Dolores Veintimilla: La noche y mi dolor

Presentamos dos versiones de La noche y mi dolor, de la poeta ecuatoriana del Siglo XIX: Dolores Veintimilla (1829-1857) luego del exhaustivo estudio realizado por María Barrera-Agarwal (consultar aquí). El texto se compara con La noche y la inspiración del poeta español José Zorrilla y Moral (1817-1893) [incluido  al final].

 

 

 

 

 

 

 

 

La noche y mi dolor

 

(Versión completa)

 

 

El negro manto que la noche umbría

tiende en el mundo a reposar convida

Su cuerpo extiende sobre la tierra fría

cansado el pobre y su miseria olvida.

 

También el rico en su mullida cama

duerme soñando avaro sus riquezas

duerme el guerrero y en su ensueño exclama

soy invencible son grandes mis proezas.

 

Duerme el pastor feliz en su cabaña

duerme el marino tranquilo en su bajel,

a ese no inquieta la ambición ni saña

el mar no altera el dormir de aquel.

 

Duerme la fiera del bosque en la espesura

el ave duerme en la rama guarecida

duerme el reptil en su morada impura

cual el insecto en su mansión florida.

 

El viento duerme, la brisa silenciosa

suspira apenas las flores cariciando

todo entre sombras a la par reposa

aquí durmiendo más allá soñando.

 

Tú, dulce amiga, que tal vez un día

al contemplar la luna misteriosa

exaltabas tu ardiente fantasía

y derramabas lágrima amorosa.

 

Duermes también, tranquila y descansada

cual el marino después de la tormenta

así olvidando la inquietud pasada

mientras tu amiga su pesar lamenta.

 

Déjame que hoy, en soledad contemple

de mi esperanza las flores deshojadas

hoy no hay mentira que mi dolor temple

ya se acabaron mis fábulas soñadas.

 

Oh, dónde está el mundo que soñé

allá en los años de mi edad primera!

Dónde ese mundo que en mi mente orlé

de blancas flores… todo fue quimera.

 

Hoy en mi tierna fantasía no existe

el insensato ensueño de ventura

ya el mustio tronco de mi vida triste

lo calcinó el fuego de tristura.

 

Ya de mi vida la antorcha se apagó

al viento helado que sopló el dolor;

ya de mis ojos el prisma se rompió,

hoy ya no encuentro ni amistad ni amor.

 

Hoy de mi misma nada me ha quedado

perdí en el llanto juventud, frescura!

hoy solo tengo un corazón llagado

y un alma ahogada en llanto y amargura.

 

Ay! ¿por qué tan pronto la ilusión pasó

por qué en quebranto se trocó mi risa?

¿Por qué mi sueño fugaz se disipó

cual leve nube al soplo de la brisa?

 

Vuelve a mis ojos óptica ilusión

vuelve esperanza antorcha de la vida

vuelve, amistad, sublime inspiración

que quiero dicha, aun cuando sea mentira.

 

 

La noche y mi dolor

 

(Versión incompleta y modificada por terceros)

 

El negro manto que la noche umbría

tiende en el mundo, a descansar convida.

Su cuerpo extiende ya en la tierra fría

cansado el pobre y su dolor olvida.

 

También el rico en su mullida cama

duerme soñando avaro en sus riquezas;

duerme el guerrero y en su ensueño exclama:

-soy invencible y grandes mis proezas.

 

Duerme el pastor feliz en su cabaña

y el marino tranquilo en su bajel;

a éste no altera la ambición ni saña;

el mar no inquieta el reposar de aquel.

 

Duerme la fiera en lóbrega espesura,

duerme el ave en las ramas guarecida,

duerme el reptil en su morada impura,

como el insecto en su mansión florida.

Duerme el viento, la brisa silenciosa

gime apenas las flores cariciando;

todo entre sombras a la par reposa,

aquí durmiendo, más allá soñando.

 

Tú, dulce amiga, que tal vez un día

al contemplar la luna misteriosa,

exaltabas tu ardiente fantasía,

derramando una lágrima amorosa,

 

duermes también tranquila y descansada

cual marino calmada la tormenta,

así olvidando la inquietud pasada

mientras tu amiga su dolor lamenta.

 

Déjame que hoy en soledad contemple

de mi vida las flores deshojadas;

hoy no hay mentira que mi dolor temple,

murieron ya mis fábulas soñadas.

 

 

El poema de José Zorrilla y Moral (1817-1893):

 

La noche y la inspiración

(fragmento)

A mi amigo el artista Don Julián Romea.

 

 

I

 

La noche, sobre el mundo desplomada,

tendió en él de su sombra el ancho velo,

porque su sueño no turbase osada

la lumbre de las lámparas del cielo.

 

Pero temiendo acaso que le ahogara

con tan espesa red sombra importuna,

antes que con pavor se desvelara

trepó al cenit la transparente luna.

 

A la amarilla luz con que ilumina,

cobíjase la sombra en los rincones;

y reflejan su llama peregrina

ríos, fuentes, pizarras y balcones.

 

Como en delirio de amoroso ensueño

de la virgen sonríe el labio amante,

la tierra desplegó su adusto ceño

al fugitivo resplandor errante.

 

Duerme allá en su palacio el poderoso,

duerme el pastor cansado en su cabaña,

éste tranquilo, el otro receloso

soñando avaro la fortuna extraña.

 

Duerme al pie de sus armas el soldado,

duerme el mendigo tras de larga vela,

mientras por éste vela su cuidado

y por aquél el tardo centinela.

 

Duerme el ave en las ramas guarecida,

duerme la fiera en su morada impura,

aquélla por las ráfagas mecida,

ésta al rumor del agua que murmura.

 

Deslízase la brisa temerosa,

guardan las nubes la tormenta inerme.

Todo entre sombras a la par reposa,

el viento calla, la tormenta duerme.

 

Tú, dulce amigo, que en la noche umbría

al grato son del arpa melodiosa

ensayabas cantares algún día

bajo el balcón de tu adorada hermosa,

 

Déjame que hoy en soledad delire,

y a delirar contigo me aventure,

que en tus brazos un hora en paz respire

y del dormido mundo en paz murmure.

 

Yo soy el que cantó fiestas y amores

en insensatos himnos juveniles,

y el arpa tosca coroné de flores

al ensayar mis cánticos pueriles.

 

Yo soy el que soñó gloria y laureles,

y con la vida en mi ilusión luchando

orlé el mundo de falsos oropeles

allá en mi loca juventud soñando.

 

Ya desperté: mis fábulas soñadas,

mis delirios de amor, perdí en el viento,

y el viento, como ramas desgajadas,

las apartó del tronco macilento.

 

Hoy no conservo de la edad primera

más que la voz un poco enronquecida,

y el velo de la negra cabellera

sobre la frente sin color tendida.

 

Quédame de mí mismo la esperanza

y el afán de cantar mientras aliente,

mientras gravite en la vital balanza

la vanidad del corazón demente.

 

Quédame aún altivo y vigoroso

de noble inspiración el fuego santo,

quédasme tú, poeta generoso,

para escuchar mi desmayado canto.

 

Tú, que vas a las tumbas de los hombres

a buscar un disfraz y una careta

para escudar con los difuntos nombres

tus amargas creencias de poeta.

 

Tú, que al abrigo de ignoradas leyes,

con la antifaz de un muerto, en gesto bravo

parodias los esclavos y los reyes

riéndote del rey y del esclavo.

 

Tú, que en la farsa del ocioso mundo

preparando otra farsa al mando mismo,

lo das a devorar su cieno inmundo

en formas de virtud y de heroísmo.

 

Quédasme tú, y la noche silenciosa

con su turbio fanal, tocas azules;

la soledad del bosque religiosa

con su manto de pinos y abedules.

 

Quédame el templo con su acorde coro,

sus capillas, sus lámparas o altares,

su santa cruz, sus incensarios de oro

y sus gigantes góticos pilares.

 

Quédame el mundo sin la imbécil farsa

que en su tablado inmenso se coloca,

todo el teatro, en fin, sin la comparsa

que bulle en él desenfrenada y loca.

 

No más la cantaré sus devaneos;

ya se acabó mi cántico mundano,

que me cansan sus falsos galanteos

y el necio aplauso de su torpe mano.

 

Ronca la voz y seca la garganta,

expiró mi cantar, rompí mi lira,

sólo mi lengua mis caprichos canta,

sólo esa farsa compasión me inspira.

 

Puesto que un mundo me fingí tan bello

cuanto le encuentro descompuesto y loco,

hoy por la turba impávido atropello

porque le creo a mis delirios poco.

 

Y hoy, a la lumbre de la blanca luna

escúchame la inspiración sublime,

que me bulle en el ánima importuna

y el perezoso corazón me oprime.

 

Porque ese cielo azul y esa ancha sombra

que mitiga la luz que el sol enciende,

con que la noche su palacio alfombra,

y esa brisa fugaz que el aura hiende,

 

Y ese mudo y silencio pavoroso

que regala el cansancio del oído,

y en pabellón convierte de reposo

el mundo que a sus pies yace dormido,

 

Son una inspiración dulce, tranquila,

vaga, armoniosa, en que se aduerme el alma,

en que el dudoso corazón vacila…

la que habló Calderón y agitó a Talma.

 

Ésa no la conocen los profanos

ni revelarla osó ningún profeta:

¡Oh! Ven; que mientras duermen los mundanos

yo siento en mí la inspiración inquieta.

 

Óyela tú, que brota solitaria

para ti, en tu pacífico retiro,

como amorosa y lánguida plegaria,

como amistoso y postrimer suspiro

 

 

 

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