino Stokowski a México a dar un concierto, y una muchacha que era influyente fue invitada por un político a oír el concierto en un palco de Bellas Artes, y a Ricardo Garibay ya mí nos invitó. Fui a mi casa y me cambié de ropa. Me puse un traje negro, viejo y feo; pero de cualquier manera, era mi traje negro. Y cuando llegué, dijo el político que yo no podía entrar. Entró Garibay con los demás y yo me quedé afuera. Y me regresé a mi casa, a tratar de oír por radio el concierto. ¿Ves como estoy hablando de una experiencia concreta, mía? Y todo lo que está en Los demonios y los días está basado en experiencias mías. Con el sentido comprensible para todos los de mi clase social -o mi clase espiritual- lo que yo consideraba valioso. Lo que debía ser el origen del combate del hombre para ser el mejor. Ese libro se publicó en 1956. Se hicieron 600 ejemplares que tardaron diez años en agotarse.

Y Manuel Scorza, una vez leyendo uno de los poemas en voz alta, le dijo a Fausto Vega, que estaba con nosotros:

-Oye, esto, en último término, es también poesía social.

 

(1) Estrada, Josefina. De otro modo el hombre. Retrato hablado de Rubén Bonifaz Nuño. México: El Colegio Nacional, 2008, pp. 93-95.

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