Poesía norteamericana: Charles Wright

Presentamos, en versión de Alfonso Aispuro, una muestra de la poesía de Charles Wright (1936), poeta norteamericano. Ha merecido el National Book Award en 1983. El Premio Pulitzer le fue concedido en 1988. Mientras que también le fue entregado el Premio Griffin Poetry en 2007. En 2014 fue nombrado Poeta Laureado de los Estados Unidos. Algunos de sus libros más importantes son Country Music (1982), Black Zodiac (1987), Appalachia (1988), Scar Tissue (2006).

 

 

 

 

 

Párrafos vagabundos en abril, año de la rata

 

Sólo los muertos pueden volver a nacer, e incluso no tanto.

Quisiera ser un topo en la tierra,

ojos que ven en la oscuridad.

 

Atento sin objeto de atención,

infeliz sin objeto de infelicidad,

deseo en su forma más alta,

oración de perro, disminución…

 

Si tuviéramos que caminar durante cien años, nunca daríamos

un paso hacia el cielo:

tienes que esperar a ser recogido.

 

Dos cardenales, dos coágulos de sangre,

abandonados en las frías e invisibles arterias del aire.

Si se detuviesen, el cielo se detiene.

 

La aflicción es un regalo, pensaba Simone Weil.

El mundo se vuelve más abundante bajo la luz más severa.

 

Abril, viejo cortesano, destacado entre los meses, humecta nuestras bocas.

 

Lo denso y lo húmedo y lo frío y lo oscuro se unen aquí.

 

El alma es aire y nos mantiene.

 

 

 

Giro de estrella

 

Nada es tan discreto como la manera en que las estrellas

se despojan de sus vendajes y contemplan

la noche,

ese oscuro salón de ensayos,

y susurran sus pequeñas canciones,

las alfa y las beta, las del gran fuego.

 

Nada es tan asustadizo,

las piezas inválidas y rotas,

a la deriva y sin raíces, elevándose y cayendo eternamente

cada vez más profundo en las tinieblas.

Cada noche dan su espectáculo mudo, cada noche nos deslumbran

Con su mensaje y melodía,

selladas en escarcha, nuestras compañeras vigilantes.

 

 

 

 

Arte poética II

 

Me doy cuenta, después de todos estos años, que soy creyente:

creo en lo que el trueno y el rayo tienen que decir;

creo que los sueños son reales,

y que la muerte tiene dos represalias;

creo que hojas muertas y aguas negras llenan mi corazón.

 

Moriré como una nube, bello, blanco, lleno de nada.

 

El cielo nocturno es un ideograma,

una tarjeta de código perforada,

que piensa que es la palabra del porvenir.

Piensa esto, pero es sólo la Biblioteca del Último Recurso,

la luz reflejada del Gran Malentendido.

 

Dios es el fuego al que mis pies están sujetos.

 

 

 

Cigarra azul

 

Me pregunto qué dirían los poetas españoles de esto,

sin sangre, meridiano de mitad de agosto,

la tarde como una cáscara de insecto vacía y transparente,

difusa y áspera al tacto.

Algo acerca de un labial, probablemente,

algo acerca del azul.

 

San Juan de la Cruz, digamos, o santa Teresa de Ávila.

O hasta santo Tomás de Aquino,

quien dijo, según algunos,

“Todo lo que he escrito parece paja

comparado con lo que he visto y me ha sido revelado”.

No es español, pero se le acerca,

algo acerca del azul.

 

Azul, te quiero, azul, uno de ellos dijo alguna vez, pero en otro color,

la afilada e infinita

expansión de la nada y de ningún lugar,

bastillada como un pañuelo desde aquí,

cáscara de cigarra de luz severa

justo debajo de ella, azul, te quiero, azul…

 

Hemos intentado presionar a Dios en nuestros corazones como presionaríamos una hoja en un libro,

la tarde recordada ahora,

del sepia al café,

la noche cayendo con sus caracoles blancos y su fantasma del poeta español,

poeta de sombra y muerte.

Presionémoslo firmemente en nuestros corazones, oh azul, te quiero, azul.

 

 

 

Veranillo II

 

Mientras las hojas caen de los árboles, el cuerpo cae del alma.

Mientras la memoria firma la trascendencia, escamas caen del corazón.

Mientras la luz del sol retorna a su oscuro carrete,

noviembre es una quemadura y un dolor.

 

Un buitre ingresa al cielo de la tarde avanzada.

Sangre residual en las venas del roble.

Domingo. Cestos de reciclaje como floreros en la banqueta.

 

En otro lugar, enterrado hasta las axilas,

alguien muere a pedradas.

En otro lugar, la trascendencia nos busca.

En otro lugar, esta historia está siendo contada por otra persona.

 

El camino celestial se ha perdido,

y no sirve mirar al cielo.

Aun así, las estrellas, las estrellas otoñales, empiezan a destellar y transverberar.

El cuerpo cae del alma y el alma despega,

una droga moral y errante.

 

Este es un fin sin una historia.

Este es un pequeño brazalete de flamas en tu muñeca.

Esta es la serpiente en el Jardín,

su rubio cabello, su rubio cabello.

 

Vivimos en dos paisajes, como Agustín pudo haber dicho,

uno que es eterno y divino,

y uno que es sólo un patio,

hojas y pasto muertos en noviembre, morados en primavera.

 

 

 

 

Lenguaje corporal

 

El cuerpo humano no es el mundo, y sin embargo lo es.

El mundo lo contiene, y es a la vez contenido. Justo así.

La distancia entre los dos

Es como la distancia entre el no y el sí,

distancia abismal.

 

Nada y todo. Justo así.

 

Esta mañana muevo mi cuerpo como una máquina de primavera

entre lo durmiente y lo semimuerto,

las ramas podadas y las varas en muñón

hostiles después de la lluvia,

irritables y gastadas como los mediadores.

Copa del ciruelo floreciente tostada, enferma y quemada.

 

Cuando el cuerpo se vuelve lo incorpóreo,

Busca bien su cierta, inclusiva cosa conmensurada.

Busca bien su lección y su camuflaje.

Busca bien su punto de dominio y coyuntura.

La sombra de la magnolia es confesión breve para el pasto.

 

Me muevo a través de la tarde,

otoñal justo antes de la primavera,

cabeza de octubre, dedos escarchados.

El cuerpo dentro del cuerpo es el cuerpo al que quiero llegar:

lo veo en todas partes,

seseando y relamiéndose, rompiendo y entrando.

 

 

 

“Cuando estás perdido en Juárez, bajo la lluvia y también es Pascua”

 

Como un grano de arena añadido al tiempo,

como una pulgada de aire añadida al espacio,

o media pulgada,

garabateamos nuestras insignificantes oraciones.

Algunas suenan bien y otras no tanto.

Un grano y una pulgada, un grano y una pulgada y media.

 

Varas de palabras tristes, alfabeto desesperado.

 

Aun así, no existe otra alternativa

pues el lenguaje cayó del cielo.

Aunque los místicos siempre han dicho que la comunicación es ajena al lenguaje.

Y quizá tengan razón:

el alma habla y el alma recibe.

Poco espacio para refutar eso.

 

Sobre la Cordillera Azul, tardía luz de final de marzo anunciadora y vigilante.

 

Esta noche, el cometa Halep-Bopp

aparecerá como fantasma en la página oscura del cielo

mediante su jugo secreto y designio de calor de luna llena.

 

 

 

El libro de los muertos de Apalaquia V

 

Medio dormido en el porche trasero,

tenue zumbido de avispa de la podadora

viniendo a menos desde la casa de enseguida,

agresivas sombras de hoja de maple

moviéndose como cangrejos a través de la tímida luz del sol

languideciendo aprehensivamente sobre la cubierta de pino recién manchada.

Semisilencio, marea de tráfico de las 5 p.m., semisilencio, escalas tonales de violín.

 

Entonces, a dónde vamos de aquí,

Adentro ahora, gran prisa de ruedas en mi cabeza, es primavera:

Vacío, vida terrenal, permanecen afuera,

en algún lugar de la máquina.

Esperando a que llegue algo, lo que sea, y se expanda,

pienso que soy una liebre, como dijo alguna vez Virginia Woolf,

quieto, esperando visitantes de la luna.

 

Cuando tus respuestas satisfagan a los cuarenta y dos dioses,

cuando tu corazón esté en equilibrio con el peso de una pluma,

cuando tu alma sea liberada como una sibila de su jaula,

como un viento que cruzarás,

sin saber cómo, sin saber dónde,

sin recordar nada, sin pasar, mano y pie.

 

El mundo es un reflejo en el vidrio de la ventana,

el paisaje es destello y caída,

lluvia súbita de mayo como derrama de granizo

sobre el techo de hojalata, sin ángel, noche oscura.

La eternidad se encharca.

Y aquí está el Obispo, azul, y oh él es azul.

 

 

 

Crepúsculo americano

 

¿Por qué amo tanto el sonido de las voces de niños en juego desconocido

en una noche de verano,

luciérnagas despegando bruscamente del pasto seco

como naves alienígenas buscando terrenos más altos,

la oscuridad empezando a cernirse como granos de café

sobre el vecindario?

 

Golpe de pelota siendo pateada,

el vaivén del oleaje del tráfico por el paso desnivel,

crepúsculo americano,

Venus recién encendida en el tercer cielo,

tic tac de tiempo entre “está bien, vámonos”. Y “esta tierra no es mi hogar”.

 

¿Por qué no me importa esto? Lo que sea que pase pasará

con o sin nosotros,

con o sin estos amuletos verbales.

En el primer pliego, en el cielo de la luna, un poco de luz,

media luz, sobre Charlottesville.

Los árboles vuelven a tomar forma, las golondrinas desaparecen, los aspersores hacen la ola.

 

 

 

Obra póstuma III

 

Derretimiento de mediados de agosto, Asurbanipal en el oeste,

torres de nubes opacas, tronos destruyéndose:

los antiguos sabían esperar un equilibrio al final de las cosas,

el corazón ardiente contra la ardiente pluma de la verdad.

Endulzada,

con grandes ojos de ibis, en los jeroglíficos de maple, la escribo.

 

Toda mi vida he buscado esta luz lenta, esta lucecilla

que empieza a filtrarse, azul cobrizo,

por la esquina superior derecha de las cosas,

a través del árbol y fuera del patio trasero,

elevándose y cayendo al mismo tiempo, ya elevándose, ya cayendo,

dentro del lapislázuli de la tarde avanzada.

 

Hasta que las nubes se detengan y se callen.

Hasta que el matorral a la izquierda y el matorral a la derecha,

los insectos y los perros enanos,

el porche de atrás y las golondrinas del granero se vuelvan granulosas y desaparezcan.

Hasta que el paso desnivel explote de silencio, hasta que el pasto se lamente.

Hasta que no exista nada más.

 

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