En esta nueva entrega de Poesía Permutante, Mario Bojórquez nos ofrece el ensayo: Antonio Plaza, un gastado corazón de tierra. Sobre el poeta, periodista y teniente coronel mexicano, Antonio Plaza (1833-1882). “Excluido del cenáculo de la gloria literaria […] la memoria popular conservará el interés en su obra más allá del soporte de la letra impresa. De este modo es que aún en nuestros días podemos encontrar personas que recitan de memoria los 128 endecasílabos de su poema más conocido: ‘A una ramera’”. Este ensayo está incluido en la Historia crítica de la poesía mexicana, volumen I, coordinado por Rogelio Guedea, (FCE/Conaculta, 2015).
Antonio Plaza, un gastado corazón de tierra
José Marcelino Antonio Jesús de la Trinidad Plaza Llamas, Antonio Plaza, nace en San Bartolomé, Apaseo el Grande, Guanajuato, el 2 de junio de 1833. A muy temprana edad acude al Seminario Conciliar de la Ciudad de México donde toma la carrera de leyes y se afilia a la corriente liberal que promueve la defensa de la Constitución de 1857. Con el aliento de la lucha reformista se suma a las filas del ejército de donde se retira años después con el grado de teniente coronel y sin una pierna (que ha perdido en batalla). Muere muy pobremente en la ciudad de México el 27 de agosto de 1882 y es sepultado en el cementerio del Tepeyac. Una sustancia amarga permea toda su obra, ángel desencantado de la moral pública, fustiga sin piedad el absurdo y la actitud conservadora de la sociedad del siglo XIX. Su poesía descarnada y violenta encuentra en el ámbito bohemio de los burdeles su estación más feliz. En las cantinas circula el famoso Álbum del corazón, que alcanza rápidamente varias ediciones; sin embargo será menos importante el libro ya que la memoria popular conservará el interés en su obra más allá del soporte de la letra impresa. De este modo es que aún en nuestros días podemos encontrar personas que recitan de memoria los 128 endecasílabos de su poema más conocido: “A una ramera”. Bajo la liberadora atmósfera de la pulquería, la cantina o el bar floreció su tradicional culto. El contexto de la bohemia preservó su obra del olvido al cual fue condenado por el juicio de una crítica incompetente. Ya desde el siglo XIX, la recepción de su poesía en ciertos círculos fue la de absoluto rechazo. Así el Conde de Heras, don Francisco Pimentel, reseña la obra de Antonio Plaza en su Historia crítica de la poesía en México: “Poeta muy elogiado en México, por algunas personas, cuyo parecer respetamos; pero como en el presente libro lo que corresponde es mostrar nuestra opinión, hela aquí, respecto de la obra de Plaza. En nuestro concepto, una que otra de sus poesías es buena, algunas medianas y el resto malo y aún pésimo” (Pimentel: 1892). Este comentario refiere, desde luego, a la devoción que algunos escritores notables de aquel tiempo sentían por el poeta. La publicación del Álbum del corazón, acompañado por prólogo del influyente, en esos días, Juan de Dios Peza, le previene de respetar el juicio de los otros, pero no detiene su condena:
En la forma, salvo algunas excepciones, Plaza es incorrecto, descuidado, desaliñado. No faltan, en sus poesías, barbarismos y solecismos, y, con más abundancia, faltas prosódicas que, reunidas a otros defectos métricos, producen versos cacofónicos. En las mismas poesías abundan los consonantes triviales y abundanciales, no faltando algunos forzados, así como el uso de ripios. Con frecuencia se hallan, en los referidos versos, locuciones prosaicas y de vez en cuando rasgos gongorinos. Abusa Plaza de ciertas licencias métricas, especialmente la de terminar el verso con monosílabo.” (Pimentel: 1892).
Será, sin embargo, “A una ramera” el poema que más dicterios recibe: “Sobre todo, hay que condenar en las obras poéticas que examinamos, dos clases de ellas: las pertenecientes a la escuela pesimista y vulgar y las inmorales. De las poesías inmorales de Plaza, bastará citar dos, vil apoteosis del vicio más degradante y del ser más degradado, de la borrachera y de la mujer pública. Una de esas composiciones se titula “Crápula” y otra “La ramera”. (Pimentel: 1892). De este modo era visto el popular autor de Apaseo el Grande por un sector de la clase literaria culta del siglo antepasado. Su reivindicación plena nunca se ha conseguido sino por una suerte de herencia literaria en autores muy significativos del siglo XX, me refiero por supuesto a don Jaime Sabines y su famoso texto:
Canonicemos a las putas
Santoral del sábado: Bety, Lola, Margot, vírgenes perpetuas, reconstruidas, mártires provisorias llenas de gracia, manantiales de generosidad.
Das el placer, oh puta redentora del mundo, y nada pides a cambio sino unas monedas miserables. No exiges ser amada, respetada, atendida, ni imitas a las esposas con los lloriqueos, las reconvenciones y los celos. No obligas a nadie a la despedida ni a la reconciliación; no chupas la sangre ni el tiempo; eres limpia de culpa; recibes en tu seno a los pecadores, escuchas las palabras y los sueños, sonríes y besas. Eres paciente, experta, atribulada, sabia, sin rencor.
No engañas a nadie, eres honesta, íntegra, perfecta; anticipas tu precio, te enseñas; no discriminas a los viejos, a los criminales, a los tontos, a los de otro color; soportas las agresiones del orgullo, las asechanzas de los enfermos; alivias a los impotentes, estimulas a los tímidos, complaces a los hartos, encuentras la fórmula de los desencantados. Eres la confidente del borracho, el refugio del perseguido, el lecho del que no tiene reposo.
Has educado tu boca y tus manos, tus músculos y tu piel, tus vísceras y tu alma. Sabes vestir y desvestirte, acostarte, moverte. Eres precisa en el ritmo, exacta en el gemido, dócil a las maneras del amor.
Eres la libertad y el equilibrio; no sujetas ni detienes a nadie; no sometes a los recuerdos ni a la espera. Eres pura presencia, fluidez, perpetuidad.
En el lugar en que oficias a la verdad y a la belleza de la vida, ya sea el burdel elegante, la casa discreta o el camastro de la pobreza, eres lo mismo que una lámpara y un vaso de agua y un pan.
Oh puta amiga, amante, amada, recodo de este día de siempre, te reconozco, te canonizo a un lado de los hipócritas y los perversos, te doy todo mi dinero, te corono con hojas de yerba y me dispongo a aprender de ti todo el tiempo. (Sabines: 1997)
O bien, Abigael Bohórquez que nos muestra en su descarnada crudeza y lenguaje arcaizante el carácter del prostituto masculino, cuya aparición en la poesía mexicana sobresale por su singularidad, Bohórquez al igual que Plaza, son los primeros en describir estos personajes oscuros de la vida nacional dándoles carta de residencia en los versos:
AQUÍ SE DICE DE CÓMO SEGÚN NATURA ALGUNOS
HOMBRES HAN COMPAÑA AMOROSA CON OTROS HOMBRES.
De amor echele un oxo, fablel’e y allegueme;
non cabules, —me dixo —non faguete fornicio;
darete lecho, dixe, ganarás tu pitanza.
La noche apenas ala, de cras en cras cuerveaba
sus mozos allegándose a buscar la mesnada.
Vente a dormir en mí, será poca tu estada,
desque te vi me dixe, do no te tocan, llama,
do te tocan, provecha, cualsequier se vendimia.
y “andó” —que es de salvajes—: anduvo, anduvo, anduvo;
non podía a tod’ora estar allí arrellanado.
El mes era de mayo, ansí su devaneo,
la calor fermosillo fermoseaba su estampa.
Más arde y más se quema cualquier que te más ama
—le dixe—, folgaremos como’l fuego y la rama.
Entonces preguntome —entendet la palabra—:
¿cuánto dáis? y le dixe: cuanto amor te badaje,
que el que ha los dineros siempre es de sy comprante,
muestra la miembresía, non enseñas non vendes.
Ay, vivo desdentonces empeñando la tynta
y muchos nocharniegos afanes hame dados
bien cumplidas las nalgas de aquestas culiandanzas.
La cuerva noche arrea ovejas descarriadas.
Yo pastoreo amores
con aparejamiento. (Bohórquez: 1995)
El tema de la prostituta cantada en los versos, ha encontrado también un poeta popular, Agustín Lara, quien lo ha convertido en un referente incontrovertido de la radio; resulta sorprendente que la exaltación de la mujer no virtuosa se haya trasladado en un asunto de vital correspondencia con nuestra identidad nacional. Las canciones de Agustín Lara son conocidas por todos los mexicanos y mucho le deben a don Antonio Plaza. Veamos estos dos ejemplos: “Te vendes / yo no puedo comprarte / yo no puedo pagarte / ni un minuto de amor, / los hombres no saben apreciarte / ni siquiera besarte / como te beso yo. // La vida, / la caprichosa vida / convirtió en un mercado / tu frágil corazón. // Te vendes / quién pudiera comprarte / quién pudiera pagarte / un minuto de amor.” (Lara: 1968) Y también: “Vende caro tu amor, aventurera / da el precio del dolor a tu pasado / y aquel que de tu boca la miel quiera / que pague con brillantes tu pecado. // Ya que la infamia de tu ruin destino / marchitó tu admirable primavera / haz menos escabroso tu camino / vende caro tu amor, aventurera.” (Lara: 1968). El mismo Lara ha encarnado en la pantalla al personaje de Plaza transformado en la prosa por Federico Gamboa, que es una versión novelada del tema de “A una ramera” con el nombre de Santa publicado en 1903. Pero será sin duda, el poeta Eduardo Lizalde quien mejor reflejará esta influencia literaria. Su libro El tigre en la casa de 1970, conserva rasgos definitivos de la escritura del Álbum del corazón: el tema de la amada como el ser más vil y vicioso (en Plaza, la ramera, en Lizalde, la perra):
La perra más inmunda
Es noble lirio junto a ella
Se vendería por cinco tlacos a un caimán
Es prostituta vil, artera zorra
Y ya tenía podrida el alma a los cuatro años.
Pero su peor defecto es otro:
Soy para ella el último de los hombres. (Lizalde: 2000)
Mientras que en Antonio Plaza reconocemos la devoción hacia un amor manchado por el desprecio social, en Eduardo Lizalde la ironía, la injuria, el escarnio serán el vehículo de un amor perverso:
¡Ámame tú también! seré tu esclavo,
tu pobre perro que doquier te siga.
Seré feliz si con mi sangre lavo
tu huella, aunque al seguirte me persiga
ridículo y deshonra; al cabo, al cabo,
nada me importa lo que el mundo diga.
Nada me importa tu manchada historia
si a través de tus ojos veo la gloria. (Plaza: s/f)
En sus poemas “Lamentación por una perra” y “La ciudad ha perdido su Beatriz”, Eduardo Lizalde consigue ir más allá del uso violento del lenguaje con expresiones que causan pasmo en el sorprendido lector: “También la pobre puta sueña. / La más infame y sucia / y rota y necia y torpe, / hinchada, renga y sorda puta, / sueña. Giros de amargo y ácido desencanto disponen su repertorio de injurias: “despreciable perra”, “cloaca ambulante” “perra innoble” “perra sin límites” “perra impune” y aún las prostitutas al lado de esa “perra” son juzgadas como decentes señoritas: “¡Grandes hetairas, / qué pequeñas sois junto a ella! / qué despreciables, / qué puras.” En tanto que Antonio Plaza logra una mezcla agridulce de injurias y devoción enferma, evidenciado en el uso del contraste, tal como en Petrarca reconocemos el tema de los contrarios en el amor con su Pace non trovo…, donde a cada proposición positiva en el discurso se alterna una proposición negativa en sus valores más eminentemente morales. Advierta el lector que en versos como “Y en albañal inmundo sepultada” o “En indecente bacanal cantando” se evoca inmediatamente el estilo característico de Eduardo Lizalde:
Mujer preciosa para el bien nacida,
Mujer preciosa por mi mal hallada,
Perla del solio del Señor caída
Y en albañal inmundo sepultada;
Cándida rosa en el Edén crecida
Y por manos infames deshojada;
Cisne de cuello alabastrino y blando
En indecente bacanal cantando. (Plaza: s/f)
En el siglo XX, tanto José Emilio Pacheco como Carlos Monsiváis han discutido la obra de Antonio Plaza. El primero, en la nota que acompaña sus poemas de la antología Poesía mexicana I (1821-1914), comenta:
‘Poeta maldito’ en el sentido de su conducta antisocial, Plaza lo es también por su exclusión del recinto en que se conserva la poesía mexicana. Críticos y antólogos lo han juzgado impresentable. Plaza ha sido sobre todo el poeta de las cantinas. Como Pasionarias [de Manuel M. Flores], Álbum del corazón prosigue circulando fuera del ámbito literario.” (Pacheco: 1985).
Por su parte, Carlos Monsiváis, lector constante y comentarista emocionado de la poesía de Plaza en diversos momentos críticos refiere:
Si “Nocturno a Rosario” es la cumbre del romanticismo mexicano, el romántico más famoso es Antonio Plaza (1833-1882), de vida tempestuosa: combatiente del sitio de Querétaro (donde se le hiere). Pobre de solemnidad, periodista, dipsómano y anticlerical consumado, Plaza detesta los poderes de este mundo, se une con los lectores a través del resentimiento y, como documenta su biógrafo Juan Diego Razo Oliva, se complace en la autodenigración. Se refiere a sí mismo en estos términos: “cantor extravagante, / mezcla vil de filósofo y mendigo, / mártir maldito, histrión a quien el mundo no perdona. / Miserable juglar del mundo odiado, / Nuncio del mal, gitano pordiosero. / El mutilado trovador mendigo…” A los lectores los arrebata su grandilocuencia y su heterodoxia, y lo usan de antídoto contra las vanaglorias del siglo o de incentivo de la disidencia moral. En su canto “A una ramera”, Plaza incursiona en el delirio.” (Monsiváis: 2003)
Resulta significativo que el juicio de los dos críticos revele a un Antonio Plaza ninguneado por los estudios de la literatura mexicana, al mismo tiempo que celebrado en el vigor de la tradición popular. Excluido del cenáculo de la gloria literaria, no lo fue de El Parnaso Mexicano en otro tiempo. Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza lo incluyen en la fascicular del mismo nombre (Riva Palacio: 1885). Medio siglo después, el trovador yucateco Guty Cárdenas, entresacó del intricado yermo de su poesía vociferante dos pares de delicadas estrofas, incluidas en los poemas “No te olvido” y “A su memoria”, y, con ellas construyó dos canciones que intituló “Pienso en ti” y “Blanca rosa” que todavía podemos escuchar en la radio y que fueron grabadas entre 1927 y 1932: Yo pienso en ti con ardoroso empeño, / y siempre miro tu divina faz, / y pronuncio tu nombre cuando sueño, / y pronuncio tu nombre al despertar. // Late por ti mi corazón de fuego, / te necesito como el alma a Dios; / eres la virgen que idolatro ciego; / eres la gloria con que sueño yo. Y también las del poema dedicado a su esposa Rosa: Blanca rosa inmaculada, / que con blanca luz bañó / inocente una alborada; / blanca rosa perfumada / con el aliento de Dios; // tú, la tímida azucena, / tú, la del carmen encanto / que meció el aura serena, / y nunca empañó la pena / con una gota de llanto. (Cárdenas: 2010)
Las dieciséis octavas reales de “A una ramera” han bastado para que un poeta perdure en la memoria colectiva de México. La vehemente exaltación del oxímoron afectivo amor-vicio, el horrible retrato de un alma atormentada que no consigue reposo ni elevación sino en prenderse fuego –purificación que aspira volver de las cenizas con una nueva piel y un nuevo soplo vivificante, quizá como quería el poeta Ramón López Velarde al decir: “Yo anhelo expulsar de mí cualquier palabra, cualquier sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos”. Además del famoso poema, existen otras composiciones que siguen frecuentándose por un público fiel como “Abrojos”, “Dolce far niente”, “Nada”, “Crápula”, “El borracho” y “Horas negras” por mencionar algunas. Quizá consciente de la importancia popular que ya en aquellos días había alcanzado el bardo de Apaseo, y, desde luego, por la amistad y leal admiración que le guardó, Juan de Dios Peza, evocado siempre como “el poeta del hogar” es el organizador del “Álbum del corazón”, a él debemos en gran medida que la obra singularísima de Antonio Plaza se conserve hasta nuestros días: “Plaza es muy popular, porque ha tocado la llaga que corroe los corazones”, afirma Peza en el prólogo a sus poemas; ojalá que esta breve nota renueve el interés de los estudiosos en su obra, pero sobre todo, que sigan circulando sus versos sin permiso en cualquier cantina y en cualquier burdel.
Mario Bojórquez
Bibliografía y Fonografía
Bohórquez, Abigael, Navegación en yoremito, Taller Editorial Estudiantil del Departamento de Letras y Lingüística, Universidad de Sonora, 1995 – 30 pp.
Cárdenas, Guty, Yo pienso en ti y Blanca Rosa, con letras de Antonio Plaza, (2010, Agosto 27) video en línea [archivo de video musical], consultado en http://www.youtube.com/watch?v=cx-sXb7v-DU y http://www.youtube.com/watch?v=cnT4aVVTuUo
Lara, Agustín, Cada noche un amor, [Fonograma], RCA-CANDEM, México, 1968.
Lizalde, Eduardo, Recuerdo que el amor era una blanda furia, selección Mario Bojórquez, Conaculta-Cecut, México, 2000, 149 pp.
Monsiváis, Carlos, Las tradiciones de la imagen, FCE-Cátedra Alfonso Reyes, México, 2003, 142 pp.
Pacheco, José Emilio, Poesía mexicana I (1821-1914), PROMEXA, México, 1985, 300 pp.
Pimentel, Francisco, Historia crítica de la poesía mexicana, Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento, México, 1892, pp. 874-879
Plaza, Antonio, Álbum del corazón, con prólogo de Juan de Dios Peza, Medina hermanos, S.A., México, s/f, 320 pp.
Sabines, Jaime, Los amorosos y otros poemas, Selección y prólogo Mario Bojórquez, Conaculta-Cecut, México, 1997, 140 pp.
Riva Palacio, Vicente et al, El Parnaso Mexicano -publicaciones económicas- (fascículos), Librería La Ilustracion, México, 1885.
Datos vitales
Mario Bojórquez (Los Mochis, Sinaloa, 24 de marzo de 1968), es autor de Pájaros Sueltos, Contradanza de pie y de barro, Diván de Mouraria y El deseo postergado. Ha publicado Los amorosos y otros poemas de Jaime Sabines y Recuerdo que el amor era una blanda furia de Eduardo Lizalde. La lengua lemosina, reúne sus traducciones de la joven poesía catalana. Su obra poética ha sido reconocida con diversos premios entre los que destacan el Premio Abigael Bohórquez, el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa, el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes. Ha recibido las becas para Jóvenes Creadores del INBA y del FONCA así como las de Creador con Trayectoria en DIFOCUR y en los Fondos Estatales para la Cultura y las Artes de Sinaloa y Baja California. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte y es tutor de poesía del Programa de Jóvenes Creadores del FONCA.