Poesía española: Christian Tubau Arjona

Presentamos la poesía de Christian T. Arjona (Barcelona, 1977) es poeta, licenciado en filosofía y doctor en Literatura Hispánica. Premiado en varios certámenes de poesía y autor de El libro de los alfabetos (Zaragoza, 2014), Cuando no aún el poema (Tenerife, 2001) y Bajo la piel del roble (Girona, 2011). Sus versos han aparecido en distintas antologías como Poesía Pasión (Libros del Innombrable, 2004); La Nube habitada (FronterAd, 2012), Alquimia del fuego (Amargord, 2014). Como artista plástico, también ha trabajado en proyectos que combinan escritura y pintura/fotografía. Escribe en el blog: www.lagargantadelsimbionte.blogspot.com.

 

 

 

 

 

 

 

 

  

De El Libro de los alfabetos

 

 

PAISAJES DEL EXILIO

 

 

1.ぇ

O voi ch’avete li ‘ntelletti sani,…

 

2.ぉ

Entre el espeso ramaje de la niebla, las majestuosas cimas, los altos collados, los valles lejanos. A los pies, una mancha de agua clara, pequeños trazos negros de pinares.

 

3.か

Finos ideogramas, huidos de largos versos verticales, pintados en tinta roja, sobre lienzos de seda desenrollados.

 

4.き

En sus escritos errabundos, buscaba la imagen precisa, el verso exacto, la palabra plena. Defendió la ética del Chêng Ming, del sentido recto, como una rigurosa medicina contra el mal de la mentira y de la usura.

 

5.く

Rodeada de eternidad, la rosa dentro del ámbar mágico.

 

6.け

Un camino escondido entre las rocas, a la sombra de los juníperos y los bambúes. La niebla encaballándose, cruzando lentamente de una ladera a otra, como una catarata blanca.

 

7.こ

Escribo con signos tomados de un imposible alfabeto chino, con signos que se mueven. Si escribo “hombre”, el pincel camina, si digo “árbol”, la tinta echa raíces, si digo “sol”, arde la página.

 

8.せ

En sus intervenciones, durante el juicio, declaró que no enloquecería para el deleite de sus enemigos, recitó unos versos, ofreció las suelas de sus zapatos, dijo que su nombre era Nadie.

 

Como los versos se encabalgan a otros versos, como los cantos se encabalgan a otros cantos.

 

 

 

Cruzar el puente de cañas sobre el río, la cueva por detrás de la cascada, los densos arquitrabes de las ramas. Subir por el sendero de la nada.

 

Estos criptogramas de la soledad son tallos de milenrama lanzados al azar sobre una mesa. O las huellas que han escrito pequeñas aves sobre la arena.

 

Restauraba máscaras de antiguos dioses olvidados, ensamblando fragmentos rescatados de incendios, recortes de papiros, páginas desencuadernadas de la Historia y la mitología.

 

Decimosegundo arcano: Colgado, con un tobillo atado a un travesaño de madera y la pierna izquierda libre, pende el desertor iluminado, el sabio exiliado, fiel a su propia trayectoria, con los ojos muy abiertos.

 

14.ゃ

No buscar nada, sólo seguir hacia arriba el camino que serpea, el eterno rumor del tao, el agua que salta entre las losas.

 

15.ょ

¿Qué semiótica aplicar a estos menudos trazos que cambian según el pulso del calígrafo pintor? ¿Pueden deletrearse las hojas de un árbol, las gotas del rocío?

 

Sólo las analectas de Confucio, que el preso traducía incansablemente en su jaula de luz, en su delirio silenciado, le daban la sensación de estar hablando con alguien.

 

17.ゎ

Como los mimbres se entrelazan en cestos, que se entrelazan en redes, que se entrelazan en peces.

 

En el acantilado, una cabaña de madera humilde, un balcón con vistas al infinito. Y adentro, el sabio anciano sonriendo, sentado ante un tablero de go vacío.

 

19.ゑ

Calla. Deja que el aire hable. Tal vez no hay misterio, sólo espesura.

 

20.を

Alguien quiso que su soledad fuera una cárcel de silencio en Pisa. En 1943, la District Court of Columbia le condenó por traición a su país y rebeldía.

 

21.ん

El hacha que talla la madera para el mango de otro hacha.

 

 

22.キ

Dejar que la luciente bruma diluya las siluetas, oír el agua, paciente hiedra, sus dedos punteando el leve laúd del alba. Y entre las grandes hojas del platanero, como en un eco, los trinos de Matsuo Bashō. Cielo abierto en la casa del lenguaje.

 

Pasó los últimos doce años de su vida encerrado en un oscuro sanatorio. Una góndola se llevó su cuerpo y su nombre, por el río de las hojas secas.

 

…mirate la dottrina che s’asconde

sotto ‘l velame de li versi strani.

 

 

 

 

 

 

 

De Cuando no aún el poema

 

I

 

por qué no empezar otra vez

por el medio,

y caminar de afuera a fuera

o de adentro a dentro,

por qué no andarse quieto.

Por qué no continuar

lo que nunca comenzó

de nuevo

Seguir doblando un poco más aquella coma

hasta que dé la vuelta.

 

 

 

II

 

No es fácil sacar punta a lo que es llano.

Se requiere para tal atrevimiento

una pluma de cabeza roma

un tintero vacío

papel negro.

Y oídos casi transparentes.

 

 

 

III

 

O voltear la disyunción

pacientemente

hasta que se haga cóncava

y conjugue

que dé lo mismo ser peonza

o mármol

nacer de piedra o llanto

Abrir una pregunta

y un temblor en cada nombre

para que el pan no sea igual que el pan

y un beso nunca sea el mismo beso

 

 

 

 

 

De Bajo la piel del roble

 

I

 

Bajo la piel del roble,   en sus descarnaduras,

mi corazón también desnudo,  descortezado,

tienta la blanca caligrafía del olvido,

corta las venas del deseo en la sequía.

Bajo la piel oscura,   bajo la luz más seca,

abro los cauces para tus caudalosos ríos,

sigo las huellas de tu florescencia

por senderos de un alma ya no mía.

 

 

II

 

Me orientaré hacia el pájaro y el sol

para que mi voz sea cálida y sonora.

No revelaré tus nombres, los desconozco.

Sí la tierra en la que creces como un árbol.

Escribiré el poema cóncavo              vacío

para que viertas en él  la miel de tus ojos

la sémola de tus oídos.

Esperaré tu lluvia sin moverme.

Anégame en las aguas de tu calma.

 

 

III

 

He caminado hacia ti.   Hacia tus altos crepúsculos.

Estuve entre los hombres como el musgo que engalana

las grietas ignoradas de los muros.  Bebí la turbia liana,

la pálida lluvia que pesa en el aire,         entre las calles.

De la mano me llevaste a los valles de la tierra madre,

a la roca exenta,                        a los árboles amados,

para acerar en lo húmedo y sombrío mis raíces.

Borraste con tus alas los caminos que se desmoronan,

los flecos de la niebla rezagada.

Ahora me aquietas entre duros sillares de piedra,

en cuevas donde duermen los íbices blancos

y detienes las nubes abajo,  en el fuego del atardecer

encarnadas.

Hazme cuenco de amor tuyo, semillero,

y planta robles mansos en mi centro.

Que manen fuentes de paz,

que aromen las azucenas

en mi corazón callado,

ayuno.

 

 

 

 

 

De Poemas impares

 

 

 

YINYANG

 

Tú, vestida de nieve

dentro de mis páginas nocturnas,

bailando.

Luna llena en la laguna negra.

Yo, vórtice de sombras

ovillado en tu regazo blanco,

latiendo.

Veta de carbón en alabastro.

Tú, pupila de luto

en el albayalde de mis ojos,

licuándose.

Lágrima de obsidiana en la arena.

Yo, loto de quietud

en la tiniebla de tu tristeza,

abriéndose.

Pétalo de nácar en la noche.

 

 

TRANSMUTACIÓN

 

El fuego ofrece una bella rosa a cualquiera que coja una rosa del fuego.”

Yalal al-Din Rumi

 

Para alcanzar la rosa que tu fuego ofrece, caminaré sobre las llamas de mi propia extinción. Y como la salamandra quieta entre deflagraciones, me dejaré fundir y disolver por el abrazo de tu luz mortal, de tu piel encendida.

Entre las lenguas de tu cuerpo ígneo arderá la madera mansa de mi ser: piel que poco a poco se desescama, platea y ennegrece, pariendo llamas bajo sus pétalos quemados, bajo sus negros periantos; carne que desteje sus fibras hasta su nervadura luminosa, hasta sus dendritas; miembros que se desvanecen como frágiles ramitas, finas horquillas incandescentes.

Entre tus labios voraces de estrellas, curvadas como hojas crepitantes, enmudecidas, arderán también mis palabras: leves mariposas de hollín.

Oh, en el algar más hondo de tu pecho, bajo la lava blanda y espesa de tus senos aluviales: quebrarme, excoriarme, astillarme. Oh, llegar a ser pincelada de luz, chispa volandera.

Sólo quedará de mí una fragante tea. Mi esqueleto será viviente quena sonando entre tus manos, evaporándome. De mis tuétanos manará en lentos efluvios un oro denso, la savia ardida, goteante, con un rumor de espuma, con sordo reverbero.

Y bajo la ceniza de mi cuerpo extinto, un rubí de luz en ascuas vivas, astro de magma endurecido, la bella rosa que tu fuego ofrece.

 

 

 

 

De Hojas abrasadas

 

 

En el silencio

de la mente aquietada

entran las aves.

 

*

 

Mente serena,

ya no saltan las ranas

del pensamiento.

 

*

 

Por el camino

del interior silencio:

el cielo claro.

 

*

 

Abierta al cielo

como la vieja casa;

mente sin techo.

 

 

 

 

 

De Lienzos

 

 I

 

Siempre sentimos la latencia del blanco,

la nieve virgen sedienta de nuestras huellas.

Nunca olvidábamos la estepa que esperaba,

como un mármol atento,

unas manos vivas, nuestros cuerpos extendidos,

cordilleras de sombra manchando la planicie

de una sábana o de un silencio,

con pasión de primer trazo sobre un lienzo intacto.

Volvíamos al blanco cuando nuestros nombres pesaban,

cuando los ojos, cansados del fulgor de la retina,

reclamaban el azar de una deriva,

la serenidad de un fondo sin astillas.

En esa niebla veíamos sin mirar,

de una vez en todas direcciones,

como una gota de tinta en el agua.

El blanco nos unía en una piedra blanda,

en una luna ilimitada donde no éramos aún tú y yo,

sino una clara luz difusa que sólo nos esbozaba.

En ese mar sanaban las heridas del espejo,

las penumbras del alma, sus aristas;

nadar en él era desvanecerse a tiempo,

volver al punto de partida,

volver a acostumbrar las manos a tocar,

a distinguir las olas, a señalar las dunas,

con una piel de nuevo inmaculada, fértil.

 

 

 II

 

Mira la tierra densa que nos contiene

como la corteza envuelve al árbol:

en ella somos sólo carne expuesta,

siena blando que el sol endurece,

valle que aguarda la luz inseminada.

Sus manos colosales sostienen nuestros pasos

en un abrazo desnudo y sin medida,

como una madre mineral,

 paciente.

Y en ella reconocemos nuestro ser de arcilla:

pasta entregada a su ocre oscuro,

húmedo abono cargado de semillas.

Es por la tierra que tú yaces

como una cera cóncava, con tu cuerpo ofrecido.

Es por la tierra que yo me acerco a tu silencio

y lo deshago.

Son raíces lo que unimos.

Qué mudo alfarero moldea nuestro barro,

quién talla la madera de este abrazo y lo precisa,

qué fragua enterrada nos forja con su llama.

Es la tierra quien nos hace, con savia sosegada,

con demorado amor, con lento amor de montaña,

como unos dedos que amasaran siglos de hojarasca,

como simientes del tiempo que en nosotros germinaran.

Aunque sepamos que después la herrumbre,

aunque sintamos cómo envejece el oro

y nunca condescienda ese rigor de otoño,

ese crujido sordo de las aguas que secan sus fibras,

que dejan paja donde había lumbre.

 

Aunque nos persigan las arenas que seremos,

el sol ardiendo inmóvil,

el desierto.

 

 

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