Presentamos nueve poemas de Melissa Nungaray (Guadalajara, Jalisco, 29 de septiembre de 1998). Es autora de los poemarios: Raíz del cielo (2005), Alba-vigía (2008), Sentencia del fuego (2011) y Travesía: Entidad del cuerpo (2014). Ha publicado en las revistas: Casiopea, Alforja, La Rueda, Reverso, Ciclo Literario, Periódico de Poesía, Punto en Línea, El Humo, Papalotzi, Morbo, Voz que madura, Punto de partida, entre otras. Ha sido incluida en diversas antologías, recientemente: Extática. Antología de poesía femenina (2015).
Desde hace un millar de siglos me inventaron,
la transfiguración del cuerpo se acrecienta
en el ciclo de la mariposa.
Han pronunciado mi nombre
en el silencio cristalino de la existencia.
Escucho que han cambiado mi rostro en el libro,
soy la pragmática alma efímera
de un millar de pensamientos colosales
dentro de los siglos.
En algún lugar descansa el cuerpo,
lo he visto arrastrándose,
estudiando los gusanos dentro del círculo.
Le satisface entrar en la tierra.
Arriba de la estrella
la sensualidad del aire viaja
en algún lugar donde la sangre no descansa
envuelta en serpientes
dentro de la robusta ave de los siglos.
Afuera los órganos humedecen
los latidos que quebrantan el girasol óptico.
El cuerpo descansa en algún lugar.
Allá donde la culminación es el cadáver
que se carcome a sí mismo con lenguas alternas.
Es allí a donde irás lector a declarar el instintivo idioma
antes que se avecine el bárbaro
y te descarte de la resurrección.
Ahora en el lugar que te encuentres
emerge de la página
que te atormentará cuando seas el cadáver onírico
que siempre han esperado las venerables ánimas de la danza.
Entrarás en los dialectos del espectro desnudo,
en voces que parpadean en el fuego.
Todo anochece.
En la boca más atroz toda la noche es mía,
en el cuerpo lunar esotérico las sonatas
dictan la luz bélica demacrada
elevando poderes infinitos
en la oscuridad que todas las almas anhelan.
Ellas siempre duermen al ritmo de mis latidos,
pero a media noche revelan cadenas repulsivas
que azotan mundos paralelos.
¡Oh! me están vigilando miles de cuerpos
que aluden al último alarido desnudo del instrumento histórico.
Vuelvo a dormir con el arsenal magnífico
de la música onírica del violín buscando el grito colosal
de palabras en cuatro cuerdas.
Después del invierno, iré al inframundo,
edificaré el pergamino en el fango.
Ilustro lo próximo con rastros de vidrios
purificados en la ceniza.
En la armonía del universo
seré el aspa que cura y suaviza el pelaje de la muerte.
Dormiré hoy dentro de arboledas
donde es determinado el tiempo.
Sigo las señales,
alzaré los cuchillos que se forman con el fuego
hasta dar forma a la flor violenta del violín.
Más adelante el arte danza la lírica agonía
con el coro de los muertos
que sueñan las bestias en las cuerdas de la sangre.
Demacrado rastro candoroso.
La luz manifiesta la lluvia
en oscuros lenitivos,
todavía los árboles figuran en sus años
hortalizas sensibles
que enlazan vocablos
en estuarios sosegados
que emergen en resplandecientes alboradas
descendiendo en la floresta.
El futuro en cuanto lo ausculto desaparece.
La fisionomía de la verdad aguarda en los bosques
de serpientes que voltean a la izquierda.
Los animales te someten
para filtrarse en la arcada del espacio,
corroerse sobre troncos intactos en la memoria.
Pero tú sigues el trazo
asomándote en la palpitación mortífera de los árboles
que pronunciarán con el aura y pámpanos
la muerte de mañana.
Al escucharlo morirás nadie te salvará,
estarás desangrando la verdad.
El futuro desaparece.
Óyeme vena eficaz
dentro del fondo
es firme la nada.
Depende del mar revuelto
con sombras heridas de misterio
que la esfera del azar emigre,
ausencia nivelada en el paisaje
ondeando en sus huesos
encuentra el rumbo vagabundo
de nueve palabras,
anónimo hielo melancólico
ve el mundo idéntico,
dormita en los bloques
de la nimia piedra
con afluencia florecida
se desvanece abandonado
en el séptimo viento.