Presentamos, en versión de Gustavo Osorio de Ita, algunos textos del poeta y crítico norteamericano Tony Hoagland (North Carolina, 1953). Ha publicado los libros de poesía Sweet Ruin (1992, Brittingham Prize), Donkey Gospel(1998, James Laughlin Award), What Narcissism Means to Me (2003), Rain (2005) y Unincorporated Persons in the Late Honda Dynasty (2010). También publicó el libro de ensayos sobre poesía Real Sofistakashun (2006). Hoagland es uno de los críticos fundamentales para entender la poesía contemporánea.
No hay palabra
No hay una palabra para ese salir caminando de la tienda
con un garrafa de un galón de leche en una bolsa de plástico
que debería haber llevado doble bolsa
– para que así antes de salir por la puerta
no sintieras el peso de la garrafa jalando
la bolsa hacia abajo, estirando las delgadas
asas de plástico más y más
y sabes que sólo es cuestión de tiempo
para que el fondo súbitamente se separe.
No existe ninguna, irreprochable palabra
para aquella vaga sensación de que algo
se aleja de ti
mientras excede su capacidad elástica
– lo cual es muy malo, porque esa es la palabra
que me gustaría usar para describir el estar parado en la calle
platicando con un viejo amigo
mientras la certidumbre crece en mí de que él es
no más un amigo, sino sólo un conocido,
una persona con la que nunca hice el esfuerzo –
hasta este momento, cuando mientras nos decimos adiós
pienso que compartimos un sentimiento de alivio,
un reconocimiento de que hemos alcanzado
el fin de un fingimiento,
aunque para ser honestos
en lo que ya estoy pensando
es en mi gratitud con el lenguaje –
cómo se estirará justo lo suficiente y no más allá;
cómo existen algunos huecos que nunca podrá cubrir;
cómo se moverá, si no por dentro, entonces
alrededor de la circunferencia de casi cualquier cosa –
cómo, a lo largo de los años, me ha regresado
todas las horas y los días, todo el lento
amor y la pesada fe, todos
los malentendidos y los secretos
que voluntariamente le he vertido adentro.
Cómo se va sumando
Está el día en que nadé en un río, un lago y un océano.
Y el día en que renuncié al trabajo que me había conseguido mi padre
Y el día en que me quede parado afuera de una puerta,
y escuché a mi novia hacer el amor
con alguien, obviamente no yo, adentro,
y me sentí extraño porque no me importó.
Está la mañana en que nací,
y el año en que fui un perdedor,
y la noche en que fui el ganador del premio
por el cual la audiencia aplaudió.
Después está alguien más a quien conocí,
cuyo rostro y voz no puedo olvidar,
y el recuerdo de ella
es como una cárcel en donde estoy atrapado,
o quizás ellas es sólo algo que uso
para mantener a mi vida real a cierta distancia.
La felicidad, dice Joe, es una roja flor salvaje
arrancada de un río de lava
y sostenida en alto por una cuerda tensa
colgada entre dos escuálidos árboles
sobre un cañón
en una tormenta de viento maniaco-depresiva.
No la sueltes, No la sueltes, No la sueltes –,
Y cuando lo hagas, seguirás buscándola
en todas partes, por años,
mientras que detrás de ti,
las huellas que vas dejando
parecerán notas
de una loca canción.
Verano en un pueblo pequeño
SÍ, las madres jóvenes son hermosas,
con toda esa auto aceptación del cansancio,
aún aturdidas por su gran desahogo,
empujando sus carriolas a lo largo del camino público de la rivera.
Y el día también es hermoso – la réplica del barco a vapor
del siglo 19
perpetuamente atracado en el muelle de la ciudad
con su bar y su parrilla tras cristales
para aquellos que buscan merienda con coctel
aquellos que llegan para la Hora Feliz de Mark Twain
que es tan larga como el Mississippi.
Este es el tipo de pueblo donde a la hora de más trafico los autos se detienen
para dejar a tres pavos salvajes cruzar el camino,
y cuando el maestro de música de la secundaria se retira
tras treinta años
la carpa de película dice, “¡Gracias Sr. Biddleman!”
y el pueblo entero llega para escuchar
los solos de tuba de viejos estudiantes.
Verano, cuando el vivir es fácil
y almacenamos placer en nuestros cuerpos
como grasa, como helados,
para la estación de estrechez que se avecina.
Todo agosto la rueda de la fortuna girará
en el pequeño parque de atracciones,
y las adolescentes entre gritos saltarán al río
con sus ropas puestas,
justo al lado del letrero de No Nadar.
Intentando disipar el calor dentro de los pequeños pueblos
de sus cuerpos
para el cual no tienen palabras;
obedientes a las voces internas que les dicen,
“Ahora. Roba el Placer.”
Personal
No te lo tomes personal, dijeron;
pero lo hice, me lo tomé todo bastante personal –
la brisa y el río y el color de los campos;
el precio de la toronja y las estampas,
el húmedo cabello de las mujeres en la lluvia –
Y maldije lo que me lastimaba
y alabé aquello que me daba placer,
la más sencilla y llana de las posibles respuestas.
El gobierno me recordó a mi padre,
con su sordera y sus leyes,
y el clima me recordó a mi madre,
son sus tropicales chubascos.
Disfrútala mientras puedes, dijeron sobre la Felicidad
Piensa antes, dijeron sobre el Hablar
Supéralo, dijeron
en la Escuela de los Corazones Rotos
pero no pude y no lo hice y no
creo en una ruptura limpia;
creo en la fractura compuesta
servida con salsa de sucio arrepentimiento,
creo en decirlo todo
y de todo retractarme
y decirlo de nuevo para mantener el equilibrio
mientras el aire se llena de lo-sientos
como pájaros en parvada
y los árboles parecen mareados por el viento.
¡Oh vida! ¿Puedes culparme
por armar una escena?
Tú eras ese amarillo furgón, la luna
desapareciendo sobre un puente de nube.
Yo era el perro, encadenado en el traspatio de algún idiota;
ladrando y ladrando:
tratando de convencer a todo lo demás
de tomárselo personal también.
La memoria como una prótesis auditiva
En algún lugar, alguien hace una pregunta,
y yo me levanto dando un vistazo al salón de clases
con una mano ahuecada detrás de mi oreja,
intentando encontrar de dónde viene esa voz.
Puede que sea ya un hombre viejo,
tratando de recordar la noche
en que su audición se perdió,
fila del frente, al centro, en la batalla de las bandas,
donde muchos músicos de segunda mano, vestidos en cuero,
amplificados a proporciones de dinosaurio,
hacían prueba de manejo de su equipo a través de nuestros oídos.
Cada vez que el tamborero lanzaba una rabieta,
el guitarrista daba vueltas y nos rociaba con riffs de ametralladora,
como si deseasen dejarnos en el piso
literalmente muertos.
A eso le llamábamos diversión en 1970,
cuando no estábamos seguros de que valiera la pena sobrevivir nuestras vidas.
Estoy aquí para decirles que si lo valieron,
y muchos lo hicimos, a pesar de nosotros mismos,
a pesar de que el camino de aquí a allá
esta pavimentado con células cerebrales muertas,
padres conmocionados hasta el silencio,
y coches patrulla pintando todo el vecindario
del tembloroso tono y textura de la gelatina roja.
Amigos, deberíamos de tener marcas en la frente
para mostrar dónde hemos estado;
deberíamos tener orejas puntiagudas, o piel con lunares
para mostrar aquello en que estábamos pensando
cuando hacíamos arrancones en el patio delantero de Dios,
y la Muerte permanecía pestañeando.
Pero aquí estoy, un hombre de aspecto promedio
mirando fijamente una recámara
donde alguien rubia y con trenzas
con una hermosa creencia en las respuestas
aún hace preguntas.
A través del silencio en mi oído muerto,
casi puedo escuchar al futuro susurrarle
al pasado: dice que esto no es un examen
y todos pasan.
Jet
A veces desearía seguir allá afuera
en el pórtico trasero, tomando combustible de jet
con los muchachos, haciéndonos más y más ruidosos
mientras las latas vacías caen de nuestras zarpas
como cohetes a propulsión cayendo de regreso a la Tierra
y nosotros nos elevamos hacia las estrellas del verano.
Verano. El gran río estelar corre sobre nuestras cabezas,
llevando consigo asteroides y bruma, peces ciegos
y viejos trajes espaciales con esqueletos dentro.
En la Tierra, los hombres celebran su vellosidad,
y es bueno, una forma de dejar a la vida
salir de la caja, destapar la botella
para dejar que el borbotón de efervescencia
salga a través del angosto, usualmente constreñido cuello.
Y ahora los grillos conectan sus aparatos
al unísono, y después las luciérnagas destellan
en puntos y rallas en el pasto, como puntuación
para el laberinto, cuentos falsos de sexo
alguien está contando en la obscuridad, aunque
nadie en realidad escucha. Miramos fijamente en la noche
como recordando al brillante e intacto planeta
del cual alguna vez llegamos,
al cual nunca
se nos permitirá regresar .
Estamos sorprendidos por cuán lastimados estamos.
Daríamos cualquier cosa por aquello que tenemos.
Desde esta altura
El viento frío viene de las blancas colinas
y se restriega contra las paredes del condominio
con un esofágico ruido de vocal,
y una soledad trepa
a la conversación por la bañera.
No merecemos placer
así como tampoco merecemos dolor,
pero es pura brujería la forma en que las plumas de caliente niebla
siguen alzándose de la superficie del agua
para envolverse sobre una esculpida
clavícula o muñeca.
No es sólo que estemos en
el octavo piso del mundo
viendo a través del vidrio y el acero
con una visión tan clara
en donde el café importado y
un conocimiento de la pintura francesa
se combinan,
sino que estamos en la cima de una pirámide
de todos los hechos que hacen esto posible:
la caldera que caliente el agua,
el camión que transportó el combustible,
la arteria de la carretera
irrumpiendo a través de las montañas,
el infarto del anterior dueño,
la historia de la medicina Occidental
que fracasó en salvarlo,
el exitoso desarrollo del turismo,
las lociones blancas como la nieve que contravienen la química
del cloro en la piel – nuestra piel.
Adentro en el cuerpo de la historia,
los esclavos aún cantan en la oscuridad;
los caminos aún se construyen;
el viento sopla y el edificio se afianza de sí mismo
en anticipación de la siguiente ráfaga de viento.
Así que un enorme acto de olvido es requerido
simplemente para besar a alguien
o para abrir tu boca
para el tenedor del altamente calórico paté
que alguien alza hasta tus labios,
y el cual, considerando el precio,
sería un pecado
no disfrutar.
No le digas a nadie
Habíamos estado casados por seis o siete años
cuando mi esposa, parada en la cocina una tarde, me dijo
que grita bajo el agua cuando nada –
que, de hecho, ha estado gritando por años
en el agua clorada y azul de la piscina comunitaria
donde da varias vueltas cada tantos días.
Poniendo mantequilla en su pan, no como si hubiese estado
ocultando algo,
no como si debiese considerarme a mí mismo
como la causa de sus gritos,
ni tampoco como si estuviese llevando a cabo un acto de terapia
justo en ese instante en la mesa de la cocina,
– casualmente, me lo dijo,
y pude verla girar su rostro cuadrado hacia arriba
para tomar un trago de oxígeno,
y después otra vez hacia abajo al agua fría y húmeda de la máscara del inconsciente.
En cuanto a lo que sé, quizás todos están gritando
mientras van por la vida, silenciosamente,
educadamente manteniendo el gran secreto
de que no todo es diversión
para ser arrancada por el corvo pico
de algo llamado psicología,
para ser sumergida
una y otra vez en el tiempo;
que el más verdadero, más íntimo
placer que a veces puedes encontrar
es el húmedo beso
de tu propio dolor.
Ahí va Kath, a la 1 PM, a nadar sus veintidós vueltas
de ida y vuelta en la piscina comunitaria;
– ¡cuánta disciplina tiene!
Veintidós vueltas como veintidós páginas,
que nunca serán leídas por nadie.