Today at Círculo de Poesía: Four poems by Sarah Howe, who was announced this Monday as winner of the prestigious TS Eliot Prize. Her poem “Relativity” was read by physicist Stephen Hawking on commemoration of National Poetry Day so we share the video reading of Hawking and present all poems in Spanish and English. Sarah Howe born in Hong Kong in 1983, from a Chinese mother and a British father, Howe is one of the most playful and diverse young poets writing in English today. Her poems take inspiration from both the Chinese and the English traditions which impulse her to create tapestries (or loops) of clear and distilled images that can bring about themes like science and the quotidian effortlessly. Loop of Jade, her first collection, was awarded the T.S. Eliot Prize this year. Spanish translations by Sergio Eduardo Cruz (1994).
Este lunes se dio el anuncio de que Sarah Howe resultó ganadora del prestigioso T.S. Eliot Prize. Presentamos cuatro poemas de la poeta británica nacida en Hong Kong, entre ellos la versión al español de Relativity junto a la lectura que hizo del poema el físico Stephen Hawking, a quien está dedicado. Sarah Howe (Hong Kong, 1983). De madre china y padre británico, es una de las voces jóvenes más diversas y lúdicas de la poesía británica contemporánea. Sus poemas toman inspiración tanto de la tradición china como de la inglesa. En 2015 fue nombrada “escritora joven del año” por The Sunday Times y, al ganar el T.S. Eliot Prize de este año, se convirtió en la primera ocasión que un libro debut se alza con el galardón. Las versiones son de Sergio Eduardo Cruz (1994).
Relatividad[1]
para Stephen Hawking
Cuando despertamos, movidos por el pánico, en la oscuridad
nuestras pupilas se aferran a la forma de las cosas conocidas.
Los fotones sueltos de sus rendijas como sabuesos husmeantes
revelan la doble naturaleza de la luz en sus sombras contenidas
que llenan de rayas un laboratorio sin luz, y ya no son partículas,
sino que ondean para dar a todas las certezas su despedida.
Porque, ¿qué es certero en un universo que hace efecto doppler
como si fuera el grito de una sirena a media noche? Se diría
que una luz vista desde arriba o desde abajo cuando se mueve el tren
explica certeramente por qué el tiempo se dilata como una tarde
perfecta: predice agujeros negros donde se entrecruzarán las líneas
rectas, cuyos horizontes pesados no serán conocidos siquiera
por la luz de las estrellas. Si a tanta abstracción podemos llegar,
¿podrán nuestros ojos alguna vez acostumbrarse a la oscuridad?
Relativity
for Stephen Hawking
When we wake up brushed by panic in the dark
our pupils grope for the shape of things we know.
Photons loosed from slits like greyhounds at the track
reveal light’s doubleness in their cast shadows
that stripe a dimmed lab’s wall – particles no more –
and with a wave bid all certainties goodbye.
For what’s sure in a universe that dopplers
away like a siren’s midnight cry? They say
a flash seen from on and off a hurtling train
will explain why time dilates like a perfect
afternoon; predicts black holes where parallel lines
will meet, whose stark horizon even starlight,
bent in its tracks, can’t resist. If we can think
this far, might not our eyes adjust to the dark?
Perteneciente al Emperador
Mi nombre de hoy es Desgracia.
Eso cantó el primer ruiseñor del emperador.
El emperador era un dios frágil.
Prefería que un pájaro autómata hecho de filigranas de oro
Lo entretuviera. Una caja musical, repitiéndose.
Ámame, por favor. Botón de flor naranja.
Veo a mi padre bañarse al ritmo de la misma
aria, toqueteando la repetición
en su control remoto. Chiamerà, chiamerà –
Su cara está roja. Húmeda, bajo sus lentes.
Belonging to the Emperor
Today my name is Sorrow.
So sang the emperor’s first nightingale.
The emperor was a fickle god.
He preferred to be thrilled by an automatic bird
in filigreed gold. A musicbox, a leitmotif.
Love me, please. Orange blossom.
I see my father bathed in the blare of that same
aria, prodding the remote
to loop. Chiamerà, chiamerà –
His face is red. Beneath his glasses, it is wet.
El cielo es siempre lo más complicado
1.
Necesito skypear para decirte que los mayas
imaginaron sin influencias la rueda
pero aún el alba está a tres horas
en San Petersburgo: en la oscuridad de tu cuarto
de hotel un reloj pulsa su luz roja
exterminadora. ¿Te has preguntado
alguna vez cómo moriste en tu vida
pasada? No, tú no harías eso. Además
un montón de viejas civilizaciones
comparten la misma campana. Quizás
te quemaron en la hoguera en Salem. El Maya
antiguo, viendo que no había uso práctico
para esos discos móviles tan curiosos, los limitó
a ser juguetes infantiles. Quiero decirte, en verdad,
que me comeré los ojos de todo aquél que te lastime.
2.
El sol tartamudea como un .gif pornográfico
que muestra para ti el plano secuencia del mediodía.
Un ringtone ya esperado suena. Nuestros pixeles
hiperventilados se conjugan, se separan, se pierden
entre los cables. ¿La física material exige
que haya un Dios personalizable? Has pasado
la mañana perdido en un banco de turistas
que se pegan contra el río del Hermitage,
con los instintos gruesos como bestias. Inventamos
a Dios en la imagen de nuestra webcam: los electrones
hechos carne, gimoteo de cansancio, ventana
hacia quién sabe dónde. Jugamos un juego llamado
“adivinar pensamientos.” Mis palabras de estática vuelven
a ti como calor de ozono, como canturreo solipsista.
3.
La luna caprichosa, alejándose siempre
para atender sus negocios, deja su huella digital
en el visor de la tarde. La misma, antigua,
miseria se derrapa sobre pequeñas ruedas
sujetadas por fierros a las patas de una llama
de barro. Esto no es retórica. Tu wi-fi encendido
en el tren hace que yo pueda escuchar cómo un diente
te duele. Los Mayas pensaban que el tiempo era una rueda.
Aquí sólo se escucha el violín de plástico de un músico callejero.
¿Eso es el rugido de un túnel? Me muevo
en tus pensamientos de rompecabezas, sumergida
en montones color cian degradado, piezas con
un pedazo revelador de la luna. No sé qué pasa
de este lado. Los continentes bucean y se encojen a tu alrededor.
Sky is always the hardest part
1
I need to skype to tell you the Mayans
independently imagined the wheel
but dawn is still three hours away
in Petersburg: in your hotel room’s dark
a clock throbs its terminator eyebeam
red. Ever wonder how you died in your
last life? No, you wouldn’t would you. Besides
a bunch of early civilizations
share the selfsame gong. Maybe they burned you
at the Salem stake. The ancient Maya,
seeing no practical application
for the funny rollable disks, confined
them to children’s toys. What I mean to say
is, those who hurt you, I will eat their eyes.
2
The sun stutters up like a porny .gif
which for you pans the tracking shot of noon.
A fathomed ringtone gargles. Our breathy
pixels mingle, split, miss each other down
the wire. Does material physics call
for a personable God? You have spent
the morning caught in a shoal of tourists
muscling against the Hermitage’s stream,
instincts thick as curdled spawn. We invent
Him in our webcams’ image: electrons
made flesh, that panting beat, window onto
haloed elsewhere. We play at a game called
‘guessing thoughts’. My staticky words ping back
like ozoned heat, solipsistic plainsong.
3
The pesky moon, always bouncing away
on urgent business, its huffed thumbprint hangs
in the afternoon’s viewfinder. Same old
misery squeaks by on miniature wheels –
pinned through a clay llama’s ankles. This is
not a trope. Your on-train wi-fi means I
can hear how the tooth is hurting again.
The Mayans thought time was a wheel. This side,
only the busker’s plastic violin.
Is that a tunnel’s roar? Your jigsawed thoughts
I rotate, sort into piles of graded
cyan, the pieces with a telltale tranche
of moon. I have no idea what goes in
here. Continents swim and shrink around you.
Frenéticos
Quizás mantener los estribos
es nada más otra clase
de necesidad. Soy un durazno
azul a media luz.
Tú eres un tigre
que devora sus propias patas.
El día en que nos casamos
todos los árboles temblaban
como si estuvieran locos–
sé buena conmigo, dijiste.
Frenzied
Maybe holding back
is just another kind
of need. I am a blue
plum in the half-light.
You are a tiger who
eats his own paws.
The day we married
all the trees trembled
as if they were mad –
be kind to me, you said.
[1] Nota de la autora:
En términos formales, “Relatividad” es un soneto: una forma que he pensado como una especie de agujero negro que emana su propia fuerza gravitacional, comprimiendo al universo en su pequeña recámara. Sin embargo, mi soneto empieza con la luz en el nivel subatómico de la física cuántica en lugar de con la luz en nuestro mundo que gravita a gran escala; esto es porque la reconciliación de tales extremos teóricos es el santo grial de la física contemporánea. La primera parte de este poema narra el experimento físico que demuestra la doble vida de la luz. Un rayo de luz pasa por dos rendijas paralelas: los fotones se comportan como partícuas cuando son vistos desde las aperturas, pero cuando llegan a la pantalla que está del otro lado actúan como ondas, creando un patrón de rayas oscuras y claras, justo como las estrofas de mi poema. Lo que llamamos “dualidad onda-partícula” es la noción de que los objetos cuánticos se comportan como ondas hasta que se intenta localizarlos, que es cuando tal comportamiento desaparece. Los físicos ahora creen que esta idea y el famoso “principio de incertidumbre” de Heisenberg son sólo dos manifestaciones de un mismo fenómeno subyacente.
Hay, claro, poetas mucho más recientes que Milton que se han inspirado en la ciencia: Lavinia Greenlaw, Gwyneth Lewis, Jorie Graham, J.H. Prynne, sólo por nombrar algunos. Mientras escribía “Relatividad” me encontré encantada por un verso, “nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad”, que se encuentra en la colección Life of Mars de Tracy K. Smith, ganadora del Pulitzer. El padre de Smith fue uno de los ingenieros que trabajaron en la construcción del telescopio espacial Hubble. En el poema “My God, it’s Full of Stars”, imagina al “ojo-oráculo” del Hubble iluminando “la base de todo lo que hay.” ¿Nuestros ojos se acostumbrarán a la oscuridad? La frase de Smith hace eco al final de mi poema, donde reaparece como una pregunta: hipotética, aunque esperanzada. Después de todo, tanto Milton como Galileo confiaron en ojos distintos a los humanos cuando les llegó la ceguera.
-Sarah Howe.