Poesía de Nueva Zelanda: Anne Kennedy

En el marco de nuestro dossier de poesía actual de Nueva Zelanda, seleccionado y traducido por Andrea Rivas, presentamos la poesía de Anne Kennedy (Wellington, 1959). Poeta, escritora de ficción y guionista. Su más reciente novela titulada The Last Days of National Costume está publicada por Allen & Unwin. Sus premios incluyen el NZ Post Book Award for Poetry, el Montana NZ Book Award for Poetry y el BNZ Katherine Mansfield Short Story Award. Anne enseña escritura creativa en Manukau Institute of Technology y actualmente es Escritora de Residencia en el IIML, en Victoria University of Wellington.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Monólogo de inundación

 

Nunca discutes con el río

y sin duda el río no quiere

 

tus discursos (su propio camino feliz)

pero ahora que vives cerca del río

 

un mosquito llega desde la orilla

y te muerde, y el río

 

está en tu sangre. Tú pules

el sitio de entrada como un trofeo.

 

Tu nuevo conocido, riendo,

lleva tus células al mar.

 

 

                    *

 

 

Sigue toda la noche, dices a tus amigos

bebiendo vino para calentar la casa

 

(ya caliente), y ríes, claro

como un desagüe. Más tarde en tu espaciosa

 

cama escuchas su monólogo―

un avión ascendente que nunca alcanza

 

altitud. Tus dedos se extienden

de costa a costa para tocar

 

esta soledad, mientras el agua golpea

su cauce.

 

 

                    *

 

 

No estás en ti misma.

Adolescentes van y vienen, el mosquitero

 

se azota, cardenales atacan el pequeño templo

que cuelga de un árbol. Un vecino con una bolsa

 

de semillas pregunta si te molestan

las aves. Ahí está el mosquitero, y la gripe,

 

pero no. En las mañanas, temprano

deslizas los ondulantes árboles a través

 

(del Bosque Burnham) y miras

seis loros levantarse como la anti-gravedad.

 

 

                    *

 

 

Al atardecer un sermón acerca de los platos―

¡tú has trabajado todo el día, a diferencia

 

de otras personas! Corre agua del grifo. El sol,

cayendo sobre Waikki, dispara a través de

los árboles, dora el río (innecesariamente),

te pasma en la habitación vacía. Cada día

 

durante diez años (te das cuenta, allí de pie)

has cruzado el puente donde está grabado Río

 

Mānoa, 1972, de ida y vuelta,

excepto el día en que el río creció.

 

 

                   *

 

 

Algunos hechos: las Mangostas (sic) (presentando)

orinan en la corriente, se suman a las ratas y ratones,

 

el río está enfermo. Todos los ríos.

Los mosquitos ―tu mensajero y aquellos

 

que muerden a los adolescentes cuya joven sangre

es festiva como el maratón de Honolulu―

 

podrían cargar el virus del Nilo Occidental. Frecuentemente fatal.

Probablemente no, probablemente estén improvisando

 

como tú, y tú vivirás toda tu vida

y morirás al final de ella.

 

 

                   *

 

 

El río no se ve enfermo. Da

un grácil viraje cerca de tu apartamento.

 

Los árboles son opulentos y proyectan

la sombra como de una casa a la que una vez entraste

 

en una galería (medios compuestos). El agua

enmascara su enfermedad como un noble Europeo

 

con la plaga  ―una pátina, y rizos.

Estás harta de los problemas de salud

 

del río, porque tiene

tu sangre y tú tienes su H2O.

 

 

                   *

 

 

¿Crees que es tranquilo cerca del río?

Los patos braman, despertándote 2 am,

 

o algo así. Las mangostas cazan

los huevos de patos, dice tu hijo. Ah, dices tú.

 

Los cuacs nocturnos son ruidosos, pero

tú inquiétate en paz. A veces los vagabundos

 

duermen junto a la orilla del río.

Inofensivos. Una vez uno tenía un cuchillo.

 

Siguen hablando al respecto y tú lo ves a él

fantasmagórico como una app contra los árboles.

 

 

                           *

 

Todas tus cosas están cerca del río,

camas, platos, lámparas ―estás acampando

 

lejos de paredes, grifos y electricidad.

Tu laptop hace un ángulo como de espada,

 

y terrones ingleses calientan el cuarto

(ya caliente). Calientan tu corazón.

 

Sobretodo tienes mucho menos, porque

claro ―lo dividiste. Pero eres afortunada

 

o lo serías si el río rechinara

de limpio, y te hablara.

 

 

                        *

 

El río ha causado un pequeño problema

en el pasado, p.e., la inundación. No es su culpa.

 

900,000 personas pavimentaron demasiado, entubaron

demasiado. Luego el diluvio. Desde una distancia

 

segura (a edad apta) viste

tu pequeño curso de agua inflarse y tronar

 

hacia el valle llevándose autos, sillas, árboles.

Miraste a una madre y su bebé rescatados

 

de una van ―un vagón flotante, con cuerdas―

la van trastabilló hacia el mar.

 

 

                            *

 

 

Un apartamento en tu complejo

se llenó de agua durante la inundación. Y de lodo. Era

este apartamento. Lo has sabido todo el tiempo,

claro, porque has mirado.

 

Lo arreglaron. Levantaron las alfombras, usaron

ventiladores durante una semana. Repintaron.

 

No está mal. La puerta descolocada

aún necesita una mano. Bajo ciertas luces

 

sin embargo, en la pared, una marca de agua,

el monograma moteado del río.

 

 

                      *

 

Estás usando clichés  ―agua bajo

el puente, cartas de amor de un abogado,

 

daños graves, hundidos sin ti.

El río ha estado en tu habitación,

 

y tú en la suya. Recuerda las cañas, el frío,

las tardes de verano. Tú amabas

 

el río. Sus aguas punzantes envían

un último mensaje en jugo de limón:

 

Si yo estoy jodido, tú vienes conmigo.

Sinceramente, el río.

 

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